miércoles, 23 de febrero de 2011

TSUNAMI - Completo.

Desde estos enlaces se puede acceder a las dos partes de "Tsunami":

PARTE UNO: PERSECUCIÓN.

PARTE DOS: TSUNAMI.

TSUNAMI - LIBRO II




Primera Premonición


MARTA.

Perdidos y sin rumbo.


No sé cómo hemos llegado a esta situación. Javi estaba allí, a mi lado, con una estaca de madera que siempre llevaba encima desde que nos metimos en esto. Y por primera vez en mucho tiempo parecía fuera de juego, asustado, sin saber qué hacer. Intentaba no dejarse llevar por el desasosiego, por el desánimo. Pero ese desánimo cundía, y mucho. Le veía mirar hacia delante, hacia atrás, a ambos lados, con un gesto muy serio en su cara, tan serio como nunca le había visto. Estábamos los dos solos allí, encerrados en aquella especie de laberinto místico, rodeados por los cuatro costados. Sabíamos que avanzaban por los amplios pasillos para encontrarnos. Javi ya había llamado a José Antonio, a Rafa, a Laura, a Sergio y prácticamente todos estaban buscándonos. Sabían la ubicación del sitio, sabían qué había dentro. Pero lo que no sabían era el lugar exacto en el que estábamos nosotros dos.

No me explicaba cómo habíamos podido dejarnos coger así. Pero aun así tengo que confesar que, si hubiera sabido desde antes que esto iba a suceder, no habría salido huyendo, abandonando a todos mis amigos a su suerte. Esto me había atrapado desde el primer momento en que puse un pie en tierra después de bajar de aquel avión. Y no podía abandonar ahora. Y, de haber querido, no habría podido.

Nos parecía que venían cada vez que doblábamos una esquina, cada vez que dábamos un paso creíamos oír otro en sentido opuesto, acercándosenos lenta y amenazadoramente. Nos detuvimos y nos quedamos mirándonos, sin saber qué hacer o por dónde ir. Aun así, descolocado totalmente, sabiendo que podríamos morir en los siguientes minutos, Javi me agarró la mano y dijo algo.

Tranquila, Marta. Vamos a salir de aquí. Vamos a salir, ¿vale? Y más les vale no cruzarse conmigo porque lo lamentarán.

Escrutó atentamente nuestro alrededor. Seguramente por su cabeza pasaban todo tipo de cosas. Decir que íbamos a salir de allí vivos era muy fácil. Decir que si nos cruzábamos con los vampiros ellos iban a lamentarlo, era muy fácil. Pero otra cosa muy distinta era hacerlo. Y eso lo sabíamos los dos, tanto él como yo.

Si no ocurría un milagro, en pocos minutos íbamos a estar muertos.

Y en ese momento me pareció oír un cristal que saltaba roto en mil pedazos.








Segunda Premonición.


Rafa.

Punto y seguido.


Todo aquello que nuestros inefables amigos nos habían dejado a lo largo y ancho de la ciudad nos llevaba a pensar que, efectivamente, nosotros teníamos razón. Éramos unos portentos. Muy inteligentes. Bueno, la verdad es que Lucas y Galindo, al final, se habían ido por los cerros de Úbeda. Como siempre.

Pero tras aquellos macabros crímenes, tras aquellas extravagantes escenas que nos habíamos encontrado, tras exhaustivas investigaciones que habíamos llevado todos juntos como un equipo de natación sincronizada, habíamos acertado totalmente.

Sabíamos lo que pretendían nuestros enemigos.

Pero también sabíamos que sólo un milagro conseguiría detenerles.

Suponíamos que, tarde o temprano, el milagro se produciría y eso haría que, por enésima vez en la historia, los buenos, o sea nosotros, ganarían, y los malos se irían con el rabo entre las piernas. Siempre sucede así, no veo por qué ha de ser distinto esta vez.

Bueno, vale, está bien. Intento ser optimista. Hemos salido mejor parados de situaciones peores. Creí que no lo íbamos a contar cuando perseguimos a Julián hasta el bloque abandonado en pleno centro de Cartagena. Pero ahora esto es distinto.

Hemos investigado a un loco psicópata chupasangres que nos ha dejado regalitos por todas partes, a cual más macabro que el anterior, y habiendo conseguido descifrar lo que nos quería decir, hemos conseguido llegar hasta este punto. El punto y final. O tal vez sea un punto y seguido.

Avanzamos por los pasillos de la casa. Miramos al frente. No hay nadie. Pero no dejo de pensar que estamos acompañados. Oigo un siseo. Natalia está en su posición. Y noto que vibra el teléfono. Descuelgo, con el corazón en un puño. Es Sergio. Intenta decirme algo.

Miro a Lucas, a Galindo, a Guille, a Juanma, a Mónica, a Sandra y a Natalia. No puede ser que la hayamos vuelto a fastidiar. No en estas circunstancias.

Simplemente, ellos han sido más listos que nosotros.

Oímos un ruido siseante.

Nos ponemos en guardia.

Y empieza la fiesta. Afuera comenzamos a oír ruidos.

Sí... hemos ido a dar de lleno con el avispero.

¡Qué ojo tenemos!






Tercera Premonición


Javi.

¿Que por qué sigo así? Porque debo ser imbécil o algo por el estilo...


Me encontré frente a frente con el panorama más esperpéntico que jamás había visto. Así que había sido una trampa para llevarnos allí. Y ahora parecía que habíamos picado como moscas en una telaraña. Si ya odiaba antes los lugares apartados y abandonados en los que siempre terminábamos, esto no iba a ser distinto.

Miré al vampiro fijamente a los ojos, rojos y sedientos de sangre. Empuñé las dos armas de que disponía, sabiendo que aun así, contra aquel tipo, iba a necesitar algo más de ayuda. Pero la ayuda estaba bastante difícil. Seguro que mis compañeros estaban defendiéndose de los otros dos. Menudo panorama...

No podía hacer lo que me pedía, de ninguna de las maneras. Efectuar elecciones de ese tipo no es precisamente lo que yo más deseaba, y, vistas las circunstancias, menos todavía.

Escuché a mi alrededor esperando a que llegaran refuerzos. Pero claro, los demás también estarían un poco ocupados. Sergio y Natalia tenían que haber ido ya a visitar a aquellos tipos, la familia Vicuña, y trasladarles todo lo que sabíamos acerca de los otros.

¿Ya te has decidido?―oí que me preguntó el vampiro.

Entorné los ojos. Miré fijamente a cada uno de los que estaban en aquella habitación.

Ya tenía un plan.

Otra cosa era que saliera bien.






Introducción


MARTA.

Menudo recibimiento...


El avión se dispuso a tomar tierra. Eran las doce y media del mediodía, y el Sol brillaba en el cielo como nunca. Después del frío que había pasado en Finlandia, país del que ya estaba completamente harta, volver aquí era un auténtico regalo, sin duda.

Nadie me había llamado para ver qué tal me iba en todos aquellos meses. Pero hay cosas alternativas al teléfono que, además, son gratuitas. Por ejemplo, las redes sociales de Internet. Había hablado bastante con gente como Laura o Javi en aquellas últimas semanas. Y según me habían contado los dos, habían comenzado de cero con una nueva asociación de investigación. ADICT, creo que se llamaba. Y otra cosa que me había contado Laura es que no le iba nada bien con Javi y que lo habían dejado. No sé lo que sentí cuando me enteré, pero desde luego esa sensación como de “alegrarme” no estuvo nada bien. No sé por qué me pasó aquello. Menos mal que José Antonio no es capaz de saber lo que estoy pensando, porque entonces seguramente le soltaría a Javi una de las suyas. Algún estúpido “ejem – ejem” o algo por el estilo.

La azafata del vuelo avisó de que íbamos a tomar tierra. Noté cómo el avión descendía. Miré por la ventanilla junto a la que estaba sentada y vi cómo el suelo se aproximaba cada vez más.

Al fin pude salir de aquel aparato. Cogí mi maleta, me dirigí hacia la terminal del aeropuerto y miré al frente. Sí, había venido alguien a recibirme. Javi estaba allí, acompañado, como siempre, de su amigo José Antonio.

Vaya, vaya, la becaria Erasmus está harta del frío finlandés―decía Javi, acercándose. Me reí. No pude contenerme y le di un fuerte abrazo allí mismo. Ya me pareció oír el típico carraspeo de José Antonio, pero me dio lo mismo. Y me pareció que Javi le ignoró también.

¿Tú, qué? ―preguntó José, cuando solté a Javi, y dándome dos besos―. ¿Qué habrás estado haciendo por allí? Anda que vaya tela…

Vaya día de sol que hace―dije, mirando al limpio y despejado cielo azul―. Allí en Finlandia no hemos subido de diez bajo cero en todo el invierno. Eso, el día más cálido… no he visto un sol que dé tanto calor en meses.

Sí―dijo Javi, que cogió mi maleta y echó a andar; José Antonio y yo le seguimos―. No hay ni una nube en el cielo. Desde luego, es un día espléndido… bueno, te vamos a enseñar la sede de ADICT.

De repente ocurrió algo. En medio de todas las miradas del aeropuerto, un tipo vestido estrambóticamente, con unas grandes gafas de sol que le ocultaban prácticamente la mitad de la cara y un abrigo con una gruesa capucha que le cubría toda la cabeza se acercó hacia nosotros. Se puso delante de mí y me dijo, en voz baja:

Agradécele a tus amigos que te queden pocos minutos de vida. Juan Antonio te envía recuerdos, Gómez.

Tal como había venido, se fue. Miré a Javi. Éste se había puesto rojo.

¿Qué pasa? ―pregunté.

Es mejor que te lo contemos donde no haya miradas indiscretas―me respondió en voz baja―. Vayamos a la sede de la organización y allí te contaré todo.

Acababa de llegar y, aparentemente, ya estaba metida en un buen lío.

Oye, ¿por qué no…?―pregunté, pero Javi me asió de la mano y tiró de ella.

Vamos, rápido. Ahora no puedo explicarte nada ¡Vamos, José!

¿Quién era ese tipo?

No lo sé, pero está con ellos.

Javi cogió el móvil e hizo una llamada.

Sí. En el perímtro del aeropuerto. ¡Ya, Marco! ¡Ahora mismo!

José Antonio me miró, preocupado, y luego miró a Javi.

Natalia tenía razón. Ha aparecido alguien―dijo.

Hemos hecho bien poniendo a varios de los nuestros en el perímetro del aeropuerto― asintió Javi.

Oye, Javi, ¿qué…?―intenté preguntar, pero Javi le lanzó la maleta a José Antonio y éste la recogió al vuelo como si manejara algo liviano; Javi me asió de la mano y tiró de mí.

Vamos, al coche. ¡Rápido!

Sacó sus llaves, apretó el botón para abrir el coche. José Antonio abrió la puerta y dejó la maleta en el asiento. Acto seguido, subió al coche en el asiento trasero. Subí al asiento delantero, sin saber qué ocurría. Javi arrancó el coche. Me puse el cinturón de seguridad. Javi y José hicieron lo mismo. Javi pisó a fondo el acelerador y salimos de allí a toda velocidad. Adelantamos a todos los que se nos ponían delante. Calculé que en el minuto siguiente nos insultaron al menos unos quince o veinte conductores. Javi salió a la autovía. El velocímetro rebasó los ciento cuarenta. Y Javi aún iba en cuarta.

¿Qué pasa? ―pregunté.

¿Nos sigue alguien? ―exclamó Javi, con la vista fija en la carretera, adelantando a un tráiler gigantesco mientras metía la quinta marcha. José Antonio miró hacia atrás.

Sí, un BMW azul―dijo―. Y acelera por momentos.

El Mercedes de mi padre corre más―dijo Javi, acariciando el volante―. Vamos, muchacho, demuéstrame de lo que eres capaz.

Metió la sexta velocidad, casi a doscientos por hora. Adelantábamos a los demás vehículos a tal velocidad que parecía que iban parados. Miré hacia atrás. El coche azul nos seguía a toda velocidad.

Javi hizo un gesto a José Antonio para que llamase a la policía. Éste cogió su móvil y marcó. Miré el velocímetro: doscientos treinta, el coche iba en sexta y el motor parecía a punto de reventar. José Antonio acordó con la policía, según nos contó cuando colgó, la preparación de un bloqueo para detener al vehículo que nos perseguía.

Cuando entrábamos en Cartagena ciudad, el tráfico comenzaba a ser más denso. Javi redujo tres velocidades y pisó el freno, pasando a ciento diez por hora en poco tiempo; tomó la primera calle a la derecha. Vi por el retrovisor que nuestros hábiles perseguidores imitaron la maniobra. Pero Javi les llevó perfectamente hacia la trampa. Esquivó la banda de clavos que había colocado la policía. El coche azul la pisó. Obviamente, no se la esperaba. Cuatro policías se dirigieron hacia el coche azul con las pistolas en alto. Javi se detuvo y nos bajamos los tres del coche.

¿Se puede saber qué está pasando? ―pregunté.

Javi me hizo un gesto con la mano. Nos acercamos al coche azul. Los policías le rodeaban.

Lo siento, pero no voy a bajar―dijo el conductor, obstinadamente―. No es que no quiera… pero tengo la piel muy sensible. El sol podría quemarme…

¡Tú! ―exclamó Javi. José Antonio estaba pegado al móvil de nuevo. Nos explicó después que Marco había llamado para informar. Habían visto a uno de los sospechosos merodeando por el aeropuerto, le habían seguido, y habían comprobado que daba una orden a alguien subido en un coche azul para perseguirles. El sujeto que me había amenazado era, sin duda, el principal causante de la persecución. Entonces el hombre del coche bajó. Cuando el sol le dio en su cara, ésta brilló, deslumbrando a los policías. Arremetió contra los cuatro él solo y los tumbó de un golpe. Se puso frente a mí.

Me estáis poniendo muchas trabas―dijo―. Prometo que no os dolerá, será algo rápido.

Javi se interpuso entre aquel extraño hombre y yo.

Si la quieres tocar vas a ener que pasar por encima de mi cadáver―dijo, fríamente.

Sea, pues―dijo el hombre. Lanzó con fuerza una mano hacia delante. Javi detuvo el golpe y contraatacó golpeando a su rival en la garganta con el canto de la mano. Ahogué un grito, pensando que ese golpe acabaría con el extraño sujeto. Pero no. Éste estaba de pie, y se reía.

¿Cuándo aprenderás que no puedes derrotarnos? ―preguntó el hombre. Intentó atacar de nuevo a Javi. José Antonio intervino con un fuerte golpe con la planta del pie en la espalda del hombre. De nuevo me llevé las manos a la cabeza. Ese golpe podría haber partido a alguien la columna vertebral. Pero este se reía. Se reía, y miraba primero a Javi, y luego a José.

Ya veo que sois algo más duros de pelar que los otros humanos―dijo.

Qué observador―le espetó Javi.

En ese momento ocurrió algo. A toda velocidad alguien se lanzó contra el hombre y lo tumbó en el suelo. Intentó levantarse, pero la chica que acababa de llegar le golpeó fuertemente en la cabeza y el hombre salió volando hacia atrás. Cuando se levantó, Javi estaba de pie frente a él.

Sayonara―dijo.

Y le clavó una estaca en el pecho. El hombre cayó al suelo y se desintegró en la nada. Javi cogió la estaca.

Natalia―dijo Javi, mirando a la chica que acababa de llegar―. Justo a tiempo.

Como siempre―dijo la chica, echándose una capucha por la cabeza―. Vámonos de aquí. No quiero que nadie me vea a la luz del día. No sabéis cómo detesto la luz del sol…

Yo estaba desconcertada. No sabía qué estaba pasando allí. Acababa de llegar y ya estaba asistiendo a fenómenos extraños.

Oye, Javi… ¿qué pasa? ―pregunté.

Eres la chica más lista que he conocido nunca―respondió Javi―. Así que te daré las pistas a ver si eres capaz de llegar a la conclusión. Ya lo has visto: detestan el sol, son muy fuertes, se mueven rapidísmo, piel pálida que resplandece con el sol, al cual detestan. Si a eso le sumas que acabo de matar a uno con esta estaca de madera…

No beberán sangre, ¿verdad? ―pregunté, algo escéptica, sin saber si creérmelo o no―. Porque no me puedes estar hablando de…―miré fijamente a los ojos a Javi primero y a José después. Pero cuando miré a los ojos a aquella chica, Natalia, vi un tono amarillo que emitió un destello―. ¿Vampiros?

Exacto―repuso Javi, volviendo al coche―. Estamos metidos en un buen lío. Y me parece que vamos a tener que urdir un plan muy bueno para solucionarlo.

Natalia intervino.

Varios amigos míos están enterados de lo que ocurre y se han puesto en marcha. Vendrán dentro de poco―dijo―. Cuestión de unas semanas. Solamente tendremos que contener la amenaza hasta entonces.

Muy bien… perfecto―ironizó Javi―. Unas semanas sufriendo a tus malditos congéneres sedientos de sangre. Perfecto.

Javi arrancó el coche. Me pregunté cómo se habrían metido en un lío con nada menos que vampiros. Pero aquellos asuntos siempre nos perseguían allá donde quiera que fuésemos, así que opté por callarme. A fin de cuentas, ya sabía la respuesta que me iba a dar Javi y que llevaba años dándome: “todo tiene una explicación lógica”.


I. Operativo.


Pues sí…―decía Marco, observando a través de unos prismáticos, atisbando desde una azotea―. Ahí están. Fíjate, qué tíos más listos. Y tal y como nos dijo Sergio, ¿eh?

Juanjo cogió los prismáticos y observó, desde la azotea del edificio, enfocando justo al banco que había enfrente. Una furgoneta acababa de llegar. Aparcaba justo enfrente del banco. Marco movió la cabeza, preparado para que pasara lo peor. Sabía de sobra qué iba a ocurrir a continuación.

Muy bien, José Antonio―dijo Marco, a través de un walkie – talkie―. Cuando quieras entra con Héctor y neutralizáis a los tipos esos.

Creo que nos superan en número―dijo Héctor, en desacuerdo―. No voy a entrar para jugarme la vida sabiendo que…

Vamos a entrar tras ellos―repuso José Antonio―. Además, contamos con la ayuda inestimable de Rafa, que está rodeando el edificio.

Sí, Rafa es una gran ayuda, eso no lo dudo―dijo Héctor―. Pero a mí los que me preocupan son los inútiles que le acompañan. No sé en qué está pensando Sergio, tío, parece que lo hace aposta para fastidiarnos.

Marco y Juanjo abandonaron su puesto de vigilancia y bajaron lo más rápidamente que pudieron. De la furgoneta se habían bajado cuatro sujetos con pasamontañas y armados hasta los dientes. Entraron al banco pegando tiros al aire. José Antonio y Héctor se acercaron poco a poco a la puerta del banco.

¡Que nadie se mueva! ―gritó uno.

La típica frase―dijo José Antonio, apostado afuera, en la esquina más próxima, que distaba de la puerta del banco no más de tres metros―. Ahora, Héctor, a la de tres, entramos, tú disparas al tío de la ametralladora y yo me acerco al que lleva la otra pistola y lo hundo en el suelo.

Bueno, vale. No lo veo, pero va, lo que tú quieras―dijo Héctor, encogiéndose de hombros y sacando su pistola thaser―. A la de una, a la de dos…

¡Y a la de tres! ―exclamó José Antonio.

Como un elefante en una cacharrería, entraron al banco. Héctor disparó contra un tipo armado con una ametralladora enorme y José Antonio corrió hacia el otro antes de que pudiera reaccionar y le dio un puñetazo que le destrozó la nariz y le hizo sangrar por el labio. El tipo aquel quedó inconsciente.

Uno de los otros dos sacó una pistola y apuntó hacia Héctor.

Tú, tira la pistola y al suelo―dijo.

Héctor levantó las manos. En ese momento Marco y Juanjo hicieron su aparición estelar por la puerta del banco y Marco, sin pensarlo dos veces, disparó contra el que apuntaba a Héctor. El que quedaba se acercó a la puerta. José Antonio avisó al grupo de Rafa por el walkie – talkie.

Hay uno que intenta escapar, cogedle.

Eso está hecho―dijo Rafa, afuera―. Lucas, a la puerta del banco, neutralízale.

Lucas salió de su escondite y se puso enfrente de la puerta cuando el tipo aquel salía. Galindo y Guillermo se miraron mutuamente, miraron a la furgoneta de los tipos y se dirigieron hacia ella. Guillermo se acercó, abrió la puerta de sopetón y le dio un buen golpe al conductor, que estaba esperando para largarse de allí cuando sus compañeros regresaran. Lo dejó inconsciente. Guillermo y Galindo subieron a la furgoneta. Galindo se puso al volante. En ese momento el que acababa de salir del banco acababa de burlar a Lucas. Se dirigió hacia la furgoneta, subió y exclamó:

¡Vámonos de aquí!

Por supuesto―sonrió Galindo, maliciosamente. Pisó a fondo el acelerador y se rió malévolamente. Guille estalló en risas. Rafa, en tierra, levantaba a Lucas del suelo y miraba la escena…

¡La furgoneta! ―exclamó―. ¡Les han quitado la furgoneta! ¡Par de merluzos, volved aquí ahora mismoooo!

Rafa corrió hacia su coche y se subió. Lucas le acompañó a toda prisa. Asimismo, el resto se dirigió hacia sus coches, con los detenidos a cuestas, para perseguir a la furgoneta con Guille y Galindo dentro haciendo de conductores peligrosos por la ciudad para dar un buen escarmiento al atracador que había logrado subir y al conductor, que había recuperado el conocimiento.

¡Detened el vehículo ahora mismo! ―bramó el tipo.

¡Cállese! ―exclamó Guillermo.

Y es que dentro de la furgoneta el descontrol era total. El tipo aquel estaba desconcertado. Intentó abrir la puerta para bajarse, pero Galindo iba haciendo eses bruscamente a toda velocidad por la vía urbana, con lo cual prácticamente todos los conductores de Cartagena le insultaron y el conductor de la banda se las veía y deseaba para abrir la puerta y saltar. Galindo se saltó un semáforo, un paso de peatones, casi atropella a varias personas, la calamidad en persona… una patrulla de policía municipal que se encontraba allí vio el espectáculo y salió en persecución de la furgoneta.

Y también Rafa y Lucas les seguían desde el coche del primero.

¡Cuando agarre a Galindo muere! ―exclamó Rafa―. ¡Muere! ¡Ya lo verás! ¡Y encima, la policía!

En ese momento la puerta de la furgoneta se abrió y el conductor de la banda saltó del vehículo en marcha. Fue a caer en la acera, dándose de narices con el suelo. En ese momento un ciclista que venía tranquilamente se encontró con aquel inesperado regalo y tropezó con él, saliendo despedido por encima de la bicicleta, y yendo a caer encima del capó de un coche que estaba aparcado allí cerca y cuyo dueño estaba a punto de subir en él. El coche de policía paró allí mismo ante la catástrofe que se acababa de producir. Rafa aparcó por allí cerca. Marco, Héctor, Juanjo y José Antonio llegaban en dos coches, con los detenidos a cuestas. Rafa se bajó de su automóvil, miró la escena, cayó de rodillas al suelo y musitó, llevándose las manos a la cara y desesperado:

A ese lo echo. Lo despido. Lo largo… a su casa, a la calle, al paro, al INEM, a la mierda…


Y claro, cuando llegaron a la sede de ADICT, el coordinador general ya les estaba esperando. Tamborileaba con un pie en el suelo y sujetaba el mando de la televisión con la mano derecha, cruzado de brazos. José Antonio y Héctor entraron con dos de los detenidos; Marco llevaba a otro y Rafa, al cuarto y último. Lucas llevaba al conductor. Sergio estaba mirando la televisión. Al parecer un conductor loco acababa de provocar el caos en la Avenida Jorge Juan…

¿Tiene idea alguno de vosotros quién ha podido ser ese conductor loco? ―preguntó Sergio, peligrosamente, sin apartar la vista del televisor.

Se hizo el silencio. Galindo habló.

Pues… esto…

He estado una semana vigilando los pasos de esa gentuza. Me sé hasta la matrícula de su furgoneta. Qué casualidad que el conductor loco fuera el de esa furgoneta. Y qué casualidad que el conductor de esa banda esté inconsciente con una ceja rota, ¿no? ―dijo Sergio, que seguía sin apartar la vista de la pantalla. Estaban dando las noticias. Evidentemente, ADICT había salido en el telediario y para nada bueno…

Bueno, verás―empezó Rafa―, la culpa la tiene Galindo, que te explique él…

Soy todo oídos―repuso Sergio, mirando hacia Rafa. Volvió la mirada hacia Galindo. Éste tomó aire y empezó a hablar.

Es que neutralizando al conductor y cogiendo la furgoneta, pues teníamos a toda la banda―dijo Galindo―. Y pensé en asustar un poco a esta gentuza… ya sabes…

¿Asustarles un poco? ―preguntó Sergio―. ¡Eres un desustanciado! ¡Un animal! ¡Te has saltado medio código de circulación! ¡La policía te va a dar un premio que ya verás, Galindo! ¡Largo de aquí!

Pero Sergio…―se intentó justificar Galindo. No le dio tiempo a explicarse.

¡A la puta calle! ―bramó Sergio, señalando la puerta―. ¡Animal! ¡Que eso es lo que eres, un animal! ¡Te han identificado! ¡El ciclista herido viene a pedirme explicaciones a mí, los cuatro viejos que casi atropellas también vienen a mí, y el tío del coche que abolló el ciclista cuando salió por los aire, también! ¡ESPERPENTO! ¡Eso es lo que eres, un esperpento! ¡Un ceporro! ¡La próxima vez te montas en el coche de tu padre y lo empotras contra el tanatorio para que no tengan que trasladar tus restos!

Madre mía―murmuraba José Antonio―. Menos mal que está hoy de buen humor…

Javi, que había oído el escándalo pero no se había enterado de la hazaña de sus compañeros, salió de su despacho con Marta, que estaba formalizando su inscripción en ADICT, y miró la escena. Echó un ojo a su alrededor y analizó los rostros de sus compañeros: Sergio, cabreado; José Antonio, impasible, como de costumbre; Galindo, rojo de vergüenza; Rafa, también rojo, pero enfadado; Héctor, con una cara que le llegaba hasta el suelo y Marco, satisfecho, dentro de lo que cabía.

Dejadme adivinar…―empezó Javi―. Habéis frustrado una operación mafiosa importante pero Galindo o Lucas, uno de ellos, la han vuelto a liar; Rafa se ha acordado de sus ancestros, a José Antonio le importa todo un pimiento, Héctor haciendo de pesimista en ciernes, Marco dándoselas de héroe, Sergio enviando a la gente a la puta calle y yo aquí, de papeleos…

Ya, de papeleos―dijo José―, pero podrías estar con menos papeleos si de una puñetera vez tuvieras un poco de iniciativa y...

Adivina quién se va a comer el teclado del ordenador como no se calle―dijo Javi, agarrando un teclado inalámbrico con las dos manos, empuñándolo como un arma, y mostrando una sonrisa sádica en su rostro.

A mí, ya ves―José Antonio se encogió de hombros―. Yo sólo digo lo que digo, Javi...

Cállate, anda, cállate. No sé cómo decirte que yo no soy de esos, que yo soy un tío decente y honrado...

¿Tú? Mira, tú tienes de decente y honrado lo que yo de político―le espetó José Antonio. Sergio le murmuraba a Marco:

Pues menos mal que son amigos...

Bueno, al lío. ¿Me explicas, Galindo, qué cojones ha...?―empezó Javi, pero Galindo se le anticipó.

Pero bueno, ¿ha estado bien la operación o no? ―preguntó Galindo.

Bueno, eso depende de lo que entiendas por “bien” ―suspiró Javi―. Pregúntale a Sergio quién era el conductor de la furgoneta, anormal de libro, pregúntale… yo me voy para mi despacho, porque si me quedo aquí voy a cometer un homicidio. ¡Soltad ahora mismo al conductor!

¿Que le soltemos? ―preguntó Galindo.

¡Es una maldita orden, José Manuel! ―exclamó Javi. Se volvió a su despacho. Galindo se volvió hacia Sergio, que le miraba como quien mira un desperdicio tirado en la acera de una calle.

¿El… conductor? ―preguntó Galindo―. ¿Por qué… me ha dicho que le suelte, es que…?

Sergio asintió con cara de vinagre.

Sí, alma de pollo. El conductor. ¿Te digo quién era el conductor, eh? ¿O es que te pensabas que me enteraba de los atracos por mediación del Espíritu Santo?

No―dijo Rafa, temiéndose lo peor―. ¡Eso no!

Sí. Eso sí―respondió Sergio.

¿Qué pasa? ―preguntaba Guillermo, que no se enteraba de nada.

Panda de desustanciados, el conductor era un agente infiltrado. Y vosotros le habéis soltado tal trompazo que le habéis partido la cara―dijo Sergio―. En la vida pensé que pudiera haber alguien tan sumamente tonto. Yo me largo… antes de largaros a todos a vuestra puta casa…

Sergio se metió en su despacho, malhumorado. El lado bueno era que la banda estaba a buen recaudo, si bien había costado más de un susto en las calles de la ciudad. Natalia estaba dentro del despacho de Sergio.

¿Qué pasa? ―preguntó.

Nada―dijo Sergio, sentándose en su sillón y encendiendo su ordenador―. No pasa nada. Cuando yo digo que tú eres la más normal que hay de estas paredes hacia dentro… en fin…

Natalia soltó una risita y le echó a Sergio un brazo por la espalda.

Sí, supongo que ser coordinador general de esta organización es un trabajo duro…

Oye, ¿qué hacías en el despacho de Javi?

Pasarle algunos datos que quiero que investigue―dijo Natalia―. Son los motivos por los cuales estoy aquí ahora.

Ah, ya. La cuestión de fondo―repuso Sergio―. Bien, bien... Me parece que vamos a tener novedades muy gordas en muy poco tiempo. No sé por qué, pero me da a mí en la nariz que va a ser así.

II. ¡Qué manera de investigar! ¡Ni Sherlock Holmes!


Rafa llegó temprano ese sábado a la reunión semanal que se celebraba por norma general. Juanma estaba sentado en la sala, leyendo el periódico.

Buenos días―saludó Rafa.

Tienen muy poco de bueno―terció Juanma.

Rafa torció el gesto. Se acercó a Juanma. Fue a preguntarle, pero éste ya le había puesto el periódico enfrente de su cara.


OLEADA DE CRÍMENES EN CARTAGENA (MURCIA).

Esta última semana ha sido un caos en la ciudad murciana de Cartagena, situada al sudeste de España. Se han producido varios crímenes en los últimos días. La pasada semana se cometieron 7 asesinatos. Y el número de víctimas asciende a 12 en esta semana. La policía baraja algunas tesis, como una banda organizada de asesinos en serie, pero aparentemente no han logrado establecer relación entre las víctimas, si bien el modus operandi es similar en todos los casos, lo que lleva a pensar que se trata del mismo asesino, o asesinos.

El comisario de la policía de Cartagena, don Alfredo Fuentes, se ha mostrado seguro de poder resolver este asunto y nos ha dicho que tarde o temprano atraparán a los responsables.

Por su parte, en la Asociación de Investigación de Cartagena aseguran tener pistas fiables sobre los autores de los crímenes, aunque no han querido desvelar nada. “No estamos seguros al cien por cien”, nos ha asegurado Héctor Aparicio, el portavoz de la asociación. “No queremos dar detalles hasta no saber a ciencia quiénes son y qué se proponen. Una simple banda organizada no causa este caos porque sí. Aquí hay algo”.

Desde ADICT han asegurado que la policía tendrá toda su colaboración.


¿Y tú piensas que son ellos, no? ―preguntó Rafa.

¿Quién si no? ―inquirió Juanma―. Héctor también lo sabe. ¿Pero qué pretendes que le diga a los periódicos? Nadie le tomaría en serio. Además, ya ves que, por lo que parece, no hay conexión y esto ha empezado así, de repente. Y tarde o temprano vendrán a por nosotros.

No pueden entrar aquí―dijo Rafa―. Recuerda una de las normas básicas de los vampiros: no pueden entrar a un sitio cerrado al que no ha sido invitados. Mientras no salgas de tu casa por las noches no pasará nada.

Javi hizo su aparición por la puerta con el semblante serio.

Hombre, presidente―saludó Juanma―. ¿Cómo te va?

Mal―replicó Javi―. Muy mal. Esto es de locos. Fijaos bien, esta noche han aparecido otros tres cadáveres en distintos sitios de la ciudad. El puerto, la plaza de España y al final de la Alameda. Reconozcámoslo, estamos hundidos en la miseria. No tenemos recursos para frenarles. Cuando nosotros llegamos ellos ya están en la otra punta de la ciudad. Ellos han asesinado a una docena y media de personas esta semana y nosotros hemos matado a tres de ellos en un mes. No me negaréis que el balance es bueno…

Lucas fue el siguiente en llegar, acompañado de Irene.

Buenos días, gente―saludó Lucas―. Tengo la idea definitiva para terminar con este asunto.

En ese momento llegó Sergio, que le había oído. Con Sergio venía Natalia.

A ver qué estupidez se te ha ocurrido ahora―le soltó.

Déjalo que se explique, hombre―dijo Javi―. Lucas, por favor.

Lucas carraspeó y habló.

Todos los asesinos tienen un patrón fijo, y estos también. Fíjate que cada noche han asesinado en tres zonas diferentes. La primera noche no tiene nada que ver con la segunda y la segunda nada que ver con la tercera. Eligen diferentes sitios para llevar a cabo sus fechorías.

Ah, claro, por supuesto―dijo Sergio, con impaciencia―. Y no te has parado a pensar que han podido repetir alguna noche en alguna parte, ¿verdad?

Lucas le ignoró e hizo varias cruces en un gran plano de las calles de la ciudad que había colgado en la pared.

Mirad, esta es la primera noche―señaló tres sitios―. Y esta, la segunda― señaló otros tres sitios―. Y aquí está la pasada noche…―señaló otros tres sitios―. Con lo cual nos permite deducir que ahí ya no van a volver a actuar esos desalmados.

Sí, tiene sentido―corroboró Irene―. Si continúan el mismo patrón, acecharán desde cualquier otro lugar.

Javi había estado escuchando atentamente, pero no se le vio muy convencido.

Sí, claro, por supuesto que no van a volver a atacar desde ahí. Es más, ya nos podemos hacer una idea, con lo que ha marcado Lucas en el plano, de cuál va a ser el sitio desde el que van a acechar a sus víctimas la próxima madrugada.

¿Ah, sí? ―preguntó Lucas, mirando el plano―. ¿Es que has visto alguna relación matemática que se me ha pasado?

Sí, Lucas, sí, una relación senoidal hiperbólica―señaló Javi―. Fíjate bien en tus dos primeros puntos y compara con los dos siguientes. Traza la gráfica y saca los máximos y mínimos y luego calcula los puntos de inflexión.

Lucas miró fijamente el plano y luego miró a Javi, evidentemente sin entender ni una palabra de lo que le estaba diciendo.

¿Lo ves, o qué? ―preguntó Javi.

Lucas miró, intentando buscar algo que ni él mismo sabía lo que era, pero evidentemente no pudo vislumbrar nada más allá de lo que había dibujado. Miró el mapa, miró a Javi y miró el mapa de nuevo. Frunció el ceño y volvió a mirar a Javi, cuya cara era un poema.

Pues no veo nada…―dijo, enarcando las cejas con exageración.

Claro―dijo Javi―. Porque los ataques de la próxima madrugada, Lucas, van a tener lugar desde mis cojones. ¿Sabes? Desde ahí van a atacar los vampiros, estadista, desde la penumbra de mis santos cojones.

Oye, ¿esto a qué viene? ―protestó Lucas.

Viene a que has marcado tres cruces en todo el puñetero plano, a eso viene―dijo Javi, y a continuación, mientras hablaba, empezó a señalar sitios en el mapa como un loco, moviendo el brazo a gran velocidad desde un sitio a otro―. Puede ser aquí, aquí, o tal vez aquí, o en este otro sitio, o incluso allí, o allá abajo, o en el pico esquina del kiosco de allí, ¿qué quieres, que vigilemos toda la maldita ciudad? ¿Tienes el don de la ubicuidad, eh? ¡Porque yo, no!

Pues lleva razón― comentó Rafa, muy a su pesar―. Aunque no ataquen en los sitios marcados, esos sitios son muy pocos. Como no hagamos la del cebo, no los pillaremos.

Se hizo el silencio. Un silencio de intranquilidad. Podían estar en cualquier sitio. Natalia fue quien lo rompió.

Yo creo que hay algo más que una caza por parte de estos tipos. Hay algo más detrás de todo esto. No sé lo que es, pero voy a averiguarlo.

Bien, por algún sitio se empieza―dijo Sergio―. Acompañaremos a Natalia allá donde vaya hoy. Investigaremos con ella.

Es un primer paso―aprobó Rafa―. La acompañaremos. Confiemos en sus instintos de vampiro… para algo tienen que servir.

Eso―dijo Javi―. Id todos. Dad una buena batida por todas partes... no sé qué es lo que esperáis encontrar, pero si Natalia quiere buscar algo, id todos con ella.

¿Y tú que vas a hacer?―preguntó José Antonio.

Yo me quedo aquí terminando de arreglar el papeleo de Marta. Tiene que terminar de rellenar los formularios de inscripción y luego tendremos que ir a la comisaría a decirle a don Alfredo que tenemos un nuevo miembro―dijo Javi. Pero José Antonio no estaba muy convencido.

Ya, claro. Ya sé yo por dónde van los tiros...―decía José. Javi le dirigió una mirada iracunda.

Largo―le espetó, señalando la puerta.

José Antonio salió de allí junto con el resto de sus compañeros.

Insoportable―dijo Javi―. Realmente insoportable. Estoy de sus memeces hasta...

Ni caso―dijo Marta, riéndose―. Vamos a lo que vamos.

Javi entró al despacho y sacó una carpeta de un cajón.

Vamos a ver―dijo, abriendo la carpeta y extrayendo dos folios―. Este es el de inscripción... y este otro para don Alfredo... me rellenas el primero y me firmas los dos.

Vale.

Unos cinco minutos después ya había rellenado el formulario. Javi guardó en la carpeta los dos papeles. Pero entonces dirigió una mirada a la puerta, como si hubiera visto un fantasma.

¿Qué pasa?―preguntó Marta.

Me ha parecido... oír algo―respondió Javi, dirigiéndose a la puerta. Abrió bruscamente y miró alrededor. Nada. Cerró y le dio a la puerta del despacho dos vueltas de llave.

Por si acaso―dijo―. Voy a llamar a la comisaría a decirle a don Alfredo que voy a pasarme por allí.

Cogió el teléfono, marcó un número, pero entonces volvió a colgar.

¿Qué?―preguntó Marta.

Lo he vuelto a oír―dijo Javi―. No me digas que no has oído nada...

No.

Crack.

Vale, esta vez sí...―afirmó Marta, inquieta.

Javi rebuscó en su armario y sacó la ballesta que Laura tenía guardada allí. Puso una flecha en la punta.

¿Qué haces?―preguntó Marta.

Tomar cuantas precauciones sean necesarias por si tenemos una visita desagradable―respondió Javi.

En ese momento algo golpeó fuertemente la robusta puerta del despacho. Javi y Marta se sobresaltaron. Y algo golpeó de nuevo la puerta del despacho. Al segundo golpe salió hecha trizas. Una figura apareció en el umbral.

Muy buenas, amigos...

Javi miró a la persona que acababa de entrar. Lo primero que miró fueron los ojos. Ojos amarillos que irradiaban ira. La cara, pálida como la nieve, con expresión de odio.

Detrás de mí, Marta―ordenó Javi, apuntando al frente con la ballesta. Se dirigió a la recién llegada―. No sé quién eres ni lo que quieres, pero será mejor que me expliques cómo has entrado aquí. No recuerdo haber invitado a ningún vampiro más aparte de a Natalia.

La chica suavizó la expresión de su cara y esbozó una media sonrisa.

¿Ah, no? ¿Entonces por qué habéis puesto en el periódico que quien quiera resolver algún asunto puede acudir a la sede de ADICT?

Javi puso los ojos en blanco.

Yo no he puesto ningún anuncio en ningún periódico.

¿Ah, no?―preguntó la chica―. Pues gracias a ese anuncio me considero invitada a entrar aquí.

Esto va a ser cosa de Lucas. Seguro―murmuró Javi. Alzó el tono de voz―. ¿Quién eres?

Alguien que os va a sacar a rastras de aquí―dijo la chica―. Y voy a matarla―señaló a Marta―. No es nada personal, Javi... te puedo llamar Javi, ¿verdad? El caso es que tú mataste a Julián, y yo voy a matar también a alguien. Creo que el trato es justo.

Tú no vas a sacar a nadie a rastras―empezó Javi―. Porque sé cosas sobre Julián que te helarían la sangre.

Marta arqueó las cejas.

Esto... Técnicamente ya tiene la sangre helada―dijo.

Sí, cierto... pero da lo mismo, tú me entiendes―dijo Javi.

Bueno, id diciendo vuestras últimas palabras―dijo la chica.

Tú no estás bien de la chaveta―dijo Javi, que no dejaba de apuntar al frente con la ballesta―. O te largas o te suelto un flechazo para que te reúnas con ese energúmeno. Hemos tomado precauciones. Así que la punta de las flechas que usamos para disparar estos trastos son de madera. ¿Te la vas a jugar? ¿Quién eres? No me has contestado.

Cierto. Olvidé mis modales―replicó la vampira―. Soy Silvia Guirao.

Al oír el apellido Javi torció el gesto.

¿Qué pasa?―preguntó Marta.

¿Familia de Natalia? ¿Hermana? ¿Prima?―preguntó Javi.

Hermana―respondió Silvia―. Y novia de Julián. Bueno, hasta que le matasteis. ¿Qué te parece eso?

Que tienes muy mal gusto para elegir novio―le espetó Javi―. Feo, psicópata y anormal. Aparte de que te engañó como doce ó quince veces... Sí, la chica que se eche de novio a semejante bicharraco no tiene que ser muy inteligente. Debéis tener todas más cuernos que los renos de Papá Noël...

Vaya―dijo Silvia, haciendo un gesto teatral―. Ya le diré a Natalia que ella está también mal de la cabeza. Porque resulta que Julián estuvo con ella antes que conmigo, si es que te refieres a eso. Solamente que ella no sabía que Julián era un vampiro. Se enteró de casualidad... y cuando se enteró, Julián quiso acabar con ella. Pero no lo hizo. Y, que yo sepa, a mí no me engañó.

Qué historia tan conmovedora. Julián sintiendo lástima por alguien―dijo Javi, irónico―. ¿Y qué pintas tú en todo esto?

Cuando Julián había convertido ya a Natalia, ella se enteró de que Julián la había engañado conmigo. Así que Natalia me atacó y me convirtió en lo que soy. Desde entonces juró venganza contra Julián. Y lo mató con vuestra inestimable ayuda. Le estuvo siguiendo durante años para ver qué hacía y dónde iba―relató Silvia.

Javi se volvió hacia Marta.

¿Ves? Estoy rodeado de idiotas por los cuatro costados, tanto en mi propia asociación como fuera de ella... Esta tía no se entera de nada a pesar de tener las pruebas enfrente de sus mismas narices. Seguro que su hermana también le ha contado las mismas paridas que nos a nosotros contó el otro día y con las que hice un informe magnífico... No. No se ha enterado de nada.

Pero... son hermanas, yo creo que Natalia no mentiría a su propia hermana―dijo Marta, y se dirigió a Silvia―. ¿No habéis intentado arreglarlo? Hablad un día...

¡Ya habló bastante Natalia cuando me quitó mi vida!―exclamó Silvia.

Sí, claro...―dijo Javi―. Basta de charla. O te largas o te incrusto una flecha. No querías tanto a Julián, por lo que parece ser.

¿Qué?―exclamó Silvia, cuyos ojos emitieron un destello―. ¿Cómo puedes decir algo así?

Vamos a ver, alma de cántaro―dijo Javi―, si le quisieras un poco, sólo un poco, no podrías concebir el resto de la eternidad sin él, y me pedirías a voces que te incrustara un flechazo, que no puedes más y no quieres seguir viviendo. ¿Me estoy equivocando? Además, temes que lo que te contó Natalia sea verdad. Por eso no has intentado atacarnos todavía... porque dudas.

El silencio reinó sobre el despacho de presidencia de ADICT. Javi apuntaba con la ballesta hacia Silvia, que bajó la mirada hacia el suelo. Marta se había puesto detrás de Javi como si él fuera un muro impenetrable.

Silvia―dijo Javi―, te han engañado. Julián lo único que quería era reclutar vampiros. Ese piso franco que descubrimos el otro día es el lugar donde se ocultaba ese aquelarre. Desconozco los que eran. Quizá seis o siete. Pero Julián y el otro tipo, Estrada, tenían que encontrar un sitio para ocultaros a todos.

>>Dicho esto, como ya he expresado, desconozco el número de vampiros que había. Irene mató a uno. José Antonio mató a Julián. Esta obsesión que tienen esos vampiros con Cartagena es absurda, dado que los vampiros lo que buscan es un lugar donde el sol no pegue tanto. Aquí os encontráis muy restringidos en vuestros movimientos. Ir a clase para Natalia era una odisea. Julián y Estrada estaban en la residencia y, como ya he dicho, tenían la misión de encontrar un lugar donde ocultar a sus compañeros, entre los que te incluiré, Silvia, puesto que eras novia suya. Aunque eso es un decir.

>>Ahora bien, hace unos cuantos años Julián estaba pululando por aquí. No sé con qué propósitos, la verdad, y me importa poco. Sé por tu hermana, Silvia, que ella le pilló mordiendo a alguien. He investigado el año. Hablo de finales de los ochenta, concretamente 1988. Y Julián quiso matarla, dices. Permíteme que lo dude. No fue un acto de benevolencia lo que le impulsó a no matarla, sino que actuó con premeditación, con alevosía, convirtiéndola en vampiro y procurando poco después que ella se enterara de que tú y él salíais juntos. Era la forma de poder convertirte a ti, dado que Natalia no te mataría a pesar de ser una vampiresa nueva. Ya se encargaría él de impedirlo.

>>Las marcas de tu antebrazo, Silvia, no son demasiado profundas. Ello me induce a pensar que Natalia no tuvo tiempo de clavarte demasiado los colmillos, pero sí que los clavó lo suficiente como para que te transformaras. Yo creo que alguien la apartó justo a tiempo antes de que sucediera una desgracia.

>>Por otro lado la forma de actuar de Julián estos últimos días ha sido la de un tipo muy listo. Ha intentado despistarnos de todas las formas posibles. No lo ha logrado. Él pensaba que sí. Era un prepotente. Se le veía a la legua, se creía el mejor en todo. Alquiló una habitación en un hotel para intentar hacernos creer que se cambiaban de sitio. Se dieron de baja en la residencia Alberto Colao. Pero no dieron de baja la reserva del hotel. Así, Julián pensó que nosotros creeríamos que estaban allí, y que allí seguían aún.

>>Pero olvidó Julián una cosa: Natalia. La verdad, yo no jugaría así con los sentimientos de la gente. Natalia pasó de amor a odio en un instante. Se enteró en la residencia de los planes de Julián en Cartagena, como en el pasado se enteró de otras cosas. Cosas a sumar a toda la ola de crímenes de Julián, pues durante todo este tiempo se ha enterado también de esas cosas acerca de Julián que ahora te contaré. Nos las contó hace poco, pero tuve que verificarlas. Y son todas ciertas. No tengas prisa, ahora te contaré qué es lo que pasó. Bien, pues como ya te he dicho, nos hicimos con una grabación de una conversación suya que dio un vuelco a nuestra investigación. Seguramente, puesto que eres hermana de Natalia, ella te avisó de lo que pretendía Julián. Pero quizá no le hicieras demasiado caso, Silvia. No te creíste media palabra, a juzgar por cómo has irrumpido aquí, con esa determinación de acabar con Marta y conmigo. Así que Natalia no tuvo más remedio que acudir a nosotros al ver que no le hiciste ni puñetero caso. Tampoco sé cuánto tiempo llevaba intentando persuadir a Julián de que sus ideas sobre el tsunami de sangre que quería verter sobre Cartagena no eran demasiado adecuadas. Quizá el mismo tiempo que le intentó persuadir anteriormente para que no cometiera una locura en otros lugares, sin éxito. Lástima que Julián se enteró de que Natalia había venido a vernos. ¿Me estoy equivocando mucho, Silvia? A Julián se le acabó el chollo en Cartagena.

Marta estaba con la boca abierta ante el discurso de Javi. Le hacía más callado, por lo general. Aquella retahíla estaba siendo realmente reveladora, pero no tenía ni idea del lugar del que había sacado toda aquella información. Bueno, sí lo sabía. Se lo había dicho Natalia. Pero, ¿cómo la había comprobado tan minuciosamente? Silvia no era menos. Estaba también boquiabierta.

¿Cómo sabes que me pidió ayuda a mí?―preguntó.

Coño, eres su hermana―dijo Javi―. Seguramente te negaste a ayudarla. Te negaste a creer que Julián fuera tan mala persona a pesar de lo que Natalia te contó. Te escudaste en lo que ella te hizo hace ya más de veinte años, ¿cierto? Cogiste la pataleta de niña pequeña. “Me mordiste, no te quiero”...

Sí. Le dije que no quería saber nada de ella―admitió Silvia.

Fue entonces cuando Natalia acudió a nosotros―explicó Javi―. Así estaba el asunto: primero decidimos enterarnos de quién era Natalia, que había venido hasta aquí pero Sergio no le permitió el paso. Acto seguido nos enteramos de dónde se hospedaba y nos infiltramos en la residencia. La investigación dio un giro drástico a raíz de la grabación, como te hemos dicho, y decidimos seguir a Julián. Estuvimos espiando en todo momento. Nunca habló de ti. ¿Pero qué es Julián en todo esto? Es un mero peón. Hay alguien más por encima. Alguien que controla los movimientos de gente como Julián. Julián te tenía a ti de su lado, y sabía que no le traicionarías por nada del mundo. Pero, la verdad, en esta semana Marta y yo hemos estado investigando su historial. Te interesaría saber muchas cosas sobre Julián Cabrera. Estos son los datos que nos confió Natalia, y que hemos verificado.

Javi le dio la ballesta a Marta, se dirigió a un archivador y sacó una carpeta. Buscó en ella, sacó un dossier de unas treinta páginas y lo abrió.

Leeré el informe de Irene.

En la actual ficha de Natalia Guirao, realizada este curso, consta que tiene veintidós años, o sea nacida en 1987, durante su hospedaje en la residencia Alberto Colao. Esta fecha está manipulada. En la otra residencia universitaria de la ciudad de Cartagena, Natalia Guirao se hospedó en el 2004, matriculada en Ingeniería Agrónoma, y la fecha de nacimiento data de 1981, es decir, la misma edad, 22, quizá 23. Observamos que debería tener 28 en la actualidad según estos datos pero con la inscripción en Alberto Colao afirmamos que miente acerca de su edad. ¿Explicación? Que es una vampira. En qué fecha fue transformada, lo ignoramos.

>>Cuando se matriculó en la ETSIA Natalia ya era una vampira desde hacía unos cuantos años. La historia de Julián data de unos años atrás. Natalia Guirao nació realmente en mil novecientos sesenta y ocho. Debería tener ahora más de cuarenta. Así pues, sé en qué fecha fue transformada tu hermana, Silvia. Con veinte años. Mil novecientos ochenta y ocho. Febrero. Día 14. Bonita fecha, ¿verdad? ―Javi esbozó una sarcástica sonrisa en su cara, y prosiguió―. Más de veinte años y aún le cuesta controlar el instinto asesino... En fin... En el año dos mil cuatro se matriculó en Ingeniería Agrónoma. En esta ocasión la fecha de su nacimiento fue manipulada rastreramente. Puso que nació en el ochenta y siete. Qué grandísimo embuste. He mirado todos sus historiales. Diez años antes también estuvo haciendo Ingeniería Agrónoma. Pero en Madrid. Y puso que nació en el setenta y siete. Cuando vio que allí ya no podía colar, se volvió a Cartagena. Un plan chulo, ¿eh? Y ahora voy con Julián.

>>Mil novecientos noventa y cinco―continuó Javi, tendiéndole el dossier a Silvia para que lo examinara―. Universidad de Murcia. Octubre. Desaparece una chica de veintiún años misteriosamente. Julián Cabrera se hospedaba en la misma residencia que ella. Diciembre: desaparecen tres personas y aparecen dos más muertas en la misma residencia. ¿Qué ocurrió en noviembre? Ni lo sé ni me importa, Silvia. Pero Julián es un observador nato. Selecciona a su víctima y tras un meticuloso proceso... ¡zas! Varios caen como moscas. Posiblemente pasan a formar parte del grupo. A veces utiliza intermediarios, como fue tu caso. Se fijó en ti y utilizó a Natalia. Luego explicaré el plan; ahora, prosigamos.

>>Mil novecientos noventa y nueve. Finlandia. Ah, benigno clima, ¿verdad? ¿No echasteis de menos a Julián durante ese tiempo? Ah, claro. La excusa de la beca Erasmus. Qué tipo tan gracioso. ¿Adivinas quién se hospedaba en una residencia de allí cerca, en Helsinki? Bingo: Julián Cabrera. En febrero dejó la residencia. La historia es muy divertida. Una profesora de álgebra y ecuaciones diferenciales desapareció como por ensalmo una semana antes del examen. Evidentemente, Julián estaba detrás. No sé cómo lo hizo, pero le prometió el oro y el moro a la incauta profesora. Poco después, la mujer desapareció. El día del examen, la profesora llegó a la clase convertida en vampiro. Cundió el pánico. La versión oficial que salió en los medios de comunicación habla de un pirado que entró con una ametralladora...

>>Todos estos sucesos son, ciertamente, posteriores a la transformación de Natalia. ¿Nunca te preguntaste qué hacía en realidad Julián en todo ese lapso de tiempo? Estaba reclutando gente. Te preguntarás cómo nos hemos enterado de esto. Tengo una fuente en Madrid muy fiable, ¿sabes? Se llama Cristina. Colaboró con nosotros durante un tiempo. Habría estado encantada de haberle echado el guante a ese desgraciado de Julián, que te ha estado engañando todos estos años. Evidentemente, Natalia sabía de sus movimientos. Buscaba la forma de detenerlo, pero no la encontraba.

>>¿Quieres más? Podría darte más. He comprobado una historia muy similar a la tuya, ocurrida el año pasado. Julián encuentra una chica, se hacen novios, salen juntos, van al cine, vamos, lo típico. Se las apaña para salir con su hermana al mismo tiempo. Para un vampiro eso no es difícil, sólo tiene que ponerse en Modo Seductor On y todas caen como moscas. Como digo, Julián se apañó para que la primera chica lo viese atacando a alguien. Con la excusa de turno, Julián la transforma, hace que se entere accidentalmente de que su hermana también está con él y a esperar. Lo que pasa es que esta historia no acabó tan bien. La hermana de la pobre muchacha resultó muerta. A Julián no le interesaba la otra, así que la mató. Lo pone todo en el dossier, Silvia. Los datos están comprobados. Todo lo que tu hermana te contó acerca de Julián es cierto. Era un tramposo. Un manipulador.

Silvia miraba al suelo, con odio. Tenía el dossier entre sus manos, pero no lo miraba.

Karel―musitó Silvia.

Javi y Marta la miraron.

¿Cómo has dicho?―preguntó Marta.

Ese es el nombre del líder del aquelarre que pretende causar estragos en Cartagena. Es lo único que Julián me contó sobre su viaje a Finlandia. Así que Karel vino de allí...―Silvia pensaba en voz alta.

Así es―respondió Javi―. Tiene sentido. Pero queda una última cuestión pendiente. ¿Por qué precisamente Cartagena?

Silvia parecía no tener respuesta para esa pregunta. En realidad, Juan Antonio no lo sabía, Julián no lo sabía y nadie lo sabía. Y el tal Karel nunca había querido darles la razón sobre la elección de Cartagena como la ciudad perfecta para llevar a cabo sus planes. Estas mismas palabras trasladó Silvia a Javi y a Marta.

Tengo una tesis―dijo Javi entonces―. El Sol es un elemento que los vampiros odian. Unos mueren. Otros tienen una piel que emite deslumbrantes destellos cuando la luz solar da de lleno en sus cuerpos. Vosotros sois de los segundos. El caso es que en una ciudad con tantas horas de luz solar al día y con un índice de precipitaciones tan bajo, es absurdo pensar que haya vampiros actuando. En un principio yo pensé en que esto era totalmente absurdo y estuve a punto de no investigar el caso. Debido a las desapariciones en la residencia, comenzamos las infiltraciones. Y nos topamos con Julián, que nos llevó hasta el edificio en ruinas y todo eso.

Tiene sentido lo que dices―dijo Silvia―. Y supongo que llevas razón en todo. Julián me contaba muy pocas cosas acerca de lo que hacía por ahí. No tenía ni idea de todo esto. Y parece ser que Natalia le estuvo siguiendo por todas partes, porque si no, no me explico cómo es posible que sepa tanto...

Marta bajó la ballesta. Silvia se había dejado caer en una silla.

No me lo puedo creer. Todo lo que me contó Natalia era cierto. Y yo no quería creerlo. No quise verlo. Y he llegado aquí destrozando puertas y amenazando a quienes están ayudando a mi propia hermana. ¡Natalia supo que la habían utilizado! ¡Ese fue el objetivo de Julián! ¡Transformarme a mí!

Exacto―habló Marta entonces―. Se había dado cuenta de tu potencial. A Natalia la trató como a basura. Y Julián se las apañó entonces para hacer creer a Natalia que tú eras la que le había robado el novio a ella. Con esas premisas y la historia de que Natalia era una vampira reciente, evidentemente te llevaste un buen mordisco. Me atrevo a decir que Natalia no lo hizo a propósito, sino que, simplemente, no pudo controlarse. Suerte que Julián la apartó a tiempo.

En realidad fue Estrada. Pero después de eso ninguno de ellos mató a Natalia―observó Silvia―. Si no la querían a ella...

Ya te he dicho que era un prepotente―dijo Javi―. Dos por el precio de una. Qué lástima que no calculara que Natalia iba a seguir todos sus movimientos. Era cuestión de tiempo poder vengarse. Esperar cincuenta años para un vampiro es calderilla. Sois inmortales. Así que veinte años de espera no han sido muchos. Se la tenía jurada desde el principio. Y el odio se fue acrecentando cada vez más, y más, y más... Y a pesar de que ha estado buscando ayuda, Natalia no la ha encontrado hasta este momento. Qué coincidencia que Julián se aliara con los narcos aquellos, ¿verdad? Aquello de conseguir sangre fácil sin levantar sospechas puede ser una tapadera magnífica para alguien que sospeche de que hay vampiros. Durante unos meses no ha habido muertes violentas en la residencia. Cuando detuvimos a los supuestos narcotraficantes, volvieron las muertes de repente. ¿Explicación? En un principio no quise creer que eran vampiros. Pero, sin duda, le debo una a Lucas y a su capacidad paranoica de creer en la primera burrada que se le pase por la cabeza. Porque estaba en lo cierto.

Marta miró a Javi, con la ballesta aún en la mano.

Todo esto ha sido... alucinante―dijo, con la boca abierta.

Me limité simplemente a comprobar historias, atar cabos sueltos y hacer algunas deducciones―dijo Javi, restándole importancia al asunto―. Silvia, tú eliges de qué lado estás. Si te pones del nuestro, acabaremos con ellos. Si no... bueno, dispararemos la ballesta y te despedirás de este mundo para ir a reunirte con tu novio en el infierno.

No menciones que ese cretino ha sido mi novio nunca más―Silvia se levantó del sillón―. Me uno a vosotros.

Tiene delito que te unas a nosotros después de haber matado a una persona anoche en el puerto, y además de eso, no te molestaste siquiera en levantar la manga de la camiseta que llevaba para incrustar tus malignos dientes en su brazo―dijo Javi, de sopetón. Silvia y Marta le miraron.

Oye, ¿cómo sabes que estuve en el puerto y cómo sabes que no le levanté la manga al morderle?―preguntó Silvia, desconcertada.

Bueno―dijo Javi―, lo del puerto es obvio porque había un cadáver allí tirado. Que has matado a alguien es evidente, tu lápiz de labios ha perdido bastante color. No sabía que los vampiros usaran tales cosas, pero parece que sí. Y, por último, sé que no te molestaste siquiera en quitarle la manga de la camiseta porque llevas― Javi acercó la mano a la cara de Silvia y cogió algo que pendía de su boca― este hilo azul colgando. Parece que se te enganchó al morder. Coincide con el color de la ropa que llevaba la víctima.

Silvia se quedó atontada. Marta se rió por lo bajo.

Aun así te unes a nosotros y es una loable intención―continuó Javi―, pero más te vale no intentar nada o no me gustaría estar en tu pellejo.

¿No has visto lo que es capaz de hacer un vampiro o qué?―preguntó Silvia―. Si por algún motivo pierdo el control os mataré.

Javi sonrió con sarcasmo durante algo menos de un segundo y volvió a poner gesto serio.

Es evidente que no conoces a Javi―intervino Marta.

No, yo no―dijo Silvia―. Pero tú sí, por lo que parece.

¿Por qué lo dices?

Tengo un poder psíquico, llamémoslo así. Puedo ver cosas que están ocurriendo en este mismo momento siempre que estén relacionadas con la gente con la que me encuentro en ese instante―explicó Silvia―. Pero normalmente no voy diciendo por ahí lo que veo. Ahora mismo es como si escuchara vuestros pensamientos.

¿Ah, sí?―preguntó Javi―. ¿Qué está pensando ella, eh?―añadió, burlón, señalando a Marta.

Oye, no creo que...―empezó Marta, pero Silvia respondió, mirando a Javi.

Ni el mismo Sherlcok Holmes habría podido hacer mejor esas deducciones.

Javi guardó la ballesta y las carpetas y emitió otro gesto burlón mirando a Marta.

Así que Sherlock Holmes, ¿eh? ¿Hay algo más?

Oye...―protestó Marta.

Silvia se rió.

Hay algo más... pero se refiere a mí: “como sigas haciendo eso cojo la ballesta y la disparo”.

Javi, riéndose, descolgó el teléfono para marcar el número de don Alfredo Fuentes, moviendo la cabeza.

¿Y qué piensa él?―preguntó Marta.

No empecemos a hurgar―dijo Javi, poniéndose el teléfono en la oreja.

Que de haber estado tú aquí habrías hecho mucho mejor que él las comprobaciones que me acaba de explicar―dijo Silvia.

¿De verdad crees eso?―preguntó Marta.

Por el amor de Dios, ya sabes que eres la mejor espía que conozco...―respondió Javi.

¿Hay algo más?―preguntó Marta.

¡Bueno, ya basta!―dijo Javi, tajante―. Hay que ver, ¿eh?

Movió la cabeza de un lado a otro, riéndose.

Sherlock Holmes... Ay, Señor...













3. Desastres... ¿humanos?


No sé qué pretendes encontrar―dijo Sergio, encabezando junto a Natalia el grupo―. No sé dónde nos dirigimos, no sé qué buscamos, no sé qué hacemos, en definitiva.

Tú déjala trabajar―dijo José Antonio, convencido de que aquel paseo serviría para algo.

Pues es una suerte que el día esté así de nublado―dijo Rafa―. Porque si no, Natalia, estarías dando el cante con la capucha esa que te pones cuando hace sol, y las gafas esas gigantescas, y la gente te señalaría y se reiría de ti por anormal y de nosotros por ir contigo y...

Vale ya, ¿no?―dijo Natalia―. No creo que sea para tanto. Simplemente vamos al bloque abandonado de la otra noche para ver si hay alguien allí o si se han ido.

Acababan de llegar al piso cuando el móvil de José Antonio sonó. Descolgó.

Dime, Javi.

Los demás quedaron a la escucha. Natalia encabezó el grupo hacia el interior del edificio mientras José hablaba por teléfono. Allí no parecía haber nadie.

¿Qué? ¿La hermana de...? Pero vamos a ver... bah, porquería. Yo estudio su estrategia y luego me la cargo en libreta. No, no subestimo a nadie, y además, ya me he percatado de todo lo que pasaba allí... pero si aquí no hay nadie, hombre... en el piso del otro día, esto está vacío, no viene de aquí seguro. Sí, estamos entrando.

Pareció que Javi le dijo algo fuera de lo normal a José Antonio, porque éste enarcó las cejas y puso los ojos en blanco.

Vamos, venga, hombre... no será verdad. ¿Espía doble? ¿La vas a poner de...? Tú estás muy mal. Vale, yo se lo digo... adiós.

Sergio ni esperó a que terminara de hablar.

¿Qué dice?

Que ha ido la hermana de Natalia a verles. Que quería matarles en un principio y eso, pero que al final le contaron la historia por fascículos sobre el tal Julián.

Se habrá quedado impactada, la pobre―dijo Sergio.

Sí, sobre todo porque cuando yo se lo conté, Silvia no se creyó ni una palabra de lo que le dije y me acusó de inventarme cosas horribles sobre Julián―dijo Natalia, con sarcasmo―. Por eso mismo os fui con el rollo ese de que comprobarais todos los antecedentes.

Ya, claro, por supuesto―intervino Rafa―. Y nuestro amado presidente lo pudo comprobar todo. Bueno, una vez comprobado que aquí no hay nadie creo que podemos volver, ¿no?

Sí―afirmó Sergio―. Creo que debemos volver ya...


Cuando el grupo volvió al cuartel general Javi organizó una junta inmediata. Presentó a Silvia a sus compañeros, les dijo que se unía a ellos gracias a los embustes del que creía su novio y, acto seguido, le dio la palabra a Sergio.

Creo que tenemos algún asunto que resolver por ahí―dijo Javi, terminando su intervención―, así que Sergio nos informará de ello de inmediato. Por favor, todo tuyo.

Bien, sí, eso es...―empezó Sergio, buscando por alrededor. Javi le tendió una carpeta―. Ah, sí, aquí está. Gracias― la abrió―. Bien, esto es lo de los tipos esos que se ponen a las salidas de los colegios a dar droga gratis a los chavales. De ese modo pretenden captar compradores. Quiero que os encarguéis de ello, ¿de acuerdo?

Nos ponemos el mismo lunes a la salida de clase―dijo Lucas.

No, tú no. Va a ir el grupo de Marco. Tú, si quieres, te quedas aquí formateando los ordenadores, que me tienes harto.

Lucas hizo ademán de protesta, pero Sergio le cortó.

¡A callar! Natalia y Silvia se van a colocar en este colegio― sacó una fotografía y mostró el centro escolar―. Los chicos tienen bachiller nocturno y por eso os envío a vosotras allí. No hay ningún problema, ¿verdad? Y, si acaso, Lucas, vas con Rafa a supervisar cómo lo hacen, ¿de acuerdo? Marco...― tendió otra fotografía―. Vosotros supervisad Maristas y Franciscanos. Creo que también se ponen por allí.

¿Están en Maristas?―se extrañó Rafa―. Me extraña mucho que el director no haya tomado cartas en el asunto.

Las tomó, créeme―intervino Javi―. Me llamó ayer por la tarde para que sacáramos la basura. Bien, Natalia, Silvia, el lunes por la noche al Isaac Peral bajo la supervisión de Rafa. Marco, Héctor, Juanjo, José Antonio, a supervisar Maristas el lunes. Laura y Marta, vosotras dos a Franciscanos. Os lleváis a Irene. Galindo, Guillermo, Juanma y Sandra, al Jiménez de la Espada. ¿Está claro o lo tengo que repetir veinte veces más?

Claro como el agua, Javi―dijo Marco.

¿Entonces qué hacemos, les detenemos o les encerramos? O si quieres les hundo contra el asfalto...―dijo José Antonio.

Mira, vosotros vais y si les pilláis in fraganti les dais caza, punto―dijo Sergio―. No hay más historia.

Muy bien―dijo José Antonio―. Pues si no hay nada más que hacer, me voy a la sala a verme unos capítulos de mi anime preferido...

Se levantó la sala y se dirigió a la sala de ordenadores. Marco se acercó a Javi y le dijo:

Va a ser verdad.

¿El qué?―preguntó Javi.

Pues que lo único que hace es ver la serie esa y jugar a la videoconsola...

Créeme―suspiró Javi, con impaciencia―. No hace otra cosa...


Era lunes por la mañana. Javi, Laura y Sergio se dirigieron hacia las oficinas de la comisaría para arreglar algunos papeleos pendientes . Al entrar a una de las oficinas, los tres amigos vieron que había una cola bastante larga. Solamente una mesa de las tres que había estaba ocupada. Parecía que los otros oficinistas se habían tomado el día libre. Aquello hacía que el único que estaba allí atendiendo a esa montonera de gente no estuviera precisamente de buen humor. Se dirigía a todo el mundo con gruñidos y no muy buena educación.

Bueno, son las once y media―dijo Laura, mirando su reloj―. Tenemos todo el tiempo del mundo.

Sí―dijo Sergio―. Seguro que la mayoría son cosas rápidas...

La cola avanzaba, lentamente, al igual que las manecillas del reloj. Javi daba muestras de impaciencia. ¿Por qué no había allí más mesas disponibles? ¿Dónde estaban los oficinistas que tenían que estar allí? ¿Tomándose el café? ¡Qué montón de vagos que hay en este santo país!, pensaba Javi. Y la cola avanzó otro poco.

Finalmente, una hora después llegaron a la mesa. Javi dejó la carpeta encima. El tipo que estaba sentado tras la mesa apartó la mirada del ordenador. Era calvo, con unas gafas cuadradas espantosas con un cordón de plata y un vestuario de lo más hortera. Miró la carpeta y luego miró a Javi.

¿Quién es usted?― le escupió.

El presidente de la ADICT―dijo Javi, mirando a aquel tipo tan desagradable como a un montón de basura desparramado en un vertedero―. Vengo a dejar los últimos informes para don Alf...

¿Ha pedido cita previa?―preguntó el tipo, ariscamente.

Javi miró a Laura y a Sergio, que movieron la cabeza.

¿Cita? Bueno, en realidad nosotros...

En ese caso no puedo atenderle. ¡Siguiente!

Alto ahí―dijo Javi, cortante, con determinación. El hombre levantó la mirada de la mesa y le miró fijamente a los ojos, intentando intimidarle. Pero Javi estaba impasible. Sergio y Laura, a ambos lados, le daban la confianza necesaria al presidente de la asociación para poder paralizar la cola un poco más―. Hemos estado hora y cuarto esperando. Nosotros no nos vamos sin que metan estos casos en el archivo general de la Policía Nacional.

Y dejó la carpeta de nuevo encima de la mesa. El tipo aquel la cogió y se la tendió a Javi.

Lo siento, tiene usted que seguir el procedimiento. Esto ahora se hace telefónicamente o por internet―dijo el hombre―. ¡Siguiente!

¿Telefónicamente? En ese caso...―dijo Javi, pero entonces notó una mano sobre su hombro y oyó una voz que le habló con mucha mala sombra:

El señor ha dicho que siguiente.

Y a mí me da lo mismo―dijo Javi, que cogió la mano y se la apartó del hombro bruscamente. Se volvió y miró al tipo que estaba tras él. Un metro noventa de carne con ojos, pensó―. O se espera o se espera. Le doy esas dos opciones― Javi volvió a dirigirse al tipo de la mesa―. ¿Me da el teléfono de contacto, por favor?―preguntó.

El hombre le dictó unos números que Javi pulsó en su móvil. Acto seguido, le dio a la tecla de llamada. Un teléfono sonó en esa misma oficina, en la misma mesa del tipo calvo de la camisa hortera. Sergio miró el teléfono que sonaba. Laura esbozó una sonrisa. Pero Javi no colgaba.

Bueno, ¿me coge el teléfono o qué?―preguntó Javi, dirigiéndose al oficinista―. Si las cosas hay que hacerlas telefónicamente, coja el teléfono.

¿Es usted tonto?―preguntó el oficinista―. ¿O es que lleva mierda en los bolsillos?

Javi colgó, se guardó el móvil, se apoyó con los dos brazos en la mesa del tipo aquel y se dejó caer hacia delante. Sergio y Laura presagiaban tormenta...

¿Es esto una especie de broma? ¿Nos toma por el pito del sereno? ¿Dejo de ir a la universidad esta mañana para este pitorreo? Me dice que hay que hacer esto telefónicamente y cuando llamo resulta que usted tiene el teléfono ahí mismo y no lo coge. ¿Se está usted cachondeando de nosotros?

¡Siguiente!―exclamó el hombre de la mesa, empezando a enfadarse.

Que te quites de en medio―el sujeto de detrás de Javi le dio un empujón y le apartó bruscamente un metro hacia la izquierda.

¿Qué quiere?―comenzó el oficinista. Pero Javi se dirigió hacia el que le había empujado y, hombro contra hombro, le dio tal golpe que hizo que el otro se tambaleara. Si Javi se hizo daño en el golpe, no lo aparentó.

¡Ni siguiente ni porras!― bramó, y dejó caer la carpeta con todos los informes estruendosamente sobre la mesa.

¿Qué se cree que hace?―preguntó el oficinista, harto.

Entregar los informes de mi organización de investigación―dijo Javi. El tipo aquel de metro noventa que había apartado a Javi hizo ademán de agredirle. Sergio intervino.

Oiga, yo de usted no haría eso...

¡Cállate! Os voy a enseñar a comportaros.

El oficinista no hizo gesto alguno para intentar poner orden. En la cola los gritos de protesta y los insultos varios se sucedían. El tipo de la oficina miraba a Javi, deseando que aquel otro le diera una buena paliza...

Y, por su parte, el tipo aquel que había apartado a Javi de un empujón y que había desoído la advertencia de Sergio estaba visiblemente harto de Javi, del propio Sergio y de Laura, así como el oficinista, que miraba la escena esperando a que se desarrollaran los acontecimientos.

Me va a archivar esta carpeta―dijo Javi, ignorando al tipo que se disponía a pegarle un puñetazo― y luego nos largaremos.

El tipo entonces intentó agredir a Javi con un puñetazo en la cara. Javi se volvió, levantó el brazo contra el de su agresor, chocando ambos en el aire, y deteniendo el presidente de ADICT un puñetazo a su cara. La fuerza que llevaba el brazo de Javi hizo que el otro tipo se tambalease. Javi no contraatacó. Se quedó mirando a su agresor, que se llevó la mano al brazo. La defensa de Javi le había hecho daño. Intentó atacarle con el pie derecho, pero Javi se apartó rápidamente hacia la izquierda y lanzó una patada lateral con la derecha contra la pierna que el sujeto aquel aún mantenía en el suelo, dejando el talón a pocos centímetros de la rodilla. Cruzó su mirada con la del tipo aquel.

No intente nada más. Si quisiera le habría partido la pierna por la mitad. Vuelva a intentar algo y le hundo en el asfalto―dijo Javi, fríamente―. Que conste que no le parto en dos porque no me traería más que líos.

Vivan el karate, las esquivas y el endurecimiento que practicáis con frecuencia―dijo Sergio, entre risas, mientras que el tío aquel murmuraba algo de una paliza que le iba a dar a alguien algún día.

Y ahora, haga el favor de archivar eso―dijo Laura entonces, dirigiéndose al tipo calvo de la oficina, que tenía una cara de vinagre capaz de amargar la vida al más optimista―. O llamaré a don Alfredo Fuentes y le contaré algo acerca de la tropa de incompetentes que hay aquí. Estoy seguro de que sabrá encontrar una forma para echarle de aquí. A usted y a toda la gente que no está en su puesto de trabajo.

El tipo calvo murmuró algo acerca de la gente que hacía perder el tiempo, pero cogió la carpeta ante la mención del comisario y le puso el sello.

Muchas gracias, muy amable―dijo Javi―. Su turno, señor matón...

No he acabado contigo, chaval―dijo el tipo que iba detrás.

Ya lo creo que sí. No quiero tener que partirle el cráneo, sería un mal uso de mis conocimientos de Karate-Do...―dijo Javi, con guasa.

¡Te vamos a partir la cara!―bramó el tipo―. ¡Ya lo verás!

Sí, ya, claro―dijo Sergio, con desprecio.

Salieron por la puerta. Laura se dirigió a Javi.

No le has hecho la de sus muertos en vinagreta―observó.

Podía haberlo dicho―dijo Javi―, pero pensé que mejor intentar guardar un poco las formas...

Tú no vas a guardar las formas en tu vida―dijo Laura―. Eres un caso.

Pues que no nos dé el teléfono cuando estamos allí. Hay que ser un poco lelo―dijo Sergio―. Es que no lo entiendo. Nos da el teléfono, Javi llama y el tío no lo coge. ¿No dicen que telefónicamente? Vaya unos esperpentos. Yo a esta banda de incompetentes les mandaría uno tras otro a la puta calle.

Sí, claro...―se rió Laura―. Me voy a clase. Todavía llego, me parece.

Se fue corriendo de allí. Sergio miró a Javi y le dijo:

¿Y por qué cortaste con ella?

Javi le miró fijamente y le respondió:

No lo sé. Primero pensé, debo ser tonto, pero no sé... estoy hecho un lío, supongo... además, no quiero ponerme a hablar de eso ahora. Vamos a la ETSII.


El mismo lunes por la tarde Marco organizó una redada en Maristas atrapando sin mayores complicaciones a los cuatro tipos que se había puesto en las salidas a distribuir la droga gratis. No había sido muy difícil. Por la puerta delantera, José Antonio y Marco habían esperado pacientemente a la salida de las clases y cuando los tipos habían empezado a distribuir la droga, les habían pedido un poco. Cuando los sujetos aquellos accedieron a dársela, no tuvieron más que identificarse como miembros de ADICT y detenerles. Otro tanto hicieron Juanjo y Héctor en la puerta trasera. Fue una operación rápida y limpia. Los tipos intentaron ofrecer resistencia. Uno de ellos atacó a José Antonio con un puñetazo a la cabeza, pero éste le esquivó, lanzó un pie circularmente contra el abdomen del sujeto y le tumbó en el acto. El otro se lo pensó mejor y no atacó.

Siguiendo el mismo plan el grupo de Laura redujo a otros dos tipos que se habían puesto a la salida de los Francisanos.

Pero otra historia fue, como siempre, el grupo en el que estaba Lucas. Siempre Lucas. Con Rafa, que se estaba ganando el cielo, allí, vigilando sus movimientos. Ya era por la noche, y Rafa, Lucas, Silvia y Natalia estaban en la salida del Instituto Isaac Peral, donde se impartían clases nocturnas. Acudieron Guille, Juanma y Galindo, para echar una mano. A la hora de salida, varios tipos se pusieron a repartir su mercancía.

No me gusta, han detenido a varios de los nuestros―decía uno.

Ya―le dijo el otro―. Por eso me he traído esto― le mostró la empuñadura de un cuchillo muy bien afilado―. Como vengan esos metomen-todo, les haré un agujero en la tripa.

Muy bien, Silvia, Natalia... mostradnos de qué sois capaces―dijo Rafa.

Natalia y Silvia se acercaron a los dos tipos, procedieron con el mismo plan que el resto de sus compañeros y recibieron una bolsita de cocaína cada una. Natalia la guardó y entonces, dijo:

Estáis detenidos.

Los dos tipos echaron a correr sin mediar palabra. Silvia y Natalia se miraron.

¿Cuánta ventaja les damos?―preguntó Natalia.

¿Cuento hasta tres o los dejamos irse?―dijo Silvia―. Que se escondan. No hay que preocuparse. Puedes rastrearlos, ¿no?

Estás hablando con quien rastreó a Julián durante veinte años sin que él se enterara―dijo Natalia―. No hace falta ni que nos demos prisa...

¡Eh! ¡Vais a perderles!―exclamó Rafa.

Natalia se dirigió hacia él.

Tienen un olor muy peculiar. Me será muy fácil seguirles el rastro.

Silvia y Natalia siguieron el rastro que siguió ésta última hasta un callejón.

Detrás de ese montón de cajas―señaló Natalia, sin mirar lo que había detrás. Y exactamente, cuando Silvia se asomó, vio a los dos tipos agachados, escondidos.

¿No decías que ibas a usar el puñal?―le recriminó uno al otro.

Sí, claro, en mitad del Paseo Alfonso XIII, con todo el mundo mirando―dijo―. Pero ahora sí lo utilizaré. No hay testigos. Os mataré a las dos.

Qué tipos más aburridos―dijo Natalia―. ¿Nos los llevamos?

De improviso y totalmente a traición, el sujeto del cuchillo atacó a Silvia y se lo clavó en el pecho. Silvia miró el cuchillo, hundido cerca de su corazón hasta la empuñadura. Agarró el mango del cuchillo y tiró de él hasta arrancarlo por completo. Acto seguido, con un gesto de desprecio, tiró el cuchillo a una esquina.

Menos mal que no era de madera―dijo Natalia. El tipo aquel estaba desconcertado.

¿Qué dijo Sergio?―preguntó Silvia―. Que les diéramos caza, ¿no?

Sí, creo que dijo algo de eso―respondió Natalia.

Y sus ojos amarillos destellaron, iluminando el oscuro callejón. Los dos tipos empezaron a sudar a mares.

¿Qué... qué sois?

¿Que qué somos? ―preguntó Natalia―. ¿Qué sois vosotros? Esa sería la pregunta adecuada. Habéis intentado matar a mi hermana. Y detesto a la gente que mata a traición, por la espalda. Esas cosas hay que hacerlas de frente, mirando a la cara.

Natalia y Silvia estaban plantadas frente a los dos hombres. Natalia dio un salto magistral y, pasando por encima de los dos hombres, se colocó justo detrás de ellos.

¿Qué... qué vais a hacer?

Librar al mundo de gentuza―dijo Natalia, con un tono de voz que habría helado el mismo infierno.

Uno de los tipos intentó escapar. Echó a correr. Silvia le dio unos cinco metros de ventaja. Saltó en el mismo sentido en el que huía el tipo y se colocó justo delante de él, dándole un susto de muerte.

No regalarás más droga a nadie ni matarás nunca más a nadie―dijo Silvia―. Ya me encargaré de eso.

Le asió del cuello con una sola mano y lo empotró contra la pared como si fuera un títere, dejándolo sin sentido. Natalia pegó un empujón al otro tipo y lo lanzó también contra la pared, dejándole sin sentido.

Cinco minutos después, Natalia y Silvia aparecían en la sede de ADICT. Habían pegado un telefonazo a Rafa para que se dirigiera allí, que no las esperara. Sergio las recibió.

¿Y bien?―preguntó.

Bueno, el asunto está resuelto―dijo Silvia.

Ah, perfecto―dijo Sergio―. ¿Y nuestros hombres?

Hum... pues les pillamos en un callejón―dijo Natalia―. Fue algo estúpido. Uno de ellos sacó un puñal y atravesó a Silvia de lado a lado...

¿Cómo?―exclamó Sergio―. ¿Que te apuñaló?

Sí... bueno... no fue nada...―dijo Silvia, restándole importancia.

En ese mismo momento un grito proveniente del despacho de presidencia hizo temblar los cristales.

¡¡¿PERO QUÉ HABÉIS HECHO, DESGRACIADAS?!!

Un enfurecido Javi abrió la puerta violentamente y salió del despacho echando humo por las orejas y por todas las partes de la cabeza.

¡Me pensaba que Lucas y Galindo eran la calamidad en persona, pero esto ya pasa de castaño oscuro! ¡Anormales! ¡Acabo de ver por la televisión que han aparecido dos cadáveres más en la ciudad de Cartagena! ¡Así me gusta, contribuyendo a la destrucción! ¡Sí, señor! ¡Y me ponen dos fotos suyas en primer plano y los identifican por sus nombres y dicen encima que uno deja una esposa y dos hijos! ¡Manda huevos, los tíos que estábamos persiguiendo! ¡Decidme que no habéis sido vosotras y que han sido los otros chupasangres!

Javi, esos tíos nos atacaron― se justificó Silvia.

Es cierto―dijo Natalia.

¿Que os atacaron? ¡Claro que os atacaron! ¡Intentasteis detenerles, se supone que no se iban a entregar sin más! ¿Te pensabas que no iban a oponer resistencia o qué? ¡Un hombre ha visto los dos cadáveres en un callejón, ha llamado a la policía y ahora está hasta la tele! ¡¡DESASTRES HUMANOS!!

¿Desastres humanos?―Sergio alzó las cejas y miró a Javi. Javi le miró a él, levantó la mano, apuntó a Sergio con el índice dando varios golpecitos en el aire y dijo:

Cierto. ¡Llevas razón!―y corrigió―. ¡Desastres vampíricos! ¡Van a añadir dos víctimas a la lista de muertes raras! ¿Os dais cuenta?

Pues mejor―dijo Silvia―. Así Karel y Estrada pensarán que ha sido cosa mía... y efectivamente, lo ha sido. Esos dos ya no van a vender más porquería a nadie. Y menos aún a distribuir entre los jóvenes.

Claro, claro―dijo Javi―. No van a repartir más porque están muertos, os habéis bebido todo el rojo líquido que corría por sus venas. ¿Te digo a quién puedes morder otro día, eh?

¿Pero es que nos dejas morder a alguien más?―preguntó Silvia.

¡Ah, claro! Por supuesto―dijo Sergio, previendo la respuesta, imposible de fallar para alguien que conociera a Javi―. Ahora te lo cuenta...

Dime―dijo Silvia. Y Javi se aprestó a responder...

A tus muertos en almíbar, puedes morder la próxima vez. ¡Y yo pensando en detener a los otros vampiros, y los que tengo de mi parte son todavía peores! Me largo de aquí.

Javi agarró la puerta principal y se largó. Sergio miró a Natalia y a Silvia.

O sea, que habéis mordido...

Fue en defensa propia...―se justificó Natalia.

Os voy a decir una cosita―dijo Sergio―. Y va por las dos.

Silvia y Natalia vieron cómo Sergio levantaba el dedo, señalaba la puerta y a continuación, gritaba:

¡¡A vuestra puta casa!! ¡Las dos!

Natalia y Silvia salieron por la puerta.

Pues se lo han tomado mejor de lo que yo pensaba―dijo Natalia, en el umbral―. ¿Y ahora, qué?

Pues nada... a esperar a que seamos invitadas de nuevo a entrar―suspiró Silvia.

Se miraron y se rieron. Pero no esperaron demasiado. Javi regresaba.

Esto...―empezó―. Vamos a ver... hum... eeeh...

Oye, si vas a echarnos otra bronca avisa para taparme las orejas―bromeó Natalia.

No, no, no es eso―dijo Javi―, es sólo que... hum... bueno, siento haberme puesto como un energúmeno. No sé con quién me creo que estoy tratando, o sea, quiero decir, que sois vampiras, que morder gente está en vuestra naturaleza... si hubiera sido Lucas, entonces sí, le largaría a su puñetera casa, pero esto no...

Déjalo―le dijo Natalia―. Además, es mejor así, mejor que matemos a dos criminales antes que a cualquiera de vosotros... y que conste que fue culpa de ellos, por provocarnos y atacarnos.

Mira, no sé hasta dónde va a llegar esto―dijo Javi―, pero sólo espero que no intentéis darnos una puñalada trapera cuando hayamos acabado con ese montón de desgraciados a los que perseguimos. Porque, Natalia, ya nos conoces. Ya has visto que no somos presas fáciles.

Silvia le miró, y luego a Natalia.

¿Les atacaste? ¿Veinte años y aún no te controlas?

Perdí el control por un momento, eso es todo―respondió Natalia.

Ya, menos mal que yo no, porque te pude haber matado― dijo Javi―. Pero bueno. Mañana, martes, os quiero por la tarde a partir de las siete aquí. Esta noche, Silvia, vuelves con el tal Karel y Juan Antonio. Les dices que ya te has alimentado lo suficiente y que esta noche no sales a ninguna parte. Y es todo cierto.

¿Y qué se supone que voy a hacer toda la noche?―preguntó Silvia―. Te recuerdo que no dormimos...

Ay, Señor...―Javi entró a la sede de ADICT y salió al cabo de medio minuto con un libro en la mano, tendiéndoselo a Silvia―. Toma, Silvia, para que no te aburras. Te lo lees. Si te preguntan, me lo has quitado.

Silvia cogió el libro.

Sergio salía en ese momento al umbral.

Nos vamos ya―anunció―. Creo que es una buena hora para cerrar esto.

Muy bien. Recuerda que mañana hemos quedado a las siete de la tarde. Silvia nos presentará un primer informe sobre los movimientos de esa gentuza―dijo Javi―. Espero que espíes mejor que Lucas, porque si no, vamos listos...

Estate tranquilo―dijo Silvia―. Los amigos de Julián me las van a pagar y estoy decidida a hacer cualquier cosa, caiga quien caiga.

Javi arqueó las cejas.

Eso ya lo sé yo...

Sergio cerró la puerta principal y conectó las alarmas con un mando. Acto seguido, se despidieron y cada uno se fue a su casa.


A la mañana siguiente todos se despertaron con las noticias que habían sido las típicas en días anteriores. Sólo que, esta vez, los dos muertos que se habían encontrado tenían un matiz diferente.

Como que han sido Natalia y Silvia―decía Rafa, ojeando el periódico en la cafetería de la universidad, sentado a una mesa con sus amigos―. Pero nada más. Parece que la cosa ha estado muy tranquila.

Sí, ha estado tranquila―dijo Juanma―. Pero yo sigo sin pistas de por dónde están los tipos esos. ¿No hay nada que podamos hacer para averiguarlo?

Lucas se levantó de su silla. Rafa le miró, mosqueado: seguramente acababa de tener otra de sus brillantes ideas, y eso normalmente solía acabar en catástrofe, cuando no en un broncazo monumental.

Hagamos la del cebo―dijo Lucas―. No hay nada como dejar a alguien en un callejón oscuro por la noche y esperar a que el olor de su sangre fresca atraiga a las bestias ansiosas...

¿La del cebo?―inquirió Guille, que para nada estaba convencido de la idea―. ¿Eres consciente del peligro que supondrá eso para el cebo?

No supondrá ningún peligro―dijo Lucas, que parecía tenerlo todo pensado al milímetro―. No ocurrirá nada porque estaremos vigilando los alrededores de la zona. A la más mínima señal de movimiento, cargaremos contra ellos con todo lo que tengamos.

Rafa miró a Galindo. Éste mantuvo la mirada a Rafa unos segundos y se encogió de hombros.

Hombre... es un plan... y servir, bueno, puede que sirva... ¿no?

Para lo único que va a servir esto es para enterrar a alguien antes de tiempo, señores―dijo Rafa dejando caer el periódico encima de la mesa y casi tirando la taza de Lucas―. Me niego a tomar parte en otro de los disparates de este señor― señaló a Lucas con el dedo índice.

Eh, cuidado, este señor tiene unos planes que ya te gustaría a ti tener―le espetó él―. Bueno, como mañana no tenemos clase hasta las once, creo que esta noche es perfecta para llevar a cabo el plan.

Rafa se levantó de su silla y se puso su chaqueta.

¿Y a quién piensas poner de cebo?―preguntó.

Buenos días, chicos―saludó Irene, que pasó junto a ellos, dirigiéndose hasta el final de la cafetería, donde le esperaban unas amigas suyas.

Lucas miró a Rafa y a Galindo, y a continuación hacia Irene. Rafa hizo una mueca de desagrado e incredulidad.

Por favor, Lucas. Que es tu novia, joder, no empieces a hacer tonterías...

Eh, eh, Rafa, es perfecto―Lucas justificó su idea―. Es el cebo perfecto para un vampiro sediento de sangre, ¿no?

Guille fue el siguiente en opinar:

Hombre, yo no lo veo, la verdad.

Además―intervino Galindo―, ¿cómo piensas que la vas a convencer? Oye, ¿te importa hacer de cebo para atraer a los vampiros asesinos? No sería muy sutil.

¡Ahí entráis vosotros!―exclamó Lucas―. El plan es simple, yo la iré acompañando, para acto seguido dejarla sola y esas cosas. Para cuando yo vuelva ya habrán atacado y les habremos reducido. La calle estará vacía y desierta, sólo nosotros y ellos. Porque, amigos, es cuestión de tiempo que nos encuentren allí. Vamos a estar tan bien escondidos que ni se enterarán de nuestra presencia. Además, vamos a quedar como los amos, los mejores de ADICT, un peligro para los delincuentes peligrosos. ¿A que mola?

Rafa movió la cabeza.

¡No mola!―exclamó―. Una locura. ¡Una maldita locura! No contéis conmigo para este despropósito. ¡No quiero tener nada que ver!

Venga, Rafa...

¡He dicho que no, y es que no! Y me voy a clase. Siempre llego tarde por vuestra culpa. Venga ya, hombre...― Rafa se largó de la cafetería a grandes y ruidosos pasos, que sobresalieron por encima de los murmullos de la gente. Galindo se volvió hacia Lucas.

Hombre―dijo―, reconozcamos que tu plan, ortodoxo, lo que se dice ortodoxo, no es...


Y, como todos los días, la luz del sol dejó de brillar en el firmamento para dejar paso a la noche. Lucas había puesto en marcha el plan. Había convencido a Irene para salir a dar una vuelta, pero ésta no tenía idea de la que le esperaba. Musitando una estúpida excusa, Lucas dejó sola a Irene en mitad de una calle oscura. Serían eso de las diez y media.

Vuelvo en tres minutos―le había dicho.


Por su parte, a esas horas, en la sede principal de ADICT, Javi y Sergio ultimaban algunos asuntos del día.

Bueno, el informe de Silvia. Ya tenemos por dónde empezar, ¿no? ¡Ah, bueno! Y aquí, lo del maltratador ese, me lo ha dado Marta―decía Sergio pasando a Javi unos papeles―. A la policía mañana. Y este otro―tendió una carpeta a Javi― es el caso ese del médico pirado que operaba en unas condiciones higiénicas deplorables... de parte de Héctor.

La puerta del despacho de Sergio se abrió y Rafa entró súbitamente.

¿No sabes llamar, Rafa?―preguntó Javi―. ¿Qué pasa ahora?

Es un disparate. No te he dicho nada en todo el día pensando que podía convencerles de que están haciendo un disparate―dijo Rafa―. Pero no me hacen caso, nunca me hacen caso, yo soy aquí el jefe de operaciones idiota cuyas órdenes se pasan todos por el forro, por lo que parece ser. Escuchad...

Rafa contó a Sergio y a Javi su historia. Sergio quedó indignado. No tanto como Javi, que casi empezó a blasfemar...

¡Esa es la cosa!―terminó Rafa―. ¿Qué os parece?

¡Magnífico, sin duda!―exclamó Javi, echando chispas por los ojos―. ¿Y qué ha dicho Irene del asunto?

Eso es lo mejor, ella no tiene ni idea de que la han metido en semejante embolado―dijo Rafa―. ¡Va sin saber que es el cebo!

Javi miró a Sergio. Éste movió la cabeza afirmativamente.

Pues sí, es una idea digna de Lucas. Menudo desustanciado.

Llamad a Marta, a José Antonio, a Laura y a Marco. De inmediato―dijo Javi―. Yo voy a llamar a Irene y le voy a decir que se largue de allí. Rafa, indícame la dirección del callejón ese donde han ido. Cuando llaméis a José y al resto, decidles que vayan de inmediato al callejón ese. Me temo que va a pasar algo realmente gordo.

Javi cogió la ballesta, salió a la calle y mientras caminaba, sacó su móvil y marcó un número. Mientras, en aquella calle oscura, Irene se moría de frío y Lucas seguía sin aparecer.

Dos minutos... ya le daré dos minutos...

El móvil sonó bruscamente, haciendo pegar un salto a Irene. Cogió el teléfono y miró la llamada. ¿Javi? Muy raro. Nunca la llamaba. Siempre utilizaba el correo electrónico...

¿Qué pasa?

Lárgate de ese sitio en que estás de inmediato―dijo Javi, tajantemente, como si fuera una orden que hubiera que cumplir a rajatabla―. ¡Ahora mismo!

¿Pero qué pasa...?

No hay tiempo de explicar nada―insistió Javi―. ¡Lárgate!

Lo siguiente que oyó Javi a través del teléfono fue una voz conocida...

Vaya... pero mirad quién está aquí. ¡La chica detective!

Mierda―murmuró Javi. Y echó a correr, sin colgar el móvil, en dirección a la calle aquella.

Irene miraba hacia quien había hablado. Era Juan Antonio Fernández Estrada, el amigo de Julián.

¿Qué haces por aquí sola?―preguntó.

En ese momento, sobre Juan Antonio se abalanzó Lucas, por la espalda. Juan Antonio dio una seca sacudida y Lucas salió despedido por los aires, yendo a caer a plomo y de espaldas encima de un contenedor de basura. Galindo y Guille dispararon desde sus posiciones sus pistolas de dardos. Juan Antonio ni se inmutó.

Sois verdaderamente ridículos, niñatos―dijo, riéndose. De un salto Juan Antonio se plantó junto a ellos y les agarró como si fueran dos sacos de patatas. Acto seguido les lanzó por los aires. Guille y Galindo cayeron junto a Lucas. Juan Antonio se plantó frente a Irene.

Creo que mataste a un amigo mío y participaste en la muerte de otro―dijo―. Eso se paga con tu vida...

¡Déjala en paz!―exclamó Lucas, que se había puesto ya en pie y se acercaba a Juan Antonio. Éste esbozó una sonrisa irónica.

Ya supuse que vendríais por aquí. Pero no que ibais a ser tan estúpidos como para no venir armados. Tú serás el segundo plato, compañero. Primero va ella.

Juan Antonio se acercó a Irene, amenazadoramente. Ella se preparó para defenderse, aunque sabía de sobra que iba a necesitar un milagro. Juan Antonio atacó, embistiendo a su presa, que cayó al suelo sin poder hacer nada. Irene gritó. Juan Antonio le había partido el labio y, además, había caído al suelo en muy mala postura. El vampiro se arrodilló al lado de Irene, listo para terminar su trabajo. Pero en ese momento un grito resonó en aquella calle desierta. En tromba, Javi se había abalanzado contra Juan Antonio y con una contundente patada frontal le quitó de delante de Irene, enviándolo de espaldas al suelo.

¡Buen golpe!―exclamó Héctor, ballesta en mano, apuntando.

¿Qué pasa?―exclamó Irene, a duras penas.

Que eres el cebo―dijo Javi―. ¡Y tu novio un imbécil! ¡Eso pasa!

¿Qué?―preguntó Irene, indignada, mirando hacia Lucas, que abría y cerraba la boca sin saber qué decir. Irene intentaba levantarse pero no podía, le dolía todo el cuerpo.

Juan Antonio se había levantado y se había puesto frente a Javi. Pero José Antonio y Marco llegaban en ese momento, rodeando al vampiro. Héctor seguía apuntando con la ballesta a Juan Antonio. Acto seguido Sergio y Rafa hicieron su magistral aparición en el oscuro callejón, portando sendas estacas de madera. Y poco después, Marta y Laura.

Vaya, esto está complicándose. Avisaré a mis compañeros de que os estáis poniendo muy pesados. Pero no os preocupéis. No podéis hacer nada.

Juan Antonio dio un salto tremendo que desafiaba todas las leyes físicas y a la misma gravedad, yendo a parar a un tejado próximo. Entonces, desapareció de la vista de los chicos a toda velocidad.

Lucas se acercó a Irene, preocupado.

¿Estás bien?―le preguntó.

¡NO!―contestó ella bruscamente, desde el suelo, sin poder levantarse. Chorreaba sangre por el labio inferior y parecía tener un brazo roto o, al menos, en muy mal estado―. ¡No estoy bien! ¡Casi me matan por tu culpa! ¡Por tus ideítas! ¡Porque eres un idiota! ¡Javi tiene razón! ¡Un anormal, eso eres!

Irene, yo...―empezó Lucas, pero ella le cortó en seco, muy enfadada.

¡Ni tú ni nada! ¡No cuentes conmigo para nada más! Nosotros hemos terminado, ¿me oyes? Cuando quieras poner a alguien de cebo, ponte tú y no me pongas a mí sin contarme lo que vamos a hacer. ¿Entendido?

Lucas apartó la mirada.

Lo siento―murmuró―. No pensé que esto fuera a salir así...

¡Yo pensaba! ¡Yo creía! ¡Siempre estás igual! Haces todo tipo de planes absurdos contando con que los resultados van a ser los mejores― le espetó Irene, a gritos, mientras que el resto de miembros de la asociación miraban la escena, digna de un culebrón―. ¡Hemos acabado! ¿Me oyes?― en este punto se le quebró la voz.

¡Irene! Oye, déjame que te explique...―empezó a decir Lucas. Pero un acalorado Javi se le puso delante. No gritó, sino que se limitó a hablar, casi en un susurro. Aunque todos lo oían perfectamente.

Lucas... Una más como esta y te juro que te envío a limpiar fosas sépticas. Has puesto vidas en peligro. ¿Tienes idea de lo que has hecho? ¿Eh? Cuando quieras usar un cebo te vas a pescar. Inútil.

Javi dio la orden de retirada inmediata.

Desastre humano―murmuró―. Vámonos, señores.

Se dirigió a Irene y le tendió la mano, ayudándola a levantarse.

Lo que deberías hacer es irte a tu casa y dormir un poco. Hay que estar en plena forma por la mañana. Olvídate de todo este asunto, ¿vale? No merece la pena amargarse por algo así.

Casi me matan por su culpa, Javi. ¿Te crees que eso puede olvidarse?

Ciertamente, no. Pero como Lucas vuelva a hacer algo sin consultarme, por mi padre que lo echo. A la puñetera calle.

Al dar un paso, Irene tropezó y casi cayó al suelo de nuevo. Se apoyó en el hombro de Javi para frenar la caída.

No estás bien―dijo Rafa―. Héctor, llama a una ambulancia.

Puedo llegar a mi casa―dijo Irene, con cabezonería―. Desde luego, no gano para sustos.

Héctor llamó por teléfono a urgencias y en poco tiempo llegó una ambulancia que se llevó a Irene de allí. Sergio miró a Lucas y le dio dos palmadas en el hombro.

Estarás contento, ¿eh? Todo un récord, ¡sí, señor! Un mes y medio has durado con ella. Yo diría que incluso menos.

Déjame en paz, Sergy―dijo Lucas, apartándose de allí―. Merezco ser quemado en la hoguera.

Lo que mereces es un buen par de soplamocos―dijo Sergio―. Sólo a ti se te podía ocurrir esto. Cuando de sobra sabes que hay que proceder con inteligencia contra estos tíos.

Por su parte, Marta se acercaba a Javi.

¿Estás bien?―preguntó.

Eso creo. Me he hecho daño en el pie al dar esa patada a Juan Antonio, pero ya se me pasa. Estos tipos no van de broma.

Ya veo―repuso Marta.

Oye, prométeme que no vas a actuar por tu cuenta. Esta vez, no―dijo Javi―. Ya sé que lo has hecho en otras ocasiones y con resultados muy buenos, pero este asunto no es para tomarlo a la ligera. Podrían matarte.

Tranquilo, no pienso hacer nada por mi cuenta―respondió Marta.

¿Nos vamos o qué?―se oyó a José Antonio, en un estridente tono de voz que rompió el silencio.

Javi miró hacia donde estaba José.

Sí, claro, ya voy, ya voy...

Ya. Claro―bufó José―. Pues te espero allí.

Se dirigió hacia el extremo del callejón y torció hacia la izquierda. Javi y Marta comenzaron a caminar, siguiéndole. Pero entonces ocurrió lo inesperado.

Dos sombras aparecieron de la nada y bloquearon el paso, de manera que ninguno de los dos pudo avanzar.

¿Quién va?―preguntó Javi.

Estáis entrando en terrenos cenagosos―dijo una voz con acento centroeuropeo―. ¿Sabéis? Vamos a tener que encerraros. No me gusta que andes por ahí, Gómez.

¿Yo? Pero si ya me iba...―decía Javi.

No te vas―sonó otra voz―. Y tu novia tampoco.

Oye, ella y yo no...―empezó Javi.

Ya. Claro. No me creo una palabra, chaval―dijo el primer vampiro, acercándose―. No intentes nada, Gómez. Y tú tampoco, guapita de cara.

Otro vampiro apareció allí, elevando a tres el número.

¿Entonces nos llevamos a estos dos?―preguntó.

Preferiblemente los encerramos―dijo el que parecía el jefe―. Ahora mismo no tengo sed. Y aunque la tuviera, no sabría a cuál de los dos matar primero. No sé quién sufriría más, si el chico viendo cómo matamos a su novia o al revés...

Oye, Javi y yo no...―empezó Marta.

¡Sí, claro, engaña a otro!―exclamó el segundo tipo, agarrando a Javi de la muñeca. Con un movimiento rapidísimo, Javi se soltó. Pero el recién llegado le agarró nuevamente.

Somos tres vampiros contra dos humanos―dijo―. No nos obliguéis a portarnos mal. No tenéis por qué morir... todavía.

Cogieron también a Marta y de un salto se largaron de allí.

José Antonio, harto de esperar, volvió al callejón. Pero lo vio desierto. Lejos de pensar que les había podido pasar algo, su mente fue a lo más retorcido...

Ya se han ido por ahí. Si es que ya lo decía yo, el ansia puta que tienen es menos controlable que el ansia de sangre de un vampiro.


IV.Macabro.


Al día siguiente José Antonio llegó temprano al cuartel general de ADICT, listo para dar los últimos retoques a su Proyecto de Final de Carrera. Se extrañó de no ver allí a Sergio, y más aún de no ver a Javi. Eran más de las diez, ninguno de los dos tenía clase ese día.

Lo que yo diga―bufó―. Los unos con el ansia, y los otros con el asunto vampírico. Si es que aquí pasa de todo. No hay nadie normal en este maldito sitio excepto yo.

Pero Sergio llegó entonces, acompañado por Natalia, que le cogía de la mano. Natalia se quitó los guantes que llevaba y la capucha, así como las gafas de sol.

No vuelvo a salir a la calle con este tiempo―dijo Natalia―. Y menos para venir aquí...

Tú te empeñaste―le dijo Sergio―. Así que ahora no te quejes.

Bueno, ¿sabe alguien dónde está el señor presidente?―preguntó José Antonio, que empezaba a cansarse de tantas estupideces y tan temprano.

Pues según me dijo ayer―contestó Sergio―, a las nueve y media iba a venir. Así que está en su despacho.

En su despacho no hay nadie―dijo José Antonio―. Es más, acabo de llegar yo y he abierto el sitio. Esto estaba cerrado.

Sergio se extrañó. Javi era el tipo más puntual que conocía. Antes de diez minutos de la cita él siempre solía estar en el sitio, esperando. Así que le pareció muy raro que no estuviera allí.

Yo sé lo que ha pasado―dijo José Antonio―. Que tiene el ansia puta. Y Marta también. Así que han cogido los dos, se han ido por ahí y ahora mismo la pobre muchacha debe estar embarazada de sextillizos como mínimo...

Sergio le miró y estalló.

¡¡TÚ ERES IMBÉCIL!!―gritó―. ¿Te piensas que Javi es de esos? A ver si te entra en esa cabeza de melón, Javi es un tío decente y honrado.

Mira―dijo José―, tiene de decente lo que los políticos de buena gente.

Anda ya―Sergio se dirigió a su despacho dejando a José Antonio por imposible. En ese momento el móvil de José Antonio sonó. Era un mensaje.


No puedo llamarte. No tratéis de buscarnos.


¿Qué pasa?―preguntó Sergio.

Que no tratemos de buscarles. ¡Buenooooooo!―exclamó José, medio riéndose―. Ya se han fugado. ¡Esto lo veía venir!

Laura llegó en ese momento.

Tenemos problemas serios. Javi y Marta han desaparecido. En el callejón donde estuvisteis anoche encontré esto― les tendió un pañuelo blanco, cubierto por la suciedad del callejón―. Es de Marta. Seguramente lo dejó caer.

Laura, no pasa nada―dijo José Antonio, que seguía malpensando―. Esos dos están haciendo algo en algún sitio...

Tú eres un animal―le espetó Sergio―. A mí esto me huele a secuestro. Y por el mensaje yo diría que no quieren que vayamos a rescatarles porque están haciéndonos la del cebo. Esos tipos no tenían por qué cogerles vivos y lo han hecho. Quiero que venga Silvia de inmediato. Natalia...

Sergio se volvió hacia ella.

Necesitamos tus dotes de rastreadora. ¿Crees que podrás hacerlo?

Por supuesto. Será muy fácil, Sergy.

Laura, tenemos que juntar fuerzas. Ambos comandos de la organización pueden incluso resultar insuficientes, pero creo que tenemos que ir a sacarles de dondequiera que estén―dijo Sergio, con voz autoritaria―. Llama a todo el mundo. José, ayúdala.

Cuando Silvia entró por la puerta, a los cinco minutos, se dirigió directamente a Sergio y a Natalia.

Ha habido un crimen horrendo―dijo―. Ha sido esta noche. Lo he visto ocurrir. Tengo lazos que aún me unen a esos desgraciados y lo he visto, aunque mis visiones ahora son incompletas...

¿Incompletas?―preguntó Natalia―. ¿Por alejarte de ellos y cambiarte de bando? ¿Es por eso?

Silvia asintió.

Lo único que he visto ha sido a la víctima. Arrodillada y maniatada. Nuestro amigo Karel ha lanzado un aviso demoledor.

¿Qué es lo que ha pasado?―Laura llegó a toda prisa. Había oído las palabras de Silvia.

La víctima ha recibido varios mordiscos en puntos vitales. Incluido el corazón―dijo Silvia. Laura se estremeció y Sergio puso cara de asco―. Además, Karel se ha tomado muchas molestias para ello. Entró en su casa y la mató allí mismo, para lo cual tuvo que ser invitado, está claro. La escenografía es macabra. No la veo con claridad. Será mejor que vayamos allí.

Voy para allá―dijo Laura―. Dame la dirección. Llamaré a Marco, Héctor, Juanjo e Irene y nos desplazaremos hasta allí. ¡José!

Dime―dijo José Antonio, con tono aburrido.

Nos vamos―dijo Laura.

Un momento―intervino Silvia―. También sé dónde pueden estar Javi y Marta. Pero no es seguro...

Da lo mismo―dijo Sergio―. Tenemos que ir a esa escena del crimen. A lo mejor tu amiguito nos ha dejado algún regalo macabro...

Marco encabezó al grupo hasta llegar al sitio, que estaba rodeado por un cordón policial. La policía examinaba el lugar. El inspector jefe se acercó a los chicos.

En mi vida había visto nada igual―dijo―. No recomiendo que echéis un vistazo. Es realmente sangriento y asqueroso.

Igualmente quiero echar un vistazo―insistió Marco.

Como quieras. Pero sólo permitiré pasar a dos de vosotros―dijo el inspector―. Así que elige compañero y mira ahí.

Señaló la casa.

Vamos, Héctor―dijo Marco.

Marco y Héctor cruzaron el cordón policial y llegaron a la casa. Entraron y se dirigieron al salón, de donde venían los flashes de los fotógrafos que estaban analizando la escena. Cuando Héctor y Marco miraron el salón, pusieron un gesto de asco en su cara. El suelo estaba cubierto de sangre. La víctima presentaba heridas en varias partes del cuerpo. Era una mujer rubia con el pelo largo y ondulado, que tendría entre unos treinta y cinco y cuarenta años. Estaba totalmente desnuda, con la mano derecha sobre el pecho derecho y la izquierda en el bajo vientre. A sus pies había una concha y a su derecha, extendida sobre el suelo, una especie de manta naranja. Un ventilador, tirado en el suelo a la izquierda de la víctima, completaba la escena del crimen. Además había una sensación extraña de humedad en el ambiente, como si alguien hubiera rociado con agua la habitación, y algunas flores estaban colgadas de la pared, con clavos.

¿Quién habrá podido hacer algo así?―preguntaba el inspector mirando hacia ninguna parte en particular.

Creo tener una ligera idea―murmuró Héctor―. Pero no vamos a decirlo, evidentemente.

Cierto―afirmó Marco―. Saca unas fotos de la escena del crimen. Esto es realmente asqueroso. ¿Por qué se habrá molestado en dejar tantas cosas? No tiene ningún sentido. ¡Un ventilador! Menuda estupidez.

Héctor sacó una foto al inerte cuerpo de la mujer, a la manta, a la concha, al ventilador y varios ángulos de la habitación, así como a las flores.

Bien―dijo Héctor cuando acabó―. Voy a pasarlas al ordenador y haré un recopilatorio general de todo lo que tenemos. Esto es desconcertante.

Héctor y Marco salieron de la casa. Sus compañeros aguardaban, expectantes.

¿Qué había ahí?―preguntó Irene―. Es algo grave, ¿no?

¿Grave? No, grave no es. Es más que eso―respondió Héctor, y describió a sus compañeros el horror que había en el salón de aquella casa, la disposición del cuerpo ensangrentado de pies a cabeza de la víctima, los objetos encontrados y, en definitiva, todo.

Es realmente macabro―dijo Silvia―. ¿Pero qué se proponen?

Si no lo sabes tú...―respondió Juanjo―. Me parece que tendremos que investigar bastante para dar con la clave.

Silvia puso entonces los ojos en blanco. Marco se dio cuenta de aquello.

¿Qué pasa? ¿Estás bien?― se acercó a ella, alarmado. Pero Silvia sí estaba bien. Había tenido alguna de sus particulares visiones.

No veo nada relacionado con este horrendo crimen. Pero sí veo algo. Están cerca de aquí―dijo Silvia―. Marta y Javi. Lo sé. Ahora mismo intentan escapar.


Javi había conseguido forzar la puerta. No era demasiado sólida, unas cuantas patadas habían bastado para echarla abajo, si bien era consciente de que, con aquel escándalo, había puesto en alerta a todos los vampiros que pudiera haber allí.

Vamos a largarnos de aquí―dijo Javi, resueltamente.

Marta se levantó del suelo, donde estaba sentada.

Como vean que intentamos huir, nos matan―dijo.

No nos van a ver.

El ruido que has hecho al tirar la puerta abajo lo han oído seguro―dijo Marta, con desdén―. Seguro que ya están viniendo hacia aquí.

Javi aguzó el oído.

Pues sí. Viene alguien por ahí... Escóndete, rápido.

¿Dónde?

Donde sea.

Javi se apostó a un lado de la puerta y Marta al otro lado.

El ruido de pasos se acercaba cada vez más. Y entonces alguien entró en la habitación. Y según entró, se giró a la derecha, donde estaba Marta.

¿Pensáis escapar o algo?

Acto seguido se volvió hacia su espalda, donde estaba Javi.

No nos gustaría que os escaparais tan pronto. Sois nuestros invitados...

Oh, sí. Nos vamos a quedar a cenar esta noche, supongo―dijo Javi, con sarcasmo―. ¿Pero sabes una cosa? No nos apetece.

El vampiro puso cara de asco.

Claro. Por supuesto...

Tú eres el tal Serafín Vicuña, ¿no?―preguntó Javi.

¿Cómo sabes...?

Eres demasiado simple―le cortó Javi―. ¿Sabes? Te tengo fichado. Me han hablado de ti. Dicen que eres un tío peligroso... pero yo me largo de aquí y Marta se viene conmigo.

El tal Serafín se cruzó en la puerta.

De aquí no saldrá nadie―dijo, gruñendo.

¿Qué te apuestas?―preguntó Javi―. ¿Van quinientos euros?

De inmediato desenvainó una estaca de madera que tenía oculta y Marta hizo lo mismo.

Aparta de en medio―dijo Javi, amenazante.

Serafín volvió la cabeza.

Vaya. Vamos a tener visita. Pero volveré a por vosotros.

Y se fue tan rápido como había llegado. Javi no esperó para largarse de allí, seguido de Marta, saliendo a un largo y blanco pasillo con las paredes relucientes y totalmente desnudas. Avanzaron a través de él, rápidamente y tan silenciosamente como les fue posible.

Al cabo de unos cinco minutos, tanta soledad y una huida tan fácil comenzaron a mosquear a Javi y a Marta. Se suponía que una horda de vampiros sedientos tenía que haberles atacado ya.

Javi se adelantó unos pasos y aguzó su oído. Nada, total y absoluto silencio. Pero frunció el ceño. Evidentemente, presentía que algo no iba bien. Volvió donde estaba Marta.

Tranquila, Marta. Vamos a salir de aquí―dijo, cogiendo su mano―. Vamos a salir. Y más les vale no cruzarse conmigo, porque lo lamentarán.

Siguieron avanzando.

Javi...―empezó a decir Marta. Pero entonces él se sobresaltó. Había oído algo. Un ruido de cristales rotos. Se quedó quieto, escuchando. Sí, parecía oír algo. Alguien había iniciado una pelea y parecía tremenda.

¡Corre!―exclamó Javi.

Atravesaron rápidamente el largo pasillo, pensando que no avanzaban. Cada vez los golpes y los gritos se oían más cerca. Estaba claro, Javi ya distinguía las voces de algunos de sus amigos. Sergio, Laura, Rafa, José Antonio... Y, de improviso, un vampiro que no conocían saltó desde el techo y se interpuso en su camino, bloqueándoles el paso.

¡Ya os han encontrado! Bueno, creo que no hay motivos para demorar vuestra muerte...―dijo.

No lo hagas si quieres seguir existiendo―le advirtió Javi, con una mueca de enfado. Pero el otro desoyó la advertencia. Saltó con instintos asesinos sobre Javi, pero éste lanzó la estaca hacia delante, atravesando el pecho del vampiro, que quedó reducido a un montón de cenizas. Marta ahogó un grito. Javi recogió la estaca.

¡Vamos!

Corrieron de nuevo. Ya estaban cerca del sitio del que parecía proceder el ruido de una pelea. Y, efectivamente, así era. Al cruzar una puerta al final del pasillo, se encontraron el panorama. Todo ADICT frente a cinco vampiros y aún así parecía que los vampiros eran superiores. Silvia y Natalia estaban enzarzadas en una descomunal pelea con dos vampiros. Ninguno daba muestras de sorpresa al ver a Silvia en el otro bando. Parecía que se habían hecho a la idea de su traición. Y eso a algunos les resultaba desconcertante. Rafa, Lucas, Galindo, Guille, Sandra y Mónica hacían frente a uno; José Antonio, Marco, Héctor, Juanjo e Irene se las veían con otro. Por otra parte Sergio y Laura se las veían y deseaban con un tercero. Los vampiros estaban atacando a diestro y siniestro, intentando abrirse paso entre aquellos molestos insectos que les atacaban. Pero, curiosamente, si alguna vez tuvieron ocasión de matar a alguien, no lo hicieron.

¡Tenemos que largarnos de aquí!―exclamó Javi, viendo que aun así llevaban las de perder.

Un vampiro pegó un tremendo empujón a Rafa; éste salió volando contra la pared y golpeó de espaldas, quedando inconsciente. Galindo le siguió. Recibió otro tremendo golpe. El tal Serafín apareció tras Javi.

¡Tú!―exclamó―. Ahora te vas a enterar.

Y Juan Antonio Fernández Estrada apareció tras Serafín Vicuña, con los ojos inyectados en sangre. La pelea se había pausado. Natalia había logrado reducir a otro más. Miró a Serafín como si hubiera visto a un marciano.

¡Tú!―exclamó. Serafín no pareció haberse dado cuenta de la presencia de Natalia. Estrada, viendo el panorama, habló.

Esto no es lo acordado, amigos―dijo, dirigiéndose a Javi―. Primero nos robas a una aliada y ahora tratáis de escapar. ¡Y yo no saco nada a cambio!

No exactamente―dijo Javi―. Marta, echa una mano a Laura y Sergio. Yo me encargo de este desgraciado.

Estrada, cárgate a este imbécil―dijo Serafín Vicuña, con tono autoritario―. Y más te vale no fallar.

¡Huye mientras puedas, desgraciado!―bramó Silvia.

Vaya―decía Serafín―. ¡Las Guirao! ¡Es verdad, Silvia se ha cambiado de bando! Esto es lamentable... Estrada, ¡ataca de una vez!

Como si acatara una orden directa de un superior, Estrada se lanzó contra Javi, rugiendo. Éste saltó y pegó una patada frontal en el aire alcanzando a Estrada en la cabeza. Éste se tambaleó pero no perdió el equilibrio. Javi entonces lanzó el codo circularmente con todas sus fuerzas y encadenó una serie de golpes consecutivos que aturdieron a Estrada, pero sin llegar a causarle un daño importante.

José Antonio dio tal trompazo al vampiro con el que se estaba enfrentando que cualquiera habría jurado que éste se había quedado sin dientes. Pero nada más lejos de la realidad. La pelea continuó. Irene sacó su pistola thaser y empezó a enviar descargas a todo el que se cruzaba en su camino. Una la recibió Serafín; Lucas estaba inconsciente en una esquina, y también Juanjo y Marco. Como era de esperar, los vampiros eran mucho más fuertes que todos juntos.

¡Hay que largarse!―repitió Javi, asestando un puñetazo ascendente en la barbilla a Estrada mientras que Serafín recibía otra descarga eléctrica considerable de las thaser de Sergio, Laura e Irene al mismo tiempo. Serafín cayó al suelo, aturdido. Natalia había acabado con otro oponente y Silvia había partido por la mitad a otro más con una fuerza demoledora. José Antonio continuaba asestando golpes y, usando la estaca como un cuchillo para defenderse, logró deshacerse de otro más.

Javi había asestado varios golpes rapidísimos a Estrada, que casi no los veía venir. Pero insuficientes. Estrada era un tipo bastante duro. Agarró a Javi de los hombros y le empujó contra la pared. José Antonio sacó a Rafa y a Lucas de allí mientras Estrada se ensañaba con Javi. Éste se defendía como podía e incluso así conseguía lanzar algún contraataque. Silvia se encaró con Serafín, pero éste no era tan fácil como su anterior adversario.

Serafín hizo algunos movimientos en ese muy rápidos para despistar a Silvia, pero ésta no se dejaba impresionar. Pegó un salto, dio una voltereta en el aire, quedó bocabajo, puso los pies en el techo, usándolo de catapulta y se lanzó de cabeza contra Serafín, que recibió un duro golpe, cayendo bruscamente al suelo y agujereándolo.

Y entonces ocurrió. Cuando todo peor pintaba para Javi, Marta apareció de improviso y asestó a Estrada una puñalada con la estaca de madera. Estrada pegó un grito y desapareció en una nube de polvo y ceniza. Serafín y los pocos vampiros que quedaban decidieron que ya era hora de largarse. Nunca unos simples humanos les habían dado tantos problemas. No había duda de que estaban bien preparados.

¿Estás bien, Javi?―preguntó Marta.

Estoy vivo, que es lo que importa―dijo Javi, hecho un cromo, apoyado en la pared―. Y creo que me has salvado la vida...

Laura miró la escena. Le resultaba extrañamente familiar aquello. Sólo que en aquella otra ocasión fue Javi el que la había salvado a ella... y la cosa había terminado de una manera un tanto peculiar.

Javi sangraba por la nariz, por la boca y por una ceja. El resto de miembros de ADICT no era menos. José Antonio tenía un labio partido, Irene sangraba por la nariz, casi todas las prendas de Héctor estaban desgarradas y Rafa, Lucas, Marco, Juanjo y algunos otros estaban inconscientes, y seguramente con algún hueso roto. Únicamente Natalia y Silvia no tenían un solo arañazo.

Ay...―se quejaba Rafa, volviendo en sí―. ¿Qué ha pasado? ¿Alguna baja? ¿Estamos todos vivos? ―se incorporó, costosamente. Marco le tendió la mano y le ayudó.

Todos estamos vivos, aunque algunos van a tener que guardar reposo unos cuantos días―dijo Marco, mirando a Sandra, que estaba tirada en el suelo en muy mala posición, o a Galindo, que tenía un hombro dislocado―. Pero la cosa no ha ido a mayores. Creo que hemos tenido un golpe de suerte.

Sí, Natalia y Silvia―repuso Laura―. De no ser por ellas estaríamos ahora preparando algún funeral.

¿De quién fue la genial idea de entrar en tropel por la ventana?―preguntó Javi, peligrosamente, aunque se temía la respuesta...

Cinco dedos acusadores señalaron a Lucas, que se estaba levantando del suelo, herido, magullado y sangrando por todas partes.

Lo sabía―dijo Javi―. ¡Lo sabía!

Oye, no me eches ahora la bronca...―empezó a decir Lucas.

¡Lo contrario, amigo mío!―exclamó Javi―. El factor sorpresa ha sido determinante. Ellos no esperaban este ataque. Les hemos hecho huir y nosotros estamos bien. ¡Bien por ti!

¿Lo dices... en serio?―Lucas estaba desconcertado. Pero Sergio habló, devolviéndole a la realidad.

Deberíamos ir al hospital―dijo Sergio, que estaba sucio y despeinado, además de tener la cara y las manos llenas de arañazos―. Natalia, ¿estás bien?

Sí... pero ahora mismo no puedo contenerme mucho más. Hay demasiada sangre y heridas en esta habitación...―respondió―. Voy a salir a la calle a que me dé el aire antes de atacar a alguien...

¿Cuándo aprenderás?―se burló Silvia―. ¡Qué poco autocontrol!

Toma―dijo Irene, tendiéndole a Silvia un tubo de ensayo―. Es sangre de Rafa. Siempre llevo un tubo de estos encima por si acaso.

Gracias. Estaba a punto de saltar―Natalia cogió el tubo de sangre que le tendió Irene. Sergio se acercó a Javi.

Bien, tenemos a Estrada muerto y a ese desgraciado que Silvia ha partido por la mitad hay que quemarlo y convertirlo en cenizas para que no se recomponga―dijo―. Hagámoslo y te contaré algo impactante.

Bien―dijo Javi―. No puedo esperar.


Pero lejos de servir para algo positivo, aquella primera victoria parcial de ADICT solamente sirvió para enfurecer aún más al líder del aquelarre de vampiros, Karel, que no tardó en enterarse de aquello. Tanto él como sus colegas de la Europa del Este se mostraban muy molestos con aquellos humanos. Habían caído ya varios de los suyos. Y, evidentemente, el líder del aquelarre de vampiros sabía que había que dar a aquellos chicos un nuevo toque de atención.

Esta noche les dejaré otra bonita estampa. Espero que sirva para ponerles en alerta roja. Supongo que no tardarán en averiguar lo que nos proponemos. Son muy listos―dijo Karel.

¿Qué piensas hacer?―preguntó Serafín―. No quiero tonterías.

Tranquilo. Vamos, amigos míos. Todos juntos. Y el primer mensaje ya lo tienen. Pero espero que sepan descifrarlo.


V. Qué bonita estampa...


Tanto Javi como Marta escucharon patidifusos la historia que les contó Sergio acerca de la escena del crimen. No obstante, Javi se mosqueó sobremanera cuando vio las fotos. Le sonaba de algo todo aquello...

A mí me parece que ya he visto antes algo como esto―dijo―. No sé dónde, pero lo he visto.

Así que la decisión del presidente fue muy clara. Dado que él había visto en alguna parte de su subconsciente la escena del crimen (y lo mismo afirmaba Marta, y también Laura; la escena les resultaba familiar, extrañamente, le parecía haberla visto en varias ocasiones incluso), envió a Rafa, Lucas, Mónica y Sandra a investigar.

¿Que busquemos por Internet?―preguntó Rafa―. ¿Pero qué pretendes que encontremos si no sabemos lo que estamos buscando?

Mira, te voy a decir una cosa. Una hora de Google puede ser muy útil. Busca por cuadros, arte o similar―dijo Javi―. A varios de nosotros nos da una corazonada. Laura cree que esto es algo de eso. Una representación de algo. Y no creo que sea casualidad. Lo que pasa es que no podemos relacionar nada porque no sabemos las claves. Nos quieren decir algo. Estoy seguro...

Así Rafa, Lucas, Mónica y Sandra comenzaron una ardua búsqueda. Repasaron todas las páginas de arte que encontraron. Goya, Velázquez, Rembrandt, Van Gogh, un sinfín de pintores, bajo la atenta mirada de Laura, que continuaba dándole vueltas a la escena, convencida que había visto algo alguna vez en la misma posición que el cadáver en un cuadro.

Silvia estaba sentada, a pesar de que no sentía ni pizca de cansancio. Natalia iba y venía, reflexionando. Ninguno de los allí presentes sabían qué había movido a los asesinos a actuar así. Y, sin embargo, algunos afirmaban tajantemente que habían visto la posición del cuerpo inerte en alguna parte.

El teléfono sonó, repentinamente. Sergio corrió a cogerlo. Era el comisario. Don Alfredo Fuentes se dirigió al coordinador de ADICT.

Bien, tenemos resultados de la autopsia―dijo don Alfredo―. Parece ser que murió de miedo y no a causa de las heridas recibidas.

Pero eso es...―empezó Sergio―. Una estupidez, comisario... una idiotez, no tiene sentido. Tenía heridas como para haberse desangrado completamente.

Ya lo sé. Pero la cuestión es que las heridas fueron post – mortem―afirmó el comisario―. No sé con qué tipo de gentuza estamos jugando, Sergio, pero si vais a ir a por ellos más os vale tener cuidado. Nuestros expertos están investigando el decorado que nos dejaron esos tipos...

Nosotros también―dijo Sergio―. Algunos creen haberlo visto en algún sitio. Pero, la verdad, a mí no me parece que esto sea similar a algo que ninguno de nosotros hayamos visto nunca.

Estad con los ojos bien abiertos―dijo el comisario―. Si encontráis algo, avisadnos de inmediato.

Sí, claro―dijo Sergio.

Nada―rezongó Rafa, desesperado, volviendo al buscador de Internet por enésima vez―. Aquí no hay nada. Estoy dando palos de ciego. No sé qué estamos buscando.

Busca algo. Lo que sea. Haz una descripción del cuadro que nos dejaron y ya está―dijo Irene.

Entonces José Antonio chasqueó los dedos.

El cuadro. Eso es... el cuadro. ¡Es un cuadro!

Claro que es un cuadro― exclamó Laura dirigiéndose al ordenador donde estaba Rafa―. Déjame un momento. A ver, recapitulemos. ¿Qué tenemos en la escena del crimen? Tenemos la concha, que es bastante grande... la manta naranja, y flores. Ah, y el ventilador. Y la humedad.

Exacto. Tenemos todo ese cúmulo de despropósitos en una misma escena del crimen―dijo Javi, buscando por Internet algo en concreto―. Y si no me falla la memoria, la posición del cadáver era esta.

Señaló una foto en la pantalla del ordenador. Un cuadro de Boticelli. El nacimiento de Venus.


La posición del cadáver era exactamente esa, pero tumbado en el suelo―dijo Rafa, abriendo los ojos como platos y mirando la foto del crimen y el cuadro, sin poder creerse la similitud. La posición de la víctima era exactamente la misma, a pesar de estar tumbada en el suelo―. La concha, la manta naranja, las flores... ¿pero el ventilador? No cuadra un ventilador. No lo pillo. ¿Se puede saber qué es?

No lo sé―dijo Javi―, pero déjame investigar un poco. Aquí está...― dijo, haciendo clic en otro enlace―. He aquí la explicación. El tipo de la izquierda del cuadro es el ventilador.

¿Quién es ese?―preguntó Lucas.

Sólo puedo deducir, siendo mitológicos, que quizá pueda representar al dios del viento. Por ello pusieron el ventilador, ese tipo se sitúa en el mismo sitio en el cuadro que el ventilador en la escena del crimen. Pero no sé qué nos pueden querer decir con esto. Sólo hablo de que la posición en el cuadro coincide con la posición del ventilador... pero Laura sabe más de esto que yo. ¿Puedes decirnos algo más?―Javi giró la cabeza hacia Laura. Ella asintió.

Sí, puedo decir algo sobre el ventilador y sobre todo, en general. Conozco este cuadro bastante bien―intervino Laura, que estaba bastante ducha en pintura y acababa de reconocer la escena―. Sabía que me recordaba a algo. Era esto. Lo he visto mil veces. El tema proviene de la Metamorfosis de Ovidio y representa a Hera en el momento de tender un manto a Venus Anadiomena, que surge desnuda de las aguas del mar y está de pie sobre una concha. Ahí entran la concha y la manta naranja esta―señaló Laura, y continuó―. También tenemos al viento del oeste, Céfiro, y su amante, la ninfa Cloris, que soplan sobre ella. De ahí que pusiera el ventilador en esa misma posición.

¿Pero qué nos quiere decir con esto?― preguntó Rafa, que estaba desconcertado―. ¿Tantas molestias para representarnos un cuadro porque sí? Algún mensaje tiene que tener esto.

Yo creo que la clave está en la metamorfosis―apuntó Laura―. Los vampiros pretenden convertir a alguien y esa es la pista que se esconde tras esta macabra escena del crimen.

Silvia soltó un siseo que puso a todos los pelos de punta.

¡Y yo sabía nada de esto! ―exclamó―. Parece mentira. ¡Me creía que confiaban en mí y me lo contaban todo!

Pues ya ves―dijo Rafa―. Creo que no confiaban tanto. Tú eres una de esas personas a las que transformaron para hacer fuerza, únicamente. Igual que Julián, Juan Antonio y tantos otros que usaban como peones. Cuanto mayor sea su número, más fácil tendrán llevar a cabo cualquier cosa que pretendan hacer.

Claro que sí― dijo Sergio, chasqueando los dedos―. Pretenden hacer algo. Y ese algo es tan gordo que necesitan incrementar su número. Por eso enviaban a Julián y a sus amigos a todas partes. Para reclutar gente.

Ya, claro, pero es que llevan décadas reclutando gente―terció Javi en ese momento―. Y si llevan tantos años viaje para allá, viaje para acá, tú me vales, tú no y te mato, ahora, tú, sí, y tú tampoco―Javi hacía aspavientos con las manos mientras hablaba―, están seleccionando gente.

Es verdad―dijo Sergio―. Han estado viajando a todas partes con ese fin. Han seleccionado a sus víctimas. Y como saben que estamos tras ellos nos están dejando mensajes...

Todos se miraron con complicidad. Así que era eso. La cuestión de fondo era transformar a personas en vampiros con el fin último de llevar a cabo una acción mayor que requeriría de todos sus esfuerzos.

Esto es un disparate―dijo Marta―. ¿Por qué nos envían a nosotros este mensaje? ¿Porque saben que podemos detenerles, o qué?

No exactamente―respondió Natalia―. Si vosotros dais el perfil puede que no intenten mataros, sino simplemente transformaros.

¡Ja! ―bramó Javi―. Esto es lo último que podía pasarme. ¡Que una banda de asesinos en potencia buscara reclutarnos a nosotros! ¿Qué les hace pensar que nos íbamos a poner de su parte?

Te pondrías tú solo. Hay que tener una gran fuerza de voluntad para no sucumbir al mal y toda esa parafernalia―dijo Silvia―. Mírame a mí. Estuve años con ellos sin saber qué pretendían. He matado a gente antes. Y no te creas que yo era una mala persona cuando era humana. Cuando te transforman en vampiro tu corazón deja de latir, te vuelves frío como el hielo y tu alma abandona a tu cuerpo. Te vuelves inmortal. Con habilidades sobrehumanas. Natalia y yo somos así. Y ya viste el destrozo que pudieron hacer en vuestras filas cuando liberasteis a Marta y a Javi. No os mataron porque no quisieron.

¿Me estás diciendo que les dimos pena o algo de eso?―exclamó Lucas.

Eso mismo. No saben cuál de vosotros puede prestarles un mayor servicio―explicó Silvia―. A mí me tenían fichada y llegaron a transformarme por medio de mi hermana. A Julián no le fue difícil planear aquello, ya lo sabemos. Una vez hecho eso, la sed de sangre que tienes hace el resto. Te vuelves un ser peligroso, inhumano, y muy, muy difícil de detener.

Todos se miraron de nuevo. Aquellas revelaciones les dejaban sorprendidos, patidifusos. Y pensaron todos casi lo mismo. Así que quizá lo del secuestro tuviera algo que ver con eso. Simplemente...

Querían evaluar nuestras capacidades como humanos―dijo Rafa―. Querían ver qué tal nos defendíamos. ¡Era eso!

Exacto―sonrió Silvia, dejando ver una perfecta hilera de dientes blanquísimos como la nieve―. Imaginaos qué puede hacer Javi como vampiro. Su fuerte es la velocidad. Aumentarían el resto de sus capacidades, su fuerza física, su habilidad en el karate, su velocidad de reflejos, todo. Un vampiro cinturón negro sería prácticamente indestructible. Y José Antonio tendría una fuerza bruta impresionante. Partiría en dos un transatlántico...

Javi y José miraron a Silvia, incrédulos.

¿Y tú qué capacidad desarrollada tenías como humana?―preguntó José Antonio―. Porque ahora lo que puedes hacer es ver qué hace la gente en este mismo instante...

Se ha ido desarrollando con los años. Antes no era gran cosa. De ahí que no viera perfectamente qué se proponía Julián en sus viajes y que mandara a la mierda a Natalia cuando me advertía ―explicó Silvia―. Lo que yo tuve―continuó― era un buen instinto y una buena intuición, además de mucha suerte. Siempre sabía qué estaban haciendo todos mis amigos. Les tenía a todos controlados. Siempre tenía que enterarme de todo.

Una cotilla, vamos―le espetó Lucas.

Lucas, interrumpir para llamar cotilla a una vampira es de ser tonto―dijo Javi―. Si lanzases algún piropo no te diría nada, pero es que para decir eso hay que ser tonto.

Vale ya. Escuchadme, quiero a todo el mundo en máxima alerta―dijo Sergio―. Esos tíos pueden volver a atacar nuevamente y quién sabe lo que pueden llegar a hacer.

Muy bien, lord Sergio―dijo Laura, burlona―. Lo último que quiero es convertirme en una vampira con capacidad de lanzar ondas eléctricas. No sabes lo mucho que estoy usando la thaser últimamente.

De pronto, Silvia puso los ojos en blanco y comenzó a tener espasmos. Todos se levantaron de sus sillas rápidamente excepto Natalia, que estaba de pie, y se dirigieron hacia Silvia.

¿Qué pasa?

¡Silvia!

Está viendo algo muy gordo...

Silvia volvió en sí de pronto. Y miró las caras de todos los presentes, una a una.

Están planeando algo. No sé el qué, no puedo leer las mentes, pero ahora mismo están reunidos. Son como una docena.

¿Dónde están?―preguntó Lucas―. Podemos saltar sobre ellos y pillarles por sorpresa.

Oh, cállate―dijo Laura―. Nos pillarían ellos a nosotros y eso sí que no te gustaría verlo.

No sé nada―dijo Silvia―. Sólo veo el presente de la gente, no lo que piensan o lo que pretenden. Puedo ver claramente que no planean nada bueno, al igual que vi lo que planeaba hacer Javi cuando el avión de Marta iba a aterrizar: ir a recibirla. Pero, por ejemplo, no habría podido adivinar si iba a matarla unos minutos después.

Tú eres tonta―saltó Javi, indignado―. ¿Cómo voy yo querer matar a...?

¿Quién insulta ahora a un vampiro peligroso, eh?―se burló Lucas.

Tus muertos en vinagreta―respondió Javi, secamente.

Vale, vale, ¡ya me callo!

¿Podemos hacer algo, Silvia?―preguntó Javi―. Acerca de lo que has visto.

Sentarnos y esperar. Puedo dar una aproximación del sitio al que van a ir... pero no es seguro―respondió Silvia.

Verdaderamente, no entiendo el poder ese raro que tienes―Rafa movió la cabeza. Silvia sonrió.

Es curioso. Uno de mis antiguos amigos pensaba exactamente lo mismo.



VI. Metamorfosis.


Los temores de Silvia se produjeron en breve. ADICT recibió una visita del comisario de policía para darles la noticia. Otro crimen. Y un escenario macabro que lo representaba. Laura puso a don Alfredo Fuentes al corriente de la anterior escenografía, la Venus de Boticelli. Y esta parecía ser parecida, y si no parecida, al menos seguiría el mismo patrón. José Antonio y Marco se dirigieron a la escena del crimen para observar lo que habían dejado esta vez. Era, nuevamente, en el interior de una casa, lo cual decía a todos los miembros de ADICT que la víctima había dejado entrar al vampiro. Marco y José tomaron fotografías del lugar. En la misma casa les dijeron que habían detenido a un tipo que se había entregado. Marco arqueó las cejas. Le parecía muy raro.

¿Tiene una foto o algo?―preguntó.

Sí, esta es―le dijo el policía que le había informado. Marco miró la pantalla del móvil del policía―. Decidí sacar una foto de este tipo para pasárosla a vosotros, ya que sabía que vendríais por aquí.

Ajá... pues gracias―dijo Marco, activando el sistema de transmisión por bluetooth de su teléfono móvil.

Regresaron a la sede de ADICT con los datos de la escena del crimen y la foto del tipo que había sido detenido. A ninguno le gustaba nada aquello. Y menos cuando Marco comenzó a exponer lo que había visto.

Primero, la foto del detenido―dijo―. ¿Os suena?

Silvia echó un vistazo.

Es Karel―dijo―. ¡Maldita sea! ¡Va a armar una carnicería en la cárcel, estoy segura! ¿Cómo le habrá permitido Serafín hacer eso?

¿Serafín? ¿Serafín Vicuña? Pero ese tío es... o sea, quiero decir... ¿no se supone que el jefazo era el tal Karel ese?―empezó Rafa.

¡Serafín es el jefe! Los Vicuña son el mayor aquelarre vampírico de la Península Ibérica. Serafín es el líder. Hay más con él: Marga, Félix, Casimiro, Blanca... son diez o doce―explicó Silvia―. Karel simplemente está aquí para llevar a cabo sus planes.

Un momento―comenzó Laura―. ¿Me estás diciendo que el tal Serafín es el jefe? ¿Pero entonces qué pinta aquí el ruso ese, Karel, o como se llame?

Está visto que esto es peor de lo que pensábamos―murmuró Natalia entre dientes―. Los rusos pretendían llevar a cabo un plan para crear nuevos vampiros y lograr un objetivo hasta ahora desconocido. Han debido pactar algo con los Vicuña para que éstos les permitan hacer semejante cosa.

¿Dices que los Vicuña son los más numerosos en España y Portugal?―inquirió Javi, pensativo, frunciendo el ceño.

Así es―respondió Silvia―. Son, digamos, la máxima autoridad vampírica aquí. Persiguen a quienes no cumplen las normas. Por ejemplo, vosotros, que conocéis nuestra existencia, debéis morir o convertiros.

Qué bien, y yo que me pensaba que tenía problemas―decía José Antonio, irónico.

¿Y no pensabas contárnoslo? ―exclamó Javi―. ¿Estás loca o qué?

A mí me parece chocante que Serafín haya autorizado esto―dijo Natalia, calmando un poco los ánimos―. Siempre ha sido un tipo muy correcto.

A no ser que saque algo en limpio de este asunto―gruñó Javi, malhumorado. Todos le miraron.

¿Qué quieres decir?―preguntó Sergio.

Es sencillo―replicó Javi, levantándose de un ágil salto del sillón―. Los rusos vienen aquí con sus amigos y el resto de sus peones: Julián, Juan Antonio y todos esos. Los rusos quieren reclutar gente para llevar a cabo algo gordo. Pero reclutar por reclutar está prohibido porque nuevos vampiros, recién transformados, pueden causar el caos si no están controlados, ¿me equivoco?

Natalia y Silvia negaron con la cabeza.

Llegados a este punto, los Vicuña solamente autorizarían semejante despropósito si sacaran ellos algo en claro. Es decir, que una vez que los rusos hagan lo que tengan que hacer, Serafín y su querida familia se quedan con los vampiros que utilizan los rusos y utilizan sus capacidades a su antojo. Una vez que los rusos consigan lo que quieren, no les hará falta el servicio de ningún vampiro más. Ellos mismos pueden apañárselas. Ahora mismo ese tal Karel va acompañado de todos aquellos que Julián reclutó a lo largo y ancho de Europa. Y necesita más gente, está claro.

Tiene sentido―aprobó Laura―. Sí, creo que es eso.

Segunda parte―continuó Marco, sin demora―. He aquí la descripción en fotos de la escena del crimen. No apto para personas sensibles. Los vampiros que haya en la sala, por favor, aliméntense antes de ver tanta sangre...

Irene tendió dos tubos llenos de sangre a Natalia, entre las risas irónicas de Sergio y de Silvia. Natalia cogió los tubos de ensayo con desdén.

Marco colocó las fotos en el ordenador y mediante el proyector de diapositivas las mostró en la pared. Era una escena bastante elaborada y muy sangrienta. Irene no pudo aguantar mirando más de dos segundos. Rafa hizo un gesto de asco. Y Marta ahogó un grito de espanto. El cadáver ensangrentado se hallaba como si estuviera manejando una rueca. Hilos de diversos colores le colgaban del cuello, como si se hubiera ahorcado con ellos, y de las manos. Al fondo de la habitación, a mano izquierda, había una cortina roja que, según Marco, alguien había puesto allí. Varios ovillos de lana manchados de sangre se encontraban desparramados por el suelo; una escalera se apoyaba en la pared. Y, colgando de uno de los hilos de la víctima, una gigantesca araña de goma. En la pared, una pintada, escrita con letra clara, de color rojo sangre, perfectamente visible: ¡Es el diablo quien tiene los hilos que nos mueven! Además, según los informes que había recibido Marco, la víctima era una de las diseñadoras de moda de prestigio en Cartagena y toda la zona del este de España, habiendo llevado sus diseños a diversas pasarelas a lo largo de toda España.

Y esto es todo―dijo Marco, desplomándose en una silla.

Silencio. Solamente Laura se levantó de su silla y miró fijamente la imagen. Allí había algo, como en el anterior cuadro, que le resultaba familiar.

La rueca...―dijo Laura―. Javi, ¿puedes buscar Las Hilanderas?

¿Te refieres al cuadro de Velázquez?―preguntó Javi, sentándose enfrente del ordenador. Laura asintió―. Eso está hecho.

Conectó el ordenador, se metió en Internet y a los pocos minutos tenía delante el cuadro que le había pedido Laura.

Aquí está―dijo Laura, mirando el cuadro. Las cabezas se arremolinaron alrededor del ordenador.

Un momento, voy a proyectar la foto en la pared―dijo Javi, ejecutando su acción. A través del proyector, la foto quedó reflejada en la pared―. Bueno, Laura, demuéstranos tu sabiduría artística.

De nuevo tenemos varios de los objetos del cuadro en la escena del crimen―explicó Laura―. La rueca es la clave, es lo que me hizo llegar a Las Hilanderas. Vemos la escalera y la cortina roja en la representación del crimen, además de que el cadáver se halla en la misma posición que Aracne.

Laura señaló en el cuadro a la mujer que se hallaba tejiendo a la izquierda.



¿Tiene esto que ver algo con lo que estamos investigando?―preguntó José Antonio―. ¿Qué tiene que ver aquí una tejedora?

Ah, José, esa es una de las preguntas más inteligentes―respondió Laura―. Quizá pueda establecer una relación entre la historia que cuenta el cuadro y la realidad de nuestros amigos vampiros. Verás, Aracne desafió a la diosa Minerva a un concurso de tejido. La historia afirma que Minerva se enfadó por perder; además el motivo que escogió Aracne era un insulto a los dioses y eso desató la furia de Minerva. Por ello Aracne huyó y se ahorcó. Aquí es donde yo creo que entra la respuesta: Minerva transformó a Aracne, una vez ahorcada, en araña; y la soga, en telaraña. Una transformación. Eso es lo que nos quieren decir de nuevo.

Hey, no os vais a creer lo que está diciendo la radio―dijo Galindo, acercándose con la radio encendida a un buen volumen―. La cárcel está desmadrada...

El informativo especial informaba de un motín que se había saldado con veinte presos de la peor calaña muertos y una fuga.

Pues si quería llamar la atención, lo ha conseguido―dijo Rafa, irónico.

Estamos en un maldito punto muerto― Javi dio un golpe en la mesa, enfadado―. Tenemos dos crímenes, uno peor que el otro, con dos escenografías macabras que lo único que nos vienen a decir es que nos quieren transformar en vampiros para llevar a cabo no sé qué asqueroso plan. Laura... tú que estás puesta... ¿cuál es el fin último de la Metamorfosis de Ovidio? Ambos crímenes van relacionados...

Lo único que te puedo decir―respondió Laura― es que esa obra es más larga que José Antonio...

Muy graciosa―le espetó éste. Laura le ignoró.

...y su fin último es la transformación en estrella del alma de Julio César.

Javi se dirigió al buscador de Internet. Tecleó dos únicas palabras. “Metamorfosis” y “vampiro”. Tenía la esperanza de que apareciera algo.

Hum... Charles Baudelaire... ¡Vaya! La metamorfosis del vampiro. Fue borrado de su libro Las flores del mal...― murmuró.

¿Baudelaire? ¿El escritor francés?―preguntó Laura, extrañada.

No sé... pero esto no me conduce a nada―dijo Javi, mirando varias páginas web―. Veamos... El enemigo... el cisne... no, no creo que esto lleve nuestro caso a buen puerto...

La frase escrita con sangre―intervino Marta entonces―. La de los hilos que nos mueven. Escribe eso junto con Baudelaire. Quizá la escribió él mismo.

Javi tecleó en el buscador “Baudelaire, el diablo es quien maneja los hilos que nos mueven”. Y dio con un poema de Baudelaire. Todos leyeron el poema con atención.

La frase es del escritor este. ¡Esto es de locos!―dijo Marco.


¡El Diablo es quien maneja los hilos que nos mueven!

A las cosas inmundas encontramos encantos y sin horror,

en medio de tinieblas hediondas,
cada día al Infierno descendemos un paso.


A las cosas inmundas encontramos encantos... ¿vampiros, tal vez?―sugirió Rafa―. ¿Algo más que merezca la pena ser destacado?

Sí―dijo Silvia, leyendo la siguiente estrofa.


Tal como un libertino pobre que besa y muerde
el seno magullado de una vieja ramera,
robamos de pasada un placer clandestino,
que exprimimos bien fuerte como naranja seca.


Besa y muerde. Aplacar nuestra sed es un placer clandestino que nadie debe conocer. Y a nuestras víctimas... bueno, las exprimimos bien fuerte. Se refiere a los de nuestra especie―dijo Natalia―. Estoy segura.

El final del poema sonaba apocalíptico, sabiendo que podían relacionarlo con un vampiro.


Tú conoces, lector, al delicado monstruo,
hipócrita lector -mi igual-, ¡hermano mío!


Todos se miraron con expresión de gravedad. Lucas soltó una risotada.

¡Ja! Una sarta de idioteces sin sentido, eso es. Quiere despistarnos.

Lucas, en la pared de la casa estaba escrita la frase de este poema―dijo Laura―. No creo que sean idioteces sin sentido.

¿Pero qué tiene que ver esto con las hilanderas? ¿El diablo maneja los hilos que nos mueven?―exclamó Lucas―. ¡No lo veo!

Sí lo veo―terció Javi―. Natalia, ¿me permites hacer algo que puede resultar peligroso para ti?

¿Qué estás pensando?―preguntó Natalia, temerosa.

Nada que te vaya a matar, desde luego― Javi buscó discretamente un crucifijo en un cajón. Lo sacó, lo escondió tras su espalda y avanzó hasta Natalia. Cuando estuvo a menos de un palmo de ella, lo sacó y lo puso frente a su cara. Natalia dio un bramido y saltó hacia atrás instintivamente, como un acto reflejo, como cuando alguien retira la mano del fuego porque se ha quemado.

¿¿ESTÁS LOCO??―bramó Natalia, enfadada.

El diablo maneja los hilos que los mueven―dijo Javi, retirando el crucifijo―. Es eso, Lucas. Un vampiro es un ser sin alma. Se retira ante los crucifijos. Su corazón está inmóvil. Su cuerpo está helado. Se alimenta de sangre. Un ser así solamente puede ser creado para un fin: matar. Y el diablo es el ser más perverso de todos...

No digas tonterías―dijo Lucas―. Estamos hablando de vampiros, no del diablo...

Lo sabemos, Lucas―dijo Laura―. Pero lo que queremos intentar decir es que actúan por y para el mal. Ellos son el mal. Excepto Silvia, Natalia y algunos pocos que intentan llevar una vida decente.

¿Pero entonces dónde nos lleva esto? ¿Qué pretenden?―exclamó Lucas―. ¡No le veo sentido!

El objetivo último del mal es acabar con el bien―dijo Javi, con un tono de voz místico―. Quizá pretendan destruir toda representación del bien. Quizá por ello están reclutando fuerzas nuevas. A lo mejor es por eso. Mientras estemos aquí dentro estaremos a salvo, puesto que ya he quitado el ridículo anuncio del periódico que invitaba a entrar aquí a todo el que tuviera algún problema con nosotros. Pero en cuanto crucemos la puerta de la calle, estaremos en un peligro mortal. Podemos pasar de estar del lado del bien a estar del lado del mal en poco tiempo. El tiempo que tarden esos desalmados en transformar a su víctima.

Silvia, tienes que ayudarnos―dijo Sergio―. Necesitamos saber qué se proponen. Utiliza tu poder, tu don, lo que sea. Sé que puedes enterarte de eso.

Lo intentaré―dijo Silvia―. No os quepa duda de que lo intentaré con todas mis fuerzas. En mi caso y en el de Natalia, no es precisamente el diablo quien nos controla.

Cuando Natalia tiene sed, sí...―terció José Antonio.

Bueno, ya vale―dijo Sergio―. Silvia, concéntrate y dinos todo lo que están tramando esos tipos. Dinos qué están haciendo ahora los rusos. Dinos qué pretenden los Vicuña.

Todos rodearon a Silvia, dejándola en el centro de un círculo perfecto. Ella cerró sus brillantes y amarillos ojos, y se concentró. Al poco, hizo que todos se sobresaltaran. Había visto algo.

Sí. Están haciendo unos planos para asaltar algún sitio.

¿Un sitio? ¿Qué sitio?―preguntó Sergio.

No sé qué sitio es―dijo Silvia, con sus ojos amarillos brillando como dos bombillas―. Hay que hacerse con ese plano cuanto antes. Sacar una copia.

Muy bien―dijo Javi―. Lucas, Galindo, Guille, Sandra y Mónica. Estáis a las órdenes de Rafa. Es hora de resarciros por todos vuestros errores y por todos vuestros chascos. Id allí y conseguid ese plano como sea.

Rafa cogió su pistola thaser y una estaca de madera y se dirigió con determinación a Javi.

Lo conseguiremos. Tenlo por seguro. Vamos, chicos. Y recordad, ojo avizor. No queremos sustos.

Marta hizo un pequeño resumen a todos los allí presentes.

Entonces primero nos acerca al tema de la metamorfosis. Luego escribe una frase de Baudelaire en la pared, y llegamos a lo de la Metamorfosis del Vampiro. Y luego vemos que dicha frase en realidad pertenece a un poema de Las flores del mal...

Exacto―dijo Laura―. Eso es.

¿Pero cuál es el objetivo final de esos vampiros, entonces?―preguntó Marta―. No consigo vislumbrar nada por ninguna parte.

Transformarnos a todos y acabar con el bien―dijo Laura―. Ese es el objetivo final.

El comando de Rafa se dirigió a la puerta de salida, listo para hacerse con los planos. Laura los miró preparándose para irse; se acercó a Javi y le dio una palmada en el hombro.

¿Sin broncas?

Javi sonrió.

Prometido. Sin broncas.

Pero Sergio se había acercado a Natalia y, echándole un brazo por los hombros, dijo en voz inaudible para el resto, sabiendo que Natalia la oiría perfectamente:

Cuando la vuelvan a cagar ya verás por dónde va a pasarse nuestro amado presidente esa promesa.

¿Por dónde?―preguntó Natalia.

Pues por sus sant...

Sergy...―dijo Javi, con tono de reproche, mirando a Sergio, que se calló de inmediato―. Creo que te olvidas de que, a pesar de ser humano, tengo oído de pianista.

Sí, claro―dijo Sergio, riéndose―. Me voy a dar una vuelta con Natalia, si no te importa.

No me importa―dijo Javi.

A ver lo que hacéis por ahí―dijo José Antonio.

¿Por qué siempre estás igual?―preguntó Sergio, molesto―. ¿Se debe a que no has pillado en tu vida?―y se fue de allí, erguido cuan alto era. José Antonio fue a responder, pero Sergio ya se había largado con Natalia.

El grupo de Rafa se dirigía al cuartel de los vampiros rusos, en el que habían elaborado un plano en el que supuestamente se detallaban todos los pasos a seguir en su plan.

No había tiempo que perder.




Intermedio.


Sergio.

Es una locura...


He de elaborar un informe completo del caso. Creo que algunos se han perdido. Este Lucas no se encontraría ni en una línea recta. Y menos aún Galindo o Guillermo. Recopilaré, pues, los datos...

Al principio perseguíamos averiguar quién era Natalia.

Natalia, que era una vampira, nos condujo hasta Julián, quien la transformó.

Creíamos que Julián era un vampiro sádico que pretendía causar el caos en la residencia con su compañero Estrada.

¿Dónde encajan aquí los narcos aquellos? Quizá ni siquiera encajen. Puede ser una manera de calmar las cosas durante tres meses. Las desapariciones en la residencia empezaban a dar el cante. Y eso Julián y Estrada lo sabían.

Y cuando los descubrimos en la residencia, nos llevan al hotel.

Como no hay suficiente, después del hotel y pensando que nos han despistado, nos llevan hasta su primer escondite.

En dicho escondite eliminamos a Julián y a uno de sus amigos.

Silvia descubre que hemos matado a Julián y viene a ajustar cuentas.

Javi le cuenta la verdadera historia acerca de su querido Julián.

Debido a esto, Silvia se une a nuestro bando.

Y descubrimos que un vampiro ruso, Karel, junto con su aquelarre, es el causante de esto. Él había puesto a Julián y a Estrada a sus órdenes, para reclutar nuevas fuerzas que les permitan llevar a cabo un gran objetivo.

Lucas tiende una trampa a Estrada, que se salda con desastre total.

Los rusos secuestran a Javi y a Marta para hacernos la del cebo.

En nuestra incursión, no nos matan. Logramos liberar a nuestros amigos.

Descubrimos que Serafín Vicuña está colaborando con esos tipos.

Y resulta que esos tipos no nos matan porque a lo mejor requieren de nuestros servicios para lograr sus asquerosos fines.

Y, para colmo, lo que pretenden los Vicuña es sacar algo en claro: quedarse con los transformados una vez que los rusos logren hacer lo que quiera que haya en esos planos.

Por si todo esto fuera poco, nos encontramos dos crímenes macabros relacionados ambos con La Metamorfosis. Deducimos que no nos mataron porque lo que quieren es transformar a algunos de nosotros. Nos están evaluando.

En el segundo crimen, también relacionado con La Metamorfosis, aparece una frase de un poema de Baudelaire.

Silvia tiene la visión de que los vampiros están planeando algo.

Y Rafa y todo su comando se disponen a quitarles un plano donde explican todo eso.

¿Conclusión? Ninguna nueva: que esto es una locura. Una maldita locura.

Hasta entonces, no teníamos la más mínima idea de hasta qué punto habíamos metido las narices en los asuntos de estos tipos. Pero lo íbamos a descubrir muy pronto.

VII. Los planos.


En total silencio, se acercaron al lugar indicado. Al frente, Rafa, que no pasaba ni una a sus compañeros. Esta vez, había dicho, haremos las cosas bien.

Y en esas estaban cuando arribaron al lugar al que debían ir: un destartalado almacén que tenía toda la pinta de estar abandonado. Por lo general los vampiros siempre escogían aquellos lugares apartados de la civilización para ocultarse de la gente. Era un callejón oscuro y muy poco transitado. Verdaderamente, nadie que estuviera en su sano juicio podría llegar a pensar que allí se estaba planificando algo macabro, porque el lugar estaba totalmente desierto, sucio y abandonado.

Lucas se aproximó a la puerta del almacén. Apoyó la oreja, pero no oyó nada. Juanma se acercó. Probó a abrir. Con un quejido que retumbó en el silencio, la puerta dejó entrever una sucia estancia sin ventanas, llena de polvo, oscura, destartalada, con solamente una mesa en el centro. Allí no había nadie. Encima de la mesa había un plano. Las indicaciones de Silvia eran buenas. Alguien había estado allí. Y a juzgar por el contenido de los planos, no era nada bueno. Los chicos se arremolinaron en la mesa para echar un vistazo a aquellos papeles. Lucas fue el que tomó la voz cantante.

Sí... aquí está... muy interesante...

¿Qué pasa?―preguntó Mónica―. ¿Es algo relevante?

Más que eso yo diría... que nos va a llevar directamente al sitio clave. Es una casa en el campo...―dijo Lucas, señalando―. Un lugar perfecto. Fuera de los límites de esta ciudad. Un lugar sin peligro desde el que llevar a cabo sus planes con alevosía. Se ve que esto ya se les ha quedado pequeño.

Rafa bufó, en desacuerdo total con su amigo.

No puede ser. No tiene sentido que teniendo este almacén lleno de basura hasta arriba se quieran ir a una casa de campo a esconderse. Sobre todo cuando estando aquí, en el centro de Cartagena, tienen todo a su disposición. Tienen todo a un paso. Fíjate bien...

Rafa, fíjate bien tú, amigo mío―insistió Lucas―. Un centro perfecto de operaciones aislado del mundo, donde no podremos molestarles ni interferir en lo que quiera que estén haciendo.

Mirad esto―Sandra y Guillermo se habían acercado a la pared y miraban algo que estaba colgado allí mismo―. Parece... el plano de un edificio.

Galindo descolgó el plano y lo puso encima de la mesa.

Parece una iglesia―dijo Rafa, mirando―. Sí, eso tiene toda la pinta de ser una iglesia. Reconozco la planta...

¿Una iglesia? No seas absurdo, los vampiros huyen de los crucifijos―terció Galindo―. A mí me parece más bien una vía de distracción.

Tenemos que ir a esa casa cuanto antes―dijo Lucas.

Yo creo que deberíamos echar un vistazo por aquí, registrarlo todo―sugirió Mónica, mirando a su alrededor―. A lo mejor hay algo en algún sitio que nos puede servir.

Ya, claro, pero es que esto está vacío―rezongó Rafa―. ¡Ni un mal mueble, Mónica! Sólo esta mesa...

Que tiene un cajón aquí―señaló Juanma. En efecto, bajo la mesa y acoplada a la misma, había un cajón. Juanma lo abrió. En el interior había un montón de papeles. Rafa se dispuso a ordenarlos y echarles un vistazo.

Vamos a ver... vaya, planos de la residencia Alberto Colao... mirad, fotografías.

Rafa mostró a sus compañeros varias fotos. Algunas tenían ya bastante tiempo. Una era de Silvia; otra, de Natalia. Asimismo, también había imágenes (en blanco y negro) de Julián y de Juan Antonio. Y muchos más. Lo que más les llamó la atención fueron las fotos que había allí de las dos últimas víctimas de los vampiros. Correspondían con las víctimas encontradas en los macabros escenarios que habían visto hacía muy poco.

No las ha matado del todo―dijo Galindo―. Ha transformado a esas dos... a la diseñadora y a la otra. La metamorfosis del vampiro. Ahí está el asunto, amigos.

Cierto―gruñó Rafa―. Vampiros nuevos sin control. Yo creo que Serafín puede estar satisfecho. Una vez que Karel y sus colegas rusos causen el caos los Vicuña se quedará con la diseñadora y la otra mujer.

Quizá la casa en el campo sea para esconder a los vampiros nuevos y mantenerles alejados de la civilización―dijo Mónica―. Ya sabéis que cuando un vampiro es nuevo, le cuesta muchísimo contener su sed. A Natalia aún le cuesta trabajo y lleva veinte años siendo una vampira.

Tiene sentido―aprobó Galindo, asintiendo―. ¿Deberíamos ir a echar un vistazo a esa casa, Rafa?

Rafa le miró. Miró luego a Mónica. Finalmente, asintió con la cabeza.

Pues sí. Quizá deberíamos echar un ojo. A ver el resto de planos...

Miró los demás papeles. Planos del hotel, del bloque de oficinas abandonado donde habían matado a Julián, nada nuevo. Parecía una cuidadosa y planificada elaboración de cada uno de los pasos que habían estado dando.

Esto es absurdo―dijo Lucas―. ¿Qué pintaban los narcos en todo esto?

Pintaban―respondió Rafa―. Julián y Juan Antonio querían calmar el asunto. Tanta muerte estaba haciendo que la policía y también Sergio empezaran a tener la mosca detrás de la oreja. Necesitaban parar durante un tiempo su reclutamiento en masa― señaló las docenas de fotos encontradas en el cajón―. Y para no matar a nadie, llegaron a un acuerdo con esos tipos para el suministro de sangre. La jugada les salió bien. Cuando detuvimos a los narcos volvieron las cosas raras a la residencia, pero estaban dando demasiado el cante y tuvieron que largarse al hotel― Rafa señaló los planos―. Para entonces los rusos habían hecho acto de presencia.

Mirad esto―dijo Sandra, removiendo entre los papeles―. Parecen documentos de identidad... o algo así.

Rafa los cogió. Galindo miró por encima de su hombro y dio un silbido.

Vaya, pero si son todos ellos, nuestros amiguetes los rusos. Fíjate. Cinco copias de documentos de identidad.

Yaroslav, Yekaterina, Vladislav, Konstantin, Anzhelika. Y Karel. Todos leyeron aquellos nombres que no les decían absolutamente nada.

La verdad es que Karel, pinta de ruso, no tiene―dijo Juanma.

Está nacionalizado. En realidad es polaco―dijo Rafa, leyendo todo lo que habían encontrado―. Pero ahora tenemos que irnos y avisar a todos de lo que nos hemos encontrado.

Estuvieron todos de acuerdo. Guardaron las cosas que habían encontrado en el cajón tras hacer unas fotos de las mismas y regresaron al cuartel general.

Pero nada más dar el primer paso hacia la salida, Rafa se quedó quieto. Había oído algo fuera.

Hay alguien ahí―dijo.

La puerta se abrió. Y una figura femenina desconocida para ellos entró.

Pues sí... aquí es donde se han reunido.

Menudo chiringuito se han montado los amiguetes―dijo una segunda voz, esta masculina―. Y parece ser que alguien más listo que nosotros ha encontrado antes el escondrijo.

No son más listos―dijo la primera voz―. Percibo que Silvia Guirao tiene que ver en esto.

¿Os conocemos?―preguntó Lucas entonces.

Los dos recién llegados se volvieron hacia Lucas. Éste atisbó en ambos los rasgos vampíricos: piel pálida, dientes brillantes y perfectos, y ese extraño color de ojos.

Pues no―dijo el segundo―. Alberto Guirao.

Extendió la mano hacia delante. Lucas la estrechó.

Joder―murmuró―. Está muchísimo más frío que Javi, que ya es decir...

Ya sabes que Javi es de piel fría. Sólo lo he visto caliente después de las clases de karate. Pero el tío no suda ni una gota, y su hermana tampoco. Creo que está hecho de otra pasta―sonrió Rafa, estrechando la mano a Alberto―. Pero por sus venas todavía circula sangre.

No por mucho tiempo―terció la otra.

¿Y tú eres...?

Elena―respondió, impasible, la chica.

Rafa escrutó su rostro. El pelo rubio y rizado le caía por los hombros y los ojos anaranjados producían un extraño efecto de color en su cara.

Bien, ¿por qué dices que no por mucho tiempo?―preguntó Rafa.

Está claro, ¿no?―dijo Irene―. Piensa que los rusos van a por Javi y a por todos nosotros. Quieren transformarnos.

La verdad, no esperaba yo ver a Silvia del lado de los buenos―dijo Alberto, cruzándose de brazos y paseando por la habitación―. Los tipos esos han venido aquí desde Rusia con la intención de causar una matanza en masa. Los Vicuña les dijeron que de eso nada, que aquí en España mandaban ellos. Pero entonces Karel urdió el plan: buscaría personas con potencial para entregarlas al gran amigo Serafín y su séquito de estúpidos que se piensan que son más que nadie en España. Así que Serafín abandonó sus tierras de Asturias y Cantabria, vino hacia Cartagena, se vio con Karel y el resto de esa gentuza y llegó a un acuerdo. Karel podría llevar a cabo sus planes iniciales. Y los Vicuña sacan a cambio varios esbirros más a incorporar a sus filas.

¿Eso es todo?―preguntó Rafa. Parecía decepcionado.

No lo creo―intervino Elena―. Ese es el plan que Serafín y su gente piensan que los rusos están llevando a cabo. Lo que no saben ellos es que los rusos actúan siempre por su cuenta. Yo creo que van a ir más lejos. Lejos en el sentido de que, en cuanto puedan, traicionarán a los Vicuña.

¿Traicionarles? ¿Cómo es eso?―preguntó Galindo.

Veréis, llevo en esto más de doscientos años―dijo Elena―. Alberto es más reciente: le salvé de las garras de Silvia hace algún tiempo, aunque no pude evitar la transformación. Sé cómo actúan los tipos como Karel. Van por libre. Hacen lo que quieren, donde quieren, como quieren, y el permiso ese que le concedió Serafín se lo pasará por la entrepierna. Creedme.

¿Entonces qué me estáis contando?―preguntó Rafa―. ¿Todo eso de la metamorfosis...?

Claro que sí. Es eso―dijo Elena―. Pero cuando transforme a quienes planea transformar, atacará a Serafín con sus nuevas fuerzas y si logra matarle, podrá hacer lo que le venga en gana sin nadie que pueda hacer nada para impedirlo.

Bien, pues dejemos que se maten entre ellos―dijo Lucas, con tono aburrido―. A quien quede vivo, estacazo al canto.

No me has entendido―Elena avanzó hacia Lucas―. El aquelarre ruso irá a por quienes quiere transformar ahora mismo. Están en ello. Llevan demasiado tiempo intentando reclutar gente para asaltar el sur de Europa.

No me toques las narices, rubia―dijo Rafa, que empezaba a mosquearse sobremanera―. O sea, me estás contando que todos los enviados especiales de Karel, como Julián y Juan Antonio, a diferentes lugares del mundo, era para crear vampiros nuevos y al final la cosa se resume en un asalto en masa al sur de Europa por parte de esos rusos.

Eso es―sonrió Elena.

¿Y qué pintamos nosotros en medio? ¿Por detener a unos narcos que pasaban sangre a dos tipos estamos metidos en este follón?―preguntó Rafa, juntando las palabras.

Sí. Eso mismo―Alberto habló―. Y además de eso, por meter las narices en la residencia. Y por perseguirles por toda Cartagena. Y por poner a Silvia en su contra. Y por haber acogido a Natalia en vuestro seno. Y por poseer habilidades humanas altamente desarrolladas. Creo que vosotros tenéis lo que hay que tener para vencerles.

De todas formas, di que nos enfrentamos al grupo de Karel y les ganamos por casualidad―dijo Irene―. Los Vicuña irían a por nosotros, ¿no?

Los Vicuña tienen la idea fija de que os vais a incorporar a sus filas tarde o temprano―dijo Elena―. Se lanzarían a por vosotros como un tornado si los Voronkov fallaran.

Hay que informar a Sergio de esto inmediatamente―Rafa se dirigió a la puerta de salida―. ¡Prepararemos un plan! Silvia puede decirnos dónde planean asestar el golpe. Podemos preparar un plan y matarles a todos.

¿Piensas plantar cara de verdad a los Voronkov y a su ejército de vampiros?―preguntó Elena―. Te diré algo. Si ellos no están aquí ahora es porque están distribuidos por Europa, reuniendo a la tropa al completo. Karel se encargó de España. Ha estado creando vampiros aquí y los ha enviado por toda Europa durante años. El objetivo final de los Voronkov será venir aquí, a Cartagena, encontraros a todos, transformar a quien les interese, matar al resto y a continuación asaltar a los Vicuña en Cabuérniga. Vosotros sois una pieza más del ejército que Karel quiere crear. Entre él, Konstantin y Yekaterina pueden ocuparse de lo más importante. El resto es sólo apoyo logístico.

Rafa miró a sus compañeros.

¿Y los planos que hemos encontrado? Supongo que, ya que sabes tanto, Elena, nos lo puedes explicar bastante bien.

¿La casa del campo? Puede ser una ratonera. Quizá ellos contaban con que lo descubriríais y tal vez esperan que vayáis. Puede que os estén esperando allí.

Pensamos que allí ocultan a los neófitos sedientos de sangre para tenerles bajo control―dijo Irene.

Pues entonces puede ser buena idea atacar. Llamaré a Natalia y a Silvia. Nosotros cuatro nos bastamos para acabar con ellos, creednos...

De eso nada―interrumpió Rafa―. Vosotros cuatro tenéis que acabar con los rusos antes de que vengan a por nosotros. A los de la casa nos los dejáis a nosotros.

Elena miró a Alberto. Acto seguido, miró a Rafa.

Bien. Así será. Al menos lo intentaremos.


Tras sacar una copia del plano de la casa y del plano de la iglesia, el grupo regresó al cuartel general, donde Sergio y Javi hablaban de sus cosas...

Todo mentira, Javi. Quizá no vaya por ahí el asunto...

Tal vez, pero si Silvia lleva razón...

¿La iglesia de Santa María de Gracia? No lo veo. No...

Sergy, considéralo. Primero vienen al sitio menos probable de toda España. Cartagena. ¿Qué lugar es el menos probable en Cartagena? Una iglesia. ¿Y qué iglesia? La que te he dicho. Y además Silvia coincide conmigo.

Ejem...

Rafa carraspeó y entró al despacho de Sergio, donde hablaban los dos jefes de ADICT.

Déjate de iglesias y mira esto―dijo Rafa, poniendo una copia del plano sobre la mesa―. Una casa abandonada en mitad del campo. Tengo planos de situación y de emplazamiento. Lo han pensado todo al detalle. Ahí van a esconder a sus neófitos, listos para atacarnos, convertirnos y entregarnos a los Vicuña. Ellos se quedan con los neófitos y con el territorio. Y nosotros quedamos borrados del mapa y pasamos a ser controlados por esa manada de chupópteros.

Javi y Sergio se miraron. Javi asintió con la cabeza.

Sí. Decididamente... sí...

¿Entonces vas a la casa?―preguntó Rafa.

Nos dividiremos―resolvió Sergio, pensando también en la iglesia―. ¿Sabes? Creo que Silvia ha acertado muchas veces, es infalible. Natalia y Laura os acompañan a la casa esa. Yo acompaño a Marco y a los demás a la iglesia.

Por cierto―dijo Rafa―. Tenemos novedades.

Ya, se llaman Alberto y Elena―dijo Javi, sin pestañear.

Rafa miró a Lucas embobado; luego miró a Irene, que se estaba riendo, y después a Galindo, que fue el que acertó a decir:

¿Cómo lo sabes?

A ver quién de vosotros es capaz de adivinarlo―dijo Javi.

Silvia. Te lo ha dicho Silvia―dijo Rafa.

Exactamente―dijo Javi―. Y ahora, compañeros, os vais a distribuir en los dos comandos. Uno a la casa y otro a la iglesia. Tened cuidado, ¿vale?

Siempre lo tenemos―dijo Rafa.

Eh―le llamó Javi. Rafa se detuvo.

Laura os acompaña. Ya sabes que en estas situaciones ella es quien está al mando. Eres el segundo de abordo, ¿de acuerdo?

¡Por supuesto!―exclamó Rafa―. En cuanto Lucas haga alguna de las suyas yo me quedo libre. ¡Sí! ¡Por fin!

Marco reunió a su grupo y, bajo la batuta de Sergio, se dispusieron a ir todos a la iglesia.

¿Con quién voy yo?―preguntó Marta entonces―. No me he incorporado a ningún comando.

Creo que harías mejor papel con el grupo de Rafa―respondió Javi―. De todas formas con Rafa van Natalia y Silvia, y están bastante bien protegidos. Hum... sí, vas con Rafa, mejor. Ya sabes que al frente está Laura de manera excepcional.

Vale.

Marta se dirigió a la puerta.

Oye...―dijo Javi.

¿Sí?―Marta se volvió.

Llévate esto― Javi sacó una pistola y la puso encima de la mesa. Marta se acercó, la cogió y miró a Javi, riéndose.

Pero esto... es una pistola de agua―dijo.

Exacto―asintió Javi―. La mejor arma, ¿no crees? Es un agua… especial.

Es una pistola de agua... de agua bendita―dijo Marta. Se enfundó la pistola―. Sí. Puede servir.

Hubo unos instantes de silencio. Javi señaló la puerta con la cabeza.

Ve. ¡Corre!

Voy. Ten cuidado.

Siempre lo tengo.




VIII. La casa.


Marco y Sergio encabezaron el grupo hasta la iglesia de Santa María de Gracia, iglesia muy conocida en Cartagena por salir desde la misma las procesiones de la Semana Santa de la ciudad, declarada de interés turístico internacional.

Y a pesar de ello―decía siempre Laura, enfadada, cada vez que salía el tema― solamente sacan Sevilla, Sevilla y Sevilla por la tele, como si no hubiera también procesiones muy buenas aquí...

Pero ahora la cosa estaba en algo que nada tenía que ver con las procesiones de Semana Santa. Esto se trataba de un grupo de vampiros que pretendían transformar a cuantas más personas, mejor. Y ellos estaban en la lista.

No he entrado en una iglesia desde hace... buf, ya ni me acuerdo―dijo Marco, enfilando la puerta de entrada.

Pues anda que yo... porque mi sobrino se bautiza en abril, que si no yo tampoco voy―comentó José Antonio.

¿Creéis que es momento para ponerse a hablar de cuándo vais a la iglesia o dejáis de ir?―preguntó Sergio―. Tenemos algo más importante que hacer.

Sí, ya. Entrar, buscar a los vampiros e irnos―dijo José Antonio, aburrido, lanzando al aire su estaca―. Pero no sé por qué, en una iglesia creo que no van a estar.

Sé positivo, hombre―dijo Héctor―. A los tipos estos les horrorizan los crucifijos, pero en una iglesia pueden entrar.

Es verdad―intervino Juanjo―, es lo más parecido a un madridista solitario en el Nou Camp el día del clásico animando a su equipo...

¿Queréis dejar de decir gansadas?―preguntó Sergio en voz baja, entrando ya en la iglesia―. Anda, ayudadme a encontrar algo por aquí, por triste que sea.

Recorrieron los pasillos del templo. Pero no había nadie allí. Estaba todo vacío. Solamente el sacristán. Y tenía poca pinta de vampiro.

Por otra parte, Laura encabezaba el grupo de Rafa hacia la casa perdida en mitad de la nada. Un sitio a priori más peligroso, según decía.

Hay muchas posibilidades de que en este sitio haya algún vampiro neonato escondido―dijo Laura, que agarraba una ballesta con una flecha de punta de madera de pino.

Pues el campo es un lugar perfecto para vivir y olvidarse del mundo―decía Lucas―. Te levantas, desayunas, ordeñas las vacas, limpias los establos, vas al corral a ver a las gallinas, ¡eso sí que sería buena vida! ¡Tú y los animales!

Para animal ya estás tú―le espetó Irene.

Oye...―protestó Lucas.

¡Ni oye ni nada! No te creas que se me ha olvidado tu jugarreta en el callejón.

¡Pero qué ganas tengo de acabar la carrera e irme por lo menos a Tenerife para perderos de vista a algunos!―exclamó Rafa―. ¡Callaos ya la boca! Mira, allí está la casucha.

Rafa señaló a lo lejos una casa. Cuando se acercaron pudieron ver que estaba en perfecto estado. Incluso era posible que alguien viviera allí. Era lo más parecido a una granja. No: era una granja.

Lo que yo decía―empezó Lucas otra vez―. Aquí hay gente. Si hubiera vampiros todas esas vacas ya estarían muertas.

Adivina quién va a morir como no deje de decir chorradas―murmuró Rafa, encendido.

¡Vale, comandante, ya me callo!―zanjó Lucas.

Natalia se adelantó para echar un vistazo. Aguzó su fino oído.

Hum... no oigo nada. Al menos, no hay un solo humano ahí dentro.

Entremos, pues―Laura siguió a Natalia. Ésta entró a la casa. Tras ellas, el resto.

Cuánta soledad―murmuró Juanma―. Pero todo muy limpio y cuidado. Yo creo que esto es una trampa enorme.

En ese momento sonó el móvil de Laura. Ésta respondió.

Sí, dime, Sergio...

Oye, tenemos un problema aquí...―se oyó la voz de Sergio. Laura empezó a pasear por la casa mientras hablaba.

No fastidies, Sergy. ¿Más? Pero entonces... ¡no tiene sentido! ¿Y en plena iglesia? Sí, entonces, siguiendo todas las pautas anteriores...

Natalia, Silvia―Rafa hizo una indicación a las dos vampiras―. Una de vosotras a la planta superior, y la otra que se quede por los alrededores. Os quiero vigilando todo.

Sí, señor―dijo Natalia―. Puedes estar tranquilo. No se va a mover nada sin que lo sepamos nosotras.

Cada una fue hacia su puesto. Marta se llevó la mano a la pistola y desenfundó, preparada para disparar.

He oído algo―dijo.

Parece que hay alguien en el piso de arriba―señaló Guillermo.

Muy agudo―Galindo agarró su estaca de madera―. Vamos a saludarle como se merece.

Marta y Laura se dirigieron hacia una escalera.

Echad un ojo por el piso de abajo―dijo Laura.

Como gustéis, madam―respondió Rafa, sacando él su pistola thaser―. Galindo, Lucas, conmigo. Sandra, Mónica, Irene, Guille, Juanma. Al salón―señaló con el dedo.

Laura y Marta subieron cautelosamente. Allá arriba había un pasillo con varias puertas a ambos lados. Eran habitaciones y una gran sala de estar. Y, de repente y sin previo aviso, una figura saltó sobre Laura. Marta disparó contra ella. La figura se apartó, como si le hubiesen disparado con un lanzallamas. Miró a su atacante y lanzó un rugido.

Mira, la diseñadora de moda―dijo Laura, levantándose del suelo y recogiendo su ballesta.

Marta volvió a disparar la pistola de agua, haciendo retroceder a la vampira, que cayó al suelo.

Pues sí que es eficaz este cacharro―dijo Marta.

¡Acabaré con ella!― Laura disparó su ballesta acertando a su objetivo. La neófita se desintegró en un montón de cenizas.

No iba esto desencaminado, al fin y al cabo―dijo Marta.

Sí, parece que al fin los chavales han hecho algo decente.

No tires las campanas al vuelo todavía―Marta recargó su pistola―. Creo que quedan algunos por aquí...

Fue decirlo y otro vampiro apareció justo delante de ellas, como salido de la nada. Laura reaccionó rápido y disparó otro certero flechazo que convirtió al vampiro en un nuevo montón de polvo que se fundió con el que ya había.

Llevamos dos―dijo Laura, cogiendo otra flecha y poniéndola en la ballesta―. ¿Cómo irá la cosa por allá abajo?

La pregunta quedó interrumpida por un rugido ensordecedor y la aparición repentina de dos vampiros en la habitación donde se encontraban Rafa y los demás, que pegaron un grito, pillados por la sorpresa.

Vaya―dijo uno de ellos―. Al final los rusos esos tenían razón. ¡Han venido directos al avispero!

Otros dos vampiros más entraron por la ventana.

¡Cierto!―exclamó otro más―. Y hay para todos, además.

Tranquilamente, por la puerta, entró una quinta persona.

Rafael, Lucas, José Manuel Galindo... sí, definitivamente Karel tenía toda la razón del mundo. No han podido resistirse a caer en la trampa.

¿Trampa?― Juanma no sabía hacia dónde mirar―. ¿Esto es una trampa? ¿Nos queríais traer aquí, simplemente?

Por supuesto. Esto no es más que una estúpida trampa ideada por Karel y su séquito―dijo otro de ellos―. Dejaron los planos allí, en su escondite, sabiendo que Silvia no tardaría en ver algo relacionado con eso. Por eso estábamos esperando para daros este recibimiento. Sabíamos que veníais. Y eso nos da aún más ventaja de la que ya tenemos...

Se calló, de pronto. Una flecha de madera había rasgado el aire y había impactado en su pecho. El vampiro se convirtió en un montón de polvo ante la atónita mirada de sus compañeros. Rafa y los demás se volvieron. Laura estaba en la escalera, apuntando con la ballesta al frente, con una cara que asustaba. Marta estaba a su lado, con una pistola en cada mano: la de agua que le había dado Javi, y la thaser.

De esas dos preciosidades ya me encargo yo―dijo uno de los vampiros. Impulsándose con sus piernas, saltó hacia las escaleras, pero cuando estaba en el aire Marta disparó con la pistola cargada de agua bendita rociando al vampiro; éste cayó al suelo entre espasmos. Marta no dejó de disparar. Vació el cargador de la pistola y, apuntando con la thaser, le lanzó una descarga. La mezcla entre agua y electricidad hizo que el vampiro comenzara a tambalearse de un lado a otro hasta que se prendió fuego, como si aquello fuese una mezcla inflamable. Un tercer vampiro saltó sobre Laura, pero Irene estaba preparada para todo. Lanzó la estaca como si de una lanzadora de cuchillos se tratase, y atravesó al tipo, que quedó reducido a cenizas en pleno vuelo. La pelea estaba resultando sencilla. Tenía que ver, en parte, la inexperiencia como vampiros de aquellos neófitos, que llevaban muy poco tiempo siendo lo que eran. Además, Natalia y Silvia estaban cubriendo las entradas de la casa y se estaban ocupando con gran éxito de todos y cada uno de los que intentaban entrar, que no eran pocos. Eran capaces de escuchar sus pasos a una distancia considerable y, además de eso, Silvia sabía exactamente por dónde iban a entrar.

Vaya basura de neófitos, hermana―comentaba Silvia saltando sobre dos al mismo tiempo y lanzándoles a veinte metros de sendas patadas.

¡Y que lo digas!―exclamó Natalia, que en menos de cinco segundos le arrancó un brazo a uno y le saltó al cuello a otro―. No creo que ahí dentro Rafa y los demás estén teniendo muchos problemas para reducirlos. Estoy por entrar...

¡Cuidado, ahí!―exclamó Silvia. Otro neófito se acercó a Natalia pero Silvia se interpuso y le dio tal patada que lo envió contra un árbol de espaldas. Fue a atravesar una rama del árbol, con lo que quedó reducido a polvo en poco menos de dos segundos.

¿Entramos o qué?― Natalia señaló la casa. Pero un grupo de cinco vampiros se acercaba...

Van a rodear la casa. Yo voy por atrás. Tú vigila aquí, acaba con los dos que se acercan por el norte y luego salta al tejado, que vienen otros dos...―apuntó Silvia.

De acuerdo...―aprobó Natalia.

Si Javi y José Antonio estuvieran aquí habríamos acabado con todos ya, pensaba la vampira, asestando tres duros golpes a otro tipo que se acercaba. Saltó al tejado de la casa y vio que por la chimenea intentaba entrar otro. Pero de un empujón le mandó contra el suelo, cayendo los doce metros de altura que le separaban de él. Natalia, de un salto, bajó y, agarrándole en peso, lo lanzó contra el cercado de la granja.

¿Ha entrado alguno?―preguntó Natalia.

Varios de ellos―respondió Silvia, desde el otro lado de la casa, escuchando a la perfección las palabras de su hermana―. Vamos a seguir vigilando aquí. Creo que los de dentro se arreglan bastante bien con esta pandilla de inútiles. Superándoles en número basta.

Efectivamente los vampiros neófitos que habían logrado entrar en la casa estaban siendo reducidos contundentemente. Rafa envió otra descarga a otro vampiro rápidamente, al mismo tiempo que la estaca de Irene hacía diana en otro más. Galindo, Lucas, Juanma, Mónica y Sandra se lanzaban a por otros dos vampiros a lo suicida. Una lluvia de golpes comenzó por aquella parte de la habitación. Galindo acabó en el suelo; Lucas, encima de un sofá; Mónica salió disparada a través de la ventana y fue a caer en la hierba. Galindo fue el que asestó el golpe decisivo con la estaca. Marta había recargado su pistola de agua bendita y Laura ya había puesto otra flecha en la ballesta. Ya estaban abajo, pero no quedaba nada. Solamente un montón de cenizas y polvo en el suelo.

¿Esto es todo?―preguntó Rafa, decepcionado―. Pues sí que son malos los tíos estos.

Y, como una exhalación, un nuevo vampiro apareció por la ventana, llevándose a Juanma por delante. Marta disparó pero erró el tiro. Rafa consiguió agarrar al vampiro, pero éste de un manotazo le envió a diez metros de donde estaba. Y llegó el flechazo certero de Laura. El vampiro se desvaneció en una nube de polvo. Echándose la ballesta al hombro, Laura corrió hacia Juanma, que estaba tirado en el suelo.

No tiene buena pinta―dijo Rafa, acercándose―. Creo que le ha mordido.

Dejad paso―dijo Natalia, seguida de Silvia, entrando ambas en la casa y caminando hacia Juanma.

No creo que debas hacerlo tú―le dijo Silvia a su hermana―. Ya casi matas a alguien una vez, por lo que sé.

Pero no tengo ni pizca de sed ahora mismo. Créeme, me he quedado muy a gusto con esta pelea―replicó Natalia―. Si no me dejas Juanma acabará transformado. Esto ya lo hice una vez en la residencia y nadie resultó muerto. Es más, salvé al director.

Silvia miró a su hermana. Era consciente de lo difícil que le resultaba hacer aquello, máxime cuando de sangre humana se trataba, pero al final asintió.

Bien. Hazlo. Pero si le matas será cosa tuya...

Habló la que no ha matado nunca a nadie―bufó Laura, con ironía, lanzando a Silvia una mirada envenenada.

¡Bueno, vale! Pero ahora es diferente, ¿no?―se defendió Silvia, ofendida―. ¡Ahora estoy de vuestra parte! Acabo de matar a personas a las que transformé hace poco para esos malditos rusos, y todo para defenderos.

Loable actuación―dijo Irene―. Pero eso no cambia el pasado.

Silvia bajó la mirada. Eso lo sabía ella perfectamente. No necesitaba que, encima, se lo recordaran. Natalia se incorporó entonces.

Ponzoña venenosa eliminada―dijo―. Es asqueroso. Me resulta demasiado fácil dejar de succionarle sangre...

Debemos irnos―dijo Rafa―. Creo que nuestros compañeros están en dificultades. O al menos eso he creído interpretar en la voz de Sergy.

Rafa dejó que Juanma se apoyara en su hombro para salir de allí. Poco a poco, abandonaron la casa hasta que lo único que quedó en ésta y en sus inmediaciones fue un inmenso montón de polvo y cenizas procedente de los neófitos muertos.














IX. Los Voronkov


Decepcionados con lo encontrado en la iglesia, es decir, nada, Sergio y Marco retiraron al grupo de Santa María de Gracia. Habían estado perdiendo el tiempo.

Pero en cuanto se dispusieron a salir, vieron en la puerta principal, ya casi en la calle, otra escena que parecía hecha a propósito por los vampiros. La zona ya estaba acordonada, multitud de curiosos se agolpaban para ver aquel disparate y las cámaras de televisión buscaban, como siempre, un primer plano para darle el mayor morbo posible al asunto. El sol ya se ponía por el horizonte y en la calle aquella no daba un solo rayo, por lo que todos sabían ya de quién era obra aquello.

Esta vez había dos víctimas. Uno de pie, en postura genuflexa, enganchado de espaldas a la pared de la iglesia, que sostenía unas llaves en su mano. El otro, también de pie, clavado en el suelo, mirando fijamente al primero a los ojos y con la mano derecha puesta en el hombro del otro hombre mientras que con la izquierda sostenía un sombrero y un pergamino. Y varias lanzas de madera tiradas en el suelo completaban la escena.

Sergio se olía que era la representación de un nuevo cuadro, por lo que llamó a Laura de inmediato. Ésta le dijo que era muy posible, así que Sergio optó por llamar a Javi, que estaba en la sede de ADICT.

Bonita escenografía... ¿y todo lleno de curiosos?

Sí, Javi, la calle llena de gente...

Curioso. Muy curioso. ¿Te ha dado Laura alguna indicación cuando la has llamado?

Sí, ha dicho algo, pero quiere que lo confirmes tú. Busca en Internet. ¿A ti te suena?

Sí, me suena bastante. Llámame en cinco minutos.

Don Alfredo Fuentes en persona había ido allí a acordonar la zona. Cuando vio a Sergio, se dirigió hacia él. Tanto Marco como José Antonio se pusieron al lado de Sergio para hablar con el comisario.

Tres escenitas, señores. Tres―dijo el comisario―. ¿Se puede saber qué clase de psicópata hay en esta santa ciudad?

Bueno―empezó Sergio―, creemos que tratan de enviar mensajes ocultos a través de estas escenas. Las dos primeras trataban de La Metamorfosis de Ovidio y la segunda hacía incluso una referencia a Baudelaire, la Metamorfosis del Vampiro...

¿Vampiro?―preguntó el comisario―. ¿Así que vampiros?

Sí, bueno, los datos interpretados de las escenas de los crímenes son esos...―siguió Sergio.

Además tenemos sospechas fundadas para pensar que esto no es obra de unos pirados―empezó José Antonio―, sino que los tíos estos saben lo que hacen. Pero la metamorfosis esa es para pensarlo...

Sí―dijo Sergio―. De dar por buena esa tesis, la vampírica, nos querrían decir que quieren transformar a las personas a las que iba dirigido el mensaje.

Ya―dijo el comisario―. O sea, que sabéis quiénes son los asesinos...

Bueno, tenemos ciertas sospechas, dado que los narcos aquellos que relacionamos se han... ido...―titubeó Sergio―. Pensamos que son un grupo ruso.

Ah, un grupo ruso―dijo don Alfredo―. ¡Un grupo ruso! Qué bien, ¿eh? Primero jugando a polis y cacos con los narcos y ahora metiéndoos con la mafia rusa, sois únicos en vuestra especie.

Es más, tenemos copias de la documentación de los sospechosos―dijo José Antonio―. Los Voronkov.

Sí, claro―dijo don Alfredo―. Los Voronkov. Y supongo que son vampiros también...

¿Cómo lo sabe?―preguntó Marco.

¿Que cómo lo sé?― respondió el comisario―. Pues porque ya me vinisteis una vez con el cuento, y ahora, para seguir adelante, pues hay que decir que son vampiros, ¿verdad?

Así es...―dijo Marco, despreocupadamente.

¡Y mis cojones envainados también!―bramó el comisario―. ¡Quiero que atrapéis al energúmeno que ha hecho esto y quiero que lo atrapéis ya! ¡Y dejaos de cuentos chinos! ¡Alelados!

Don Alfredo se fue de allí, bastante enfadado. Sergio le echó una iracunda mirada por la espalda mientras se alejaba.

Y acabaremos muertos, seguro―dijo―. O transformados. Menudo panorama.

En ese momento el móvil de Sergio sonó. Era Javi, que le informó de inmediato de la escena representada.

La rendición de Breda―dijo Javi―. Está claro, ¿verdad?

Sí. Que nos rindamos, básicamente―interpretó Sergio―. ¿Qué hacemos?

Está claro también, ¿no?―volvió a preguntar Javi.

Machacarles antes de que nos machaquen―dijo Sergio.

Exacto―dijo Javi.

Y cerró la tapa de su teléfono móvil. Miró hacia la puerta. Había oído algo fuera. Pero no era más que un pájaro. Una falsa alarma. Además, los Voronkov no podían entrar allí sin ser invitados. ¿O sí?


El sol se había ocultado ya en el horizonte. En la sede de ADICT quedaban Marco, Sergio, José Antonio, Laura, Marta y Javi. Y las dos vampiras, Natalia y Silvia, acompañadas además de Elena y Alberto. Los demás ya se habían ido a sus casas. Sabían lo que les esperaba. Y además Silvia lo había visto. Los Voronkov iban a por ellos. Iban a ir pronto. Posiblemente estaban de camino.

¿Pero cómo van a entrar?―preguntaba Sergio.

Siempre se las arreglan―respondió Natalia―. Ah... ahí vienen.

¿Cómo?―Javi tuvo que aguzar bastante el oído, y sí, oyó algo. Unos pasos se acercaban.

Ahí los tienes―dijo José Antonio.

No abráis la boca―dijo Javi―. Ni una palabra que les incite a entrar. No habléis.

Será lo más sensato―intervino Natalia―. Basta con decir algo fuera de contexto para que ellos lo interpreten como una invitación...

Llamaron a la puerta. Javi miró por las cámaras de seguridad. Allí estaban Karel y otros dos.

Son Konstantin y Yekaterina―dijo Silvia―. Se ha traído a los más peligrosos de su grupo.

Dejadme a mí―dijo Sergio. Se dirigió a la puerta, carraspeó y, poniendo la mano en el pomo, se dispuso a abrir...

Sergio, no les vayas a soltar lo mismo de siempre a tres vampiros rusos con muy malas pulgas―le dijo Marco―. Hay que tener tacto, sutileza...

Vale, vale―Sergio abrió la puerta. Se encontró frente a frente con Karel, que estaba flanqueado por sus dos compañeros. Un tipo enorme y corpulento, más grande que José Antonio, a la derecha; y una chica rubia, pálida y con ojos negros a la izquierda.

¿Qué queréis?―preguntó Silvia.

Natalia, Elena y Alberto se atravesaron en la puerta, amenazantes.

No nos obliguéis a haceros daño, guapitos de cara―dijo Karel, muy seguro de sí mismo―. Dejadnos pasar ahora o lo lamentaréis todos, uno tras otro.

¡Largo!―bramó Javi entonces, poniéndose en el umbral de la puerta―. No tenéis ningún motivo para permanecer aquí.

Oh, sí―intervino Konstantin―. Lo tenemos. Ya sabes que queremos que comencéis una nueva vida...

¿Vida? Vete a esparragar―murmuró Marco.

Vosotros―Karel les señaló con el dedo―, habéis sido vosotros. Habéis eliminado a mi ejército de neófitos.

Ya―dijo Laura―. La verdad es que eran unos debiluchos para ser unos vampiros. Tal vez debisteis enseñarles a pelear debidamente. Solamente con la fuerza bruta no se llega a ninguna parte...

Yekaterina lanzó un aterrador rugido que sobrecogió a todos.

¿Qué posibilidades tendríamos de ganar?―preguntó Natalia.

Pocas―respondió Alberto―. Estos tíos son muy fuertes...

Javi se encaró con Karel, pero al otro lado de la puerta.

Si tenéis algo que ofrecer, decidlo desde ahí fuera―dijo―. Pero si no, largaos por donde habéis venido.

Tenemos, tenemos―dijo Karel―. Habéis estado en nuestro escondite. Habéis revuelto nuestras cosas. Habéis eliminado a nuestro ejército. Posiblemente habéis tirado por tierra nuestro plan. Nuestros dos principales contactos están muertos por vuestra culpa. Todos los vampiros que durante tanto tiempo he estado creando... aaah, ¡sois unos miserables! Esto no va a quedar así, creedme.

Va a quedar así―dijo Sergio entonces―. Ya lo verás.

Por supuesto que sí―dijo, casi cantando, Yekaterina, con una voz que casi hipnotizó a todos―. Cuando los Vicuña quieran mataros lo harán... créeme. La única opción es transformaros todos ahora y luchar por vuestra supervivencia.

¿Te digo a quién vas a transformar, rubia? ¿Te lo digo?―preguntó Javi, peligrosamente.

Ya, presidente―dijo Silvia, cogiendo a Javi del brazo―. Tranquilízate.

Javi retrocedió.

Bien, el trato es el siguiente―dijo Karel. Hubo unos instantes de silencio. Natalia le miró, instándole a que hablara de una vez―. Bien... Tenemos a varios compañeros vuestros encerrados en el edificio en el que matasteis a Julián Cabrera.

Karel sacó varias fotos. Natalia las recogió. Rafa, Lucas, Juanjo, Héctor, Irene, Mónica, Sandra...

¿Qué les has hecho?―preguntó Laura.

Nada... y ahora escucha―siguió Karel―. Digo que el trato es el siguiente. Si los lográis sacar de ahí, os dejamos en paz. No volveréis a vernos el pelo. Ejecutaremos nuestro plan en otro país.

Me vale―dijo Javi.

Ten en cuenta―continuó Karel― que los Vicuña ya os han visto actuar y os quieren en sus filas, sí o sí, transformados en vampiros. Si falláis, nosotros mismos os transformaremos.

Natalia miró fijamente a Karel a los ojos. Estuvo así unos segundos, hasta que volvió la mirada a sus compañeros.

Miente―dijo―. Lo único que pretende es reemplazar a sus compañeros muertos por nosotros.

Yo aún iría más lejos―intervino Silvia―. Nunca nos contaste nada acerca de tus planes, ni a Natalia ni a mí. Tampoco a Julián, ni a Juan Antonio, ni al resto de vampiros que estábamos de tu lado. Recuerdo que Juan Antonio te preguntó si habías hablado de esto con Serafín y sus compañeros y dijiste que sí. Te creí entonces, pero la teoría se desmonta poco a poco. Ahora sé lo que pretendes. Lo he visto todo.

¿De veras?―preguntó Karel, sonriendo―. ¿Qué has visto?

No vas a dar nada a cambio a Serafín porque tanto él como sus compañeros estarán muertos cuando hayáis acabado―dijo Silvia―. Dime desde ahí fuera si me estoy equivocando.

Karel miró a sus compañeros con gesto de asco.

Nos han descubierto―dijo―. Sí. Eso era lo que pretendíamos. Serafín piensa que no vamos a hacer nada del otro mundo, no piensa que vayamos a hacer nada ilegal...

Matar gente está muy feo―intervino Marta―. ¿Eso es lo que decís? ¿Que Serafín os permite matar gente?

Eso está permitido hasta ciertos límites―dijo Karel―. Mientras quedemos libres de toda sospecha, se puede. Lo que no se puede es atentar contra otros grupos de vampiros y disputarles el territorio.

O sea―dijo Javi―, que los Vicuña dominan el terreno vampírico en España. Digamos que son una especie de Gobierno... tal vez una especie de nobleza... y vosotros queréis echarles de su puesto y poneros en su lugar.

Algo así, Gómez―sonrió Konstantin―. Pero no os queremos por en medio. Bueno, en realidad, sí. Os queremos para acabar con los Vicuña.

Qué pena, porque tenéis prohibido el paso a cualquier parte donde estemos nosotros―dijo Javi―. Además, creo que hemos hecho un trato. Si conseguimos liberar a nuestros compañeros, os largáis... yo qué sé… atacad Italia.

¿Italia?―preguntó Karel―. Nada me gustaría más que acabar con esos pánfilos italianos que se creen los reyes del mundo. Pero para atacar el territorio de Italia sí que os necesitaría a todos.

¿No te vale Rusia, chavalote?―preguntó Sergio―. Rusia es muy grande. Ya es suficiente.

Javi estaba empezando a perder la paciencia.

Bueno, ¿os vais a ir ya o no?―preguntó―. Me tenéis harto.

Parece mentira que no os hayáis enterado de la película―dijo Karel―. Asumid la derrota. Jamás podréis sacar a vuestros compañeros del agujero en que los hemos metido. Acabaréis todos convertidos en bebedores de sangre, vuestra vida será manejada por el mismo diablo, tendréis ansia de matar...

Ansia de matar ya tengo, muchas gracias―Javi agarró una ballesta―. O te largas a tu cueva o te ensarto. Va también por el resto.

Apuntó hacia Karel.

Qué valientes sois desde ahí―se rió Karel―. Apuesto a que no me dirías lo mismo ahí dentro.

Sergio ya no pudo más...

¡LARGO DE AQUÍ! ¡A la puta calle todos!

Muy bien―dijo Karel―. Pero recordad. Cada paso que deis... cada esquina que torzáis, casa escalón que subáis, cada ascensor en el que entréis... puede ser fatal. No hay trato. Transformaremos a todos vuestros compañeros en un plazo de cuarenta y ocho horas. Luego, asaltaremos a los Vicuña. Y cuando todos estén muertos, azuzaremos a vuestros propios compañeros contra vosotros. Acabaréis todos transformados, queráis o no. Cuarenta y ocho horas.

Dicho esto, Karel, Konstantin y Yekaterina se fueron de allí. Los chicos de ADICT se miraron entre sí con cara de circunstancias.

¿Qué hacemos?―preguntó Sergio.

Avisar a Serafín, claro―dijo Natalia―. Si pueden ayudarnos a detenerles...

Claro, y que luego me peguen un mordisco. Paso―dijo Sergio, con desdén.

Me preocupa eso de que todos estén secuestrados―comentó Javi―. Tal vez debamos ir a echar un vistazo. Elena, Silvia y Alberto nos pueden cubrir las espaldas.

Estoy de acuerdo, pero no puedes ir solo―dijo Marco―. José Antonio y yo te acompañamos.

¿Yo?―preguntó José Antonio―. Tenía otros planes...

Sí, ya, verte dos capítulos de la porquería esa de serie que ves―le espetó Javi.

No es una porquería. Cómo se nota que no sabes apreciar un buen anime...

No me toques los cojones, majo―dijo Javi―. Tenemos amigos nuestros en peligro.

¿Y qué?―preguntó José Antonio.

Estoy a esto de mandarte a tomar por saco de esta asociación― murmuró Javi, y levantó la voz―. Marco, coge las armas. Nos largamos. Que este se venga si quiere. Ya tiene edad para hacer lo que le salga de las narices. Laura, Marta, nos acmpañáis. Y Alberto, Silvia y Elena también. Sergy, Natalia y tú localizad a Serafín y avisadle del plan de los Voronkov.

Bien―asintió Sergio.

Y todos se pusieron en marcha.

X. El tsunami.


5:30 a.m. Guarida de los Voronkov.


Bajo la oscuridad de la noche, en aquella calle situada en la cercanía del Campus universitario La Muralla, se alzaba aquel bloque de oficinas donde unas semanas atrás Julián Cabrera, antaño peón de Karel y ahora reducido a polvo y cenizas, había escondido al grupo de vampiros que lideraba él mismo para llevar a cabo, ahora lo sabían todos, el plan de asalto a Serafín Vicuña y los suyos. En ADICT no sabían cómo, pero de pronto se habían visto envueltos en una batalla por el poder que les superaba por todas partes. Ellos, humanos, interponiéndose entre dos aquelarres de vampiros y con la ayuda de un tercero. No era el mejor sitio para estar, sin duda.

Ahora esto tiene más sentido. La ola de muertes y desapariciones tenía como objetivo la creación de vampiros neonatos para acabar con Serafín―resumió Javi, encarando la puerta principal del edificio donde se suponía que estaban sus compañeros―. Llevan años planeando en secreto esto, ¿verdad?

Supongo que sí―dijo Silvia―. Ya te digo que a los que transformaban no les decían nada, y ya sabes los métodos de Julián para crear vampiros. Ahora lo sé todo. No sé cómo pude ser tan imbécil, en serio. Y pensar que he contribuido a ello. Me doy asco.

¿Y no sabías nada de nada? Porque con el poder ese que tienes...―preguntó Marco.

Ya os lo he dicho. Yo veo lo que está pasando en el presente, no los pensamientos de la gente―respondió Silvia―. Para mí era imposible saber qué tramaban. Por ejemplo, ahí dentro no hay nadie.

Señaló el edificio.

Javi enarcó las cejas.

¿Que no hay...?

Bueno, acabo de verlo. Y, además, no oigo absolutamente nada más que vuestra respiración.

Marco avanzó hacia la puerta, a grandes y lentos pasos.

Bueno, pues entonces vámonos.

No. Hay alguien. Ya engañaron a los Vicuña. Creo que tienen a un escudo. Ya sabéis, alguien que aísla los poderes de los demás―dijo Alberto―. Escuchad. Ellos piensan que vamos a venir a rescatar gente, para lo cual hay que pasar desapercibidos y eso, ¿no?

Javi le miró.

Sigue―le apremió.

Bien―continuó Alberto, centrando la atención de su auditorio―. Entramos y les atacamos por sorpresa. Silvia sabe cuáles son sus posiciones exactamente. Concéntrate.

Silvia cerró los ojos y se concentró al máximo. Al poco, pegó un espasmo. Sí, ciertamente había visto a alguien allí dentro.

Karel, Konstantin y Yekaterina―dijo―. Los tres mosqueteros.

Tres vampiros contra tres vampiros y varios humanos, quizá podamos ganarles―dijo Alberto.

Para, para, para un momento―Javi levantó una mano y se la puso a Alberto delante de su pálida piel―. La palabra “quizá” no es admisible aquí. Quiero certezas, no dar el visto bueno para entrar ahí y acabar todos muertos.

De momento, a estas alturas ya deben saber que estamos aquí fuera―dijo Elena―. Así que el factor sorpresa no cuenta.

Sí cuenta―dijo Javi―. Porque yo me largo y vuelvo... en un par de horas, como poco.

O podemos entrar ahora y darles un buen susto, que es lo que no se esperan―continuó Alberto.

¿Pero no acabáis de decir que el factor sorpresa está perdido?―preguntó José Antonio―. Mira que no entiendo nada.

Hablo de otro factor sorpresa―dijo Alberto―. Ellos esperan que entremos a rescatar a alguien, no a acabar con ellos. De ese factor sorpresa hablo.

Pues nada. Adentro se ha dicho―Javi tomó aire―. Quiero los móviles en silencio. Nada de vibración, que eso lo oyen. Y sigilo absoluto, ya sabéis.

Laura se echó la ballesta al hombro. Marta comprobó que sus dos pistolas iban cargadas. Javi echó mano de su thaser y de su afilada estaca.

Alberto, Silvia y Elena encabezaron la marcha hacia la puerta, que se abría delante de ellos.

Una puerta al misterio y lo desconocido...―dijo Marco.

¿Qué?―preguntó Javi.

Una puerta hacia la muerte, Javi...

¿Te digo adónde va la puerta, eh?

Ya, ya. A tus santos...

Eso es. Y ahora camina.

Javi se dirigió resueltamente hacia la puerta y entró, seguido de sus compañeros. Todo estaba exactamente igual que hacía unas semanas, cuando habían estado allí.

Avanzaron por el pasillo principal. A mano derecha, unas escaleras subían.

¿Te parece si vamos a echar un ojo por ahí?―señaló Laura.

Me parece bien, pero tened mucho cuidado―dijo Javi―. No sabemos qué puede haber por aquí...

La acompaño―decidió Marta.

Laura y Marta desaparecieron escaleras arriba.

Marco, Alberto, José―dijo Javi―. Id a echar un ojo por ahí.

Señaló hacia una puerta que daba a lo que parecía haber sido una gran sala de espera o algo parecido.

¿Y nosotras, qué?―preguntó Silvia.

Vamos a echar un ojo por aquí―Javi señaló el pasillo que quedaba ante sí―. Algo hay, estamos todos seguros de eso...

Una media hora después, tras recorrer todo por todas partes, tanto el grupo que encabezaba Marco como el de Javi se encontraron de nuevo, sin noticias de haber encontrado nada.

Esto es un poco absurdo―dijo Marco―. Aquí no hay nada.

Sí, lo es―repuso Silvia―. Porque estoy segura de que aquí hay alguien.

Sí―corroboró Elena―. Aquí hay alguien o algo. Se nos ha pasado algún sitio. Si estuviera aquí Natalia, daría con quien quiera que haya aquí en dos minutos.

Voy a subir por ahí―señaló Javi―. Si no he vuelto en diez minutos, subid a por mí porque algo se habrá puesto feo.

¿Vas tú solo?―preguntó Marco―. No me gusta nada.

Javi asintió.

Más le vale a esos tres, donde quiera que estén, pensar que estoy yo solo.

Yekaterina ya sabe que hay alguien aquí, seguro―bufó Silvia.

Pues salid de aquí―ordenó Javi, dirigiéndose hacia la escalera que subía al ático.

Avanzó por aquel lugar que estaba hecho escombros y amenazaba con derribarse en cualquier momento. Un corto pasillo allí, y una puerta entornada al fondo. Javi lo atravesó. Abrió y cruzó la puerta. Laura y Marta estaban allí, atadas con cuerdas a sendos tabiques que sostenían la estructura del edificio en pie.

¿Pero qué narices...?―exclamó Javi.

¡Ah! Ya estás aquí―oyó una voz―. Me preguntaba cuánto tardarías en aparecer. El héroe de ADICT. El artífice intelectual de todas nuestras desgracias. Veo que lo de la Rendición de Breda no ha logrado disuadiros. Vamos a tener que tomar medidas drásticas.

¿Quién eres tú?―preguntó Javi, con desdén.

Tu peor pesadilla―una sombra apareció en el suelo tras saltar desde no se sabía dónde. El rostro odioso de Konstantin apareció allí. Javi le miró. Era un tipo enorme. Siendo humano incluso le habría costado derribarle. De inmediato supo que tenía que asestar un golpe mortal con la estaca cuanto antes, porque iba a ser la única salida posible.

Karel está con Yekaterina intentando recibir adecuadamente al resto de invitados―dijo Konstantin, empezando a andar en círculos por la habitación―. Y tú estás aquí... mira por dónde. Sabía que aparecerías.

No hagas ni caso de lo que te diga, Javi―exclamó Marta. Javi asintió con la cabeza levemente.

¿Qué quieres?―preguntó Javi, cansinamente.

Un ejército de neófitos. Lástima que nos hayáis quitado a todos los que habíamos conseguido reclutar en Cartagena de un plumazo. No sé cómo encontrasteis nuestro escondite y no me importa, pero ahora mismo tú me vas a ayudar, joven amigo.

¿Yo?

Konstantin se detuvo frente a Javi y le miró con sus enormes ojos rojos. Parecía una pantera a punto de atacar.

Sí, tú―dijo―. ¿A quién quieres que transforme? ¿A Laura?― se dirigió hacia ella y le acarició el pelo. Laura se estremeció ante el frío tacto del vampiro―. ¿O tal vez a Marta?

Konstantin se dirigió hacia Marta y repitió la operación. Javi avanzó, indignado, y levantó el dedo índice.

Como les pongas una sola mano encima...―dijo, señalándole.

¿Qué harás?―le interrumpió Konstantin―. ¿No pudiste vencer a Julián en un cara a cara y piensas que me puedes ganar a mí? No seas ridículo, por favor.

Javi bajó la mano. Sabía que Konstantin llevaba razón.

Bien, joven amigo―dijo el vampiro, volviendo a andar en círculos, sin dejar de mirar hacia Javi―. ¿Laura o Marta? ¿A quién transformo?

Transforma a tu puñetero padre en taparrabos, animal―le espetó Javi―. No voy a decidir una cosa así. Que lo sepas.

Muy bien. Entonces las mato. A las dos―dijo Konstantin, avanzando hacia Marta. Pegó un bramido ensordecedor, se acercó a su cuello y enseñó los colmillos. Marta pegó un grito.

¡Vale, vale, valeeeee!―gritó Javi, avanzando―. ¡Déjalas en paz y transfórmame a mí!

Konstantin se volvió. Sus facciones eran aterradoras.

¿A ti? No me sirve eso, Gómez―dijo―. Verás, cualquiera de ellas puede hacerlo muy bien cuando asaltemos a los Vicuña. Tú también, desde luego...

¡Déjate de cuentos chinos! ―exclamó Javi―. ¡Vosotros nos habéis dejado todos esos mensajes para decirnos que íbais a transformarnos a todos tarde o temprano! ¿A qué viene esta sarta de estupideces?

Konstantin avanzó hacia Javi.

A Karel no le interesa mataros, desde luego. Está visto el potencial que tenéis. Si fuerais de los nuestros podríamos tener el mundo bajo nuestro control...

¿El mundo? Pero si no puedo ni controlar ADICT, ¿cómo voy a controlar el mundo? Estás loco―exclamó Javi.

Konstantin se rió.

Suéltalas―le exigió Javi.

Antes tienes que darme un nombre―dijo Konstantin―. La otra se podrá ir.

Ahora sí que estaba Javi en un aprieto. Miró primero a Laura y después a Marta. ¿Dónde estaba sus compañeros cuando más falta hacían? Seguramente viéndoselas con Karel y Yekaterina. Menuda faena. ¿Y qué hacía él ahora? Una bombilla se encendió en la cabeza.

Bien. Te daré un nombre con una condición―dijo Javi.

¿Condición? ¿Te crees que estás en condiciones de negociar?―preguntó Konstantin.

Sí―respondió Javi―. Precisamente Natalia ha ido a hablar con Serafín para avisarle de vuestros retorcidos y asquerosos planes. Así que no creo que los Vicuña tarden mucho en venir aquí y os destrocen. No tenéis ni un neófito en Cartagena. Necesitas incrementar el número. Así que esto es lo que te digo.

Konstantin quedó un poco sorprendido ante la mención de los Vicuña, pero no se movió. Habló con su acento ruso.

¿Qué condición es esa?

Dejas que Laura se largue―dijo Javi―, y si consigues transformarme a mí, podrás transformar a Marta también.

Sí. Si Laura era lista llamaría a Sergio en cuanto saliera de allí y le diría que se diera prisa en llegar con la caballería.

¿Qué pretendes hacer?―preguntó Marta―. ¿Es que te has vuelto loco? ¡Vamos a acabar transformados los dos!

Konstantin se dirigió a Laura y de un tirón soltó las cuerdas. Apenas tuvo que hacer fuerza para arrancar la gruesa soga. Laura pasó por al lado de Javi.

Sea lo que sea lo que tienes pensado... es una locura.

Lo sé―dijo Javi.

¿Por qué me liberas a mí?

Me daba igual a quién liberar―dijo Javi―. Ahora lárgate.

No te daba igual a quién liberar. Lo sé―dijo Laura―. No sé si es que te importo algo o es que quieres hacerte el héroe...

¿Podemos dejar eso para luego? Avisa a Sergio. Avisa a Natalia. Avisa a quien haga falta―le urgió Javi.

Laura lanzó una mirada airada a Javi y salió de allí abriendo la tapa de su móvil. Mientras tanto, Konstantin se encaró con Javi. Éste miró hacia arriba. El vampiro era una verdadera mole. Dos metros de altura, unos ciento treinta kilos de peso.

¿Y ahora qué, Gómez?―preguntó Konstantin, escrutando el rostro de su adversario―. ¿Te transformo primero a ti y luego a tu amiga, o lo hacemos al revés?

Prefiero que no transformes a nadie―dijo Javi.

Konstantin se preparó para saltar sobre su presa pero entonces Javi sacó como un rayo la pistola de agua y apretó el gatillo, rociando a Konstantin de la cabeza a los pies.

Konstantin cayó al suelo, dolorido, quejándose, con el rostro quemado por el efecto del agua bendita. Javi corrió a desatar a Marta.

¿Tienes la thaser?―exclamó Javi.

Marta la sacó. Apuntó donde estaba Konstantin. Pero no estaba en el suelo.

Idiotas―oyeron justo tras ellos. Javi se volvió. Vio un puño contra su cara justo antes de salir despedido por los aires e ir a caer encima de una vieja y cochambrosa mesa de la que no quedó nada más que un montón de serrín. Javi consiguió amortiguar la caída pero tenía el labio partido y sentía que los dientes se le tambaleaban de un lado a otro.

¡Qué mal gusto, Gómez! ¡Agua bendita!―exclamó el vampiro―. ¿Piensas que con esas artimañas vas a ganar?

Javi se levantó y lanzó la estaca como si de un cuchillo se tratara. Falló por centímetros.

¿Te crees Robin Hood, eh?― preguntó Konstantin, irónico―. Has roto el trato liberando a la chica, amigo.

Que yo la liberara o no, no formaba parte del trato―respondió Javi―. Lo único que te he dicho es que tienes que intentar transformarme a mí antes que a ella y has aceptado. Así que déjate de cosas absurdas.

No había acabado Javi de hablar cuando la cara de Konstantin cambió radicalmente, entre el susto y la agonía. Marta le había disparado con la thaser a la máxima tensión posible. Konstantin recibió una descarga impresionante que hizo que cayera al suelo. Javi ni se lo pensó: disparó con la pistola de agua.

¡Cosas básicas de electricidad!―exclamó Javi, mientras apretaba el gatillo―. El agua es buena conductora de la electricidad. ¿Qué le pasa a alguien que se mete a la bañera y por accidente un aparato eléctrico enchufado cae dentro?

Konstantin, entre espasmos, intentaba levantarse, sin éxito, mientras que Marta acababa la frase.

¡Que se electrocuta!

El vampiro quedó sin sentido. Javi recogió la estaca del suelo. Rápidamente se volvió hacia donde estaba Konstantin tirado y se dispuso a apuñalarle con el arma de madera. Ejecutó el movimiento pero Konstantin detuvo su brazo. Con una fuerza descomunal lanzó a Javi encima de Marta, yendo a parar al suelo los dos.

Ay...―se quejó Javi―. Estamos apañados...

Konstantin se conseguía levantar a duras penas. Javi le asestó una fuerte patada que le hizo retroceder. Pero eso no iba a ser suficiente.


5:30 a.m. Escondite de los Vicuña en Cartagena.


No sabía que conocieras dónde se ocultaban los tipos estos de la civilización...

Sergio y Natalia habían llegado frente al edificio donde, según Natalia, se ocultaban Serafín y los suyos.

Lo que sí tienes son narices por venir aquí―dijo Natalia, sonriendo irónicamente―. Unos tipos sanguinarios que se creen los reyes del mundo y tú vienes a acompañarme. Sí, señor...

Y el edificio no era viejo para nada. Es más, parecía recién construido. Se alzaba imponente en el centro de la ciudad, como si se tratara de alguna empresa importante.

¿Entramos?―preguntó Natalia.

No queda más remedio―respondió Sergio.

Natalia cogió a Sergio de la mano y avanzó hacia la puerta. Sergio se estremeció ante el helado tacto de Natalia. ¿Se podría acostumbrar alguna vez...?

La puerta principal estaba abierta. Así que Natalia no tuvo más que empujarla y entrar, seguida de Sergio. Pero nada más poner un pie dentro, una figura apareció como por ensalmo.

Vaya. Natalia Guirao...

Buenas noches, Blanca―saludó Natalia.

Y nos traes a... ¿un humano? ¡Espera un momento!― la tal Blanca avanzó hacia Sergio y le miró con sus deslumbrantes ojos amarillos―. Es uno de esos tipos de ADICT.

Sí, lo soy. ¿Es que está prohibido que esté yo aquí?―preguntó Sergio, mirando a Blanca. La vampira aparentaba unos veintidós años y era físicamente perfecta. Casi igual que Natalia.

¿Prohibido?―preguntó, casi cantó, Blanca―. No es que esté prohibido. Es que todo humano que entre aquí tiene dos opciones. Acabar transformado o morir. Y tú ya has entrado.

Sergio miró a Natalia.

¿Sabías eso?

Hombre… saberlo, lo que es saberlo…―exclamó Natalia―. Eeeh… sí…

Blanca miró a Natalia como si le inspirara lástima...

Desde hace quinientos años que estamos establecidos en el Valle de Cabuérniga siempre ha sido así, Nati...

Sergio estaba hartándose de tantas tonterías.

Mira, tengo que ver a Serafín y contarle dos cosas muy importantes.

Blanca se giró hacia Sergio. Le miró fijamente a los ojos. Inspiró fuertemente el aire de la habitación.

Hum... sí, hueles bien... ―dijo Blanca.

Oh, vaya, ¡muchas gracias!―dijo Sergio, con un deje de ironía en la voz―. ¿A qué viene esto?

A nada―respondió Blanca, poniéndose detrás de Sergio y acercando la nariz al cuello del coordinador de ADICT, rozándole con la punta de la misma. Sergio notó un escalofrío―. ¿Qué cosas tan importantes tienes que decir tú a Serafín?

Es sobre Karel―dijo Sergio.

Blanca se separó bruscamente de Sergio y se puso frente a él.

¿Karel? ¿Qué pasa con el ruso?

Hablaré sólo delante de Serafín. No tengo ganas de contártelo a ti y luego repetirlo otra vez, así que llévanos hasta él―le pidió Sergio―. Es muy urgente.

Dijo esto con tal tono de voz que Blanca se sobresaltó.

Muy bien―aceptó―. Venid conmigo.

Se dirigió a un ascensor. Las dos vampiras y Sergio entraron al mismo y Blanca pulsó el botón que conducía al último piso. Una vez allí, la puerta del ascensor se abrió y los tres salieron. Blanca condujo a los otros dos a un gran despacho adornado con motivos del siglo XVII, pero con los últimos avances tecnológicos del siglo XXI. Las cortinas y las paredes tan antiguas no hacían juego con el ordenador de última generación que había sobre la mesa de Serafín, y el ordenador a su vez no hacía juego con la silla que había tras la mesa, que más que una silla parecía el trono de un rey. Y Serafín, encima, estaba hablando por su móvil de pantalla táctil.

No... no, mira, no me cuentes historias de fantasmas. ¡Me da lo mismo! Oye, si esas idiotas osan venir aquí después de lo que me hicieron me las pagarán todas juntas. ¡Oh, vamos, sabes que no pueden matarnos! ¿Ahogarnos en el mar? Te recuerdo que no necesitamos respirar. Bueno, vale, ¡tú mismo, Aro! Pero no respondo de mis actos. ¡Adiós!

Colgó y dejó el móvil encima de la mesa. Miró a los recién llegados.

Este tiene noticias interesantes, Serafín―dijo uno de los vampiros que estaban en esa habitación.

¿De verdad, Félix?―le preguntó Serafín―. Porque me sorprende que tenga narices de venir aquí después de lo ocurrido en el escondite de los Voronkov.

De ellos quiero hablar―intervino Sergio.

¡Ya, claro! Los Voronkov―bufó Serafín―. ¿Qué pasa con ellos?

Os quieren borrar del mapa―dijo Sergio, tal cual.

Serafín le miró sin creerlo.

Casimiro, por favor...―se dirigió a otro de los allí presentes. Un vampiro rubio de pelo más bien largo se acercó a Sergio y le escrutó el rostro.

No intenta mentirnos―dijo, unos segundos después.

Serafín se dejó caer en su sillón.

¡Vaya!―exclamó―. Los Voronkov... ¿Y qué pretenden?

Matarnos a todos―intervino Félix, que miraba a Sergio a los ojos―. O eso es lo que piensa el chico humano.

Oh―dijo Serafín, mirando a Sergio fijamente. Sergio estaba deseando irse de allí. No le agradaba aquel lugar tan extraño, con tintes tan antiguos y con tecnologías tan modernas. Esa mezcla le daba malfario. Serafín se encaró con Sergio.

Eso es lo que piensas, ¿no?

No es que lo piense, es que es así―dijo Sergio―. Hemos estado detrás de ellos las últimas semanas. Hemos descubierto lo que realmente pretenden. Os han engañado.

¿Cómo han podido engañar a Félix y a Casimiro?―se preguntó Serafín―. Nadie puede engañarles. Félix sabe exactamente lo que estamos todos pensando ahora mismo. Y Casimiro tiene un don para adivinar cuándo alguien intenta mentir. De hecho, ya lo has visto.

Bueno, ¿entonces, qué?―inquirió Natalia―. ¿Vais a actuar ya?

Claro que sí―dijo Serafín―. Pero antes me tengo que ocupar de algo.

Cierto―dijo Félix―. El chico sabe demasiado. Hay que conver-tirlo ya.

Eh, eh, un momento―dijo Sergio levantando las manos y apuntando con las palmas hacia los Vicuña―. Os he avisado de lo que ha podido ser vuestro funeral y no tenía por qué haberlo hecho después de la que nos liasteis aquella vez. ¡Un poco de respeto!

Serafín se llevó la mano a la barbilla.

Te ayudaré con el idiota ese con el que estabas hablando por teléfono―dijo Sergio.

ADICT no puede ayudarnos con eso―respondió Serafín―. El asunto os sobrepasa... nuevamente. Ahora, Blanca, por favor...

Blanca siseó y enseñó los colmillos. Fue a abalanzarse contra Sergio, pero Natalia se interpuso entre ambos.

Natalia, no seas estúpida...―dijo Serafín―. Sólo intentamos hacer cumplir las normas.

¿Qué normas? ¿Arrancar más vidas humanas?―siseó Natalia, peligrosamente―. No lo voy a permitir. Por encima de mi cadáver.

Ya, pero tu cadáver está un poco... vivo―dijo Serafín, con desdén―. Blanca...

Blanca se lanzó contra Natalia y al poco, se enzarzaron en una pelea descomunal. Sergio no sabía qué hacer.

Detén esta demencia―dijo Félix a Serafín―. Natalia no tiene intención de matar a Blanca a pesar de todo.

Bien, ¡basta!―exclamó Serafín, levantando la mano. Blanca tenía la cabeza de Natalia contra la pared y había hecho un boquete en la misma―. Vamos a ir a visitar a los Voronkov. Y démonos prisa, va a amanecer dentro de poco. Pero, chico―se dirigió a Sergio―, ya sabes qué es lo que hay. Quiero a siete personas de ADICT transformadas y en mis filas o no dejaremos títere con cabeza. Los Voronkov no son los únicos que han intentado atacarnos.

Natalia se puso frente a Sergio mientras Serafín, Félix, Casimiro, Blanca y dos vampiros más salían de la estancia. Natalia apoyó su frente en la de Sergio.

¿Y ahora qué?―preguntó Sergio, abrazándola―. ¿Voy a tener que dejar de preocuparme por eso de hacerme viejo?

No lo sé―respondió Natalia―. Pero encontraremos alguna solución. Quieren a siete, y yo sé a qué siete. Marco, Irene, José Antonio, Laura, Marta, Javi y tú. El resto está en peligro, sin duda.

Sergio miró de reojo por la ventana.

Va a amanecer―dijo Sergio―. Vámonos, no quiero que acabes reducida a cenizas por el sol.

Natalia miró a Sergio a los ojos.

¿Cenizas? Hum...

¿Qué pasa?―preguntó Sergio.

¿Sabes cuánto tiempo tenemos que estar expuestos al sol para que pase eso que tú dices?

¿Tiempo?

Sí―dijo Natalia―. Tiempo. Yo puedo estar expuesta al sol una hora y no pasaría nada. Solamente que mi piel empezaría a brillar cada vez más. Una vez transcurrido el tiempo la cosa se pondría tan caldeada que arderíamos por la luz del sol, pero sólo entonces.

¿Cómo?―preguntó Sergio, desconcertado―. Así que podéis... soportar el sol.

Javi ya lo sabía. Algunos no pueden. Los de Europa Central, acostumbrados a no ver el sol en el cielo casi nunca, no pueden exponerse demasiado. Otros, en cambio, pueden estar horas. Depende.

Entonces... los rusos... ―Sergio soltó a Natalia y dio una palmada―. ¡Si conseguimos exponerlos al sol el tiempo suficiente, acabaremos con ellos!

Sí―dijo Natalia―. Pero no te olvides de algo. Ninguno de nosotros podrá ayudaros. Sería mejor acabar por la vía rápida. Además, Serafín no se lo va a permitir.

Eso espero―suspiró Sergio―. Vamos.


6:30 a.m. Guarida de los Voronkov.

José Antonio acababa de dar una tremenda patada frontal a Yekaterina, con tal fuerza que había agujereado la pared. Sin embargo, la vampira continuaba en pie y se reía.

¿Quieres fuerza? Ya te daré yo fuerza.

Embistió contra José, pero in extremis apareció Alberto por un lateral, logrando interceptar la embestida y empotrando contra el suelo a la rusa.

¡Yaroslav!―bramó Karel, llamando a otro más de los suyos, sabiendo que le oiría estuviera donde estuviese, allí en aquel ruinoso sitio. Silvia y Elena se estaban enfrentando contra él, pero llevaban las de perder. Karel pegó a Silvia un tremendo empujón, haciendo que atravesara la pared y fuera a parar a la habitación contigua.

Esto es más entretenido de lo que había pensado―dijo Karel―. ¿Quién es el próximo?

Tú eres el próximo―exclamó Marco, abalanzándose sobre Karel a lo suicida. José Antonio le imitó.

Laura apareció en escena, subiendo desde el sótano. Karel esquivó las embestidas de José y de Marco con dos sutiles movimientos y se plantó frente a Laura. Le arrebató la ballesta, lanzando el arma por la ventana más cercana. Yaroslav apareció en el piso.

¿Llamaste?―preguntó.

Sí―dijo Karel, sujetando a Laura del cuello y empujándola contra la pared―. Voy a ocuparme de esta. Tú encárgate del larguirucho ese.


Mientras, en el sótano, Konstantin miraba con desagrado a aquellos dos humanos. En especial al que había tratado de desafiarle.

Bueno, pues ahora ha llegado el momento―dijo, encarándose a Javi, que estaba de espaldas contra la pared―. Primero tú y luego la chica.

Konstantin enseñó los dientes.

Pero algo le detuvo. Un ruido arriba, un estrépito ensordecedor.

¡Los Vicuña!―bramó Karel.

Konstantin salió rápidamente escaleras arriba, dejando a Javi y a Marta allí, contra la pared. Javi respiraba pesadamente.

Joder, la que se está liando―murmuró―. La estaca, ¿dónde está?

Allí, en el suelo―señaló Marta.

Javi se levantó y la cogió.

Vamos arriba. Acabemos con esto―dijo, resueltamente.

Subieron los dos. Vieron a Laura y a Marco, inconscientes. José Antonio, tirado en el suelo, a su lado, intentando reanimarles. Silvia, Elena y Alberto intentaban contener a los Voronkov, que ahora contaban con Yaroslav y otros dos más, Vladislav y Anzhelika, en sus filas. La pelea era bastante desigual.

Serafín había entrado encabezando a los suyos, seguido por Félix, Casimiro y Blanca. Tras él, Sergio y Natalia.

¡¡BASTA YA!!―bramó Serafín.

Todos quedaron quietos, inmóviles, en el sitio en que estaban.

Bien, Karel, ¿me vas a explicar esto?―preguntó Serafín―. ¿Qué pretendías hacer? Transformar a estos chicos y usarlos para atacarnos a nosotros, ¿verdad?

¿Cómo puedes pensar eso?―preguntó Karel, acercándose a Serafín―. Por favor, Serafín, seamos serios...

Vaya―intervino Félix―. Ahora lo veo algo más claro. Me ocultó sus intenciones reales la última vez que le vi. ¡Tienen un maldito escudo, claro!

La cosa es muy sencilla―intervino Javi, estaca en mano―. ¿Puedo resumir la situación?

No puedes, Gómez―dijo Konstantin―. Tenemos un asunto pendiente.

¡Cállate, Konstantin!―bramó Félix―. Déjale que se explique.

Bien―empezó Javi―. Yo a este plan que tenían los rusos lo llamo “Proyecto Tsunami”. Es algo muy sencillo... si sabes atar los cabos.

¿Proyecto Tsunami?―preguntó Serafín.

Una oleada de sangre lleva cubriendo varios países de Europa durante los últimos años―intervino Marta―. Lo sabemos todo.

Karel utilizaba peones en cada territorio donde quería crear nuevos vampiros con el único fin de desafiar a ciertas familias de vampiros. En nuestro caso, Julián Cabrera y Juan Antonio Fernández Estrada, como bien recordamos. Julián, mediante una ingeniosa treta y líos de faldas de por medio, logró incorporar a Natalia y a Silvia. Natalia, evidentemente, sabe mucho. Por eso nos ayudó desde un principio. Además de ello Julián ha sido una pieza clave para el reclutamiento de muchos neófitos. Ha estado viajando, como ya sabemos, por innumerables lugares a lo largo y ancho de Europa.

>>Poco a poco hemos ido hurgando en este asunto hasta descubrir el plan de ataque. Un plan de ataque que no iba a dejar títere con cabeza en tu familia, Serafín.

Los rusos se enteraron de que andábamos metiendo las narices y desde un principio intentaron quitarnos del mapa―siguió Marta―. Estrada y un grupo nos secuestró a Javi y a mí.

Recuerdas que esa fue la primera vez que te vi, ¿no?―preguntó Javi a Serafín, que asintió―. Pues créeme. Ya estaban dándoselas de buena gente. Te metieron una trola buena. “Sí, Serafín, hemos secuestrado a dos, y vendrán a rescatarles, ya verás cómo pelean esos chicos, merecerán estar en tu guardia”. O algo parecido es lo que te dijeron, ¿verdad?

Pues sí―reconoció Serafín, mirando a Yekaterina con odio. Ésta dio un paso atrás―. Por ello di orden de no matar a nadie.

Exacto―dijo Marta―. Por aquel entonces no teníamos ni idea de lo que pretendía ninguno. Julián y Juan Antonio estaban muertos y nosotros éramos los culpables. Así que alguno de estos rusos empezó a mandarnos mensajes para hacernos entender que estábamos perdidos y que íbamos a ser transformados tarde o temprano. Todo ese tema de la metamorfosis, de Ovidio, de Baudelaire y esas cosas.

Por no hablar luego de la representación de La Rendición de Breda―añadió Javi―. Su forma de decirnos que no teníamos escapatoria alguna. Gracias a que Silvia sentó la cabeza pudimos descubrir muchas cosas, y ninguna buena. Conseguimos encontrar una casa donde escondían un ejército de neófitos. El grupo de Rafa consiguió neutralizarlos, con ayuda, claro está. Silvia y Natalia se ocuparon de muchos de ellos. Laura empezó a pegar flechazos desde su estratégica posición. Y Marta también hizo un gran trabajo. El resultado fue un montón de neófitos muertos. Acabábamos de tirar por la borda un plan que venía ejecutándose desde septiembre del pasado año. Siete meses de trabajo en España a la basura. Puede que lo lograran en otros países como Finlandia. Pero aquí, no.

Serafín, Félix, Casimiro y Blanca miraron impresionados a aquellos chicos humanos.

Sois únicos, cierto―dijo Serafín. Y se volvió a Karel―. Bueno, supongo que sabes cuál es la pena por intentar usurpar el territorio, por tener neófitos escondidos y por todas esas cosas.

Yo me largo―dijo Karel.

No te servirá. Blanca te rastreará. Y cuando os encontremos, os daremos caza.

No vas a hacer eso―dijo Yekaterina, amenazante.

¿Ah, no?―preguntó Serafín―. ¿Y por qué?

Porque si nos tocáis un solo pelo de la cabeza despertaréis a algunas criaturas viejas amigas nuestras―respondió Yekaterina, esbozando una sonrisa. Serafín maldijo por lo bajo.

Me avisaron de esto desde Volterra por teléfono. Aaah, grandes idiotas.

¿Te pasa algo? ¿Has visto un fantasma?―preguntó Karel.

Da igual. Haré un viajecito a Italia, seguramente allí se alegrarán de verme―sonrió Serafín―. Ya verás qué cara van a poner allí cuando se enteren de la que has organizado.

¿Vas a hacer eso?― Karel perdió el poco color que tenía.

Oh, sí, claro―dijo Serafín con vehemencia.

Natalia se reía.

¿Qué hay en Italia?―preguntó Sergio.

Más vale que no lo sepas―respondió ella.

¡Bueno, señores! Nos encantaría quedarnos a charlar, pero tenemos que irnos―dijo Javi―. Está amaneciendo y tengo muchas cosas que hacer.

No os pensaréis que vosotros os vais a ir de rositas―dijo Serafín―. Tenemos un asunto que arreglar.

Oh, sí, claro―dijo Javi, mirando el reloj de una manera muy curiosa, como si esperara algo―. Nosotros os avisamos de que os van a traicionar, vosotros nos salváis la vida aquí y estamos en paz. Creo que nos vamos todos.

No―negó Serafín―. No hasta que...

¡Ajá!―exclamó Javi.

Por la puerta del edificio entró Rafa, sosteniendo un crucifijo en el aire. Por las ventanas de aquella planta baja fueron entrando Juanjo, Héctor, Lucas, Galindo, Guillermo, Irene, Sandra, Juanma y Mónica, sosteniendo cada uno un crucifijo.

Se os acabó el chollo, vampiros―dijo Héctor, lanzando un crucifijo a Javi, quien lo agarró en el aire.

¡Toma!―Rafa lanzó otro a Marco .

¡Para ti!― Irene le lanzó uno a Laura, que se había levantado ya del suelo y estaba en perfectas condiciones, aunque algo dolorida.

Serafín estaba desconcertado. Todos los vampiros retrocedieron.

Natalia―dijo Sergio―. Largaos de aquí echando leches.

Como quieras―dijo Natalia. Dio a Sergio un beso en la cara y pegó un impresionante salto. Karel intentó perseguirla, pero Laura estuvo atenta y disparó con la pistola thaser a máxima potencia. Karel cayó al suelo e hizo un buen boquete.

Cerrad el círculo―ordenó Rafa, ejecutando sus palabras. ADICT rodeó a todos los vampiros en el centro de un círulo cuyo perímetro estaba formado por más de una docena de crucifijos.

¿Cómo narices...?―intentaba decir Karel.

¡Ja! ¡Llamé a Rafa y a Juanjo antes de entrar aquí! Les dije que reunieran tantos crucifijos como le fuera posible y que llamaran al séptimo de caballería. ¿Te piensas que yo soy tonto o qué? ¡Me voy a enfrentar a los vampiros más poderosos que hay sin armas! ¡Ya sabía yo que muy listo no eras! ―exclamó Javi.

Bien―dijo Serafín―. ¡Vosotros ganáis! Pero bajad esas cosas.

Rafa ni le dejó terminar.

¡Cállate te digo! ¡No le hagáis caso!―ordenó―. Deberíamos acabar con todos ellos. Son una amenaza. ¡Dios sabe la de gente que habrán matado! Si acabamos con ellos ahora salvaremos cientos de vidas.

Rafa hacía ademán de poner el crucifijo sobre la cara a Serafín, sabiendo que eso le causaría un daño casi irreparable. Sergio le cogió del brazo.

Déjalo. Nos han dado su palabra de que nos dejarán en paz. ¿Verdad?

Puedes tenerlo por seguro―dijo Serafín, mientras sus com-pañeros asentían con la cabeza―. Nos ocuparemos de dar su merecido a estos rusos. Pero sigo pensando que vosotros haríais un gran papel como vampiros.

No, Serafín―dijo Laura―. Seguiremos haciendo un gran papel como humanos, te guste o no.

Bien. Os doy mi palabra de honor de no tocaros ni un pelo de la cabeza―dijo Serafín solemnemente.

Eso quería oír. Abrid el círculo―ordenó Rafa.

Todos se retiraron un par de pasos atrás. Rafa dio orden de bajar los crucifijos. Pero en cuanto vio abierto un lugar para atacar, Konstantin se lanzó contra Javi, cuan alto era. Éste lanzó la estaca como si se tratara de un cuchillo y Laura soltó la ballesta. Konstantin quedó reducido a polvo y cenizas, alcanzado por dos golpes mortales.

¿Algún valiente más? ―bramó Laura, apuntando al frente. Serafín gruñó.

Malditos rusos―murmuró―. Blanca, Casimiro, Félix. Matadles a todos. No dejéis títere con cabeza.

Eso es literal, ¿no?―murmuró Lucas al oído de Rafa.

No tenéis por qué ver esto―dijo Serafín a los chicos de ADICT―. Supongo que ya nos veremos. Pero no penséis que no quiero nada a cambio por dejaros que os vayáis de rositas.

Tienes nuestro teléfono―dijo Sergio―. Si quieres que te resolvamos algún caso, no tienes más que llamarnos.

Salieron todos por la puerta. Javi abandonó la estancia el último. A sus espaldas todos oyeron el ruido de huesos rotos y gritos de dolor. Los Vicuña habían ejecutado a los rusos.

Ya es de día―dijo Sergio.

Natalia, Silvia, Elena y Alberto esperaban allí fuera. Los primeros rayos del sol comenzaron a brillar desde el Este. Sergio miró a Natalia. La luz del sol incidía en su piel y producía un deslumbrante brillo.

Vámonos de aquí antes de que el sol nos queme. Tenemos unos tres cuartos de hora para llegar sin peligro. Y nadie debe vernos brillar así―dijo Natalia.

Claro―Sergio le echó el brazo por los hombros y se fueron de allí―. Oye, ¿sabes tú quién ha llamado a Serafín cuando estábamos en su escondite?

Sí. Uno de los italianos esos ―respondió Natalia―, pero no creo que sea algo de lo que debamos preocuparnos.

Y yo que quería tener unos días tranquilos―suspiró Laura―, pero mucho me temo que dentro de poco vamos a saber de estos tipos. Han dicho que a cambio de no transformarnos querían algo.

Sea lo que sea―dijo Rafa―estoy seguro de que podremos resolverlo.

Y todos se alejaron calle abajo, hasta que la guarida de los Voronkov quedó fuera de su vista. Serafín y Blanca les veían con su aguda y penetrante vista, alejándose.

¿Has dicho en serio eso de no tocarles un solo pelo?―preguntó Blanca, incrédula.

Soy un tío de palabra. No he faltado a una promesa en mis mil trescientos y pico años y no voy a hacerlo ahora. No voy a tocarles un solo pelo.

Ah. Te has vuelto un blando―protestó Blanca. Parecía decep-cionada. Sin duda quería convertirles a todos, o peor, matarles.

Mi querida niña―dijo Serafín, cansinamente―, les he dicho que yo no les iba a tocar ni un pelo de la cabeza. Esa promesa me incluye solamente a mí. Por lo que a mí respecta, te los puedes zampar uno a uno. Y con más motivo después de la que han liado con los Voronkov.

De todas formas si no es por ellos ahora estaríamos muertos― intervino Casimiro, saliendo también del maltrecho bloque que casi se caía a pedazos―. Eso hay que reconocérselo. Los tienen bien puestos. Han desafiado a los Voronkov y a sus neófitos de tú a tú. Además, descubrieron que los rusos te engañaron. Tanto buen rollito con el Estrada ese, total, para nada...

Espero, Casimiro, que en Italia no se enteren de este desaguisado―dijo Serafín―. No me apetece viajar hasta Volterra y explicar a esos desgraciados que viven allí lo acaecido en las últimas semanas. Prefiero volver a Cabuérniga y quedarme allí. Estoy harto del sol que pega en esta maldita ciudad.

Pero no podemos irnos. Tenemos una cosita que atender aquí. ¿O me vas a decir que vamos a huir de esas malnacidas? El mismo Aro te ha llamado…―terció Félix, truncando la sonrisa de Blanca en un gesto de asco.

No huiremos―respondió Serafín―. Es más, ninguno de vosotros vais a tocar un solo pelo de la cabeza a los chicos humanos de ADICT.

Hubo un coro de protestas.

Calmaos―Serafín levantó una mano―. Ellas son las más adecuadas para resolvernos el marrón, ¿no creéis? Si alguno resulta muerto en esto, que no me extrañaría lo más mínimo, le salvaremos de la muerte total transformándole e incorporándole a nuestras filas.

Blanca miró a Serafín con admiración.

Eres un genio―dijo―. ¡Un genio!

Lo sé―respondió Serafín, modestamente―. Regresemos a nuestra humilde morada antes de que el sol nos reduzca a cenizas. No aguantaré cinco minutos más aquí. Estoy empezando a echar humo y parezco un maldito espejo reflejando rayos.

Los Vicuña se fueron de allí.

Los chicos de ADICT llegaban a su sede principal y se dedicaban a unos momentos de tranquilidad sin saber que algo se les iba a venir encima muy pronto...

Epílogo


Javi.

Ya no puedo dar más de mí. Estoy rodeado...


La puerta del despacho se abrió. Lucas, Galindo y Juanma. Empecé a temerme el peor de los cataclismos.

Bueno, Javi, ¿dejamos por aquí las armas?―preguntó Lucas, enseñándome el crucifijo.

El crucifijo no es un arma―dije, distraídamente, sin apartar la vista del libro que estaba leyendo. Uno de vampiros, precisamente.

Sirve para matar gente, ¿no? O sea, que ejecutaban reos en Roma valiéndose de…―decía Lucas.

Claro que sí, voy a comprobar si puedo matarte con él en cuanto me acabe el libro―repliqué. Ya empezaban las tonterías. Y eso que era temprano. Malditos sábados por la mañana.

Bueno, pues lo dejamos por aquí―dijo Galindo.

Oye, a todo esto―siguió Lucas. Puse el marcador de páginas por donde me había quedado leyendo, cerré el libro violentamente y, más violentamente aún, lo dejé encima de la mesa.

¿Qué quieres, Lucas?

Es que se rumorea por ahí algo. Es algo peliagudo, ¿sabes? Y como los rumores son sobre ti, pues me parece adecuado decírtelo antes de que lo oigas de boca de otras personas.

Otra de las paranoias de Lucas. A veces puede ser tan delirante... me dan ganas de lanzarle por la ventana. O de lanzarme yo, tal vez.

A ver, Luquitas―suspiré. Me apoyé la mano en la barbilla y el codo sobre la mesa.

Es que la gente dice―empezó Lucas, mientras que Galindo y Juanma prestaban atención― que dejaste irse a Laura de allí porque pensabas que Konstantin te iba a transformar seguro. Y tras transformarte a ti, a Marta. Y claro, como José Antonio va diciendo por ahí que estás coladito por ella, la gente ha relacionado términos y ha llegado a la conclusión de que...

¿DE QUÉ?― bramé, dando un golpe en la mesa, temiéndome lo peor. Lucas tragó saliva y titubeó antes de seguir.

Oye, esto no lo he dicho yo, ¿eh? Sólo lo he oído por los pasillos de esta nuestra querida asociación...

¡Sigue!―le grité.

Vale, vale. Bueno, lo que decía, que tú pensabas que Marta y tú acabaríais transformados los dos y entonces podríais pasar juntos toda la eternidad.

Silencio. No dije nada. Esbocé una sonrisa.

Ya. Claro... claro... disculpadme un momento...

Me levanté airadamente del sillón, que quedó dando vueltas como una peonza recién lanzada, me dirigí a la puerta de mi despacho de la primera planta, abriendo de golpe. Salí atropellando a Juanjo, me apoyé en la barandilla y grité:

¡AL PRÓXIMO QUE EMPIECE A DIFUNDIR RUMORES Y GILIPOLLECES SOBRE MÍ, LO EMPAQUETO EN EL HESPÉRIDES! ¡Y ME DA IGUAL QUIÉN SEA!

Lucas carraspeó.

¿Qué quieres?―le pregunté.

Bueno, en realidad no sé quién difundió el rumor ese, pero creo que podría ser Laura. Puedo intuir sus motivos...

¿Laura? Ah, claro. Laura. Sí, ¿por qué no?

Tú tranquilo, que voy a llevar un micrófono encima todo el rato para pillar in fraganti al de los rumores―intervino Juanma―. Cuando tenga algo te dejo la grabación a ti para que la veas.

Oh, muy bien―respondí―, ¡muy original, Juanma! ¿No tienes nada ahora?

Juanma sacó la mini grabadora a la que iba conectada el minúsculo micrófono. Rebobinó y apretó el Play.

Veamos... por aquí... ajá, esto es.

Oí una voz confusa.

Mira, si te gusta Javi, no te quejes, no haberlo dejado que cortara contigo y punto―era la voz de Irene. Esta chica. Qué mona, ella. Siempre metiéndose donde no la llaman...

Vale, ¿y qué quieres que haga?―esta era Laura―. Por lo que yo sé no soy la única aquí que quiere algo con él, ¿no? ¿Qué quieres que haga? ¿No intentar nada de nuevo? ¿Quieres que deje el camino libre a...?

En ese momento hubo una interferencia y la grabadora se paró.

¿Qué pasa?―pregunté.

Se ha acabado la batería―dijo Juanma―. Pero tranquilo, que tengo más por ahí, voy al despacho de Rafa a pedirle...

¿Al despacho de Rafa? ¿AL DESPACHO DE RAFA?―grité, sin intentar controlarme. Ahora resultaba que Laura se arrepentía de que lo hubiéramos dejado. Y que había alguna otra que yo desconocía intentando interponerse entre ella y yo. ¡Pues menudo pastel!

Que yo voy a por pilas...

¿Sabes dónde puedes ir a por pilas, eh?―grité, enfadadísimo.

Pues... ¿a la tienda?

¡A mis santos cojones, indio! ¡La próxima vez que espíes a la gente de este club al menos asegúrate de que hay suficiente batería en ese chisme! ¿Qué hago yo ahora, eh?

¿Hacer, de qué?―me preguntó Juanma.

¡Ja! ¡Rafa, con novia! ¡Héctor, con novia! ¡Lucas, tras lo de Irene y todo, con novia, a pesar de ser un anormal de pueblo...!

Eh―protestó. Le ignoré. Pasé de él como si no existiera.

¡Juanma, con novia!

¿Yo?―preguntó Juanma, desconcertado.

¿Tú estás saliendo con mi hermana o no, eh?

Juanma se calló. Evidentemente, pensaba que yo no lo sabía.

¡Ja! ¡In fraganti!―bramé―. Todos con novia y yo en la situación más asquerosa que pueda tener. Ahora resulta que le gusto a una pero a mí me gusta otra pero al mismo tiempo también le gusto a una segunda que no sé quién cojones es. Yo me largo de aquí. Me voy a dar una vuelta por las vías del tren. Esto no hay quien lo soporte― salí de allí escaleras abajo hecho una furia. Pero aún así seguí escuchando lo que decían...

Creo que la hemos vuelto a liar―dijo Lucas―. Como se entere del lío que hay montado aquí, no lo vamos a contar.

¿Lo de Laura?

No me preocupa Laura, eso ya era de cajón. Me refiero a...

En ese momento me sonó el móvil. No pude oír las siguientes palabras. Maldita sea. Debí dejar que me transformaran en vampiro y entonces sí que lo habría oído con el fino oído que tienen estos seres tan horribles. O a lo mejor habría matado a todos, por pelmazos. Descolgué. Ni me molesté en mirar quién me llamaba.

¿Sí?

Tenemos que irnos―era Marta―. Estoy en el puerto con Sergio, Sandra, Irene y Marco. Creemos que hay algo interesante que ver por aquí.

Bien, allí estoy en cinco minutos―dije―. Hasta luego.

Colgué el teléfono. La conversación de aquellos tres melones de año seguía...

Pero no sabemos nada seguro.

Ya, ¿pero y si cuela?

Voto por estarnos quietecitos.

Hice caso omiso. Me esperaban en el puerto para algo urgente y allí iba a ir. Sus paranoias me importaban un comino.

Vaya voces que pegas, ¿eh?―me dijo Héctor.

Ya...― el grito que había pegado antes había sido épico.

Laura se interpuso en mi camino.

Así que... ¿Vas a empaquetar a alguien en el Hespérides y te da igual quién sea?―preguntó, sonriente.

Eso mismo―respondí―. Me voy al puerto. Me acaban de llamar y hay algo allí. Hay un chorizo suelto robando barcos…

Ah, vale. Te acompaño.

No, tú no me acompañas, tú te quedas.

Que no, que cuantos más seamos, mejor.

Ya, claro. Y yo soy tonto y me chupo el dedo, por no decir que nací ayer... Así que, visto lo visto y sabiendo lo que sabía, decidí seguir la estrategia más sucia y rastrera posible.

Mira, necesito que te quedes―dije, lentamente, poniendo mis manos sobre sus hombros y mirándola fijamente a los ojos―. Necesito a la persona más inteligente de toda la organización aquí, al mando. Sergio no está, Marco tampoco. ¿Quién se va a ocupar de poner orden si te vienes tú conmigo, eh? Eres la única que puede hacerlo.

Laura bajó la mirada.

Vale. Pero si puedo me escapo y voy para allá.

Mira que es cabezona, ¿eh?

Que no―dije, suavemente―. Lucas está como una cabra, puede hacer algo y prender fuego a esto en menos que canta un gallo.

Javi, no sé...

Por favor―le dije. Tanta mala sombra que había mostrado antes y ahora casi me costaba sacar la voz del cuerpo. Si seré imbécil...

Bueno, vale―accedió, finalmente.

Eres la mejor―dije―. Te debo una, ¿vale?

Me fui pitando de allí. Me dirigí a la puerta y abrí para salir.

Pues una me debes, chico―oí murmurar a Laura.

Sonreí. Me subí al coche, introduje las llaves y salí en estampida hacia el puerto, con un cúmulo de preocupaciones en la cabeza. Sabía que, aparte de todos estos líos, los Vicuña estaban por ahí, acechando. Y sabía algo acerca de esa llamada que les había oído Natalia cuando había ido a avisarles con Sergio. Estaba seguro, completamente seguro, de que volveríamos a saber de ellos.

Y muy pronto...