miércoles, 2 de febrero de 2011

PARTE I

Premonición

RAFA.

Si salimos vivos, va a ser un milagro...

La oscuridad se cernía sobre nuestras cabezas. No sabíamos qué podía ocurrir más que no nos hubiera pasado ya. Era algo imprevisible, impredecible. Lo que sí sabíamos con certeza era la identidad de nuestros enemigos. Ante semejante panorama, yo no sabía qué hacer. Tampoco Lucas. Ni Galindo. Incluso Irene, que siempre está tranquila y sosegada parece perdida en esta situación. Lo sabíamos. Era cuestión de tiempo que nos mataran a los cuatro. Y lo mejor de todo es que los tres sabíamos a lo que nos exponíamos antes de aceptar esta misión.

El edificio sigue en silencio, en la oscuridad de la noche. Y Sergio y Javi decían que venían de camino con refuerzos.
Sí, antes pensábamos en detener esta locura. Pero ahora lo más probable es que esta locura nos detenga a nosotros. Y lo peor de todo es que no sabemos cuándo ocurrirá eso.
Continuamos avanzando por el pasillo sin saber a ciencia cierta qué habría al final...
Introducción

RAFA

¿Fichajes estrella? ¿Nosotros? ¿Desde cuándo...?


Me van a permitir presentarme. Mi nombre es Rafael Pérez de la Fuente. 
Me dedico a intentar erradicar por mi cuenta a los malos, ya que el club de detectives al que pertenecí en su día, el CDM, ha sido disuelto. Al parecer la decisión es irrevocable, ya que su presidente fue reclutado para una organización de investigación en la ciudad de Cartagena y se llevó consigo a un grupo que él consideró que eran los mejores. En un principio nos pidieron que colaborásemos con ellos, pero nosotros nos negamos. Teníamos otros planes. Queríamos intentar sacar el club adelante y a ello nos pusimos de inmediato.
Estoy con Lucas y Galindo en la que fuera puerta de la sede del club. Aquí ya no queda nada. Van a convertir esto en un centro de salud. Pues mira qué bien, todo lo que sea para mejorar la sanidad… bien hecho está.
El que fuera presidente del Club de Detectives de Maristas, Javi Gómez, aparte de dedicarse a encontrar y atrapar algunos chorizos varios, está a poco de convertirse en ingeniero técnico en electrónica. El que fuera su segundo, José Antonio Díaz, es casi ingeniero en telemática. Laura Martínez Osorio continúa en la universidad, acabando su carrera. Del resto, poco sé.
¿Nuestros planes? Pues sí… Galindo, Lucas y yo hemos abierto un pequeño local de detectives privados hace unas semanas, justo después de darle en toda la boca a los mafiosos aquellos de Calabria. La cosa pintaba bastante bien, la verdad.
Ahora mismo estamos siguiendo a un tipo que parece ser que engaña a su mujer. Ahora mismo el tipo acaba de entrar en un banco. Le esperamos fuera. Transcurren unos minutos y el tipo no sale.
¿Y si la tía con la que este idiota engaña a la mujer trabaja en el banco? ―me sugiere Lucas. Me parece una idea lógica. Así que entramos. No vemos nada anormal. El tipo está retirando dinero del banco. Una cantidad bastante considerable. A ver si esto va a servir para alquilar la suite de lujo de un hotel y pegársela a su mujer pero bien pegada. El tipo vuelve la cabeza y nos ve. Parece que cambia un poco su actitud, se sobresalta y hace un amago, guardando algo en la bolsa de la pasta. No llegamos a ver qué es. Pero no parece nada importante. ¿Se olerá algo, el muy…?
Se larga. Le seguimos. Se sube a su coche, lo pone en marcha y se va a todo trapo de allí, como el alma que se lleva el diablo. Le seguimos. Lucas conduce. A mí me suena el móvil. Vaya, la policía. El inspector me informa de un atraco… en el mismo banco que acabamos de salir. Lucas para, bajamos del coche, entramos en el banco… pero no vemos a nadie atracándolo. Cuando nos dicen que era el mismo tipo de antes, nos largamos corriendo. Vamos en el coche a toda pastilla en la dirección en la que huía el tipo. Pero entonces llegamos y vemos una estampa nueva. Un tipo acaba de detener al ladrón.
El inspector quiere veros―me dice el tipo ese. Tendrá unos diecinueve, más o menos nuestra edad. Nos dirigimos a la comisaría, donde el nuevo comisario, don Alfredo Fuentes, nos echa un broncazo del quince por no habernos dado cuenta del robo delante de nuestras narices.
¡No valéis para esto, no, señor! ―nos dice―. Mirad, chicos, yo no sé si es lo más adecuado… pero si de verdad queréis ayudarnos, deberíais mirar esto.
El comisario me tiende una tarjeta.
¿ADICT? ―pregunto, tras leerla.
Asociación de Investigación de Cartagena. Es como un apoyo para la policía de la ciudad―me explica don Alfredo―. Le hemos propuesto al ex – presidente del CDM que se haga cargo de la asociación. Ha aceptado. Y ya ha organizado un comando. Si queréis ayudar de verdad, dejad de jugar a detectives por vuestra cuenta. Hacedlo bien. Presentaos allí. El Supervisor General, Sergio de Haro, os atenderá.

Aquello iba a ser como regresar al CDM. Así que al día siguiente fuimos a ver las nuevas instalaciones de ADICT. Allí nos esperaban las primeras sorpresas.
¡Qué sitio! ―exclamé. Pasé a un despacho. Lucas y Galindo se quedaron fuera.
Vaya, vaya, vaya. El más buscado―dijo el nuevo jefe de operaciones, Sergio de Haro, mirándome. Era el chico que había visto deteniendo al atracador el día anterior―. Vamos a ver, ¿es que a vosotros tres no os llega la sangre al cerebro o qué? Atracan el banco enfrente de vuestras narices, ¿no?
Silencio por respuesta. Ya nos temíamos lo peor.
Si el comisario no nos suplica a Javi y a mí que ingreséis aquí, os cierra el maldito chiringuito de investigación privada que formasteis, Rafa. Y pensar que en un principio no quisisteis venir y actuar por vuestra cuenta. Y nosotros os dejamos. ¿En qué estaríamos pensando? ―dijo Sergio―. ¿No te diste cuenta del robo, eh? Mira que te conozco hace años y sigues igual que siempre. Pensando en las musarañas. No me extraña que te pasen estas cosas.
Silencio.
Bueno, si quieres, nos vamos de aquí―dije.
¿Os vais? No, no os vais. Por mí, os ibais y por Javi casi también. Esto se lo debéis al comisario de policía y a los inspectores que nos suplicaron que os diéramos una oportunidad―dijo Sergio―. Os vais a quedar. Vais a aprender o por las buenas o por las malas. Ya que os gusta esto de ayudar al prójimo, los miembros de ADICT han considerado eso de daros una posibilidad…
¿Los miembros?
No yo, desde luego―dijo Sergio―. Aunque en el fondo estoy de acuerdo con ellos. Pero de todas formas reconócelo. Tus chicos son unos inútiles. Galindo es un pervertido, Lucas un paranoico y Guille un tarado. Una panda de inútiles, vamos. El mejor eres tú y no es para tirar cohetes.
Te ha llamado paranoico, tío―dijo Galindo en voz baja.
Mejor eso que pervertido―repuso Lucas, al oído de su amigo.
¿Y entonces qué quieres que haga aquí? ―pregunté.
Ayudarnos―replicó Sergio―. Nos vais a echar una mano. Acompáñame fuera.
Seguí a Sergio al salón principal. Allí había gente, algunos conocidos, otros no.
Bien, Rafa―se dirigió a mí―. Vamos a sacar adelante esta organización a petición de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Ya sabes cuál es nuestro nombre: ADICT, Asociación De Investigación Cartagena. Y yo soy el Supervisor General.
>>Por encima de mí, Javi es el presidente. A Laura ya la conoces, ella es la segunda en la Supervisión General. Es decir, Laura y yo coordinaremos y organizaremos todas las investigaciones y misiones que se nos encomienden.
>>El primero de los comandos es este. El Jefe de Operaciones es José Antonio Díaz, que también se ha sumado al proyecto, y mi amigo Marco se encargará del grupo cuando José Antonio no esté, ya que es el subjefe de operaciones y se encarga de la coordinación informática. A ellos dos los conoces también: Juanjo Rodríguez e Irene Alcaraz. Pero no así a Héctor Aparicio. Es nuestro grupo de élite.
>>Y ahora, para lo que te he llamado. Queremos que te encargues del segundo comando de la organización. Aquí tienes a un buen grupo que nos han traído esta mañana. Sí que conozco a Mónica, que fue miembros del club. Los otros dos son Sandra Huertas y Juanma Caballedo. Y, Rafa, quiero que seas tú el que se encargue de sacar el comando adelante como Jefe de Operaciones. El Subjefe de Operaciones de ese comando estamos de acuerdo en que debe ser Galindo. A ver si teniendo un puesto de responsabilidad os espabiláis un poco, ¿vale?
Muy bien―dije.
Y nada de chorradas―advirtió Sergio peligrosamente.

Así fue como empezó todo.
Aunque la primera misión no fue nada fácil. Antes de que aprendiéramos a sacar las investigaciones adelante por nuestra cuenta, la vida nos tendría que pegar muchos golpes.
Fue el comienzo de ADICT.

I. Una primera toma de contacto

ADICT se reunía normalmente algunos días entre semana que se acordaban en la reunión que siempre tenía lugar los sábados a las nueve y media de la mañana. Ese sábado del mes de febrero del año 2010 la asociación se reunió, como venía siendo habitual. Todos los miembros se reunieron en el cuartel general, situado en pleno centro de la ciudad de Cartagena. Fueron tomando asiento en una pequeña sala de reuniones. Rafa, Lucas, Guillermo, Mónica, Sandra y Juanma ocuparon sus sitios, dos filas de tres sillas dispuestas en el flanco izquierdo mientras que José Antonio, Marco, Galindo, Irene, Juanjo y Héctor ocuparon otras tantas sillas en el flanco derecho, situadas de la misma manera. Sergio de Haro, el jefe de operaciones, se encargó de dar el parte de aquel día.
Bueno, pues hoy tenemos algunos asuntos nuevos que resolver― comenzó Sergio―. Marco, quiero que eches un vistazo a aquello que te dije, ¿vale? Bien. Rafa, vosotros tenéis algo más gordo. Tenemos un soplo que puede ser verídico, así que te vas a encargar de ello con Lucas y con Galindo. El resto quiero que se quede aquí, por el momento, para echarnos una mano con algunas cosas.
¿De qué es el soplo, exactamente? ―preguntó Galindo.
Nos ha llegado información sobre unos alijos de droga que van a pasar en la rambla― continuó Sergio―. Últimamente están pasando todos los días, y al parecer la policía no interviene porque no tiene pruebas.
Un momento―intervino Lucas―. Cuando dices todos los días te refieres a días festivos, fines de semana, puentes y…
Tan pronto y ya empezando con tonterías―dijo Sergio, perdiendo la paciencia―. Rafa, vais a ir, montáis guardia y cuando vayan los tipos esos y pasen los alijos, sacáis fotos. Parece ser que la policía no tiene tiempo para estas nimiedades… ¿Alguna duda?
No, ninguna. Solamente se trata de sacar un par de fotos… ―dijo Galindo―. No es muy difícil.
Aportaremos las fotos como prueba cuando las traigáis―dijo Sergio―. Venga, id para allá.

Rafa, Galindo y Lucas marcharon hacia el sitio. El sitio quedaba cerca de la Rambla, en el paseo junto al estadio.
Una vez que llegaron, se ocultaron tras unos árboles que quedaban cerca del lugar por el que supuestamente tenían que llegar los narcos.
¿Llevas la cámara de fotos? ―preguntó Rafa.
Recién comprada― respondió Lucas sacando su pedazo de máquina fotográfica―. Diez megapíxeles y me ha costado cincuenta euros, un auténtico chollazo.
¿Dónde has comprado eso? ―preguntó Galindo.
Por ahí, ya sabes― dijo Lucas―. Este ofertón no se encuentra todos los días, ¿eh? ―enfocó a Rafa y a Galindo y les sacó una foto. Rafa se enfadó.
¡Bueno, ya está bien, hombre! Vamos a lo que vamos. Cuando aparezcan los tíos esos tú les haces una docena de fotos, se las llevamos a Sergio y hale, caso resuelto y de ésta nos cubren de oro, que lo digo yo.
Pero la espera fue larga. Dos horas después aún estaban allí, esperando, y no pasaba nada. Comenzaban a dudar de que aquel fuera el sitio, porque empezaba a anochecer. Entonces, cuando la luna llena ya brillaba sobre el cielo y las farolas del largo paseo que iba longitudinalmente a la rambla se encendieron, llegó un coche. Desde su posición los tres vieron cómo el coche se detenía y de su interior bajaron sus dos ocupantes. Unos diez minutos después otro coche llegó y otros dos tipos se bajaron.
Ahora―dijo Rafa―, van a intercambiar las mercancías. Aprovecha la iluminación de las farolas y la visión nocturna de la cámara. Quita el flash que como nos vean se va todo al garete.
Voy― Lucas manipuló la cámara―. Hala, ya está. Flash quitado. Apunto, enfoco y… disparo.
Cuando uno de los tipos iba a darle a otro un maletín Lucas apretó el botón para sacar la foto, pero entonces el flash deslumbró a todos los allí presentes. Rafa miró a Lucas con cara de querer asesinarlo pero no hubo tiempo para nada. Los traficantes, evidentemente, se dieron cuenta de lo que estaba pasando allí y rápidamente uno de ellos desenfundó su arma. Rafa no le dio tiempo a nada más porque desde la distancia le disparó un dardo al pecho y el tipo cayó al suelo.
Imbécil―murmuró Rafa, mirando a Lucas―. ¡Eres un imbécil!
¡Vámonos de aquí! ―exclamó uno de los hombres. Como el alma que se lleva el diablo los tipos aquellos entraron en sus vehículos y se fueron, sin intercambiar mercancías ni nada, dejándose al otro tipo inconsciente en el suelo. Rafa estaba que echaba humo.
Inútil, inútil… ¡eso es lo que eres, un inútil! ¿No te dije que quitaras el flash? ¡Palurdo!
Pero si yo lo quité, yo…―empezó a justificarse Lucas―, mira, aquí lo dice, en la pantallita, “flash inactivo”.
¡Lo que tienes inactivo tú es el cerebro, melón! ―exclamó Rafa―. Menos mal que tenemos al tío ese. ¡Hala, cógelo y derecho a la sede!

Cuando llegaron con el cuerpo inconsciente del tipo a cuestas eran las once de la noche y en la sede principal de ADICT se respiraba un ambiente algo tenso. Quizá fuera la impresión del propio Rafa cuando entraron, porque todo el mundo se quedó mirándolo como si fuera un extraterrestre. Aún más a Lucas cuando apareció tras Rafa cargado con el tipo aquel. Sergio salió de su despacho cuando oyó que había llegado alguien, esperando ver a Rafa, Lucas y Galindo. Así fue. Miró la escena con cara de asco.
Llevad a ese tío a la sala de interrogatorios―dijo Sergio―. Y luego a mi despacho, los tres― acto seguido Sergio se metió en su despacho. Rafa, Lucas y Galindo llevaron al detenido a la sala de interrogatorios y luego se dirigieron al despacho del coordinador general. Delante de la puerta, con la mano en el pomo, Rafa lanzó una mirada asesina a Lucas.
No hemos hecho más que llegar y ya la hemos cagado―dijo―. De esta te rompo las piernas, mamón.
Entraron al despacho de Sergio. Allí estaba él, sentado en su sillón, tras la mesa, con los brazos cruzados, con las piernas cruzadas, balanceando la silla giratoria de izquierda a derecha y de derecha a izquierda…
Así que habéis liado la gorda, como siempre… ―empezaba Sergio.
Bueno, pero tenemos las fotos de esos tíos―se justificó Rafa.
Sí, y las fotos han salido magistrales con la cámara de diez megapíxeles― dijo Lucas, mostrando la imagen a Sergio.
¡A la que no quitaste el flash, desgraciado! ―bramó Rafa―. En fin, Sergio, que al menos tenemos a uno de ellos y las fotos, podemos intentar hacer algo con eso, ¿no?
¡Esos tíos― Sergio se levantó de un brinco del sillón― se van a largar de allí porque saben que les tenemos controlados! ¿Pero tenéis idea de lo que habéis hecho, animales? ¡Panda de desustanciados!
Bueno, no te pongas así tampoco―dijo Lucas―. Observa esto, además, aquí tenemos algunas de las muestras que vamos a llevar al laboratorio para lo del ADN del tío ese…
¡Por Dios! ―exclamó Sergio, dirigiéndose a grandes pasos hacia la puerta del despacho y abriéndola―. ¡Que no me ponga así, dice! ¡Tres meses han tardado en pasarnos el sitio de las entregas! ¡Tres meses! Desde que sabemos que están actuando, prácticamente. Y ahora os lo cargáis todo en dos horas. No hacéis una a derechas. ¡Ay, Señor, pero qué banda! De esta os hundo. ¡Os hundo!
Salió de su despacho. Caminó hacia el despacho de Coordinación General, donde se encontraba Laura, leyendo tranquilamente. Sergio entró al despacho y gritó:
¡Vamos a firmar una carta de despido ahora mismo!
¿Cómo? ―preguntó Laura, apartando la vista del libro.
Sí. Escribe: “Estimado Sr. Rafael Pérez de la Fuente, queda usted excluido de esta sociedad”.
¿Vas a despedirme? ―preguntó Rafa, que lo había oído todo, entrando al despacho.
Sí, te voy a despedir, ¡por inútil! ―exclamó Sergio.
Pero… pero yo no tengo la culpa de que al melón este de Lucas le estafen con las cámaras de segunda mano que tienen el flash roto―se intentó justificar Rafa.
¡Nada! ¡No hay excusa que valga! ¡A la puta calle!
No se va nadie―dijo Laura―. Al menos no aún. Además, tiene que firmar también Javi y él no está aquí. Llama a José Antonio, Sergio.
José Antonio Díaz llegó al despacho. Laura se dirigió a él.
Quiero―empezó Laura― que eches un ojo a estos tres para el caso de los distribuidores ilegales de narcóticos varios.
What? ―preguntó José Antonio. Laura empezó a perder la paciencia.
You are a perfect stupid! Can you understand the words which I am trying to explain you?―bramó Laura―. Qué, ¿te enteras mejor así o no? ¡PAYASO!
Vale, Laura, pero tampoco te enfades, hombre… que yo ya sé que desde que Javi se fue a ver cómo le va a su amiga Esther en Madrid estás cabreada y eso, pero…
Laura se puso roja y entonces Sergio estalló.
¡Tú eres un esperpento! ―bramó Sergio―. Otro más, ¡otro al que voy a enviar a la puta calle! ¡Ya me ha dicho Laura que siempre estás igual! ¡Pero eso se va a acabar! ¡Una más y te largo!
A mí, ya ves… pero que no se enfade, hombre, es una broma.
¿Qué no te importa? ¡¡ENTONCES ESTÁS DESPEDIDO!! ¡Que no se enfade! Tiene gracia. ¡Es que estás igual siempre! Con esa mierda del “what”, era cuestión de tiempo que alguien te soltara una retahíla en inglés ―dijo Sergio, que tenía un cabreo excepcional―. Vosotros tres, Rafa, una más y os mando a tomar por el mismísimo. ¡¡INDIOS!!
Y se largó de allí.
¿Y yo qué…? ―preguntó Rafa. Laura se levantó.
¿Tú? ¡Tú! ¡Tú eres un cataclismo andante! ¡Eso es lo que eres! ―exclamó―. ¡Y la próxima vez sacas una foto con el móvil, que ahora todos los móviles llevan cámara!
Pero… ―empezó Rafa, pero Laura le cortó en seco.
¡Que te calles, coño! ¡Largo de aquí! Si es que no soy partidaria de las broncas, ¡pero es que lleváis una racha, hijos! ¡Hale, fuera, largo!
Rafa, Lucas y Galindo salieron del despacho de Coordinación General.
Joder, el primer día en ADICT―dijo Lucas―, y ya nos están echando broncas por todas partes. Y menos mal que no está Javi.
Qué ganas tengo de perderos de vista, de verdad―dijo Rafa―. Vale que seáis mis colegas de toda la vida y eso, pero es que, de verdad, sois un par de inútiles, ¡dejadme hacer a mí, hombre, que para algo soy el jefe de operaciones! No os vuelvo a hacer caso nunca más, ¡nunca!
Venga, Rafa―intentó animarle Galindo.
¡Ni te me acerques! ―exclamó Rafa―. Ay, Señor, ¡qué ganas tengo de terminar la carrera y perderme por ahí!
Tío, un error lo tiene cualquiera… ―empezó Galindo. Pero Rafa zanjó y les dio la espalda, haciendo un aspaviento con la mano.
¡Que me dejéis en paz, coño!
Así terminó el primer glorioso caso para los nuevos miembros de ADICT. No es que fuera un éxito rotundo, ni tampoco un éxito parcial… bueno, vale. Está bien. Fue un total y completo desastre.
II. Los principios siempre fueron duros.

Tras unos exhaustivos seguimientos, barrido de varias zonas elegidas convenientemente y algo de suerte, todo hay que decirlo― decía Sergio unos días después sobre las diez de la noche de ese sábado―, la policía ha localizado a los tipos estos, pero como seguimos sin tener nada, excepto una foto mal sacada, no pueden detenerles. Por ello, Rafa, y esta vez no quiero que la líes, vas a coordinar con tu grupo una estrategia de seguimiento. Queremos saber dónde llevan la mercancía después de pasarla. Así lo único que tendremos que hacer es entrar y detenerles para, acto seguido, entregarlos a la policía. Si puedes obtener pruebas visuales, mejor. ¿Alguna pregunta?
Creo que está todo claro―dijo Rafa.
Bien, pues esto es todo―declaró Sergio―. Ocúpate del caso. Ve con Galindo, Lucas, Sandra, Mónica y Juanma. Sed discretos, por favor.
Rafa, Lucas, Galindo, Mónica, Juanma Caballedo y Sandra Carrasco, los dos nuevos, se fueron de la sede principal de ADICT con los datos que les había proporcionado Sergio escritos en un papel. Se detuvieron en un parque que había justo enfrente de la salida del local.
Bueno, ¿por dónde empezamos? ―preguntó Juanma Caballedo.
Yo tengo una idea magistral―dijo Lucas―. El tipo que tenemos retenido ahí dentro desde hace tres o cuatro días pertenece a la banda. A buen seguro él sabe cuáles son todos los lugares alternativos para pasar las drogas y conoce dónde sus amigos guardan todo lo que pasan.
¿Dónde quieres ir a parar? ―preguntó Rafa, temiéndose lo peor, abriendo la puerta de su coche y apoyándose en ella.
Fácil―dijo Lucas―. Lo soltamos, uno de nosotros le sigue, pasa la localización final al resto y los tenemos…
¡Tú eres tonto! ―exclamó Rafa―. No voy a soltar a nadie teniendo los datos de Sergio en la mano―agitó los folios―. Vamos a seguir el puñetero procedimiento por una vez. ¿Está claro?
Bueno, yo pretendía ahorrar tiempo―dijo Lucas.
Hombre, Rafa―habló Juanma Caballedo―, yo pienso que Lucas tiene razón. Deberíamos terminar con esto de una forma rápida y contundente.
Lo único contundente es el tortazo que os voy a dar a cada uno―dijo Rafa―. ¡Venga, hombre! Vámonos de aquí.
Yo estoy con Rafa―intervino Mónica―. No es lógico que saquemos a ese tipo de ahí, está esperando que lo lleven a juicio.
Menos mal, alguien sensato―dijo Rafa―. Bueno, pues vamos allá.
No, yo no voy―dijo Lucas entonces―. Me acaba de dar un dolor de cabeza horrible.
Yo me quedo acompañándole, no vaya a ser que…―dijo Galindo.
Será mejor que me quede yo también―habló Juanma―. Tengo un medica- mento muy bueno para estos casos.
¡Vale! ¡Está bien! ¡Ay, Señor, menuda banda! ―exclamó Rafa―. Vamos, Mónica. ¿Sandra?
Sí, ya voy…
Rafa, Mónica y Sandra se fueron de allí en el coche del primero, en dirección al punto de entrega alternativo de la banda de traficantes. Por otra parte, los demás se volvieron a la sede de ADICT. Una vez allí, antes de cruzar la puerta principal, Juanma sacó algo de su bolsillo.
Ya verás, una pastilla de estas y te vas a quedar como nuevo―decía Juanma Caballedo entregando un medicamento a Lucas.
¡No me duele nada! ―dijo éste―. Era para quitarme de en medio a Rafa y poder llevar a cabo mi plan.
Aaaah―dijo Galindo―. Ya decía yo.
Mirad, lo soltamos y le seguimos, ¡ya está! ―explicó Lucas―. Es algo fácil, simple y rápido.
¿Qué pretendes entonces? ―preguntó Juanma.
Que nos lleve hasta el lugar donde esta banda planea sus entregas y sus negocios sucios. Seguramente se dirigirá hacia allí― dijo Lucas―. Venga, vamos. No tengo todo el día.
Y sigilosamente entraron en la sede de ADICT. Pasaron frente al despacho de Sergio; él estaba dentro con sus cosas, así que nadie se enteró de su presencia allí. Se dirigieron hacia las puertas de las celdas. Pero había alguien dentro. Marco estaba interrogando al tipo aquel.
¿Para quién trabajáis? ―preguntaba Marco.
No voy a deciros nada. ¡Nada! Me matarían―dijo el tipo―. Así que no me vuelvas a preguntar más porque la respuesta será la misma.
¿Cuál es vuestra mercancía? ¿Éxtasis? ¿Cocaína? ―Marco insistía, aunque ya se esperaba la respuesta del tipo aquel.
¡No te voy a contar nada, así que déjalo ya!
Muy bien―decía Marco, impacientándose―. Como quieras. Dentro de poco irás a la cárcel por traficar, y mientras tú estés allí a la sombra haciendo marcas en la pared para saber los días que te quedan de estar allí, yo estaré en la calle, en el cine, con mis amigos y todas esas cosas.
Me da lo mismo. Si digo algo me matarán―decía obstinadamente el hombre.
Por última vez. ¿Qué hay en los maletines? ―preguntó Marco. Silencio por respuesta.
Muy bien―Marco zanjó la cuestión―. A ver si con Sergio te pones tan chulito.
Marco salió de allí y se fue a buscar a Sergio. Momento que aprovecharon Lucas y los demás para liberar al preso. Abrieron la puerta del pasillo principal. A lo largo del pasillo, varias celdas a derecha e izquierda. Las llaves de las celdas estaban encima de una mesita situada a mitad del pasillo. Lucas cogió el manojo y abrió la celda del tipo aquel.
Tú, a la calle, venga. Y no me hagas repetírtelo― dijo Lucas.
El tipo no se lo pensó, claro. Lo primero que hizo cuando estaba en la calle fue llamar a sus compañeros por el móvil.
Me han soltado.
Bien, ya sabes dónde estamos― le dijeron por el teléfono.
Y comenzó la caminata. A una distancia prudente le siguieron Lucas, Galindo y Juanma.
Y mientras tanto Rafa, con una cámara de vídeo, grababa la operación que se estaba llevando a cabo en el lugar de la entrega. No había ocurrido mucho. Los tipos acababan de llegar y Rafa había puesto en marcha la cámara de vídeo.
Pero cuál fue su sorpresa cuando cinco minutos después, justo antes de que hicieran la venta de un maletín que Rafa presagiaba que estaba lleno de droga hasta arriba, apareció el tipo que estaba arrestado por ADICT.
No puede ser―murmuraba Rafa sin querer creerse lo que sus ojos veían―. No puede ser, no, no, ¡no! ¡Idiotas!
La conversación que siguió fue prácticamente nula:
¡Me han soltado, Carlos! ¡Me han soltado! ―decía el tipo.
Ya veo―dijo el tal Carlos, que parecía ser el jefe. En ese momento ocurrió algo que Rafa grabó en su totalidad desde su escondite. Uno de los tipos a los que el tal Carlos y su banda iban a vender la mercancía se acercó al recién llegado y se puso frente a él.
¿Qué les has contado, Pablo? ―preguntó.
Nada, Julián, yo no les he dicho nada… me han soltado…
¡Eres un idiota! Seguro que alguien te estaba siguiendo, ¿verdad?
No… no me ha seguido nadie… ―decía Pablo.
¿Y entonces por qué noto aquí presencias extrañas? Sabes, eres un imbécil y no sabes lo mal que me caen los imbéciles.
Y de improviso el tal Julián se lanzó sobre Pablo y le empujó contra el suelo. El ángulo de la cámara de Rafa no era el más adecuado para ver qué estaba pasando allí, pero de todas formas cuando el tipo aquel se quitó los chicos de ADICT pudieron ver desde su escondite que Pablo estaba inmóvil, en el suelo.
¡Vámonos de aquí, rápido! ―gritó el tal Carlos.
Rafa no se lo podía creer…
¡La madre que los parió! ―exclamó.
Los tipos se largaban en sus coches a toda prisa sin hacer ninguna venta y dejando el cadáver del otro tipo allí tirado. Apagó la cámara. Tenía todo grabado.
Rafa y Mónica avanzaron hacia el cadáver y entonces Mónica señaló…
Allí, mira, es Lucas.
Rafa miró. Su gesto tornó en enfado y se dirigió hacia Lucas.
¡Tú! ¡Vosotros! Galindo… ¡sois imbéciles! ¿Me queréis buscar la ruina o qué? ¡Tontazos, que sois unos tontazos! ¡Estaba a punto de grabar la entrega!
Bueno, nosotros nunca pensamos que esto iba a suceder…―se intentó justificar Lucas.
Si fuera por mí te echaba de ADICT ahora mismo, ¿me oyes? ¡Ahora vas a explicarle tú esto a Sergio! ¡Mamón! ¡Y el cuerpo! ¿Qué hacemos con esto, eh? ¿Qué hacemos? ¡Ya me lo explicaréis! ¡Me voy a seguir a esos tíos antes de perderlos!
Rafa subió a su coche, aparcado por allí cerca, y a toda velocidad siguió al vehículo que se había largado. En unos pocos minutos Rafa había llegado a un lugar donde comprobó que había perdido el rastro del vehículo. Sólo había una puerta de garaje y la calle no tenía salida. Así que dedujo que allí dentro estaba. Anotó la dirección y se dirigió hacia la sede de ADICT.
Mientras, en el lugar de entrega, Lucas y Galindo miraban la triste escena que habían propiciado. Vieron que el cadáver presentaba diversas heridas que podían haber sido realizadas con un arma punzante. Un punzón, por ejemplo. Era algo tarde ya para hacer algo con el cuerpo: Sergio había ido a echar un vistazo a la celda para interrogar al tipo a petición de Marco y había visto que el pájaro había volado. Sin saber qué había pasado, llamó a Rafa para avisarle, pero éste le dijo que ya estaba llegando y que le explicaría todo debidamente. Temiéndose lo peor, Sergio colgó.
Pocos minutos después Rafa entraba por la puerta principal, echando humo por las orejas y viendo que todos sus compañeros ya estaban allí.
Vosotros… ―decía, señalándoles―. ¡Vosotros! Yo me largo, ¡me largo de aquí! ¡DIMITO! Yo con vosotros no me junto más, que luego pasa lo que pasa.
Venga, no te pongas así, ha sido un accidente…―dijo Lucas.
¿Accidente? ¡El único accidente que hay aquí eres tú! ―exclamó Rafa―. ¡Sergio! ¡Ven aquí!
Sergio se personó en la sala de entrada.
Bien, ahora me vas a explicar…―empezó Sergio, pero Rafa le cortó.
¡DIMITO! Mira, echa un vistazo a esto―dijo Rafa, con aire enfadado, dándole la cámara de vídeo―. Y cuando lo veas entenderás dónde ha ido el único tipo que teníamos para sacar información. Le preguntas a Lucas, a él, no a mí, a él, cómo ha salido de su celda, porque yo le prohibí terminantemente hacer lo que ha hecho, es decir, se ha pasado mis órdenes por el forro de los pantalones. Lo único bueno de esto es que ahora podremos acusar a esos tíos de asesinato. Y también que tengo esta dirección. Creo que están escondiéndose allí― le entregó un papelito.
¿Y lo malo…? ―preguntó Sergio, cogiendo la cinta de vídeo y esperando que Rafa le relatara una nueva catástrofe.
Ya te digo. ¡Pregúntale a esos tontazos de ahí, a Lucas el primero! ―exclamó Rafa, señalándoles con el dedo―. ¡Porque no me la pienso ganar otra vez! ¡Estoy harto de comerme yo todos los marrones por su culpa! ¡Una más como esta y dimito!
Pero Rafa…―empezó Mónica.
¡Dejadme en paz, coño! ―bramó Rafa, largándose de allí.
Sergio miró fijamente a Galindo, Lucas, Juanma, Sandra y Mónica.
A mi despacho todo el mundo―dijo Sergio―. Vamos a tener una sesión de vídeo― todos entraron al despacho de Sergio delante de él. Sergio visionó la cinta y tras ver la grabación de Rafa, donde se mostraba que el tal Julián se abalanzaba sobre el tipo que habían cogido anteriormente y éste resultaba muerto, la sacó del aparato de vídeo y se dirigió a Lucas.
Según Rafa lo sacasteis de la celda sin su permiso…
¿Sin el permiso de quién, del preso o de Rafa? ―preguntó Lucas, con una sonrisa boba en su cara.
Sin el permiso de tu padre, indio. ¿Pero habéis visto lo que habéis hecho, animales? ¡Panda de desustanciados! ¡Eso es lo que sois, una panda de desustanciados, una panda de cabestros! ¡Descerebrados! ¡De esta os hundo! ¡La próxima vez libera a tu padre! ―bramó Sergio―. Si es que ya lo sabía yo, ya se lo dije a Javi, ¡que esto no podía ser, que nos hundían la asociación! ¡Y al final, mira si nos van a hundir en la ruina! ¡CABESTROS!
Tal eran los gritos de Sergio que Marco entró…
¿Qué pasa?
¿Que qué pasa? ¡Me voy a sentar fuera que me dé el aire fresco y te vamos a contar lo que ha pasado! ¡Ay, madre, qué banda!
Sergio salió del despacho visiblemente mosqueado y se dirigió hacia la calle, sentándose en el primer banco que vio. Los demás le siguieron.
No te pongas así, hombre― decía Galindo, poniéndose frente a él―. ¿Hay algo que podamos hacer para arreglar este lío?
¡¡NO!! ¡No hagáis nada! ―exclamó Sergio.
Esto… ¿nos dejas que te expliquemos por qué hemos actuado así o no? ―preguntó Galindo.
¿Pero qué han hecho? ―preguntó Marco.
¡Liberar al preso, y la banda de narcos se lo ha cargado! ―exclamó Sergio.
No… ¡no! ¡Eso no, que era el único que teníamos disponible para sacarle información!―Marco se llevó las manos a la cabeza ante semejante despropósito―. ¡Ay, madre, qué tíos! ¡Vaya unos iluminados!
Ay, madre, qué situación― suspiró Sergio.
Pero si no ha sido tanto―decía Lucas.
Es cierto―comentó Mónica con una sutil ironía―. Sólo has soltado a un tipo y se lo han cargado, no ha pasado nada…
¡Os voy a enviar a todos a la puta calle!― bramó Sergio que, malhumorado, echando chispas por todo su cuerpo, se levantó del banco y entró a la sede para volver a su despacho. Laura, que había visto, mejor dicho, oído, el numerito a través de la ventana, se dirigió hacia Sergio cuando éste entró.
¿Qué ha pasado? ―preguntó.
Que qué ha pasado, dice―dijo Sergio―. Cuando se lo cuente a Javi ya verás la que se va a liar―sentenció.
En fin… qué vida tan dura― Laura se volvió a meter a su despacho.
¡Marco! Ven un momento― dijo Sergio.
Marco se acercó.
Te vas a encargar tú de esto. Vas a ir con José Antonio a echar un ojo a la dirección que nos ha dado Rafa―dijo Sergio dándole a Marco el papel con la dirección de los narcotraficantes.
De acuerdo. Te llamaremos cuando sepamos algo.
Marco y José Antonio se dirigieron al lugar. Atisbaron por las ventanas. Vacío. Quizá no estuvieran. Pero sí, parecía que había alguien dentro, porque José Antonio aguzó su oído y creyó oír voces.
Hay alguien―dijo―. Bueno, tenemos los vídeos de Rafa. Se le puede acusar de asesinato. Lo que no sé es si llegó a haber intercambio o no.
Sí, tenemos una foto―dijo Marco―. Aquella que echaron los iluminados estos con el flash de la cámara puesto. Esa puede valer.
¿Qué hacemos? ―preguntó José.
¿Cuántos hay ahí dentro? Mira, hay gente―señaló Marco. A través de la ventana Marco había echado una discreta mirada, y allí había ahora dos tipos.
A por ellos―sentenció José.
Como un elefante en una cacharrería, entraron de tal manera que a los dos tipos ni les dio tiempo a reaccionar. Tras una breve pelea en la que los tipos no pudieron ni defenderse de ninguno de los dos, José y Marco les cogieron y les llevaron a rastras a la sede de ADICT. Más tarde llegaría la policía a efectuar un registro del sitio y a confiscar todos aquellos maletines que guardaba la banda allí, presuntamente hasta los topes de droga.
¡Perfecto! ―dijo Sergio cuando les vio llegar―. Bien, Carlitos, con todo lo que tenemos vamos a hacerte pasar mínimo unos diez años sin salir de los muros de la cárcel…
¡Me da lo mismo! ―bramó el tal Carlos―. ¡No podéis hacerme esto! ¡Me matarán si no entrego…!
Ya, ya, claro. Hale, a la celda con él―dijo Sergio, cerrándole la boca.
Así se solventó finalmente el caso de los narcotraficantes, aunque quedaban algunas cosas aún por hacer…
III. El juicio.

Una semana después se celebró el juicio contra los dos narcotraficantes. La cosa había ido rápido a petición expresa de las autoridades competentes en el caso, que alegaron que habían estado demasiado tiempo trapicheando. Así se pudo celebrar un juicio rápido y los tipos aquellos fueron condenados. Nadie de ADICT se hallaba presente en el juicio, por lo que nadie de la organización supo hasta más tarde por qué habían condenado realmente a aquellos tipos.
Rafa suspiró aliviado cuando se enteró de la pena que les había caído a los tipos aquellos. Al fin y al cabo había servido para algo su investigación, descubriendo el lugar donde aquellos tipos se refugiaban. Entonces apareció por la puerta un tipo con cara de muy pocos amigos, acompañado de dos guardias. Detrás, Laura y Sergio.
¿Seguro que quieres ver este juicio? ―preguntó Sergio―. Mira que ese tipo estuvo a punto de matarte una vez.
Sí, pero me quiero asegurar de que acaba entre las cuatro paredes de la cárcel―dijo Laura.
¡Amados jefes! ―exclamó Rafa―. Me voy de aquí antes de que a Lucas se le ocurra una genialidad y me la vuelva a cargar de nuevo.
Hasta luego, Rafa―se despidió Sergio.
Laura y Sergio se sentaron. El juicio comenzó. El acusado daba muestras de estar muy nervioso. No dejaba de moverse, no se estaba quieto.
Bien, pues con los datos que nos ha proporcionado el psiquiátrico― decía el juez― podemos afirmar que el acusado es consciente de sus actos…
Señoría, mi cliente, el señor Martín, sufre esquizofrenia… ―comenzó el abogado defensor, pero el juez le cortó.
¡Silencio! Vamos a proceder con la declaración de los testigos.
El acusado pareció enloquecer en aquel momento. Se tiró al suelo entre gritos. Un guardia se acercó a él e intentó levantarlo del suelo a la fuerza. Pero entonces se produjo lo inesperado. El tal Martín golpeó al guardia y le quitó la pistola. Acto seguido disparó dos veces al aire.
¡Muy bien, ahora aquí el que manda soy yo! ¡Y si hacen lo que yo les diga nadie saldrá herido! ―bramó―. Sí, Laurita… tú también… y tu amigo Sergio, bueno… a lo mejor os dejo salir vivos. No es nada personal, ¿sabéis? No, señor, esto no tiene nada que ver con eso de que Díaz y tú me pillarais, Laura.
¿Entonces con qué tiene que ver, eh? ―preguntó Laura.
Déjalo estar, Pablo―dijo Sergio, dirigiéndose al acusado con mucha calma―. No puedes salir de aquí e irte de rositas. El edificio está rodeado.
¡Vosotros dos! ―exclamó Pablo Martín, dirigiéndose a Sergio y a Laura―. Que os vea sacar vuestras armas. Muy despacio. ¡Y las dejáis en el suelo!
Tanto Sergio como Laura dejaron sus pistolas en el suelo. Aquel chiflado podía dispararles en cualquier momento, eran conscientes de ello. Mientras dejaban sus pistolas el tipo aquel les apuntaba con la suya y no les quitaba ojo de encima. Un guardia aprovechó la oportunidad y se acercó al acusado por detrás sigilosamente. Pero Martín se dio cuenta.
¡Mira, un valiente! ―exclamó. Antes de que a nadie le diera tiempo a reaccionar, Martín disparó sobre el guardia, que cayó inmediatamente al suelo.
¿Hay algún valiente más en la sala? ―preguntó Martín dirigiéndose a las veinte personas que había allí. Silencio por respuesta―. Me alegro.
Fuera de la sala todo el mundo se había enterado de lo que pasaba allí dentro por medio de la cámara de vigilancia que había en la sala. Había un trasiego de idas y venidas de gente desconcertada, sin saber cómo actuar ante aquella situación, a través de los pasillos de los juzgados; y allí, al fondo, por la entrada del edificio, Rafa y Lucas llegaban. Juanma Caballedo estaba situado en la sala desde la que se podían vislumbrar las imágenes de todas las cámaras de seguridad. Se podía ver perfectamente lo que ocurría en la sala. Rafa se abrió paso a empujones.
Abran paso. Rafael Pérez de la Fuente, jefe de operaciones de ADICT. Abran paso…― se dirigió a la sala en la que estaba la pantalla donde se veía lo que ocurría dentro. Allí estaba Juanma Caballedo.
¿Qué pasa? ―preguntó Rafa.
¡Se ha vuelto loco! Ha matado a un guardia, Rafa, y amenaza con acribillar a un rehén si no le damos lo que quiere―dijo Juanma.
¿Lo que quiere? ¿Y qué quiere? ―preguntó Rafa.
Pues no sé, dice que establecerá contacto―dijo Juanma.
¡Tiene a Sergio y a Laura! ―exclamó Rafa, indignado―. Cuando suene el teléfono, que me lo pasen. ¿Entendido?
Galindo no tardó en aparecer por allí. Acto seguido también llegaron Marco y José Antonio; al poco tiempo también llegó Irene.
¿Qué pasa? ―preguntó Marco.
Pues nada. Veinte rehenes y un tipo loco como una cabra. No es grave―dijo Lucas, irónico―. Hay que hacer algo ya. Yo propongo entrar a lo bestia, cuando vea tanta gente el tipo se desconcierta y no sabe a quién disparar, momento que nosotros aprovechamos para reducirle. ¿Vale?
¡Tú tienes serrín en la cabeza! ―exclamó Rafa―. Si entramos todos en tromba empieza a disparar, y nos envía uno tras otro al otro barrio.
El teléfono había sonado e inmediatamente Rafa estableció la comunicación con el interior de la sala.
¿Qué quieres? ―preguntó Rafa con voz enfadada.
Quiero que entre José Antonio Díaz―dijo el tipo―. ¡Desarmado!
¿Desarmado?
¡Ya lo habéis oído! Si no entra me cargo a este tío― y agarró a una persona al azar y le puso la pistola en la cabeza.
Vale, vale, José Antonio entra―dijo Rafa―, pero antes tienes que liberar a un rehén.
¿A un rehén? ―preguntó Martín―. ¡Bueno, pues liberaré a un rehén!
Y disparó contra otro guardia, que cayó muerto al suelo en cuestión de segundos.
¡No me toquéis las pelotas! ―bramó Martín―. ¡O entra Díaz o me cargo a otro más!
Voy a entrar―dijo José Antonio.
Te va a matar―dijo Rafa.
¿Y qué?
¿Pero cómo que “y qué”, desgraciado? ―exclamó Rafa―. ¿Te importa un bledo que te reviente la cabeza?
Bah. Porquería―dijo José Antonio―. No tiene lo que hay que tener para vérselas conmigo. Conozco a ese desgraciado y es un cobarde.
José Antonio se encaminó a la puerta y puso la mano en el tirador. Pero no se abría. Estaba bloqueada. A los pocos segundos se oyó cómo alguien manipulaba algo al otro lado de la puerta y ésta se abrió. José Antonio entró.
Está loco. ¡Loco! ―exclamó Lucas―. Tenemos que intervenir, Rafa. ¡Ya!
¡Yo no intervengo con tus ideítas! ―dijo Rafa―. ¡Me niego!
Mientras, en el interior de la sala, los acontecimientos se iban desarro- llando.
Díaz… ―decía Martín―. Ah, ya tengo a los dos que me detuvieron en mi sala. ¿Sabéis? No es agradable esto. No, señor… aquí falta alguien.
Sí, claro―dijo Sergio―. Falta la madre que te parió.
Tú cállate―ordenó Martín―. No pintas nada aquí. Te tengo secuestrado porque amplías el número. Pero me importan ellos dos―señaló a José y a Laura―. Y me importa un tercero que no da señales de vida. ¿Dónde está vuestro presidente?
Él estaría verdaderamente encantado de contestarte esa pregunta― dijo José Antonio―. Seguro.
¡Cállate la boca, desgraciado! ―dijo Martín, apuntándole.
Pero vamos a ver, si me preguntas te contesto, ¿no?
¿Me contestas? ¡Yo sí que te voy a contestar a ti! ¡Toma esa! ―Martín golpeó a José Antonio con la culata del arma, pero no hizo un gran efecto. No más que un moratón en la cara. José Antonio fue a devolver el golpe pero Martín retrocedió un paso y le encañonó.
¡Acércate un solo centímetro más y te vuelo la tapa de los sesos!
José Antonio se quedó inmóvil, gruñendo.
Mientras tanto, fuera, la tensión continuaba aumentando. Se cumplían ya dos horas del secuestro y aquello no parecía que fuera a terminar en breves minutos, sino todo lo contrario. Marco llamaba a Javi al móvil, pero no contestaba nadie.
Esto es una porquería―dijo Marco―. ¿Dónde se habrá metido?
Estaba persiguiendo a un tipo―explicó Irene―. Pero no tengo ni idea de dónde estaba.
Juanjo y Héctor llegaron entonces.
¿Qué pasa? ―preguntó Héctor―. ¿Cómo va la cosa? ¿Es grave?
Podría ser más grave de lo que es, pero con esto nos conformamos, créeme―dijo Rafa―. Ha matado a dos personas. Está loco. Como una cabra. Y no se me ocurre nada. Esto me viene grande.
Una nueva comunicación llegó al grupo de ADICT. Rafa fue el que contestó.
¿Qué quieres ahora?
¿Dónde está el presidente? Quiero que entre también. Desarmado.
¿Para qué quieres que entre Javi? ―preguntó Rafa.
¡Cuando entre ese miserable tendré al tipo que organizó el operativo para cogerme! ¡Él fue el cerebro de la operación! ¡Por su culpa estoy aquí! ¡Y también por culpa de estos otros dos! Dejaré salir al resto de rehenes cuando venga aquí ese desgraciado. ¿Está claro? ―a Martín se le quebró la voz en el último grito.
Vale, pero es que no sabemos dónde está, el móvil no le da señal y le están buscando… ―dijo Rafa, sin saber cómo salir de aquel atolladero.
Muy bien, lo estáis buscando. ¡Lo están buscando! ―se dirigió a sus rehenes―. ¿Habéis oído eso? ¡Lo están buscando! Qué buena gente es ese Javi, que desconecta su teléfono en situaciones críticas. ¡Un cobarde, eso es lo que es! ¿Pues sabéis lo que os digo? ¡Que como ese desgraciado no aparezca, me cargo a su amigo Sergio! ¡Tiene media hora!
Y colgó violentamente.
¿Pero por qué a mí, animal? ―protestó Sergio.
Es un buen golpe de efecto, ¿no? Más te vale que el presidente de esta cutre organización aparezca pronto―dijo Martín, jugueteando con la pistola entre sus manos.
Todos se miraron con caras de preocupación después de la comunicación telefónica. José Antonio, Laura y Sergio, sentados en el banquillo de los acusados, se intercambiaban miradas de gravedad. Aquello no iba bien. Rafa parecía no poder manejar la situación. Y evidentemente pensaba que la idea de Lucas de entrar a lo bestia era muy peregrina…
Hay que hacer algo―dijo Rafa―. Y hay que hacer algo ya.
¿Pero qué hacemos, eh? ―preguntó Lucas―. Si no entramos a lo bestia no podemos hacer nada. Todos estamos armados. Si disparamos contra el tío ese salimos ganando. Está solo. No hay nadie más que le apoye. No tiene manera de salir de aquí. Somos todos contra él…
Puede que sea la única opción―dijo Marco.
Ni pensarlo―dijo Rafa, obstinadamente―. No voy a exponer a nadie de mi comando a entrar de frente por la puerta. No quiero arriesgar vidas. Entrando así puede que le cojamos, pero el tío ese puede disparar sobre alguien. Tiene muchos blancos fáciles.
Eso es verdad, Lucas, yo estoy con Rafa― dijo Juanma―. El señor Martín puede abrir fuego y matar a alguien…
¡Oh, Juanma, cállate! ―exclamó Lucas―. Bueno, si no entramos por delante, ¿qué hacemos entonces? ¿Hay otra entrada o qué?
Claro que hay otra entrada, ¡por tu cabeza! ―exclamó Rafa―. ¡Por tu cabeza de chorlito! ¡Dios! ¡Tres compañeros ahí dentro y no somos capaces de hacer nada por ayudarles! ¡¡NADA!!
Está claro y científicamente demostrado. No os puedo dejar solos―se oyó una voz. Las cabezas se volvieron. Era Javi. Por fin había llegado.
¡Por fin! ¡Ya era hora! ―dijo Rafa―. Mira, han amenazado con matar a Sergio, tienes que hacer algo…
Bien, vamos a entrar―dijo Javi, resueltamente y cargando un arma―. Irene y Marco, coged vuestras pistolas. Apuntad al frente cuando me acerque a la puerta. Vamos a echarla abajo. Entrad disparando al frente.
¡Eso es lo que le llevo diciendo dos horas! ―exclamó Lucas―. Entrar y disparar al tipo, ¡no hay más! ¡Y este no quiere!
¿No quiere? ―Javi frunció el ceño mirando a Rafa―. ¿Y por qué no?
¡Pues porque ese tío está loco…! ―empezó Rafa, pero Javi le cortó.
¡Debería mandarte a esparragar ahora mismo! ¡Anormal de campo! ―le espetó―. ¡Ahí dentro hay un tío, uno, sólo uno! ¡Y aquí estáis tú, Lucas, Galindo, Irene, Marco, Juanjo, Héctor y hasta la madre que parió al Jefe del Estado Mayor de la Defensa! ¿Por qué no has entrado pegando tiros? ¿A qué esperas, a que venga el Ejército de Tierra o qué?
Rafa bajó la cabeza. Era cierto, había sido demasiado conservador…
Así que quiere que entre, ¿no? ―decía Javi, agarrando su pistola y cargándola de somníferos hasta arriba―. Pues voy a entrar, ¡vaya si voy a entrar!
La puerta está muy bien atrancada―dijo Marco―. Ese tío viene a abrir con su pistola por delante para que nadie haga tonterías.
Ése será el momento―dijo Javi―. Voy a llamar y cuando venga a abrir, saltáis sobre la puerta. Derribaremos a ese desgraciado y le reduciremos. ¿Bien?
Perfecto―le apoyó Marco.
Ten cuidado―le dijo Irene.
Siempre lo tengo― Javi se dirigió a la puerta, llamó y esperó. Héctor se situó detrás de Javi. Marco se apostó en la puerta, en un lateral; Irene se puso al otro lado. La puerta comenzó a abrirse y una mano asió el brazo de Javi.
¡¡AHORA!!
Héctor y Marco embistieron contra Martín y Javi se apartó de allí. Irene empezó a desalojar a los rehenes. Martín se revolvió contra Héctor y le dio un puñetazo en el estómago, tumbándolo en el suelo. Buscó su arma, pero no la encontró.
¿Dónde está mi pistola?
¿Te refieres a esto? ―preguntó Javi, mostrándola. Martín se lanzó contra Javi con instintos asesinos. Javi levantó un pie hacia delante y le frenó en seco y acto seguido de dos puñetazos lo dejó medio grogui y de una patada le envió dos metros más allá. Martín cayó al suelo de inmediato. Pero se levantó. No pudo hacer más porque cayó de nuevo al suelo entre alaridos. Irene le había disparado con su pistola thaser y Martín había recibido una buena descarga eléctrica.
Que se lleven a este sujeto de aquí―dijo Marco. Javi se acercó a Laura y a Sergio.
¿Estáis bien?
¡No estamos bien! ―exclamó Laura―. Has tardado mucho.
¿Por qué has tardado tanto, eh? ―preguntó Sergio―. Te has perdido unas cuantas cosas estos últimos días. No tienes ni idea de la que lió Lucas con unos narcos…
Bueno, ahora me lo contarás―dijo Javi―. Por el momento lo importante es que estamos todos bien. Excepto esos dos guardias. Válgame Dios, qué gentuza, el Martín este― Rafa apareció por la puerta del juzgado. Javi le dedicó unas palabras―. Y contigo ya hablaré otro día. Ay, Señor…
Tú a mí no me saludes, ¿eh? Desde luego, tener amigos para esto...―decía José Antonio.
Sí, ya. Encantado de verte―dijo Javi, con sarcasmo.
Héctor sujetaba a Martín con ayuda de Juanjo. El preso profería un grito tras otro, de manera amenazante.
Así terminó el lío de los juzgados. Y comenzó otro aún mayor…
IV. Maletines.

Tras el lío organizado en los juzgados, a Martín le cayeron unos cuantos años extra a añadir a su condena. Ahora lo que hacía falta para ADICT era algún reto, un nuevo caso que todos habían comenzado a buscar. Y pareció presentarse a los pocos días en forma de algo que no había encontrado nadie de la asociación. Los narcotraficantes que había detenido Rafa días atrás aparecieron muertos en la cárcel. Tenían varias heridas punzantes en varios puntos del cuerpo y habían muerto desangrados a causa de las mismas, según dictaminó el forense. Así que Sergio envió a Rafa, Lucas, Guillermo y Juanma a investigar aquello. Y las expresiones de ambos cuando echaron un vistazo a los cuerpos fueron de incredulidad.
Joder, vaya caras―dijo Juanma―. Rafa, parece que han visto a un fantasma.
No me extraña. Si estás en la cárcel y un tío te viene en mitad de la noche con un punzón enorme y te pincha en tres venas distintas, no me digas tú a mí que no es para echarse a temblar―comentó Guille, sintiendo escalofríos.
¿Pero cuál es el móvil del crimen? ―preguntó Lucas.
No tengo ni idea― don Alfredo Fuentes, comisario del Cuerpo Nacional de Policía en Cartagena, apareció por allí, con un gran maletín en la mano―. Pero como podéis ver han muerto de la misma manera que el tipo aquel, Pablo, al que cogisteis. Exactamente igual. Así que no me extrañaría que el asesino fuera el mismo que mató a Pablo, ya que el modus operandi es exactamente el mismo Nos entregasteis algunas pruebas, sí que es cierto. Además, nos contasteis que ese tipo gritó que alguien le mataría si no entregaba algo. Ese parece ser el móvil del crimen. Parece ser que alguien ha tenido algún tipo de represalia contra ellos por no entregar ese algo.
¿Algo? ―Rafa arqueó las cejas―. El cargamento de drogas, ¿verdad?
Sí, bueno, eso es lo que nosotros pensamos también en un principio― dijo don Alfredo paseándose alrededor de los tres chicos―. Pero el otro día examinamos la dirección en la que, según Rafa, se escondían los tipos. Muy acertado seguimiento, por cierto. Y encontramos este maletín. Y más maletines idénticos a este. Y creedme si os digo que su contenido me hace pensar que estos tíos con droga no traficaban.
¿Qué hay dentro? ―preguntó Guille.
Don Alfredo abrió el maletín. Dentro había dos docenas de tubos de ensayo llenos de sangre hasta arriba.
No sé qué trapicheos se llevaban entre manos. Pero los narcos han dejado de denominarse así. Quizá traficantes de órganos… porque está claro que esto no es droga―dijo don Alfredo.
¿Y para qué querrán sangre? ―preguntó Rafa―. ¿Transfusiones ilegales, tal vez? ¿Experimentos médicos sin licencia?
Puede ser―repuso el comisario―. Pero estad atentos a cualquier cosa. Os dejo a vosotros la custodia de este maletín. Hay más como este, ya os digo, pero no conviene que todos los maletines estén en la comisaría. Hasta luego.
Don Alfredo se fue. Lucas estaba echando un vistazo más de cerca al cadáver de aquel tal Carlos.
¡Mirad esto! ―exclamó―. Estas marcas de aquí.
Rafa se acercó un poco y examinó lo que Lucas le decía. Había una marca en la yugular de la víctima.
¿Qué? ―preguntó.
¡Esto de aquí! Está claro lo que es, ¿no? ―empezó Lucas.
No, no está claro―bufó Rafa, empezando a temerse otra de las paranoias de su amigo, que tenía un don especial para ver conspiraciones.
¡Pues un vampiro, tío! Le ha mordido un vampiro―dijo Lucas.
Ya estamos desvariando― Rafa miró hacia el techo poniendo los ojos en blanco―. ¡Desvariando, como siempre! Un vampiro, dice. ¡Un vampiro en Cartagena! ¡Con la de sol que hace aquí! ¡Muy bien, tío, sí señor! Tú ves gigantes donde hay molinos. ¡Le han pinchado con un punzón y eso es lo que ha dicho el del anatómico forense!
Pues ahora que Lucas lo dice―intervino Juanma Caballedo―, es que puede que tenga razón. Además, a mí me encaja, en el maletín hay sangre y este tío tiene una marca en la yugular y otra en el brazo, aquí a la altura de la muñeca―señaló el brazo de la víctima―. ¿No ves que puede ser?
Además, lo viste en el vídeo ese en que mataron a ese tío. Se tiró sobre él y le chupó la sangre. ¡Encaja todo! ―exclamó Lucas.
Rafa se llevaba las manos a la cabeza sin saber si creerse aquella historia o no. Porque lo que decían Lucas y Juanma era muy peregrino…
Deberíamos informar a Sergio ahora mismo―dijo Lucas.
Claro, ¡a Sergio! ―exclamó Rafa―. A Sergio lo informas tú, si quieres. Porque yo me voy a mi casa para perderos de vista.
Aun así Lucas siguió en sus trece y Juanma apoyaba su teoría, que era la siguiente: el tipo aquel tenía que efectuar, según ellos dos, la entrega de la sangre a un tipo que era un vampiro y como la sangre no había llegado a su destino, el vampiro lo había matado. Rafa era un total detractor de esta teoría, que calificó como una soberana chorrada, pero de todas formas al final acompañó a Juanma y a Lucas a contarle a alguien de ADICT aquella estúpida historia. Fueron al despacho de Javi.
Javi entiende más de chismes paranormales, yo iría a decírselo a él―dijo Lucas―. Fíjate en todas las cosas que ha pasado. Entiende de estas cosas paranormales más que nadie.
Paranormales. Eso es lo que somos. ¡Paranormales y no anormales! ―exclamó Rafa―. Mira, yo no lo veo. ¡No lo veo! ¿Sabes lo que nos va a decir? ¿Te haces una idea? ¿Sabes dónde nos va a decir que están los vampiros?
Rafa, Lucas y Juanma entraron al despacho. Javi estaba leyendo un libro tranquilamente.
¿Qué hay? ―saludó.
Javi, mira esto―dijo Juanma enseñándole el maletín. Lo abrió y Javi vio los tubos repletos de sangre hasta arriba. A continuación miró a Lucas esperando la explicación para aquello―. Nos lo ha dado el comisario para custodiarlo aquí. Estaba en el escondite de los narcos que han aparecido muertos en la cárcel.
Vaya―dijo Javi―. Así que negociaban con sangre. Menudos pájaros.
Vampiros, Javi―dijo Lucas―. Negocios de vampiros. Todo encaja perfectamente. Los tipos que estaban muertos tenían marcas en el cuello y en otras partes y además tenían una cara de susto que quisiera que la hubieras visto, en serio… ¡Los ha matado un vampiro, fijo!
Javi arqueó las cejas. A juzgar por la cara que puso, no sabía si creerse o no la historia. Aun así Javi entendía bastante de aquellas cosas y había algo que no le cuadraba en lo de los vampiros:
¿Vam…? ¿Vampiros? ¿En el sur de España, donde el sol no se esconde en todo el santo año nada más que por la noche? ―inquirió―. ¿Tú sabes que un vampiro no puede ir por ahí a la luz del sol o no?
Bueno, pero de todas formas la historia encaja. Piensa, Javi. ¿Por qué han matado los vampiros a los narcos? Por no entregarles este maletín con sangre. Ese es el móvil del crimen. ¿Cómo mataron al tal Pablo? Igual ―dijo Lucas.
Sí… Claro―Javi cerró el libro y se puso a buscar en un cajón, del cual sacó una carpeta. Hubo unos instantes de silencio en los que Javi miró hacia la ventana, como si reflexionara. Acto seguido comenzó a hablar―. Cierto, Lucas. Llevas razón. Lo que pasa es que Laura, Sergio y yo, que estamos al tanto, no os queríamos decir nada para no asustaros con todas estas cosas macabras. En esta carpeta― la agitó en el aire― tenemos un informe completo del caso, investigado por la policía a mes de noviembre del año pasado.
¿Investigado, el caso? ―preguntó Lucas―. Pero… ¿pero cómo?
Pues que entre la policía y varios miembros de ADICT descubrimos ese día que era una red de vampiros, claro está. Antes pensábamos que era un chalado que se dedicaba a agujerear con un punzón el cuello de sus víctimas, pero luego obtuvimos varios testimonios de algunas personas que habían afirmado ver gente rara merodeando por ahí, y también hubo alguna que otra denuncia por desaparición. Incluso alguna extraña muerte―dijo Javi, cada vez hablando con un tono más suave y misterioso―. Fue todo muy extraño y, claro, teníamos que descubrir el pastel que se estaba organizando allí. Un día cesaron las muertes extrañas y nos llegó una denuncia del hospital: alguien estaba robando sangre. No actuamos entonces porque no teníamos ni idea de dónde hacían las entregas y eso es lo que Sergio descubrió después, lo de la rambla y todo eso. Aquí tengo un informe completo donde explico dónde están tus vampiros, a qué se dedican, qué hacen aquí…
¿Qué…? ―intentó decir Rafa, que estaba fuera de sí. Le había pillado en fuera de juego. Obviamente, no se esperaba toda aquella retahíla por parte del presidente. Y más a favor de la historia de Lucas―. ¿Y toda esa historia que has contado… es cierta?
Claro que sí, hombre―dijo Javi, despreocupadamente―. Es más, yo os puedo decir incluso quiénes son los vampiros que han asesinado a los presos. Porque está claro que no ha sido ese loco psicópata del punzón que pensábamos Sergio, Laura y yo, ¿verdad?
Bueno… el loco psicópata del punzón… no me cuadra lo del maletín, Javi, así que… ―preguntó Lucas―. O sea que has tenido la información todo este tiempo y no nos has dicho…
Bueno, yo me voy al baño a… bueno…―dijo Rafa, que primero señaló el pomo y luego abrió la puerta y después de largó de allí a toda prisa. Cuando Rafa salió, él puso la oreja en la puerta y, dentro, Javi miró a Lucas fijamente.
Entonces… ¿te digo quiénes son los vampiros esos que nos han llevado de cabeza? ―Javi empezó a abrir la carpeta.
Bueno, si quieres… y así podemos investigar el caso…
Claro, Lucas. Pues mira, Lucas ―Javi terminó de abrir la carpeta y sacó un par de folios con algo escrito―. Los vampiros son los que te voy a decir― cerró de nuevo la carpeta y se levantó de su asiento.
¿Quiénes?
Tus no – muertos en vinagreta― dijo Javi―. ¡Esos son los vampiros! ¡Tus inmortales no – muertos en vinagreta!
Pero Javi… ¿y todo eso de los robos en hospitales y…? ―empezó Lucas, pero entonces Javi exclamó:
¡Todo eso de los robos en hospitales es cierto, pero eso no quiere decir que haya vampiros matando gente en esta ciudad en la que el sol no se esconde ni aunque le paguen! Te digo quiénes hicieron eso. Fueron nuestros queridos narcos y no sé a quién se lo iban a pasar, a alguna clínica ilegal, seguramente, que es lo que piensa la policía. ¡Pero aun dando por bueno lo que has dicho, los vampiros no roban sangre, anormal del pueblo! ¡La chupan directamente de la víctima!
Pero…
¡¡VETE A TOMAR POR SACO DE ESTE DESPACHO!!
Lucas y Juanma salieron por patas del despacho, mirándose. Rafa les observaba desde un sofá y movía la cabeza. Evidentemente ya había adivinado lo que les esperaba y había salido antes…
¿Veis? Es lo que tiene decir chorradas en el despacho de Javi― dijo Rafa, con cara sarcástica, mirando a Lucas.
¡Bah! ―dijo éste, haciendo un gesto despectivo mientras Rafa se reía.
En ese momento entró Laura al despacho de Javi, y su cara no tenía la misma expresión de chiste que la de Rafa, sino más bien todo lo contrario.
Ya veo que no cambias con lo de las broncas…
No, no cambio. ¿Y sabes por qué? ―preguntó Javi, que estaba rojo, respirando hondo e intentando calmarse.
No, ¿por qué? ¿Qué han hecho ahora? ―preguntó Laura, que parecía algo enfadada.
¡Vampiros! ¡No me jodas! ―exclamó Javi, señalando con la mano abierta hacia la puerta por la que habían salido Lucas y Juanma ―. Nada menos. Hay que ser idiota. ¡Hay que ser idiota!
Sabes de sobra que lo hacen con buena intención―le recriminó Laura.
Ya, como lo que me contó Sergio del flash de la cámara en plena noche, ¿no?―dijo Javi, punzantemente―. ¿Quieres que te diga por dónde me paso yo su buena intención?
¡No me digas por dónde te lo pasas porque ya lo sé! Y te voy a decir una cosa, Javi. Después de ese caso paranormal en el que estuvimos metidos con Lernek y toda esa porquería no me puedo creer que pienses así. Si los chavales piensan que puede ser un vampiro, se investiga y punto― dijo Laura.
­―Sabes que no puedo investigar toda la porquería con la que se me presente alguien solamente porque me lo pidan. ¡Aquí se trabaja con pruebas fiables y no con cuentos de chinos! Llegan aquí abriendo puerta y contando chorradas. ¡Cuando de sobra sabemos que los tipos que han muerto en la cárcel han sido asesinados con un punzón clavado en puntos vitales, igual que todas esas personas por las que nos llegaron denuncias hace algunos meses! ―Javi agitó el informe que había sacado del cajón delante de la cara de Laura―. Y además había sangre en el suelo. Como si un vampiro fuera a dejar el suelo así, lleno de su comida. No fastidies― decía Javi, impaciente, sentándose―. Lo único que me faltaba ahora es que encima tú le rías la gracia a Lucas.
Yo no le río la gracia a nadie― dijo Laura―. Pero si alguien viene con una teoría, lo mínimo que puedes hacer es escucharle. No sería la primera vez que Lucas acierta en algo. Piensa que algunas cosas encajan…
Sí, algunas cosas encajan, pero no puedo gastar la mitad de los recursos que tenemos en investigar algo que probablemente no exista. ¡Las muertes violentas cesaron ya, Laura! El tío ese del punzón está en la cárcel, estoy seguro, porque si no nadie habría matado en su propia celda al traficante desgraciado ese…
Puede ser― aceptó Laura―. Pero te diré algo. Si Lucas dice que hay un vampiro por ahí, quizá lo haya.
Claro, y cuando me venga a decir que hay cerdos voladores traficando con éxtasis montamos un operativo en dos cazas del ejército del aire y un helicóptero, ¿no te jode? ―exclamó Javi.
Javi, eres un cretino― sentenció Laura, dándole la espalda y caminando hacia la puerta.
¡Y tú una ingenua! ―exclamó Javi―. Te crees todo lo que te dicen.
Laura puso la mano en el pomo y, en última instancia, se volvió hacia Javi.
¿Sabes qué? ―le preguntó―. Que me largo de este despacho. Aquí huele a mala sombra que alimenta.
¡Muy bien!―gritó Javi, enfadado y señalando la puerta―. ¡Pues abre y lárgate! ¡No me hace falta una coordinadora general que piense día sí y día también que todas las chorradas de Lucas son reales cuando ella es la primera que le ha llamado “cataclismo andante” al menos media docena de veces en la última semana cuando yo no estaba aquí!
En ese momento entró Irene por la puerta del despacho de Javi, cruzándose con Laura, que salía bastante enfadada por la actitud del presidente de la asociación.
¿Qué pasa? ―preguntó Irene, pasando y cerrando la puerta.
Nada… no pasa nada.
Os habéis vuelto a pelear― dijo Irene.
Tonerías, déjalo. ¿Querías algo? ―preguntó Javi, con evasivas, sentándose. Irene decidió no hacer preguntas acerca de lo que había pasado. Lo supuso, quizá demasiado bien. Así que se limitó a responder.
Sí― Irene pasó a Javi dos folios escritos a ordendor, seguramente el resumen de algún informe de alguna denuncia―. La pasada noche hubo una extraña muerte en la residencia universitaria Alberto Colao. Aquí tienes una descripción de los hechos― le tendió los folios a Javi. Éste los cogió.
Joder… la víctima apareció en su cama, totalmente pálida, con los ojos abiertos y con varias heridas mortales― dijo Javi, como sin creerlo―. Otra vez. Ha vuelto a pasar de nuevo. Pero esto no ocurría desde hacía unos meses. En septiembre murieron tres personas. La última víctima data de noviembre y ese mes aparecieron muertas dos personas y otra más desapareció. En diciembre no mataron a nadie, en enero tampoco. Y ahora, en febrero, un muerto… yo me pensaba que la policía ya había detenido al tipo aquel.
¿Por qué?
Por lo que ocurrió en la cárcel― respondió Javi―. El tío este que ha aparecido muerto, nuestro amigo el narco. Y su compañero del alma. Es raro, muy raro. Debe haber un psicópata suelto en esa residencia, no se me ocurre otra explicación.
¿Crees que debemos investigar algo? ―preguntó Irene.
Pues sí. Hay que hacer la de la infiltración. Tres miembros de ADICT se infiltrarán allí. Veamos… Rafa irá. Quizá Marco y Héctor… y tú también.
¿Yo? ―preguntó Irene. Obviamente, no se lo esperaba.
Sí, tú. Creo que eres de las personas más cualificadas para hacer esto. En esa residencia hay algo podrido. Un asesino psicópata, por lo que parece, que disfruta clavando punzones a sus víctimas. Fíjate además en que el modus operandi es idéntico al de los tipos de la cárcel y al que mató a Juanma, además de idéntico al de hace unos meses― dijo Javi, que en ese momento se quedó pensativo―. Vampiros… no, ¡es absurdo! Estamos en el sur de España. No da el perfil, no puede ser.
¿Vampiros? ―preguntó Irene―. ¿Pero tú crees en esas cosas?
Más de lo que puedas imaginarte― declaró Javi―. A lo largo de la historia del CDM hubo muchos casos relacionados con seres paranormales.
¿Pero por qué piensas eso? ―preguntó Irene.
Pues no sé, pero Lucas quizá haya encajado algo y yo no me haya dado cuenta. Después de todo tampoco soy infalible. Veamos― rebuscó en un archivador hasta encontrar varias carpetas con las inscripciones “Septiembre”, “Octubre” y “Noviembre”. Abrió la primera, examinó algo y la cerró. Procedió de idéntica manera con la segunda, e igualmente con la tercera. Acto seguido abrió las tres encima de la mesa y se las mostró a Irene―. Fíjate bien en esto. En noviembre la policía persigue a un par de tipos que son nuestros difuntos y supuestos narcotraficantes, ¿verdad? ―explicó Javi. Irene asintió, y Javi siguió hablando―. Pues bien, desde noviembre hasta febrero han ido tres meses donde nadie ha resultado muerto. Ahora me llega Lucas y me dice que el comisario ha examinado el sitio donde los narcos se escondían y resulta que no pasaban cocaína ni droga, sino sangre. Ahora que hemos detenido a esos tipos, vuelve a haber una muerte en esa residencia. Además, en estos últimos crímenes el modo de actuar coincide con los descritos en estas dos carpetas― señaló las carpetas de Septiembre y Octubre―. Sumando el tipo aquel al que detuvo Rafa y luego soltó la panda de Lucas. Sí, ese tipo también fue asesinado igual. Entonces... ―Javi se levantó del sillón de un salto―. Sí, puede ser, decididamente… Si esto se confirma, le debo una disculpa muy gorda a Lucas. Y otra más gorda aún a Laura… Dios, voy a quedar como un imbécil delante de ella― y se derrumbó en el sillón, resoplando.
Javi, eso se está yendo a pique. Hazme caso. Os he oído discutir al menos seis veces en las últimas dos semanas, y eso teniendo en cuenta que la mitad de esos días los has pasado fuera― dijo Irene―. Deberíais dejarlo ya y quedar como amigos antes de que tengas que despedirla de ADICT, en serio.
Javi se quedó callado unos segundos, mirando hacia el techo como si quisiera descubrir la gotera más grande del mundo, pero lo único que veía era una lámpara negra y cuadrada alumbrando el blanco y recién pintado techo. Bajó la mirada.
Lo primero es lo primero― dijo Javi―. Hay que ver lo que hay en esa residencia. Si la historia de Lucas encaja, no me quedará más remedio que comerme con patatas la bronca que le acabo de echar. Tenemos que confirmarlo de inmediato. Maletines con sangre… no, hombre, no tiene sentido...
Se levantó, caminó hasta la puerta, abrió y llamó a Lucas. Éste llegó rápidamente.
¿Qué pasa? ―preguntó.
Mira… ―empezó a decirle Javi―, no sé a qué grado de estupidez puedes llegar algunas veces, pero vamos a investigar tu absurda y estúpida teoría vampírica, aunque no me cuadre que haya una secta de vampiros aquí en Cartagena.
¿De verdad? ―preguntó Lucas―. ¿Lo dices en serio?
Parece ser que alguien está matando a gente en la residencia de estudiantes Alberto Colao y voy a hacer una infiltración para investigar lo que resta del curso―dijo Javi.
¡Bien! Gracias, Javi. Eres como el hermano mayor que nunca tuve. ¡Qué digo un hermano! Un tío. ¡O un padre! ―exclamó Lucas, que dio dos pasos y se agarró a Javi, dándole tal abrazo que casi lo asfixia.
Vale, vale, ¡pero ya vale, hombre, aparta!―dijo Javi, empujándole y poniéndose bien la camisa, que se le había quedado totalmente arrugada―. Reunión urgente. Ya. Ahora mismo.
Javi, no te olvides de que empezó a desaparecer sangre de los hospitales, así que yo creo que los tipos esos se la pasaban a los vampiros a cambio de que no mordieran a nadie…― empezó a decir Lucas, pero le interrumpió Javi.
Que sí, lo sé, pero reúne a todo el mundo. Luego expondrás tus teorías.
Así Javi convocó una reunión urgente de toda la asociación para tratar el caso de la residencia. Cuando Laura vio de lo que se trataba no pudo evitar soltar una risotada.
¡Y después del broncazo, la comprensión de la historia! ―dijo.
¿Puedo hablar? ―preguntó Javi.
Por supuesto― respondió Laura, con recochineo.
Gracias―dijo Javi, lenta y fríamente―. Bien, señores, pues así está el tema. En esa residencia hay algo y debemos averiguar lo antes posible de qué se trata antes de que mate a más gente. Puede que sea sólo un pirado, claro está. Porque también hay gente por ahí a la que le da por beber sangre y todas esas cosas. No, Laura, no interrumpas, por favor― Javi levantó una mano viendo que Laura iba a decir algo―. Vamos a organizar un comando de infiltración en la residencia, para lo cual destinaremos a cuatro de nuestros miembros a…―Javi miró a Laura, que hacía gestos―. ¿Qué quieres? ―le preguntó, viendo que quería decir algo.
Pues encargarme de la infiltración. ¿Sabes? Alguien que primero dice que no investiga y ahora dice que sí, simplemente porque antes no se cree la historia y de repente decide creerla, no creo que sea el más indicado para…
Para tocarme los cojones con tonterías ―dijo Javi―. Aquí creo que el presidente soy yo, ¿vale?
Y la coordinadora general soy yo, y si quiero hacerme cargo de algo deberías dejarme― dijo Laura, enfadada.
Pues entonces te infiltras tú por tu cuenta y riesgo y te pones al frente de los que yo designe, y cuando te ataque ese ser inmundo que mata gente indiscriminadamente no vengas a pedirnos ayuda, ¿vale? Porque si te ocupas tú, te ocupas tú, ¿verdad? Mira, aquí somos todos como un equipo de natación sincronizada, y trabajamos todos igual. Unos se infiltran, otros dirigen y otros están ojo avizor con los que se infiltran. Punto― dijo Javi, dando por zanjada la cuestión. Aunque Laura no se iba a dar por vencida tan fácilmente.
¿Y qué garantías tengo de que no vas a infiltrar, por ejemplo, a un par de anormales del campo, a dos gansos asilvestrados o a una panda de besugos a los que mandarás a tomar por saco de la infiltración más adelante para a continuación decirles que vas a infiltrar a sus muertos en vinagreta por tus santísimos cojones? ―preguntó Laura, punzantemente.
Vale ya, ¿no? ―dijo Javi, lanzando una fría mirada a Laura―. ¿Quieres dejar de decir tonterías? ¿A ti qué te pasa? Me estoy empezando a enfadar.
Se está empezando a enfadar― Laura se dirigió a todos los allí presentes. ¡Para variar! Mira, cuando me demuestres ser un poco más coherente dejaré de decir “tonterías” ―dijo esto con recochineo―. Lo tuyo es mundial. Ahora me creo la historia de Lucas, ahora no me la creo, pues ahora sí me apetece creérmela, ahora digo que hay vampiros y ahora digo que puede ser un pirado que mata gente con un punzón. ¡Pues no, oye! Lo que deberías hacer es delegar en alguien la tarea de la infiltración, y sabes que es así.
¡Bien! ¡Basta! ―estalló Javi, soltando toda la rabia acumulada―. ¡Esto es el colmo de los colmos! ¡Voy a infiltrar a quien me salga de los cojones! ¿Me entiendes? ¡De mis santísimos cojones!
¡Ya salió! ¡Ahí está! ¡Siempre lo mismo! ―gritó Laura.
Estos dos no están bien―murmuraba Rafa al oído de Irene mientras el cruce de acusaciones entre Javi y Laura continuaba.
Definitivamente, no―respondió ella.
Es que esto es de traca final de las fiestas del pueblo. Le está haciendo a Laura la de sus cojones― murmuró Galindo―, si no lo veo no lo creo.
Fíjate, es que están los dos como idos―intervino Guille, también al oído de Rafa, Galindo e Irene, señalando al presidente y a la coordinadora general; ésta ahora se levantaba de su sitio y se encaraba con Javi. El numerito era digno de verse―. No sé qué mosca les habrá picado, si hasta hace dos semanas se llevaban estupendamente. Para mí que Laura está algo mosca con eso de que Javi se haya ido a la escuela esa de Esther estos últimos días...
¡BIEN, BASTA, SE ACABÓ!―bramó Javi―. ¡A mi despacho ahora mismo! ¡Me niego a continuar con este lamentable número circense aquí en medio de la reunión! Lo que tengas que decirme me lo dices ahí dentro―señaló con el dedo la puerta de su despacho. Laura entró, totalmente roja, y Javi entró detrás, echando humo por las orejas y rojo como un pimiento. Cerró dando un tremendo portazo. José Antonio miraba aquello sin creerlo.
Buenooooooooooo… anda que vaya tela…
Rafa, Galindo e Irene se apostaron al lado de la puerta del despacho de Javi. Desde allí asistieron a una lamentable discusión que no pondremos aquí por decencia… y después de quince minutos, o quizá treinta, oyeron que iban a salir, se retiraron hacia sus sitios y se sentaron. Tanto Javi como Laura volvieron a la sala de reuniones un poco más calmados. Con la cara totalmente roja, Laura ocupó su sitio al lado de Sergio.
Bien― dijo Javi, que no estaba menos rojo. Ni se molestó en sentarse en su sitio, ni se molestó siquiera en caminar hacia donde estaba el grupo. Se quedó al lado de la puerta de su despacho, con la mano en el pomo―, el grupo lo formarán Rafa, Lucas y Galindo. Les acompañará Irene. Ya sé que es del otro comando, pero me da lo mismo. ¿Vale?
Vale―dijo Rafa.
La infiltración la coordinarán Sergio y Laura. Y no quiero que se haga nada ni se tome ninguna decisión sin consultarme antes y sin votarla después. ¿Entendido?― Rafa, Lucas y Galindo asintieron―. Y ahora, si me disculpáis, me voy de aquí―dijo Javi―. Los cuatro que se vayan a infiltrar que pasen por mi despacho.
Javi entró a su despacho. Rafa, Lucas, Galindo e Irene le siguieron. Al entrar por la puerta Irene hizo la inevitable pregunta.
¿Qué ha pasado?
No preguntes… ―respondió Javi, que estaba sentado, dándoles la espalda, mirando hacia la pared.
Venga, Javi―le dijo Rafa, acercándose―. Ya sabes, ¿no? Somos como un equipo de natación sincronizada. Todos juntos hasta el final. Puedes contar con nosotros. Si quieres que hagamos algo para echarte una mano…
Sí, quiero que hagáis algo. Atrapar al asesino ese de la residencia. Eso quiero que hagáis.
No estás bien―dijo Irene―. No lo estás. Venga, hombre, levanta ese ánimo un poco.
Javi giró el sillón y escrutó los rostros de los cuatro chicos que había en su despacho. Parecían todos muy preocupados, ciertamente.
Que levante el ánimo― bufó Javi―. Eso es lo que queréis, ¿no?
Javi, no merece la pena ponerse así por una tía―intervino Lucas, dando un paso adelante―. Porque ya sabes cómo son las tías, cuando menos te lo esperas te lían una de la que no puedes salir y al final lo único que piensas es que son todas unas víboras y…
Gracias, hombre―dijo Irene, molesta con el comentario de Lucas.
Lucas, ya vale. No generalices― dijo Javi, que había hecho un amago de sonrisa ante aquel comentario de Lucas; aun así intentó evadir el tema―. Vosotros cuatro, el lunes empezáis. Os metéis en la residencia y me instaláis varios micrófonos por sitios estratégicos, sobre todo donde aparecieron las víctimas. El Ayuntamiento corre con los gastos de la operación.
Pues no estás para dirigir la operación, Javi―insistió Rafa―. Nosotros nos infiltramos allí, investigamos, interrogamos a la gente, detenemos al chupasangre y santas pascuas, pero deja que sea Sergio el que dirija esto. No tenemos por qué preocuparte con las decisiones raras ni esas cosas. Deja a Sergio al frente, en serio. Tómate un descanso...
Además, no tienes por qué ponerte así porque Laura y tú os hayáis enviado mutuamente a freír espárragos― dijo Irene―. Seguro que ahí fuera hay muchas chicas por ti…
Sí, vamos… las dos únicas que hay en mi clase, seguro―ironizó Javi―. ¿O eran tres? Es que hay tan pocas que ni me acuerdo.
Si es que no aprendes―siguió Irene―. Con lo cerca que tenías a...
A nadie―interrumpió Javi―. Ya vale. Dejaos de tonterías, que ya tengo bastante con los vampiros. Todavía seguís pinchando con eso.
Hombre, ten en cuenta que a ella la conoces desde el caso aquel de la mansión abandonada. De eso hace años―dijo Galindo―. Y eso, quieras que no, es un factor importante…
Porque te gustaba, ¿no? ―preguntó Irene.
Sois como las pilas esas que duran, y duran, y duran―dijo Javi, mosqueado.
No me has contestado… lalaláa…
Somos buenos amigos, simplemente― respondió Javi, totalmente harto, zanjando la cuestión―. ¿Vosotros creéis que es momento para hacerme el tercer grado?
Jo. Una lástima… porque eres un chico tan inteligente, tan majo y tan guapillo…―decía Irene―. Y que te pasen estas cosas precisamente ahora.
Gracias, hombre… ―dijo Javi―. Y encima de eso karateca. Soy un peligro público. No le convengo a nadie. Si se me va la mano puedo organizar una catástrofe. Si me dan un buen trompazo no me tiran al suelo a la primera y si me dan en el estómago ni lo siento. Un portento, ¿no te digo? Si no llego a contenerme le suelto a Laura tal soplamocos que la empotro en la pared. En serio. Deberían encerrarme de por vida. Estoy como un puto cencerro..
Mira, tío, esta noche nos vamos a dar una vuelta y tú te vienes― dijo Rafa―. Lo que a ti te hace falta es que te dé un poco el aire, ¿vale?
No sé si es lo más… ―empezó Javi, pero Irene le interrumpió.
Te vienes y no se hable más. Mira, primero nos vamos al cine y luego a la pizzería...
Odio las pizzas.
Pues al burguer― dijo Lucas―. Pero a ti te sacamos de este nido de basura. ¡Por tus santos...!
Muy bien. ¡Muy bien! Vale―aceptó Javi a regañadientes―. Pero ya os digo que no estoy de humor para esto.









































V. La residencia

El lunes por la mañana, a las once, en mitad del descanso de veinte minutos que había en la Universidad todos los días sobre aquella hora, Rafa, Lucas, Galindo e Irene se hallaban a las puertas de la residencia Alberto Colao. Se había producido durante el fin de semana otra denuncia más proveniente del mismo sitio. Esta vez un estudiante había sido herido de muerte y estaba en el hospital, en la Unidad de Vigilancia Intensiva. En el ataque había perdido mucha sangre. Parecía haber recibido el ataque en la femoral. Según los médicos, era un milagro que estuviera vivo. Visto lo visto, el mismo fin de semana anterior Laura y Sergio habían arreglado todos los papeles para que los cuatro chicos de ADICT pudieran quedarse en la residencia Alberto Colao hasta encontrar al psicópata que atacaba a la gente sin ningún tipo de escrúpulo. Sergio les acompañó hasta la misma puerta.
Es una zona videovigilada, pero las cámaras no han encontrado nada― dijo Sergio―. De todas formas, los lugares donde se han producido los últimos ataques no están vigilados. Y ahí es donde entramos nosotros. Vais a poner estos micrófonos. Así escucharemos todo lo que esté pasando ahí dentro.
Una vez distribuidas las habitaciones el grupo de ADICT regresó a las clases en la universidad. El día transcurrió normalmente hasta que, por la tarde, Sergio salió de un laboratorio de mecánica una vez terminadas unas prácticas. Se había quedado preguntando unas dudas al profesor y abandonó el laboratorio unos diez minutos más tarde que el resto de sus compañeros. Cuando salió eran ya las nueve y cuarto de la noche y la universidad ya estaba prácticamente vacía. Aunque no vacía del todo. En el solitario aparcamiento ocurría algo. Alguien gritaba pidiendo ayuda. Sergio corrió hacia el aparcamiento, desenfundando la pistola de dardos.
¡Tú! ―gritó.
Vislumbró a una figura que estaba tirada en el suelo y otra que estaba encima de la primera, sujetándola fuertemente de los hombros y apretando contra el piso. La segunda figura salió corriendo de allí. Sergio intentó perseguir al sospechoso, pero tal era su velocidad que en menos de diez segundos le perdió de vista. Se dirigió hacia la víctima, que estaba gravemente herida, sangrando por el brazo. De inmediato taponó la hemorragia con un pañuelo y llamó a una ambulancia. Después llamó a Laura.
¿Sí?
Otro ataque―dijo Sergio―. Enfrente de mis narices.
¿No le has cogido? ―preguntó Laura.
Le habría cogido si no corriera tanto, créeme―dijo Sergio―. Avisa a Javi, ¿quieres?
Oye, Sergio, ahora mismo tengo que...
Mira, ya sé que en los últimos días no estáis demasiado bien, pero al menos no tiréis por la borda la amistad. Avisa a Javi―dijo Sergio.
Sergio…
No es una sugerencia. Es una maldita orden, ¿vale? Válgame Dios, ¡qué banda! ¡Qué banda!―exclamó Sergio, y colgó sin despedirse. Así que Laura no tuvo más remedio que avisar a Javi, a regañadientes. Éste estaba en la sede principal de la organización, repasando unas cosas. Laura marcó el número de Javi, que se sabía de memoria, mientras pensaba, muy enfadada, en cuál de los dos, Javi o Sergio, tenía más mala sombra. Cuando Javi oyó su teléfono y vio quién era, se estuvo pensando unos segundos si cogerlo o no. Al final, descolgó.
Dime, Laura…
Ha habido un ataque en el aparcamiento de la universidad, en la ETSII.
¿Otro más?― bramó Javi, casi sin creérselo―. ¿Qué ha pasado?
Sergio estaba allí pero parece ser que el tipo ese corre demasiado.
¿Que corre demasiado? Al final esto no va a ser para tomárselo a broma―decía Javi―. Vale, avisa a Rafa. Supongo que Sergio ya nos hará un retrato robot, si es que le vio la cara al tipo.
Vale…
¿Algo más?
No, nada más.
Bien…
Claro… hasta luego.
Adiós.
Javi retiró su teléfono y se dispuso a colgar, pero oyó la voz de Laura a través del auricular.
¿Javi?
Javi suspiró y se puso al teléfono de nuevo.
Dime.
Oye, siento haberme portado como una imbécil estos últimos días... no sé qué me ha pasado. Pero está visto que esto no va a ninguna parte― dijo Laura, del tirón.
Ya... ―respondió Javi―. Yo tampoco he estado muy fino. Lo de Lucas fue un error muy gordo por mi parte y creo que os debo una disculpa, a ti y a él. Sobre todo a él, que le mandé a esparragar y ahora estoy convencido al 70% de su teoría...
¿Al 70?―se extrañó Laura.
Bueno, siempre hay que investigarlo todo... ―dijo Javi―. Ya sabes que hay por ahí muchos pirados cuyo objetivo en la vida es matar gente...
Por mí, asunto olvidado―repuso Laura―. Pero es mejor que a partir de ahora vayamos por libre...
Hombre, por libre... ―dijo Javi―. Vas a seguir siendo la segunda coordinadora general, te guste o no. Y no te vas a librar de mí, te lo aseguro. Juntos pero no revueltos.
Vale―aceptó Laura―. Como un equipo de natación sincronizada.
Cuando tengas algo me llamas, ¿vale?
Okey. Hasta luego.
Colgaron los dos a la vez. Javi se dirigió hacia la puerta de salida y miró el teléfono móvil como si fuera un extraterrestre.
No sé. Yo debo ser tonto o algo por el estilo...
Cuando Javi salió, Sergio estaba entrando.
Vaya, buenas...―saludó Sergio.
Me voy ya―dijo Javi apenas sin detenerse―. Este ha sido el día más aburrido de mi cutre y estúpida vida, y mañana no tiene pinta de ser mejor...
Pues yo no puedo decir lo mismo. ¿Te ha llamado Laura?― preguntó Sergio. Javi asintió―. Pues ya sabrás lo que me ha pasado― Javi asintió de nuevo―. ¿Qué piensas?
Que la próxima vez dispares y no le dejes que se vaya― Javi le dio dos golpecitos en el hombro a Sergio y se fue de allí. Sergio miró hacia la puerta por la que acababa de salir su amigo y movió la cabeza.
Pues sí, tendría que haberle disparado al imbécil ese.
Se dirigió a su despacho con la intención de ordenar un poco todo el montón de papeles que tenía encima de la mesa. Fue a abrir la puerta pero entonces juró ver una sombra fuera. Temiéndose lo peor, agarró su pistola thaser en lugar de la de dardos. Atisbó los alrededores por la ventana. Al frente sólo se veía el parque, desierto, iluminado por las farolas. Pero lo que no se ve, en ocasiones se oye, y eso fue de lo que se percató Sergio. Un ruido. Allí había alguien. Fue a la sala de vigilancia para escudriñar atentamente los monitores que mostraban las cámaras de seguridad colocadas en el perímetro del edificio de ADICT. En la puerta principal había una figura. Sergio hizo zoom en la cámara correspondiente y pudo ver que se trataba de una chica de pelo moreno, liso y largo.
¿Pero qué...?
Se dirigió a la puerta en silencio. Dejó pasar unos segundos. Nada. Parecía que ahí afuera no había nadie. ¿Qué pretendería aquella tía? Finalmente Sergio se dirigió a la visitante.
¿Quién va?
¿Puedo pasar?― fue lo que dijo ella.
Ni de coña― respondió Sergio, con contundencia―. No pienso dejar pasar a nadie a estas horas. Esto está cerrado.
Muy bien― dijo la chica―. Pero cuando cambiéis de idea sobre si necesitáis o no ayuda con el vampiro ese que estáis buscando, me llamáis.
Se hizo el silencio nuevamente. Ahora también parecía que no había nadie. Sergio estaba un poco desconcertado ante la actitud de la visitante. Abrió la puerta y comprobó que no había nadie allí. Y tampoco en el parque de enfrente, ni en las manzanas colindantes a aquella donde estaba el edificio de ADICT. Sergio cerró la puerta entre cavilaciones. ¿Quién sería aquella chia y por qué se presentaba a última hora de la tarde allí? ¿Y cómo sabía que, posiblemente, estaban detrás de un tipo que, por todo lo que habían averiguado, podía ser un vampiro? Sergio llamó a Marco de inmediato.
Dime― dijo Marco cuando cogió el teléfono.
¿Puedes venir ahora? Me ha pasado algo rarísimo...
¿Ahora? Bueno, voy.
No se demoró mucho Marco. La llamada le había preocupadp. Primero, por el tono de voz de Sergio y, segundo, por las horas que eran, no más pronto de las diez y media. A los diez minutos ya estaba allí. Sergio había tenido tiempo para poner en orden su despacho, pero no pensaba más que en aquella extraña visita.
¿Y ha venido, te ha dicho si la dejabas entrar, le dices que no, te dice que si cambiamos de idea la llamemos y se larga?―preguntó Marco, divertido.
No acabo de pillar cómo espera que la llamemos si cambiamos de idea, porque es que no tengo ni idea de quién es―dijo Sergio, yendo hacia la sala de vigilancia.
¿Qué vas a hacer?― preguntó Marco.
Pues voy a sacar la imagen de la tipa esta―respondió Sergio―. La cojo de las cintas de seguridad que tenemos por ahí fuera grabando todo lo que se mueve y reparto copias a todo el mundo. Te voy a dar cuatro para que las lleves ahora a la residencia y las repartas a Rafa, Irene, Lucas y Galindo. Yo repartiré al resto. Hay que encontrarla y averiguar quién es.

Mientras todos estos sucesos acontecían en el cuartel general de ADICT, en la residencia todo parecía ser un remanso de paz a aquellas horas en las que la cena solía ser servida cada día. Rafa protestaba por la comida...
Esto es un verdadero asco. ¿Qué le ponen a esta salsa? Es repugnante. No pienso comerme esto. Me voy a la hamburguesería.
Hey, tu colesterol necesita cuidarse―repuso Galindo―. Tanta comida basura no debe ser buena para el organismo. Además, siempre tienes el pan― y mientras decía pegó un buen mordisco al pedazo que tenía en la mano.
Callaos ya― les espetó Irene―. Que parecéis críos.
Además, la carne de perro es la cuarta más consumida en algunos países de Asia― dijo Lucas, con un gran trozo de carne pinchado en su tenedor―. Por ejemplo, Corea...
¡Basta! ―exclamó Rafa, haciendo gestos de asco mientras que Galindo se reía con ganas―. Yo me largo y se acabó.
Desde luego― suspiró Irene, moviendo la cabeza―, lástima de cuartos que se ha gastado Javi en inscribirnos aquí dentro...
¡Sabes perfectamente que Javi sería el primero en no comerse esta mierda!― dijo Rafa, señalando el plato―. ¡Así que no me vengas con eso! ¿Qué hora es la máxima para estar en las habitaciones?
Las once―respondió Lucas―. Pero no pensarás irte tú solo por ahí con la nube de monstruos que merodean por esta ciudad...
Pensaba irme yo solo por la cantidad ingente de serrín que tienes en tu cabeza― dijo Rafa, con suficiencia―. Pero visto lo visto me quedaré. Me tomaré el postre y ya está.
¿Postre? Pero si tú odias las manzanas―dijo Irene.
¿Manzanas? ¿Una maldita manzana de postre? ¿Qué fue de la naranja o del plátano, eh?― exclamó Rafa, indignado, y se levantó bruscamente de la mesa, tirando la servilleta contra su plato―. ¡Me largo a dormir! Y no me vengáis con...
Mira allí, es Marco―señaló Lucas. En efecto, Marco se acercaba a ellos con cuatro sobres.
¿Te han dejado entrar?―preguntó Rafa.
A mí siempre me dejan entrar―declaró Marco, con modestia―. Esto es para vosotros, una para cada uno. Cuando salgáis a la calle os fijáis muy bien en la tía de esta foto, porque quiero que la identifiquéis. Así que cuando la veáis, la seguís y averiguáis dónde vive, qué estudia, hasta lo que come y si tiene perro. Eso me ha dicho Sergio que os diga.
Oh, muy bien―dijo Irene―. No hay problema.
Abrieron los sobres. Galindo miró la foto y dijo, dándole un codazo a Lucas y dando un silbido:
¡Madre mía! Pues sí que está buena la jodía...
Tú eres un pervertido―dijo Rafa―. El caso es que me parece haberla visto en alguna parte...
Como que se aloja en esta residencia―dijo Irene, convencida―. Lo que pasa es que no ha venido a cenar hoy. Bueno, tampoco a comer. Pero la he visto. Su habitación está al lado de la mía.
¿Estás segura?― preguntó Marco.
Totalmente―dijo Irene, asintiendo con la cabeza.
¿Y para qué dices que ha ido a nuestro cuartel general?―preguntó Lucas―. ¿Para ofrecer ayuda sobre el caso?
Eso es lo raro del asunto, que no la conocemos de nada y que Sergio dice que sabe que estamos buscando a algún chupasangre de esos―dijo Marco―. Bueno, me voy a mi casa. Si ocurre algo avisad.
De acuerdo―dijo Rafa. Marco abandonó la residencia. Irene fue la primera en hablar cuando Marco se hubo ido de allí.
Bueno, hay que vigilar a esa zorrupia.
¿Por qué la insultas, a la pobre?―preguntó Lucas.
Porque me da la gana y por el maquillaje tan cutre que se pone. Eso no es lápiz de labios, es un crimen―le espetó Irene―. Además, no la conocemos y sabe lo que está haciendo nuestra organización. No me gusta.
Si quieres que la vigile, lo haré―dijo Galindo entonces―. No me separaré de ella. La acompañaré a todas partes, incluso a la ducha si hace falta...
Tú eres un anormal, un pervertido y un necesitado. No es para tanto, ¿sabes? ¡Si tan necesitado estás vete a un burdel y gástate allí el dinero, melón de año!―le espetó Rafa, enfadado―. La idea de Irene es muy sensata. A decir verdad, es la única sensata que hay aquí, porque vosotros dos no pensáis con la cabeza, sino con otras partes del cuerpo que no voy a mencionar por respeto a las personas que hay en esta sala. Así que a poner en práctica la idea de Irene, ahora mismo. Averiguar quién es y qué pretende, sonsacarle cómo se ha enterado de que estamos investigando esta cosa repelente en la que nos hemos visto envueltos. Así que, Irene, tú misma vas a vigilarla.
¿Yo?―preguntó Irene.
Rafa, va, voy a vigilar yo también. Así contaremos con un buen informe al final de mañana mismo―dijo Lucas.
Rafa suspiró y aceptó.
Vale. Vigiladla estrechamente.
Rafa llamó a Sergio para plantearle el plan de vigilancia. La cosa quedaría de la siguiente manera: Rafa coordinaría la vigilancia y cada uno de sus tres compañeros haría un informe sobre lo que había visto u oído durante el día. Al final del mismo todos se reunirían en la sede de ADICT para poner los tres informes en común, juntar ideas y ver qué se podía sacar en claro.
Pero a pesar de todo ello Rafa no se quedó tranquilo. A saber qué se inventarían ahora Lucas y Galindo. ¡Nada bueno! ¡Seguro!

VI. Informes muy profesionales.

Bien, Rafa, pues avisadme cuando tengáis los datos del informe, ¿de acuerdo? A las diez de la noche. Llamaré a Javi también. Hasta luego.
Sergio colgó y apagó el móvil. Eran cerca de las once de la noche. Rafa le había dicho que al día siguiente le entregarían un informe completo con todo lo que hacía o dejaba de hacer aquella extraña chica. A Irene le daba mala espina. No digamos ya a Sergio, que seguía dándole vueltas a lo de la visita nocturna. Así que Sergio llamó a Javi para ponerlo al tanto. La frase de despedida fue muy sutil.
Javi, ¿qué gansadas crees que se inventará ahora la tropa?
Ni idea, Sergy, pero ya sabes que siempre están haciendo el indio...
La noche fue tranquila en la residencia. No hubo ningún tipo de sobresalto. Al día siguiente, a la hora del desayuno, los cuatro infiltrados de ADICT se encontraron en el comedor. Irene habló la primera tras atisbar a todas las personas que había allí.
De nuevo, no ha bajado.
¿Quién no ha bajado?―preguntó Galindo, cogiendo una jarra llena de leche y sin apenas prestar atención. Rafa frunció el ceño.
Tu hermana en zodiac, melón. En serio, tío... a veces pienso que eres retrasado, pero sólo a veces. ¿Quién no ha bajado? Piensa, tío, ¡piensa!
Galindo empezó a murmurar por lo bajo y a juzgar por la cara que había puesto, como si quisiera tirar a Rafa por la ventana, no debía estar pensando nada bueno. Fue Irene la que tuvo que poner orden allí...
Bueno, ya vale, ¿no? ―sacó un cuaderno con un par de líneas anotadas y se lo enseñó a sus compañeros―. Mirad, ya tengo cosas anotadas sobre la tía esa, hasta el detalle más insignificante. Lo mismo deberíaias haber hecho vosotros. Y he sacado una foto panorámica del comedor.
Y eso es lo que vamos a hacer―dijo Rafa―. Bueno, Lucas, tú hoy no tienes clase. Así que te vas a dedicar a seguirla, ¿vale? Anota todo. Ya sabes que cualquier detalle, por insignificante que parezca, puede ser muy útil.
Ya, ya, lo sé―dijo Lucas―. Vosotros id a clase tranquilos, que yo me quedo por aquí.

El día transcurría sin ningún tipo de alarmas ni sobresaltos. ADICT preparaba aquella misma tarde una pequeña redada a un grupo de delincuentes que habían atracado una joyería la tarde anterior, con tan mala suerte que Marco les había visto salir a toda prisa, había anotado la matrícula del coche en el que huyeron y habían visto ese coche en una calle céntrica de la ciudad. Así que Marco y José Antonio se dirigieron a las seis y poco de la tarde hacia la calle en cuestión, acompañados de Héctor y Juanjo, para detener a los tipejos aquellos. El vehículo sospechoso estaba aparcado enfrente de un garaje. Al menos eso es lo que dijo Marco, porque ahora la matrícula no coincidía.
Normal―dijo Héctor―. La han doblado, seguro. El modelo y el color concuerdan perfectamente.
Sí, y tiene el mismo rayajo en el retrovisor derecho―apuntó Marco―. Así que vamos a ir con sigilo y buen hacer...
Se dirigieron hacia lo que parecía la puerta de un garaje. Una ventana a la izquierda y, algo más allá, la puerta de una casa. Marco se puso contra la pared, con su pistola de dardos en la mano. Avanzó sigilosamente hacia la puerta, pegado a la pared.
¿Vas a dejar de comportarte como el Superagente K9?―le preguntó José Antonio, apoyado en el muro―. Al final verás...
Se trata de que no nos vean, gran José Antonio―le dijo Marco―. Y hay que ser sigiloso y caminar con cautela.
Vamos a ver, por ahí no―José Antonio señaló la puerta del garaje―. A ver, ahí no hay nadie. No se oye ni una mosca. Así que lo mejor que se puede hacer es dar un rodeo, buscar alguna entrada...
La única entrada es esa puerta―terció Héctor.
Tú déjame trabajar―dijo José―. Si queremos entrar asustando no podemos ir así, pegados a las paredes. Hay que actuar con sutileza y con delicadeza, sin llamar la atención hasta que les veamos. Entonces es cuando les saltamos por sorpresa.
Ah, muy bien. Y nos fusilan―dijo Juanjo, con sarcasmo―. Gran idea la tuya. Claro, como mides dos metros y eres cinturón negro, a ti no te duelen los tortazos que te dan.
No duelen, pero se sienten―dijo José―. Así que vamos a echar un ojo a través de la ventana.
El limpio y transparente cristal dejaba ver la sala de estar de una casa muy limpia y ordenada. Costaba creer que allí se esondiera una banda de criminales. Entonces la puerta principal de la casa se abrió.
Sí, vamos a...―iba diciendo un tipo, que giró la cabeza en ese momento y vio a los cuatro chicos atisbando por la ventana―. ¿Pero qué estáis haciendo? ¿Quién sois?
Sí... es él―sentenció Marco, señalando al hombre―. El ladrón.
Pues nada―José Antonio avanzó―. Tú estás detenido.
De la casa salieron otros tres tipos más.
Repite eso que acabas de decir―dijo uno de ellos, amenazante.
Que digo que estáis detenidos, todos―repitió José, sin inmutarse.
Entre dos de los hombres se lanzaron a por José y le agarraron. El tercero le dio un puñetazo en el estómago, pero no hizo gran efecto. José Antonio ni se enteró del golpe. Era el resultado de tantos años de karate. Con una tremenda patada José Antonio lanzó al tipo que le había propinado el puñetazo unos cinco metros hacia atrás, y con un tremendo empujón se soltó de los dos que le agarraban. Uno de ellos acabó en el suelo y el otro le dio otro puñetazo en el estómago a José Antonio, pero éste ni se inmutó. Lanzó la planta del pie hacia el pecho del hombre y lo mandó de espaldas contra el suelo.
Bueno, ¿me vais a ayudar o no?―preguntó José.
¿Ves? ―preguntaba Juanjo, agarrando a uno de los tipos del cuello de su camiseta―. No siente los golpes. ¡No los siente!
Bueno, yo diría que esto es suerte, más que otra cosa―dijo Héctor, agarrando a otro tipo―. Si no llegan a salir estamos todavía aquí, esperando...
Y así se llevaron detenidos a los cuatro tipejos aquellos.

Daban las once y media pasadas de la noche cuando Irene, Rafa, Lucas y Galindo llegaban con el informe sobre el día de la extraña chica. Sergio les hizo pasar a su despacho. También estaba Javi allí.
¿No hay nadie más o qué?―preguntó Rafa.
No. Y ahora, a lo que vamos. Si el informe me gusta lo pasaré a todo miembro de esta asociación―dijo Sergio―. Si no me gusta, lo pondré en el baño y lo usaremos como papel higiénico. ¿Vale?
Bueno, vale―dijo Rafa―. Un poco radical, pero vale...
¿Quién tiene el honor de empezar? ―preguntó Sergio.
Yo mismo―dijo Galindo―. Bueno, aquí tengo una presentación por diapositivas―sacó un lápiz de memoria de su bolsillo y lo conectó al ordenador del despacho.
Este va a ser bueno, ¿eh?―preguntó Sergio.
Espérate, a ver qué nos tiene preparado―le tranquilizó Javi.
Y se dirigió directamente a Galindo.
Venga, Galindo. Empieza.
Tanto Javi como Sergio estaban sentados en dos sillones mirando hacia la pared donde se iban a proyectar las imágenes. Galindo abrió un archivo y comenzó a hablar.
Bueno, como podéis ver, esta es la chica en cuestión, que está más buena que el chocolate con churros con hambre―señaló la primera diapositiva. Pasó a la segunda―. Miradla, aquí está mirando por la ventana. Qué mona...― y pasó a la siguiente―. Bueno, esta... fue a las tres de la mañana en su habitación, pasé porque pensé que estaría durmiendo, pero estaba despierta y cuando me preguntó qué hacía allí le hice la del periodista de la universidad y saqué la foto...
Sergio y Javi se miraron. Luego Javi miró a Irene, que se encogió de hombros ante la actitud de Galindo, y a Rafa, que movió la cabeza de lado a lado. Y Galindo pasaba una y otra diapositiva.
A la hora de comer se retira a su habitación, a la hora de cenar también, aquí está jugando a las cartas con unos amigos, en esta otra aparece estudiando un rato, y el colofón final para semejante creación suprema de Dios no podía ser menos, así que me colé en el baño y puse una cámara en la ducha y...
Sergio y Javi se levantaron como impulsados por un resorte.
¡Yo a ti te mando a la puta calle, animal! ¡Degenerado! ¡Borrego!―este era Sergio.
¡Una cámara en el baño! ―bramó Javi―. ¿Sabes a quién le puedes poner una cámara, eh? ¡A tus muertos en conserva en una playa nudista! ¡Enfermo! ¡Necesitado! ¡Vete a un puticlub y desahógate allí! ¡Debería mandarte a tomar por saco de este despacho ahora mismo, degenerado!
Bueno, ¡vale, vale! Pero yo pensé que os gustaría ver...―se excusó Galindo, un poco turbado por la situación.
Sí, a Irene también le encantaría verlo, ¿no te das cuenta?―preguntó Javi―. ¿No ves el ansia que tiene por ver la foto esa? Tú eres imbécil, te has obsesionado con una tía del montón cuando las hay mucho mejores que esa. ¡Paleto!
Haya paz, señores―pidió Rafa―. Lo de Galindo es imperdonable, lo sé, pero supongo que Lucas tendrá algo mejor― Rafa miró a Lucas y añadió, poniendo cara de circunstancias―, o eso espero.
Claro que es algo mejor. Este depravado lo que ha hecho es sacar fotos de la tía en cuestión porque está más buena que los churros con chocolate, según dice. Pero yo me he molestado en hacer esto―Lucas se adelantó y sacó un dosier cuidadosamente escrito y se lo entregó a Javi y a Sergio―. Mira, Sergio, para que veas.
Te has empleado a fondo, ¿eh?―dijo Javi, tomando en su mano el pequeño montón de folios―. Unas veinte páginas.
Sí, bueno...―dijo Lucas, que se dispuso a comenzar la explicación―. Abridlo por la primera página.
Sergio abrió el dosier. Un nombre escrito en tamaño grande en primera página. Pero un tamaño realmente considerable. No cabía nada más allí.
Natalia Guirao―dijo Lucas―. Ese es el nombre de nuestra sospechosa.
Ya es algo―murmuró Rafa―. Pero lo podías haber puesto más pequeño, que así te ocupa todo el folio.
Ya, bueno, pero así los datos importantes se retienen mejor en la memoria...― se justificó Lucas―. Pasad la hoja.
Sergio pasó la página. Una foto a todo color que ocupaba la segunda hoja. Sergio miró a Javi; Javi miró a Sergio... y Lucas habló.
He aquí la foto. Ya la conocemos de sobra gracias a Galindo, así que pasa a la tercera.
Sergio pasó la hoja. La tercera página contenía unas líneas más, todas ellas escritas a tamaño grande. Extragrande. Más que extragrande...
Matriculada en Ciencias de la Empresa en la UPCT desde septiembre del año pasado―leyó Sergio. Eso era todo. Así que pasó la página.
Hospedada en la Residencia Alberto Colao desde Septiembre de este año académico 2009 – 2010―leyó Sergio. Y eso era todo en la cuarta página, así que pasó a la quinta, que seguía con idéntico formato. Javi empezaba a poner una cara mosqueante, y Rafa no daba crédito a lo que estaba viendo. Sergio empezaba a pensar que aquello era una broma de mal gusto.
Resultados académicos del pasado curso― leyó Sergio, y pasó la hoja―. Mira, si nos has hecho una tablita con sus notas...
La tablita era en realidad una gigantesca tabla que ocupaba las siguientes dos páginas y contenía las calificaciones de cinco asignaturas en una página y otras cinco en la siguiente. Sergio pasó la página, la octava ya, mirando a Javi con ironía.
No se conocen antecedentes penales, ni pertenencia a bandas de nazis, ni skin heads, ni nada por el estilo―leyó Sergio, y pasó a la página siguiente, la novena―. Anda, una fotografía de sus huellas dactilares― observó una gigantesca foto de la huella dactilar que ocupaba la página completa. Pasó la hoja―. Nombre del padre, tal, nombre de la madre, cual, número de hermanos, cinco...
Pasó otra hoja más.
Diario del día 24 de febrero... ocho de la mañana, despierta. Nueve de la mañana, asiste a clase―pasó la hoja―. Una del mediodía, sale de clase. Dos de la tarde, se encierra en su habitación― Sergio pasó otra hoja y siguió leyendo: ya iban trece―. Cinco de la tarde, sale. Se va a darse un paseo― pasó una página más―. Vuelve a las seis. Partida de cartas con los amigos―y nuevo paso de página, mientras que Javi empezaba a poner cara como de querer asesinar a alguien―. Siete de la tarde, atisba el horizonte por la ventana. Siete y media, habla brevemente con unos amigos― y paso de página mientras que Javi empezaba a dar vueltas por la habitación como si estuviera poseído y Rafa e Irene ya se temían una explosión de un momento a otro; pero Sergio mantenía la compostura... por el momento―. Ocho menos veinte de la tarde, se pone a ver la tele. A las nueve, se encierra en su habitación. Diez y media, baja a la sala...―paso de página―. Once, sube a su habitación.
Pasó la hoja una vez más, y ya iban dieciocho. Rafa no daba crédito. Aquello solamente podía esperarse de Lucas.
Si interesa la conversación de las siete y media, pedir las cintas de la cámara de seguridad―leyó Sergio, y pasó a la última página.
Hospedada en la habitación número 203―leyó Sergio. Cerró el dosier. Presentación terminada. Sergio sujetó el dossier con dos dedos, como si se tratase de algo asqueroso, y miró a Lucas con cara de circunstancias.
¿A qué está bien?―preguntó Lucas. Sergio se rascó la cabeza, se dirigió a Lucas y le dijo:
Sí. Claro. Muy bien. Muy bonito. Lo podrías poner en la fachada principal, una hoja tras otra para que la gente lo leyera al pasar por la acera de enfrente―dijo Sergio.
Lucas sonrió, muy satisfecho de su trabajo, pero entonces Sergio dio un puñetazo encima de la mesa y bramó:
¿Pero tú eres imbécil o lo haces para fastidiarme? ¡Animal!
Esto era de esperar―suspiró Rafa, que, obviamente, se lo esperaba.
No, yo sólo... vamos a ver, os he dado nombres, direcciones, nombres de familiares, número de habitación, huellas dactilares y hasta el diario de todo lo que ha hecho durante el día...―se justificó Lucas.
Claro, ¡y por eso has gastado en imprimir esta mierda casi veinte folios y medio cartucho de tinta, desustanciado!―exclamó Sergio, agitando el dossier en el aire―. Escucha lo que te voy a decir, ¡una más como esta y vas a la puta calle!
Irene, toma el dosier―dijo Javi, dándoselo―. Cuando puedas lo pasas a limpio y lo imprimes en un folio a tamaño estándar, porque cabe de sobra. En otro folio pon la foto y la huella dactilar. ¿De acuerdo?
Okey―dijo ella―. Queda mi informe.
¡No puedo esperar!― decía Sergio―. De verdad que no puedo esperar.
Pues me temo que el informe de Irene va a ser el mejor―dijo Rafa―. La verdad es que no es muy difícil superar a estos dos cenutrios.
Irene sacó un lápiz de memoria.
Unas imágenes que me llamaron la atención―dijo. Pasó la primera.
Rafa, Sergio y Javi observaron.
Bien―empezó Irene―, como vemos es un plano del comedor a la hora de desayunar. En la siguiente imagen a la hora de comer. Y en esta tercera a la hora de cenar. ¿Qué tienen en común las tres fotos?
Que la susodicha Natalia no aparece en ninguna, pese a que a esa hora están todos los que se hospedan en la residencia― dijo Sergio.
Sabemos por la gran presentación de Lucas―Irene le miró y él esbozó una sarcástica risita― que esa chica estaba en su habitación a esas horas. O sea, que no bajó a comer, ni a cenar ni nada―dijo Irene―. ¿Qué estaba haciendo? En su habitación, encerrada.
Irene pasó a la siguiente imagen. Se la veía hablando con unos chicos.
Esta es la conversación de las siete y media de la tarde que nos ha dicho Lucas. Yo estaba ojo avizor y cuando vi las pintas de esos dos tipos me dije que podía haber algo raro. Así que puse un micrófono discretamente cuando pasé por al lado. Como estaban junto a una puerta, lo puse en la pared, al lado. Y aquí está el clip de audio― Irene hizo clic en un archivo y la conversación se reprodujo.
...seguir haciendo esto, porque la gente ya empieza a sospechar que hay algo que no va bien aquí― decía la chica.
¿De verdad?―se oía decir a otro―. Pues a mí me da lo mismo. Nadie podrá averiguar nunca cómo ha sucedido. Además, ya te lo hemos dicho. O estás con nosotros o estás contra nosotros. Decídete ya.
Sabes mi punto de vista. No me vengas ahora con esas. Y siempre hay otras formas de arreglárselas. Es un disparate, como siempre, es un disparate, no aprendes―dijo la chica―. Además, os detendré. Ya lo veréis.
¿Tú sola?― se oyó al segundo―. Te hemos dado sobrados motivos para que puedas deducir tú solita que no puedes.
Pero sí que lo intenta―se oyó al primero―. ¿Sabes que ayer fue a pedirle ayuda a la Asociación de Investigación de Cartagena? Quiere que esos tipos investiguen lo que pasa aquí.
¿Es eso cierto?―preguntó el otro―. Pues ándate con cuidado, Natalia. Porque como les veamos asomar el morro por esta residencia, nos servirán de cena.
La transmisión se cortó. Irene pasó la diapositiva.
Decidí olvidarme de la chica y averiguar en qué habitación se hospedaban aquellos dos tipejos tan desagradables. Cuarto piso, la 402, es una habitación doble. Y me parece que ellos son los que buscamos―dijo Irene.
Javi y Sergio se miraron, pero esta vez sin poner caras raras, sino impresionados.
Extraordinario. Sí, señor. ¿Tienes más?―preguntó Javi.
Bueno, la única tesis que se me ocurre es que ella es también una vampira―dijo Irene―. No baja a comer, está despierta a las tres de la mañana...
Sí, a mí me cuadra―intervino Rafa―. El puzzle encaja a la perfección.
Pero Irene siguió hablando.
Fui aún más allá. Bajé a recepción y pedí la ficha de esa tal Natalia. En la ficha pone que tiene veintidós años, o sea nacida en 1987. Los aparenta, realmente. Pero es que cuando Lucas me comunicó el nombre de la chica fui a la otra residencia y pedí que buscaran en el historial de Natalia Guirao si es que lo tenían. Y exactamente, hace seis años, en el 2004, estuvo allí, supuestamente matriculada en Ingeniería Agrónoma, y la fecha de nacimiento data de 1981, es decir, la misma edad, 22, cuando debería tener 28. ¿Explicación? Que es una vampira. Nadie se molesta en cotejar esos datos... así que coló.
Se hizo el silencio. Javi se levantó de repente dando un salto.
Pues claro que sí. Pon la foto donde aparecen esos dos tipos.
Irene puso la foto en la pantalla del ordenador. Javi buscó el archivador del caso de los narcotraficantes y abrió por una de las páginas. Allí apareció la foto que Lucas había echado sin quitar el flash.
Mirad―dijo―. La foto de Lucas. Son los mismos. Los tipos aquellos les pasaban sangre. Y ahora que nadie les pasa sangre, ya se encargan ellos de cargarse a quien haga falta.
¿Y qué vamos a hacer nosotros, eh?― preguntó Rafa―. Como nos cojan nos arreglan.
Bueno, contamos con el factor sorpresa―dijo Sergio―. No saben que estamos infiltrados allí. Localizadme a Natalia. Quiero verla y preguntarle qué quería el otro día cuando vino aquí.
Rafa, Galindo, Lucas, Irene, Sergio y Javi intercambiaron una mirada de complicidad. Ahora estaba todo mucho más claro. Y el siguiente paso a dar también. Había que localizar a la chica cuanto antes para averiguar si lo que quería contarles tenía que ver con aquello. Y Sergio presagiaba que así era.












Intermedio

SERGIO.
El caso de los vampiros.

Es por todos nosotros sabido en nuestra asociación el modo de proceder de un vampiro. Se esconden en las calles desde que se oculta el Sol hasta que va a amanecer. Y desde sus escondites, acechan a sus presas y las matan, chupándoles la sangre, o las transforman en vampiros, dependiendo de lo que quieran.
Los vampiros son asesinos. Son seres diabólicos. Y a juzgar por los informes que nos presentaron los chicos (de los cuales uno era una verdadera mierda, el otro sirvió de algo aunque parecía un número circense y el tercero fue, sin duda el más brillante), en esa residencia se cocía algo.
Lo que yo ignoraba hasta la fecha era que ese lugar no era más que una tapadera. El seguimiento estaba a punto de comenzar. Una persecución a través de media ciudad. De un lado a otro. Sin duda sabían que alguien andaba tras ellos, porque los pasos que daban primero hacia un lado y luego hacia otro así me lo hacían creer. ¿O ignoraban que les perseguíamos y, simplemente, intentaban encontrar un lugar mejor donde esconderse?
En la residencia ya se habían producido tantos acontecimientos raros que era cuestión de tiempo que llegara alguien a investigar. No es que ahora la gente crea en vampiros. Pero siempre hay alguien dispuesto en creer en las cosas más paranormales del mundo. Y, oh, casualidad, Javi era ese alguien. Y, si bien no había tomado al principio como buena la tesis de Lucas (claro que con semejante fuente... ¡como para tomarle en serio!), ahora estaba convencido. Él inició la persecución. Y sin duda, con lo que no contábamos era con la valiosa ayuda externa. Y menuda ayuda externa. Uno puede pensar que los vampiros son seres horribles, y quizá razón no le falte. El problema es cuando uno de esos seres horribles te presta su ayuda porque quiere. Y el problema es aún mayor cuando descubres que te gusta ese ser horrible. Sí. Hablo de Natalia Guirao. Por aquel entonces yo tenía muy pocas cosas seguras. Pero las que sabía, las sabía a ciencia cierta.
Primero, nuestros dos vampiros se aliaron con los narcos a cambio de no asesinar a nadie y no levantar sospechas.
Segundo, cuando detuvimos a los narcos descubrimos el pastel y los vampiros decidieron lavarse las manos en el asunto. Mataron a esos tíos y regresaron los misteriosos crímenes a la residencia.
Tercero, ADICT se infiltra en la residencia para seguir a nuestros dos hombres.
Cuarto, Natalia Guirao, vampira que quiere acabar con esos tipos no sé por qué, nos ofrece desinteresadamente su ayuda. Y, como no hay más chicas en toda la ciudad, voy yo y me enamoro justo de ella. Tiene narices.
Este asunto es esperpéntico. Pero debemos seguir adelante.
VII. Una noche en la residencia.

Sergio y Javi salieron del despacho seguidos de Rafa, Lucas, Galindo e Irene. Todos los miembros de la asociación se preparaban para irse pero Sergio les invitó a quedarse unos minutos para que se enteraran de algunas cosas que serían bastante relevantes. Cuando todos se enteraron de que los presuntos vampiros eran los tipos con los que negociaban los narcos, el primero en hablar fue José Antonio que, con su parsimonia habitual, dijo:
Vamos a ver. Entonces me estás diciendo que esos dos tontazos son vampiros. Y que la tía esa supuestamente también lo es, y suponéis que para lo que vino anoche fue porque sabía, de alguna manera, que estábamos investigando el caso.

Exacto―dijo Sergio.
¡Vaya traca!―exclamó José Antonio―. Anda que vaya tela.
¿Tela? Esto es muy gordo. Estamos diciendo que en esa residencia hay unos tíos que van chupando sangre indiscriminadamente― dijo Sergio―. Y tenemos dentro a cuatro personas de esta asociación que pueden ser atacadas en cualquier momento. Yo voto por que terminemos la infiltración.
Ni soñarlo―dijo Rafa―. Yo no voy a echarme atrás.
Qué valiente te has vuelto―terció Galindo―. ¿A qué se debe?
Anda y dale un besito a tu informe, merluzo―le soltó Rafa, ante las risas de Sergio y de Javi―. O mejor aún, haz un calendario con tu informe. La primera foto para enero, la siguente para febrero, y la de la ducha para agosto, que hace calorcito...
Bueno, Rafa, creo que ya vale, ¿nos centramos un poco o qué?―preguntó Javi, intentando aguantar la risa. Rafa se calló y Galindo también. José Antonio se rió por lo bajo.
Rafa, cuando veáis a la tía esa, me la traéis―dijo Sergio―. ¿Vale?
Rafa asintió.
Vamos a irnos ya―dijo―. Localizaremos a esa Natalia y te la traeremos aunque sea a rastras.
Sí, vamos, seguro―murmuró José Antonio―. Sobre todo a rastras. Si la vampira esa te agarra te coge te mete una somanta de palos...
Bah... que se ocupe Galindo de ella...
Fue lo último que le oyeron decir a Rafa mientras salía por la puerta acompañado de Galindo, Lucas e Irene.
Este asunto no me gusta―dijo Laura entonces, observando cómo los cuatro se alejaban―. Yo creo que debería ir alguien más a esa residencia.
¿Ah, sí?―preguntó Sergio―. ¿Y quién?
Pues no sé... tal vez José Antonio, que siempre está diciendo que él es un hombre de campo y por eso mismo no aceptó la coordinación general que ahora mismo tienes tú, Sergy―dijo Laura. José Antonio se hacía el tonto...
¡Venga, hombre! Reacciona―dijo Marco―. Te están hablando a ti.
¿A mí? Ah, sí, claro―dijo José―. Pues nada, si hay que ir se va.
No puede ir, todas las habitaciones están ocupadas―terció Javi―. No hay ni una sola habitación libre, ya lo comprobó Marco antes.
No pasa nada―dijo José―. Además, mira, en vez de ir yo vas tú y te metes en la habitación con...
¡¡A VER LO QUE VAS A DECIR AHORA!!―exclamó Javi, cortándole en seco―. ¡Que no estoy para bromitas de ese tipo ahora mismo!
Vale, vale... además, creo que la muchacha está de Eras…―dijo José, riéndose.
¡¡CIERRA LA MALDITA BOCA!!― bramó Javi, dirigiéndole una mirada asesina a José Antonio. Iba a echarle una buena bronca cuando llamaron a la puerta. Sergio fue a abrir. Y cuando vio quién estaba en el umbral, no pudo evitar un gesto de sorpresa.
Tú...
¿Puedo pasar hoy o también está cerrado?
Bueno...―dijo Sergio―. Pasa, pasa...
Era la misma chica a la que habían investigado: Natalia Guirao. Entró a la sala de reuniones donde aún estaban Javi, Laura, José Antonio, Marco, Juanjo, Héctor, Juanma, Sandra y el mismo Sergio, que cruzaba su mirada con la de la recién llegada.
Bueno, ¿qué es lo que quieres?―preguntó Sergio una vez que la chica se sentó―. ¿Cómo te has enterado de lo que tenemos entre manos?
Se hizo un incómodo silencio en la sala. Los ojos de la chica parecieron brillar entonces. Pero a todos les pareció una ilusión óptica producida por la luz.
Digamos que lo sé y basta―respondió ella―. Me acabo de cruzar con cuatro chicos que dicen pertenecer a esta organización. Me han dicho que me buscabais.
Ciertamente―dijo Sergio.
Así que tú eres Natalia, ¿eh? Veamos... quiero que escuches algo― Javi abrió el archivo de Irene en el ordenador y reprodujo la grabación de la conversación que había mantenido la chica con aquellos dos tipos en la residencia―. ¿Qué tienes que decir a eso?―preguntó tras escucharlo.
Que o los detiene alguien o esto se convertirá en un baño de sangre.
Los ojos de la chica volvieron a brillar en un tono amarillo oro que casi deslumbró a todos. Sergio se quedó anonadado. Pero, por el contrario, Javi no se dejó impresionar. Había visto cosas peores.
Natalia... Dinos quiénes son esos dos desgraciados―dijo Javi―. Vamos a ir para allá y les vamos a explicar quiénes somos nosotros.
No hagas el loco, presidente―dijo Natalia―. Por cierto, cuando mandes a alguien a espiarme, dile que no me ponga cámaras en la ducha.
Se llevó la mano al bolsillo de su chaqueta y sacó una diminuta cámara que colocó encima de la mesa.
Este Galindo es anormal―murmuró Javi―. Es anormal. De libro. ¡Anormal de libro! Oye, no di orden de poner esa cámara. Y menos en la ducha.
Claro―replicó Natalia―. Ese chico al que te refieres fue el que entró en mi habitación a las tres de la mañana. ¿Se puede saber qué...?
Es que es tonto, el pobre, es un desustanciado, la masa craneoencefálica esa que tiene no le da para más. No se lo tengas en cuenta―la cortó Sergio, intentando quitarle importancia al asunto―. Créeme, si por mí fuera, lo mandaría al Índico a pescar boquerones el resto de su vida.
¿Nos vas a contar ya lo que sea que quieres contarnos, o no?―preguntó Laura, que empezaba a perder la paciencia con tantas tonterías.
Serénate un poco―le pidió Javi―. Ya sabes que estamos contra las broncas, ¿verdad? ―añadió, con sarcasmo.
¿Contra...? ¡Pero serás cataclismo andante!―exclamó Laura, indignada.
Vaaaaale, valeeeee, lo siento...―dijo Javi, cortando el aire con la mano―. Natalia, habla ahora o calla para siempre.
La historia de aquellos dos tipos era la que se figuraban en ADICT. Habían llegado con unos tipos a un acuerdo: ellos les proporcionaban sangre a cambio de no morder a nadie más. Lo que la policía había tomado por un intercambio de drogas resultó en realidad ser algo más gordo. Los tipos a los que vio el grupo de Rafa en el punto de entrega de la rambla cercana al estadio de fútbol de la ciudad resultaron ser aquellos dos, como ya tenían comprobado. Algo pasó que los suministradores dejaron de acudir. Y como habían roto el trato, los otros ya no tenían por qué mantener el suyo. Así que se dirigieron a la prisión donde les habían encerrado y acabaron con ellos. Ahora los ataques violentos habían vuelto, esta vez en la residencia universitaria.
Estoy segura de que el próximo ataque caerá en breve―dijo Natalia―. Quizá esta noche o mañana.
Ya―dijo Javi―. Muy bien... da igual que no haya sitio. Necesitamos tu habitación libre para esta noche.
Muy bien, pues entonces me patearé la ciudad. Me vendrá bien caminar―aceptó Natalia―. Puedes enviar a dos personas a esa habitación.
José Antonio y Marco―dijo Javi.
Bromeas, ¿verdad?―preguntó Sergio―. ¡Juanjo y Héctor!
No, no, no―terció Laura―. Juanma y Sandra.
Vamos a ver, creo que aquí el presidente soy yo y el hombre de campo José Antonio―dijo Javi―, así que...
¡Así que Juanma y Sandra, que no han intervenido nunca y están deseando hacerlo!―exclamó Laura.
¡Esos dos no durarían ni el primer asalto!― dijo Sergio―. Juanjo y Héctor lo harán mejor. Héctor tiene una puntería muy buena.
¡Pues no!―se obstinó Laura.
Eso es―dijo Javi―. ¡Eso es! ¡Aquí, dando el espectáculo delante de nuestra invitada, sí señor! ¡Por vuestros santos cojones! ¡Así me gusta! ¡Que decidan ellos, que son los que van a ir a meterse en la boca del lobo! ¿O no?
Laura y Sergio se calmaron un poco.
Está bien―dijo Laura―. ¿Algún voluntario?
Yo no tengo ningún problema―aceptó Marco―. Y José tampoco.
Pues ya está―dijo Javi―. Asunto resuelto. Id allí. Natalia, acompáñales. Y cuidado con los bichos, que muerden. Hasta mañana...

Rafa, Galindo, Lucas e Irene ya habían llegado a la residencia y estaban cada uno en sus respectivas habitaciones. Abajo, en la sala de estar, quedaban unas cuatro o cinco personas que también se disponían a irse a la cama en pocos minutos, pues ya era tarde y al día siguiente había que levantarse temprano. Y entre esas personas estaban nuestros dos presuntos asesinos, como dos más de entre todas las personas que allí había. Fueron los únicos que quedaron en la sala diez minutos después.
Me voy a ir a dar una vuelta, Julián―dijo uno de ellos―. Esto de estar encerrado me empieza a deprimir.
Ya, claro―le dijo el otro―. Pero que no te vean. Ya sabes que no está permitido salir a estas horas.
¿Y qué si me ven?―preguntó el primero―. Mira, yo me largo de aquí. Ya estoy harto de estar todo el santo día aquí encerrado y de salir a la calle, cuando salgo, con cuatro mangas encima, un capuchón enorme y gafas de sol todos los santos días.
Bien―dijo el tal Julián―. Tú mismo.
Así que el otro se fue y Julián subió a su habitación. Cuando dieron las tres y media de la mañana a Marco, situado en la habitación que antes ocupara Natalia, le dio sed, y bajó a ver si había alguna botella de agua por ahí. Bajó las escaleras, llegó al pasillo del piso de abajo y se dirigió hacia la cafetería furtivamente, en silencio absoluto. Pero al dar un paso creyó toparse con algo que estaba tirado en el suelo. A tientas en la oscuridad buscó su teléfono móvil, que estaba en el bolsillo de su bata. Lo encendió e iluminó el bulto. Vio que era un cuerpo humano, tumbado en el suelo.
Joder...―murmuró. Subió a la habitación y zarandeó a José Antonio, instándole a que se despertara de inmediato.
¿Qué pasa?―preguntó él, que dormía como un tronco.
Han matado a alguien otra vez―le dijo Marco―. ¿Te quieres despertar?
José Antonio se incorporó, de mala gana.
Ya estás otra vez con las tonterías de...―empezó, pero Marco le cortó.
El tipo ese ha matado a otra persona más.
José Antonio se levantó de la cama de un brinco.
¿Cómo? Que ha... joder. Anda que vaya tela.
Fueron de inmediato a las habitaciones de sus compañeros y les despertaron. A Galindo no le sentó nada bien que le despertaran a aquellas horas, por mucho asesino que hubiese suelto en aquella residencia.
Es que estaba tan a gusto aquí, tumbado, calentito, descansando...
Ya descansarás luego―dijo Rafa―. Bajamos. Venga.
Los seis se dirigieron al piso de abajo del todo, donde Marco había topado con aquel cuerpo, aparentemente inerte. Y allí seguía. Los seis rodearon el cuerpo. Enfocaron el cadáver con una linterna.
Mirad―dijo Irene―. Tiene dos marcas profundas en la mano derecha... y en el brazo izquierdo... parece que opuso resistencia.
Pues sí― corroboró Lucas―. Este pobre hombre está muerto.
Y lo más posible es que el tipo que lo haya matado esté dando vueltas por los pasillos de esta residencia ahora mismo―comentó Marco.
Todos miraron a su alrededor como si esperasen ver aparecer de improviso una sombra en la oscura habitación. Pero había un total y absoluto silencio. Nada se movía. Nada se oía.
Hay que pillarle―dijo José Antonio.
No me explico una cosa―intervino Irene―. ¿Nadie ha oído los gritos?
No creo―respondió Marco―. Las habitaciones están insonorizadas, desde las paredes hasta la puerta.
Se quedaron en silencio allí mismo. Lucas llamó a Sergio al móvil. Éste contestó.
Muchas gracias por despertarme, Lucas―gruñó―. Espero que haya pasado algo importante, porque si no...
Algo importante ha pasado, exactamente―dijo Lucas―. Han matado a otro. Creo que es un guardia de seguridad, aunque no me hagas mucho caso.
No iba a hacértelo. Oye, si pasa algo más avisadme―le dijo Sergio.
Vale. Hasta luego―Lucas colgó. Pero Sergio no se quedó tranquilo. Hizo unas llamadas y acto seguido se levantó de la cama y se vistió.
¿Nos vamos a dormir?― Marco hizo ademán de dirigirse hacia las escaleras para subir a su habitación, pero en ese momento Rafa creyó ver una sombra en el umbral de la puerta que daba acceso a la sala...
Ahí está―murmuró.
Y la sombra avanzó hacia ellos, lentamente. Todos se quedaron inmóviles, en silencio. Cuando estuvo a menos de tres metros, la sombra habló en un susurro, pero todos entendieron perfectamente qué decía.
Vaya, vaya... los mirones de turno acaban de aparecer.
Se hizo de nuevo el silencio. La sombra volvió a hablar.
Parece que, al final, siempre tiene que haber alguien fisgoneando.
¿Fisgoneando? Yo iba al baño―dijo Lucas.
¿Acompañado de tanta gente?―preguntó la sombra―. Te crees que soy tonto, o que nací ayer. ¿Verdad?
Se volvió a hacer un silencio tétrico hasta que la sombra volvió a hablar, mientras caminaba en círculos por la habitación, escrutando atentamente las caras de los chicos de ADICT.
¿Sabéis? No me había descubierto nadie desde hace justo veinte años. Y aquella vez no tuve más remedio que matar a quien me descubrió. Sólo era una persona. Lo que pasa es que ahora sois seis, y eso me llevaría seis veces más trabajo del que normalmente necesito.
Nos vas a matar, ¿eh?― preguntó Rafa.
Oh, sí, claro... os voy a matar a todos. No tengo otra cosa que hacer...―se burló la sombra, acercándose más y, mirando a Rafa, Lucas y Galindo, siguió hablando―. Vaya, pero si vosotros tres sois los que estabais allí en la rambla... sí, tú eres el espabilado de la cámara de fotos con el flash puesto―se dirigió a Lucas.
Estaba quitado―protestó Lucas―, la cámara estaba rota...
Me da lo mismo―le cortó el tipo―. El caso es que aquí varios de vosotros habéis metido demasiado la nariz. Y ese problema hay que cortarlo de raíz― avanzó, amenazante, hacia Rafa―. Te prometo que no duele, es algo rápido y limpio...
Ni rápido, ni limpio, ni nada―Galindo se interpuso entre Rafa y el tipo aquel―. Vas a tener que pasar por encima de mí.
Se quedó mirando a Galindo de reojo, esbozando una sonrisa que parecía de autosuficiencia y dijo:
Quítate de en medio, no tengo tiempo para peleas estúpidas...
He dicho que no―se obstinó Galindo.
Como quieras―dijo el otro.
En ese momento el tipo aquel dio tal empujón a Galindo que éste salió volando y acabó dando con la espalda en la pared, para ir a caer en el sofá que estaba justo debajo.
Joder con el tío― dijo Marco, sorprendido.
Fue Lucas el que intentó ahora interponerse, pero el sujeto aquel lo agarró con ambas manos de la cintura antes de que Lucas pudiera hacer nada y lo levantó del suelo como si fuera una pluma y, acto seguido, le mandó contra el mismo sofá donde estaba Galindo.
Bien, ¡ya basta!― Irene sacó la pistola de dardos y disparó dos veces, acertando en el pecho. Pero el otro se rió.
Ridículo. ¡Realmente ridículo! Una pistolita de somníferos...
Y dirigiéndose hacia Irene, le dio un empujón lanzándola contra el suelo de tal forma que Irene continuó resbalando por el piso hasta dar de espaldas contra la pared.
Me toca―Marco intentó lanzar un puño contra el sujeto aquel y le alcanzó en la cara, pero el otro ni se inmutó. Se limitó a decir, simplemente:
Tú tiene serios problemas de autocontrol, ¿verdad? Violencia, mala. Recuerda...
Y le dio a Marco una patada de frente. Marco salió volando cinco metros para acabar empotrándose contra una mesita que quedó hecha añicos. José Antonio se interpuso entre el sujeto aquel y Rafa.
Deberías calmarte un poco―le dijo José, que le llevaba toda la cabeza al sujeto aquel―. Es malísimo montar estos escándalos a las cuatro de la mañana.
Lo sé―dijo el otro. Volteó el puño contra el estómago de José Antonio, golpeándole. José Antonio recibió el golpe en el estómago, pero lo único que retrocedió fueron un par de pasos; acto seguido vio venir otro puño, y, controlando el brazo, proyectó al tipo aquel, que acabó en el suelo.
Nunca infravalores a tus rivales―dijo José Antonio―. Te puedes llevar un susto.
El otro se levantó del suelo y se puso frente a José Antonio. Éste le miraba fijamente a la cara. No se dejaba intimidar por aquella mirada de ojos brillantes y amarillos que emitía más que odio. El tipo pegó un salto y fue a caer en la otra esquina de la habitación.
¿Pretendéis detenerme? ¿Eh?―preguntó, con desdén―. ¿Vosotros pretendéis detenerme a mí, malditos humanos?
Pues sí, va a ser que es un vampiro de esos―dijo Lucas, que se estaba incorporando en ese momento. Galindo también se levantaba, dolorido. Lo mismo Irene, y también Marco.
A por él―sentenció Rafa―. ¡A por él! ¡Todos juntos!
Los seis se agruparon formando un semicírculo que fueron cerrando cada vez más hasta que, de improviso, se lanzaron a por el vampiro en tromba, como una estampida. Pero éste pegó un salto impresionante hacia delante viendo lo que se le venía encima. Tal fuerza llevaba el salto que se llevó a Marco por delante. Marco cayó al suelo de espaldas, dolorido.
¿Queréis más o no?―se burló el tipo, ahora en la otra punta de la habitación, sonriendo con desdén.
Que si queremos... ¡tú de aquí no te escapas sin confesar el crimen!― exclamó Rafa. Los cinco que aún quedaban en pie se acercaron a él. Fue cuando el vampiro pegó un salto hacia delante, agarró a Rafa del cuello del pijama y lo lanzó contra la puerta en cuanto puso los pies en el suelo. Rafa salió volando por los aires, pero algo frenó su caída.
¡Joder!―exclamó el que lo había sujetado―. ¡Sergio, aquí!
Héctor había aparecido en la puerta principal en ese momento y había agarrado a Rafa, y Sergio había sujetado a Héctor para amortiguar el golpe; aun así los tres fueron al suelo por la fuerza que llevaba Rafa.
¡Mira!―exclamó Sergio, incorporándose y señalando al frente, hacia el vampiro―. ¡Un desgraciado! ¡Ese es nuestro hombre, Julián Cabrera!
El tipo se volvió hacia Héctor y Sergio.
¿Tengo el placer de conoceros?―preguntó.
En realidad no―respondió Sergio―. Pero me parece que te estás pasando. O dejas ya a nuestros amigos o te reducimos a cenizas.
Por toda respuesta Julián se rió.
No sois más que unos miserables humanos―dijo―. Acabo de librarme de un ataque conjunto de vuestros seis amigos, ¿y ahora pretendéis vosotros dos solos acabar conmigo?
En ese momento otra figura entró por la puerta. Laura hizo su aparición con la pistola al frente.
¡Ríndete ya!―exclamó―. No tienes escapatoria.
La pistola no sirve de nada―dijo Rafa entonces, algo aturdido pero en pie, si bien se sujetaba al brazo de Héctor para no volver a caerse―. Ya le ha disparado Irene y no sirve de nada.
Sergio cruzó una mirada con Julián. Estuvieron así unos segundos que parecieron eternos. Rafa se incorporó y se soltó del brazo de Héctor. Laura enfundó su pistola, preguntándose cómo iban a atrapar ellos a un vampiro.
¿Dónde está el presidente de vuestra asociación, eh?―preguntó Julián.
No está aquí, obviamente―replicó Laura―. Creo que tiene otras cosas mejores que hacer que agarrarte del pescuezo y clavarte una estaca en el pecho. Pero seguramente alguno de nosotros lo hará dentro de poco.
Qué gracia me haces―dijo Julián―. Deberías hacerte humorista.
Se volvió a hacer un incómodo silencio en el que nadie atacó a nadie, hasta que fue roto por el vampiro.
Bueno, esto es realmente divertido―dijo Julián―. Pero aquí es donde empieza la verdadera diversión. ¿Podréis detenerme? ¿O no?― saltó desde su posición hacia la escalera, que estaba unos diez metros más allá, y se volvió a dirigir a los allí presentes―. Lo dudo. No podéis hacer nada. Venid a por mí si tenéis lo que hay que tener.
Iba a desaparecer escaleras arriba pero en ese momento una luz se encendió y un hombre apareció en la sala.
¿Se puede saber qué pasa aquí?―preguntó.
Julián se quedó quieto en la escalera. Los chicos de ADICT se quedaron parados donde estaban. El hombre aquel era el director de la residencia y se quedó sin habla al ver allí a varios chicos a los que no conocía de nada. Más aún cuando vio los destrozos que había ocasionado la pelea. Y aún más cuando vio el cadáver tirado en el suelo.
¿Qué ha pasado?― preguntó. El silencio fue la respuesta. Así que no tuvo más remedio que repetir la pregunta, pero algo más alterado.
¿Qué coño ha pasado aquí?
Eh... bueno― empezó Sergio―, nos habían notificado que había habido un asesinato en esta residencia y... hum, he venido con mis compañeros a echar un vistazo.
Ya―bufó el director―. Vais a hacerme una visita en mi despacho ahora mismo. Y usted no se escape, Cabrera, que le estoy viendo. También va a venir a mi despacho.


VIII. Los Vampiros.

Hay detener a ese tipo―dijo Sergio, en voz baja―. Y más vale que sea pronto, porque es capaz de matar a alguien más esta misma noche.
Se dirigían todos en grupo hacia el despacho del director de la residencia, situado en la planta baja. Como se alojaban allí, Rafa, Irene, Galindo y Lucas tuvieron que entrar a dar explicaciones del escándalo montado en plena noche. Pero como intentaban hablar los cuatro a la vez, el director tuvo que poner un poco de orden. Al final, consiguió entender que “en aquella residencia había un psicópata y podía ser cualquiera”. Así que tras el interrogatorio los cuatro se fueron del despacho y todos los chicos de ADICT volvieron a la planta baja.
Pero no acababan las preocupaciones allí. Lucas había dado un nombre al director.
Pensamos que es Julián Cabrera, aunque no tenemos pruebas de ello.
Así que el director llamó a Julián de inmediato. Éste no tuvo ningún reparo en entrar al despacho.
Julián, ¿qué ha pasado está noche aquí?―preguntó el director.
Me pregunta qué ha pasado―dijo Julián―. Y le respondo que nada. Simplemente tenía hambre y bajé a buscar algo de comer.
Ya...
El director miró fijamente a Julián.
¿Y qué me dices del muerto?―preguntó el director.
¿El muerto? Una desgracia, sin duda―repuso Julián.
Desgracia, ¿eh? Uno de los chicos te ha acusado. Sin pruebas, claro―dijo el director―. Y ellos forman una agrupación muy competente. Sería una lástima que tuvieran razón.
El silencio se hizo en la sala. Durante unos segundos no habló el director ni tampoco Julián. Al final, Julián se levantó de la silla y miró al director fijamente.
¿Qué diría usted si le digo que el muchacho ese tiene razón, director?
Bueno, si me dijera eso, Cabrera, llamaría directamente a la policía. Pero no lo va a decir, simplemente porque es absurdo―dijo el director.
¿Está usted seguro de eso?―preguntó Julián.
El director miró a Julián a los ojos. En ese momento vio cómo pasaban de un negro oscuro a un amarillo oro brillante. Fue lo último que percibió antes de que Julián se abalanzara sobre él.
Afuera, en la sala principal de la residencia, todos creyeron oír un grito que provenía del despacho del director.
¿Qué pasa ahora?―preguntó Rafa.
No... no, eso no. ¡Eso no!― Sergio se levantó corriendo y se dirigió hacia el despacho. Entró en tromba, dando una patada a la puerta, y vio a Julián allí. Julián tenía asido el brazo del director, del cual goteaba sangre. Sergio sacó la pistola tháser y disparó sin dudar. La descarga eléctrica hizo que Julián se tambaleara. Detrás de Sergio todo el grupo entró al despacho. Julián sonrió, mirando a cada uno de ellos.
Os va a librar de una muerte segura eso de que ya no tengo hambre, muchachos. Lo siento, pero he de irme.
Saltó por la ventana, destrozando los cristales, y se fue de allí a toda prisa. Marco llamó de inmediato a una ambulancia. Laura cortó las hemorragias como pudo y entonces apareció Natalia en el umbral, de improviso.
Dejad paso―dijo, apartando a Laura de allí.
¿Qué haces?―preguntó Sergio.
Evitar que acabe convertido en vampiro, el pobre hombre―dijo Natalia, y entonces mordió el brazo del hombre, que estaba inconsciente y no se enteraba de nada.
¿Pero qué estás haciendo, animal?―exclamó Sergio.
Un cuarto de hora después la ambulancia llegó y se llevó al director al hospital. Natalia miró a los chicos de ADICT.
Tenía que extraer toda la ponzoña y desperdicios que Julián le ha dejado en la sangre―explicó Natalia―. Es la única manera de impedir que se transforme en uno de nosotros.
Muy bonito―dijo Laura―. Pero podías haberlo explicado antes.
O sea que estábamos en lo cierto. Eres igual que ellos―señaló Irene.
Natalia asintió con la cabeza.
Sí. Tuve la mala suerte de pillar a Julián in fraganti mordiendo a alguien un día, hace muchos años. No pensaba dejarme marchar viva, así que se lanzó a por mí. Pero algo en mí le hizo retroceder y no pudo matarme. Este es el resultado―explicó.
Entonces eres la única que puede ayudarnos a detenerles―dijo Sergio―. Nosotros podemos ir a por uno, y tú a por el otro.
Quizá os ayude. Estoy cansada de esto―dijo Natalia―. He pensado muchas veces en irme de aquí. Largarme a Santander o a La Coruña, donde el clima es más propicio para mí. Pero Julián prefiere esto. Normalmente siempre dice que la poca gente que cree en vampiros nunca piensa que pueden estar escondidos en el sur de España. Así que a mí me resulta imposible salir a la alle a mediodía.
Entonces nos vas a ayudar, ¿no?―preguntó Laura.
Sí―respondió Natalia.
En ese caso, mañana jueves celebraremos una reunión para exponer las conclusiones obtenidas y elaborar un plan―sentenció Sergio―. Voy a avisar por teléfono...

El jueves por la tarde, a las seis, era una hora magnífica para celebrar una reunión, pues nadie tenía clase a esa hora. Como invitada especial iba a acudir Natalia, que conocía bastante bien a los tipos aquellos y podía ser de gran ayuda.
Javi y Laura llegaron unos diez minutos antes de la reunión. No había nadie. O al menos eso era lo que parecía.
Vamos a repasar el orden del día, si te parece―dijo Laura, señalando la puerta de su despacho.
Me parece bien―corroboró Javi―. Y mejor en tu despacho que en el mío. Lo tengo hecho un desastre, no hay más que apuntes desparramados por la mesa.
Laura abrió la puerta de su despacho. Pero cerró repentinamente. Lo que había visto dentro no se lo había podido creer.
Ups…
¿Qué pasa? ―preguntó Javi.
Mejor que vayamos al tuyo…―dijo Laura. Y es que lo que había visto era una escena que a Javi no le iba a gustar nada, y menos en un despacho de Coordinación General: Lucas e Irene besándose como si fuera el Apocalipsis al día siguiente…
Que no, hombre, que no…―dijo Javi, tercamente―. Aquí está bien.
No, Javi, no abras, por favor…
Javi hizo caso omiso de Laura y abrió la puerta. Echó un ojo y vio lo mismo que había visto Laura…
Javi cerró y se volvió hacia Laura, con el gesto serio.
Joder. ¡Esto es lo último! No, ¡lo último no! ¡Lo penúltimo!
¿Qué vas a hacer? ―preguntó Laura, que ya se ponía en lo peor: una bronca.
Esto se resuelve siempre con disciplina―resolvió Javi.
No, Javi, por favor, no lo hagas…― le imploró Laura, sin éxito. Pero era tarde. Abriendo la puerta del despacho violentamente, Javi entró dando voces.
¡¡ANORMALES DE LIBRO!! ¡¡IROS A TOMAR POR SACO DE ESTE DESPACHO!! ¿Sabéis dónde podéis iros a daros el lote, eh?
Lucas e Irene pegaron un salto. No se habían enterado de que ahí fuera estaban Javi y Laura y se separaron tan rápidamente como les fue posible, pero, evidentemente, les habían visto. Irene quedó un poco turbada y Lucas se quedó mudo, pero a pesar de todo pudo contestar a la pregunta:
Eeh… ¿a tus santos…?
¡¡A tu puta casa!! ¿Me oyes? ¡Que te aguante tu santo padre allí si quiere! ¡Esto es un despacho de coordinación general, no un picadero! ¿ESTÁ CLARO? ¡Largo de aquí! ¡Los dos!
Lucas e Irene salieron, el primero con semblante serio como pensando, “la he vuelto a liar”, e Irene roja como un tomate…
De Lucas me esperaba cualquier chorrada, pero de ti no, Irene ―dijo Javi―. Como esto se vuelva a repetir os mandaré a hablar con Sergio para que os firme una pequeña carta que os envíe a donde él os puede decir. Si te piensas que por ser buena amiga mía eso te exime de que te tire el broncazo de vez en cuando y que en esta organización puedes hacer lo que te salga de las narices, estás muy, pero que muy equivocada.
Lo siento―musitó Irene―. No volverá a pasar, te lo prometo.
Más os vale. A los dos―dijo Laura entonces―. Por una vez estoy con Javi. Quizá se ha pasado un poco con los gritos, como siempre… pero lleva razón. Utilizar las dependencias de ADICT para eso... si no fuera a venir nadie, todavía, porque no nos enteraríamos ninguno de nosotros. Pero esto no…
Laura, seguramente Javi y tú…―empezó Lucas, pero Laura le cortó.
¡Cállate! Cataclismo andante… lárgate de aquí, anda. ¡Lárgate!
Javi miró a Lucas, miró a Irene y después miró a Laura, sin saber si reírse o llorar ante aquella situación.
Bueno, nos quedan cinco minutos para repasar el tema del día―dijo Javi―. Aunque visto el panorama, yo creo que no vamos a repasar gran cosa. Te invito a un café, si te parece…
¿Si me parece? ―preguntó Laura―. No sé… déjame pensar, ¿vale?
Laura miró a Javi sonriendo, y éste movió la cabeza y, suspirando, cerró la puerta del despacho. Acto seguido se dirigieron hacia la sala de reuniones.

Oye, Javi, yo…―decía Irene, sentada en su silla, antes de empezar la reunión, cuando Javi pasó por su lado para dirigirse al asiento del presidente.
No me expliques nada―respondió Javi, tajante―. No hace falta.
Ya estamos, ¿eh?―empezó José Antonio, sentado justo delante―. Si es que...
¿Tú tienes algún problema?―preguntó Javi, harto de su amigo y sus pullas―. Como vuelvas a hacer el indio te largo de ADICT.
¿Tú, largarme? Mira, Javier, no me empieces a hacer hablar que hay personas delante... o mejor dicho, detrás…―dijo José.
Mira, vete al Sahara, busca camellos y haz el indio con ellos―dijo Javi, largándose hacia su despacho ante las risas de José Antonio y la mirada extrañada de Irene―. Contigo tengo que hablar yo, José. Sí, no me mires así. Y como vuelvas a referirte a algo de esto te parto en dos. Tú no sabes lo que ha pasado, así que cállate la boca―dijo Javi.
Se dirigió a su sitio y se sentó junto a Sergio.
Hombre, ya has llegado―dijo éste.
Javi se detuvo, le miró de arriba abajo, le escrutó fijamente con la mirada, taladrándole de lado a lado con la misma y, al final, Sergio le preguntó:
¿Te pasa algo?
No, no me pasa nada―dijo Javi―. Solamente que me llamas a las cuatro y media de la madrugada para avisarme de que se os ha escapado un vampiro enfrente de vuestras mismísimas narices y encima le ha pegado tal mordisco al director de la residencia que el hombre ha acabado en el hospital, eso me pasa. Pero vamos, Sergio, no es nada. Voy a empezar a portarme mal. Voy a matar a uno de esos bichos. Visto que aquí nadie vale ni un duro, voy a tomar cartas en el asunto.
Oye, no empieces. No viste cómo se movía el tipo. Ni José Antonio pudo con él, y eso que está fuerte, el tío... ¿y pretendes matar a uno?
Javi iba a contestar, pero en ese momento su teléfono sonó. Cuando comenzó la conversación puso una cara muy extraña. Y unos segundos después miró con cara de besugo hacia sus compañeros y se puso un dedo en la sien.
¿Cómo?―decía Javi―. Sí... claro... ¡ah, que el culpable es el Gobierno! Por supuesto. ¿El Autonómico? Y el Nacional. Qué me va a contar. Vamos a ver, ¿le puedo ayudar en algo o no? Ah, que nos hace falta un helipuerto. ¿Y usted quién es, si se puede saber?
Hombre, yo he sido ingeniero y me conozco el percal, así que lo que su organización necesita es un helipuerto...
Javi se dio cuenta de que aquel tipo no estaba muy bien de la cabeza, así que puso el móvil en manos libres y con un gesto de la mano mandó callar a todo el mundo.
Pero vamos a ver, el edificio nuestro es muy nuevo, eso es inviable― dijo Javi, que empezaba a darse cuenta de que ese tío estaba loco.
No, no, no―dijo el tipo a través del teléfono―, eso hay que tirarlo todo, si no, no se podría...
Rafa movió la cabeza, Irene contuvo una risita, José Antonio casi no podía contenerse y Sergio atendía expectante a ver dónde llegaba aquella chorrada... a Javi se le pasó por la mente que aquel tío estaba como una regadera. Y le dijo:
Mañana mismo hablaré con el Ayuntamiento para empezar las obras.
Todos tuvieron que hacer un gran esfuerzo para no reírse. Demoler el edificio para construir uno nuevo con helipuerto incorporado no era una idea demasiado lógica... y aunque le costó, Javi siguió manteniendo la compostura.
Por curiosidad, ¿quién va a poner el helicóptero?―preguntó.
¡No hay problema! ―exclamó el otro―. Compramos uno de esos de la Guerra del Vietnam, con armamento incluido.
Pero vamos a ver, eso hay que hablarlo antes―siguió Javi― con el Presidente del Gobierno y con Defensa, yo no puedo fletar un helicóptero por las buenas...
¡No, si yo ya he ido! Lo que pasa es que en Moncloa no quieren recibirme y entonces, claro...
Bueno, bueno―dijo Javi, deseando cortar aquella estupidez cuanto antes―, mire, ahora mismo voy a comenzar una reunión muy importante, así que no puedo...
Pero yo le consigo un helicóptero, créame...
Pero si yo ya tengo un helicóptero, hombre, o al menos me sé de alguien que me puede prestar uno como nuevo―dijo Javi.
Ahora, es ahora―murmuró Rafa, dando un codazo a Lucas.
¿El qué?―preguntó Lucas.
¿Helicóptero? ¿De veras?―preguntaba el tipo por el teléfono.
Claro que sí. ¿Le digo quién me va a dejar el helicóptero?―le decía Javi.
Dígame...
Sus muertos en conserva. ¿Se entera, pirado? ¡Sus reales muertos en conserva aeronáutica! El edificio es nuevo y no hay que tirarlo de ninguna manera, chalado. ¡Vaya usted a contarle a su padre en calzoncillos la idea del helipuerto y póngalo en su santa casa. ¿Me entiende?
A ver... Que no es para ponerse así...
¿Cómo que no? Me está contando tal cantidad de chorradas que no doy crédito. ¡Un helipuerto! ¡En mis cojones voy a poner yo el helipuerto para que despegue todo el Ejército del Aire en pleno! ¡Váyase a cazar cangrejos a Australia y a mí déjeme en paz!
Javi colgó. En ese momento todos estallaron en carcajadas.
Qué grande, ¡qué grande!―exclamó José Antonio.
Sus reales muertos en conserva aeronáutica―dijo Rafa―. ¡Esa ha sido buena!
¡Basta ya! ¡Ni grande, ni buena, ni leches en vinagreta!―dijo Javi, cortando los comentarios―. Sergio... cuando quieras.
Sergio se puso en pie y comenzó a exponer los sucesos a los miembros que habían estado ausentes la noche anterior.
Así pues, sabemos que en esa residencia se hospeda una pareja de desgraciados que van chupando la sangre a la gente. Y además, también se hospeda esta chica que está aquí con nosotros―señaló a Natalia― y que quiere echarnos un cable con este asunto. ¿Algún plan?
Encontrarles y como siempre, a tortas―dijo Galindo, poniendo una expresión maligna en su rostro y chocando los puños―. Venganza.
Tú no das para más, ¿verdad?―le preguntó Sergio, moviendo la cabeza―. A ver, quiero un plan. Un maldito plan que salga bien de una vez por todas.
Lo más posible―intervino Natalia― es que se vayan de la residencia en cuanto tengan oportunidad. Ya sabéis dónde actúan y ahora mismo no les interesa que nadie sepa de su presencia en aquel sitio.
¿Que se van a ir? ¿Y dónde?―preguntó Juanma.
No lo sé, a algún piso de universitarios. Pero lo que cuenta es no perderles de vista. Seguirles, no sé adónde―respondió Natalia, que se encogió de hombros.
Vosotros ocupaos de Julián―dijo Javi―. Yo tengo mi propio plan para ocuparme de su amiguito. Y como no le saque información, mataré a ese no – muerto.
Se hizo el silencio en la sala.
¿Matarle? ―preguntó Galindo―. ¿Pero cómo pretendes…?
Como no me diga qué pretenden hacer en esta ciudad aparte de morder a gente, le voy a ensartar una estaca donde más le duele―dijo Javi, lentamente y en un susurro, aunque con la intensidad suficiente como para que todos le oyeran.
¿Te pasa algo, Javi? ―preguntó José Antonio.
Ocúpate de Julián―respondió Javi―. Ya va siendo hora de que yo haga algo, porque si no nos podemos tirar aquí hasta que alguno de vosotros haga algo bien en su puñetera vida.
Así pues, Marco fue el que movió ficha. Hizo una llamada a la residencia universitaria y preguntó si había alguien que se hubiera ido durante el transcurso de aquel día. Y, efectivamente, Natalia había dado en el clavo. Julián Cabrera se había ido de la residencia, dato que contó Marco a todos sus compañeros. Además, se había ido también su compañero, de nombre Juan Antonio Fernández Estrada.
Eso quiere decir que no tenemos nada―dijo Marco.
La situación se ponía peliaguda. Ahora no tenían nada por donde empezar a buscar, no tenían un hilo del que tirar. ¿Donde se habrían metido Julián y Juan Antonio?
Bueno―dijo Javi―, esto se soluciona fácil. Hay otra residencia en la ciudad, pero no creo que hayan ido allí. La comprobaremos, igualmente. Quiero que busquéis en todos los pisos vacíos, en todos los lugares donde se oferten pisos para estudiantes. Marco y José, vosotros os enteráis de cuándo tienen clase esos dos y cuando salgan los seguís. Cuando os enteréis de dónde se alojan ya no nos hará falta continuar buscando, así que eso es lo más fácil. Cuando os enteréis dónde están, me lo decís de inmediato.
Natalia se acercó a Javi y Sergio.
Están estudiando ingeniería industrial, especialidad en mecánica ―dijo―. Ese dato lo puedo dar yo perfectamente.
¿Mecánica?―preguntó Sergio―. O sea que van a mi carrera. ¿Qué curso hacen?
Tercero―respondió Natalia.
Aula PS 15 de la ETSII―dijo Javi entonces. Conectó el ordenador, se metió en la página dela UPCT y comenzó a buscar los horarios. A los dos minutos tenía una lista impresa.
Esta noche salen a las nueve―dijo―. Muy bien. Rafa, es hora de que tu grupo descanse. Marco, José Antonio, Irene, Héctor y Juanjo, le vais a seguir. Y Sergio me parece el adecuado para coordinar las acciones pertinentes que sean de rigor. Si se ponen violentos, me llamáis a mí. Me da igual que sean vampiros, que tengan fuerza sobrehumana, me da lo mismo. Sé que si hago bien las cosas al menos uno de ellos puede caer.
Bueno, vale, les seguiremos ―dijo Sergio, asintiendo con la cabeza―. Pero eso de que tú solo puedas enfrentarte a ellos es una utopía, Javi…
Zumbando a la Universidad―dijo Javi en un susurro―. Corta el rollo, Sergio. No quiero que se os haga tarde. Que no os vean. Quiero una dirección y la quiero ya.
Sergio miró hacia Javi. Su semblante estaba extrañamente serio, amenazador, como si quisiera acabar con aquello de una vez por todas. Y apenas habían empezado a investigar. El grupo dirigido por Marco salió del cuartel general de la asociación con rumbo a la universidad y con Sergio al frente.
¿Y dónde entramos nosotros en esto?―preguntó Rafa―. ¿Nos vas a dar descanso?
Por ahora sí―dijo Javi―. Pero te necesitaré muy pronto.
IX. Planes

La hora había llegado y, escondidos en la clase que estaba justo enfrente de la PS 15, la PS 13, que estaba vacía, el grupo de ADICT se ocultaba y vigilaba, por turnos, la otra clase, para que aquellos dos no se escaparan. No había un grupo de gente en el que Sergio confiara más que en aquel al que acompañaba. Seguro que esta vez, sin aquellos cenutrios de Lucas y Galindo, las cosas salían a pedir de boca. Pero antes de conseguir algo, siempre hay que intentarlo. Y si es algo difícil, lo mejor es tener un plan. Aunque, según Marco, seguir a dos tipos hasta su casa no era muy difícil.
Daban las nueve de la noche y del aula PS 15 comenzaba a salir gente. Héctor escrutaba atentamente a través de la puerta, que estaba hecha en un material similar al metacrilato, con lo cual era totalmente transparente. Grandes y anchas tiras horizontales de color gris atravesaban la puerta de lado a lado, separadas un centímetro, para evitar miradas indiscretas de la gente cuando pasaba por el pasillo, pero ideales para apostarse en las puertas y mirar lo que pasaba dentro o fuera. Y aquello de mirar a través de la puerta lo hacía mucha gente, por ejemplo las personas que esperaban a que un amigo saliese del aula. Por lo cual si alguien miraba, no era nada extraño…
Y Héctor por fin vio a Julián Cabrera y a Juan Antonio Fernández Estrada salir del aula.
Me resulta un poco raro―dijo Héctor―. Dos vampiros ingenieros mecánicos.
Sí, y tanto. Y con esos nombres―repuso Sergio―. ¿Ya salen?
Ya salen―afirmó Héctor―. ¿Vamos a seguirles todos? Me parece que somos demasiados. Seguro que se dan cuenta.
Por eso mismo solamente me va a acompañar uno de vosotros―dijo Sergio―. El resto puede volverse.
No―le atajó José Antonio―. El resto va a seguir a los que siguen a los vampiros esos, no vaya a ser que se den cuenta de que los están siguiendo y entonces se arme al follón del año en los callejones esos oscuros.
Vale, está bien―dijo Sergio, con desgana.
Abrió la puerta del aula. Julián y su compañero desaparecían por la esquina. El grupo de ADICT les siguió hasta la puerta principal de la universidad.
¿Quién me acompaña, entonces?―preguntó Sergio.
Yo misma―sonó una voz.
Todas las cabezas se volvieron. Natalia había aparecido, de improviso, como de costumbre.
No vuelvas a hacer eso nunca―se quejó Irene.
¿Le acompañas tú, Natalia?―preguntó José Antonio―. Mira que me fío poco de ese cuento chino de que puedas controlar tus instintos asesinos...
Vamos, venga―dijo Natalia―, eso en pleno siglo XXI lo hacen muchos vampiros. Antes no.
¿De verdad?―preguntó Héctor, con desdén.
Pues claro―dijo Natalia―. ¿Y si no cómo os explicáis todas las epidemias que ha habido en la historia? Todas esas muertes en masa que hubo en el mundo los siglos pasados... la peste, el carbunco…
Ah, ahora ya me explico lo de la pandemia de gripe A del pasado año―terció José Antonio, irónico―. Pero sigo sin fiarme.
Natalia puso gesto de enfado.
Seguramente lo dirás de broma, pero me gustaría saber cuánto tienen que ver los amigos de Julián Cabrera en esos asuntos. Además, yo ya he comido hace poco. Ahora mismo no hay peligro. ¿Nos vamos, Sergio?
No tan rápido―dijo José Antonio―. Yo sigo sin fiarme de que seas capaz de controlar el ansia y la sed de sangre que tienes por naturaleza...
José, vale ya―dijo Sergio, dando por zanjado el asunto―. Vámonos.
¡Vale, vale, está bien!―exclamó José.
Marco, seguidnos a una distancia prudente. Si veis que pasa algo fuera de lo normal, atacad sin vacilar―dijo Sergio.
De todas formas no ocurrió nada fuera de lo corriente y Sergio y Natalia siguieron a los dos tipos hasta un hotel. ¡Pero qué hotel! Era el hotel más grande y más caro de Cartagena, situado en la Calle Mayor de la ciudad, una calle peatonal que conectaba el centro histórico con el puerto, con años de historia a sus espaldas y convertida ahora en un lugar al que uno podía ir a un bar con los amigos, a tomar unas cañas o a cenar. Sergio y Natalia observaron que Julián y su compañero habían entrado al hotel y de inmediato entraron ellos detrás. Sergio se dirigió a la recepcionista y le preguntó acerca de aquellos dos tipos. Se habían alojado en una habitación de la última planta. Sergio regresó con Natalia al cuartel general de ADICT. Allí estaban Javi y Laura, discutiendo acaloradamente, como venía siendo habitual en los últimos días. Esta vez sobre la integridad física de Javi, ya que Laura le echaba en cara que no podía ir él solo a por ellos porque le matarían antes de que pudiese decir nada. Estaban en el despacho de Javi, pero las voces se oían en el mismo salón. Rafa estaba sentado en un sofá, leyendo; Galindo jugaba una partida a las cartas con Lucas.
Eeeeh… voy a separarles antes de que se maten―dijo Sergio.
Adelante―dijo Irene, señalando la puerta del despacho―. Si te atreves a entrar ahí… Laura está insoportable, te lo aviso.
Más insoportable voy a estar yo, créeme―dijo Sergio, frunciendo el ceño, empezando a enfadarse y dirigiéndose al despacho. Puso la mano en la agarradera de la puerta y antes de entrar escuchó la conversación, que trataba sobre la confianza de algunos miembros de ADICT en algunos vampiros. Concretamente, Natalia…
¿Y te fías de una tía que chupa sangre? ¿Tú?
Yo me fío de Natalia, Laura, y si no te fías tú será por algo. Igual le tienes envidia o algo, aunque no deberías, pero bueno, ¡tú misma!
Javi, te digo que esa tía nos la está pegando…
¡Y yo te digo que dejes ya de hurgar! Si ella quisiera matar a alguien ya habría tenido la oportunidad, ¿no?
¡Sabes que me preocupa la seguridad de todos! ―exclamó Laura―. Y además… eso de que vas a matar a los vampiros tú solo…
Tengo un plan, créeme―dijo Javi, resueltamente.
¿Sabes qué? ―preguntó Laura―. Que te acompaño y punto.
No voy a ponerte en peligro de esa forma… me niego.
¡Si tú caes, yo caigo contigo y no se hable más! Si te quieren morder van a tener que pasar por encima de mí. ¿Te queda claro, Javi?
Ejem…―Sergio carraspeó en la puerta después de abrir―. Ya tenemos la dirección. Están en el Hotel Casino.
Javi se levantó del sillón.
No fastidies. ¡Nada menos! ¡Al Casino! ¿No había algo más caro o qué?
Nos infiltramos, ¿no? ―preguntó Sergio.
¡Claro que sí, ¡infíltrate en el hotel!― dijo Javi, despreocupadamente―. Sólo es un hotel de cinco estrellas, máximo lujo, confort, asistencia las 24 horas… se te pasa por alto un pequeño detalle, maese De Haro.
Usted dirá, maese Gómez.
Bueno, no es nada del otro mundo. Simplemente, ¿cómo cojones piensas que vamos a pagar eso? ―preguntó Javi, con tranquilidad―. ¿Con tarjeta de crédito? ¿En efectivo? ¿Hipotecando el local? ―y abrió las manos para abarcar todo el espacio que pudo del despacho.
No me irás a decir que tenemos la cuenta bancaria en blanco―dijo Sergio, poniendo una mirada de ironía en los ojos de su amigo.
Javi movió la cabeza de arriba abajo. Sergio hizo un gesto de incredulidad.
Es cierto―afirmó Laura―. No nos queda ni para un cartón de castañas…
¡Joder! ―exclamó Sergio, largándose del despacho. Ya en la puerta, se dirigió a sus amigos―. ¿No podemos llamar al comisario para ver si nos costea la policía la infiltración?
Vamos a ir a verle. Si cuela, cuela, ¿no? ―preguntó Javi, mirando primero a Sergio y luego a Laura. Salieron del despacho de Javi. Natalia se fue a la residencia universitaria directamente. Javi se dirigió a Irene.
Irene, acompáñanos a la comisaría.
­―¿Qué pasa ahora? ―preguntó ella.
Nada, nada… tenemos que lograr dinero para una infiltración muy seria―dijo Javi―. Así que como una subjefa de operaciones, creo que deberías venirte.
Bien, vale ―aceptó Irene.
Al poco tiempo estuvieron en la comisaría. El despacho del comisario Fuentes se situaba en la primera y única planta de la comisaría. Así que Javi subió las escaleras seguido de sus compañeros. El comisario les recibió de inmediato.
No esperaba veros por aquí. Pero sentaos, hombre…―dijo.
Los cuatro chicos se sentaron. Fue Sergio el que habló.
Bueno, necesitamos un poco de dinero porque tenemos a los sospechosos a los que los tíos aquellos, los narcos, ya sabe, pasaban los maletines, hospedados en el Hotel Casino.
Les tenemos enfilados―habló Javi―. Podemos acusarles de asesinato, y además nos tememos que puedan hacer en el hotel lo mismo que en la residencia, o sea una carnicería. Van por ahí matando gente. Lo tenemos comprobado.
Matando gente…―murmuró el comisario―. Bien, ¿cuánto os hace falta?
Pues no lo sé… lo que viene a ser un medio millón de los de antes―dijo Laura.
¿Medio millón? ¿Tengo yo pinta de ser el banco de España o qué?
No se exalte, don Alfredo―dijo Javi―. Esos tíos no van a quedarse de brazos cruzados. Ya huelen en el aire a su próxima víctima.
Verá―dijo Laura―, tenemos sospechas fundadas para creer que van a seguir matando gente. Es una corazonada que tenemos.
Don Alfredo Fuentes se les quedó mirando.
Una corazonada, ¿eh? O sea que venís a pedir una pasta para una infiltración en un hotel en el cual presuponéis porque sí que va a haber muertes, ¿es eso?
Los cuatro chicos de ADICT asintieron con la cabeza. La mirada del comisario fue escéptica. Muy escéptica. Tanto, que Javi se temió lo peor. Conocía demasiado bien ese gesto. Era la misma cara que él mismo o Sergio le ponían a Galindo o a Lucas cuando habían dicho o hecho alguna barbaridad: entrecejo fruncido, boca inexpresiva, ojos semicerrados… y el comisario entonces habló.
¿Y cómo sabéis que los asesinos son los que decís que son? ―preguntó el comisario―. ¡Puede ser cualquier otro! Ahora mismo lo único que tenéis son varias muertes en la residencia…
¡Le he dicho que estaban con los narcos y tengo pruebas! ―exclamó Javi, empezando a enfadarse―. ¡Esos dos son los mismos tíos a los que los narcos pasaban los maletines! ¡Esos maletines llenos de sangre! ¿Y sabe por qué estaban llenos de sangre? Porque esos tíos son vampiros― le soltó Javi, tal cual, sin apenas pensar en lo que decía. Se dio cuenta demasiado tarde de la estupidez que le acababa de contar al comisario. Sergio y Laura le miraron, alarmados. Acababa de soltarle al comisario de policía la mayor idiotez jamás contada: que había vampiros. Javi se mordió la lengua. Recordó la primera vez que Lucas le había venido con la historia de los vampiros. El follón que se había armado en el despacho había sido fantástico, realmente magnífico. Javi tampoco se había creído a la primera aquello. Y el comisario no iba a ser menos, por supuesto. Don Alfredo Fuentes se quedó mirando fijamente a Javi. Parecía estar a punto de estallar, y evidentemente no creía ni una palabra.
¿Vam… vampiros?
No… bueno, o sea, es lo que viene siendo resolver las vías de investigación por el cauce, digamos, legal―empezó Sergio, intentando reconducir la situación, pero temiendo que no tendría éxito, pues la mirada de don Alfredo era todo un poema―. No es que haya bichos de esos merodeando por aquí, es simplemente que nos gusta tenerlo todo en cuenta, por estúpido que sea.
Sí… bueno…―balbuceó Javi―, eso es… en realidad es un cuento chino que me contó Lucas y para no dejar cabos sueltos estamos investigando toda vía de acción, normal y paranormal…
¡Y también subnormal, Gómez!― estalló el comisario―. ¡Vampiros! ¡Claro, por supuesto, los dos tíos esos son vampiros! ¡Y mis cojones envainados! Mira, te puse al frente de ADICT porque eres el mejor, pero como sigas por ese camino te relevo del puesto y disuelvo la asociación. ¿Está claro?
Muy bien―dijo Javi, empezando a cansarse y sacando varias fotografías de una carpeta―. ¡Mire esto! ―le enseñó al comisario las fotos de los sospechosos en la residencia, tomadas por Irene y en la rambla, tomadas por Lucas el mítico día del flash―. Si esos tíos no estaban con los narcos, comisario, yo dimito y se busca usted a alguien mejor que nosotros para llevar la asociación. Y aquí la ficha de su hospedaje en la residencia universitaria. Y aquí las pruebas de su hospedaje en el hotel… ―Javi iba dejando papeles encima de la mesa, con lo cual el comisario se apaciguó un poco.
Mirad, chicos―dijo el comisario, algo más calmado―, de ahí a decir que esos tipos son vampiros va un trecho. Y decir que hay vampiros en esta ciudad es síntoma de ser tonto. Profundo. Largaos de aquí y traedme algo mejor que dos vampiros narcotraficantes que se cambian de residencia porque sí. Investigad un poco más y si conseguís demostrar lo que me decís, los detenéis y los traéis aquí. Más no puedo hacer.
Los chicos salieron del despacho.
Pues a mí me sigue dando un pálpito―dijo Javi―. Sergio, con Natalia a planificar la infiltración. Laura, échales una mano.
¿Y tú dónde vas? ―preguntó Laura.
A la farmacia―respondió Javi.
¿A la farmacia? ―repitió Sergio.
Sí, a la farmacia. Si me quiere acompañar alguien, mejor que mejor.
Yo iré―dijo Irene.
¿Tú? ―preguntó Javi―. Bien. Llama a Rafa también. Y a Galindo. Y a tu noviete Lucas, anda… Vamos a hacer trabajar al farmacéutico. Para mañana tendré lo que necesito.
¿Qué pretendes? ―preguntó Laura.
Voy a hacerme un análisis y ya de paso que se lo hagan a los chicos. Hay que estar en forma, ¿no? Por supuesto vosotros también os vais a hacer analíticas―dijo Javi―. Y antes de mañana por la tarde quiero que estén hechas todas.
Ya. Como quieras. Nosotros nos vamos―dijo Laura.
Dentro de una hora en la sede de ADICT, Laura. Nos vemos―dijo Javi.
Se separaron allí mismo.

Sergio convocó una reunión urgente y también llamó a Natalia para que acudiera. Cualquier ayuda iba a ser poca para terminar con aquella amenaza vampírica que acechaba Cartagena. La gente no llegó hasta prácticamente la hora en punto, pero Natalia fue la primera en llegar, veinte minutos antes de que comenzara la reunión. Pasó al despacho de Sergio.
Qué temprano llegas―dijo él, poniendo un libro en una estantería―. No tenías que venir hasta dentro de veinte minutos.
Bueno, da igual―repuso Natalia, sentándose en una silla―. Así tenemos tiempo de contarnos nuestra vida mutuamente.
Mi vida es un poema trágico―comentó Sergio, dejándose caer a plomo en su sillón y mirando la pantalla de su ordenador, pensando que tenía que limpiarla un poco más frecuentemente―. Desde que entré en esta asociación estoy rodeado de gansos de corral por todas partes. En serio. Tú eres la más normal que he conocido últimamente.
Pues tiene que ser un club muy completo este que diriges―se rió Natalia―. Veamos, yo soy la más normal y soy inmortal, me alimento de sangre, tengo una velocidad bestial y una fuerza descomunal… ¿de verdad soy la más normal?
Sergio se quedó callado unos instantes, como si pensara algo…
Pues… a ver…―empezó a pensar, llevándose la mano a la barbilla; un segundo más de silencio, separó la mano, señaló a Natalia con el índice de la misma y acabó―. ¡Sí! Decididamente. La más normal.
Se rieron.
Tras unos instantes de silencio en los que Sergio se dedicó a leer unos papeles que tenía entre manos, el coordinador general de ADICT volvió a hablar.
Oye, ¿por qué nos estás ayudando? ―preguntó.
No es nada―respondió Natalia―. O sea, no es que no sea nada, pero prefiero no hablar de eso.
¿Por qué? ―preguntó Sergio―. ¿Tan terrible es?
Es simplemente que… no, mejor no. No quiero contarlo. Sí, tan terrible es. Bueno, no terrible de que sea algo horrendo, sino… no sé cómo decirlo… bah, déjalo, es una estupidez― repuso Natalia. Sergio miró al suelo, pensativo.
Bueno, como quieras―dijo―. Pero me gustaría saber el motivo por el que estás de nuestra parte. No sé, los vampiros no se ponen de parte de los humanos porque sí, según he leído por ahí.
Ya―dijo Natalia―, y no soy la única. Hay muchos que consideran aberrante matar a humanos para sobrevivir ellos. Así que cazamos, sobre todo, animales.
Sí… ¿entonces no me cuentas por qué estás aquí? ―Sergio insistió, con perseverancia, aunque se olía la respuesta.
Bueno, me caes bien―respondió Natalia, sonriente, dejando entrever sus blancos dientes―. Todos me caéis bien…
Bien, vale. Pues nada, cuando quieras, me lo cuentas. Ahora tenemos que detener a esos tipos y Javi quiere que nos infiltremos en el hotel―expuso Sergio, mostrando a Natalia los papeles que había estado leyendo―. El problema es que no tenemos un duro.
Siempre me puedes dejar eso a mí―dijo Natalia―. No tengo ningún problema.
Sus ojos pasaron de negro oscuro a un extraño color ámbar en ese momento.
Si vas por la calle haciendo eso con los ojos espantarás a todo el mundo―le dijo Sergio―. A mí me acaba de dar un escalofrío que me ha recorrido desde los pies hasta la cabeza.
Natalia intentó justificarse.
Bueno, llevo muy pocos años siendo una no – muerta. Unos veinte nada más... Al principio es insoportable. Tienes una sed de sangre incontrolable. Cada vez que vengo aquí tengo que comer algo antes para que no ocurra una desgracia. Esto no se lo deseo a nadie. El ansia de matar es impresionante. Desde que Julián me pegó el mordisco en el cuello…
¿Fue él? ―Sergio se levantó de su sillón como si le hubieran puesto fuego debajo de su asiento―. ¿El mismo al que buscamos? Vaya, ahora ya sé…
No, en principio no tiene que ver con eso. Bueno, es una parte de un gran todo. Julián no me mató de milagro. A él le debo estas malditas habilidades―dijo Natalia, con desgana.
¿Malditas habilidades? ―preguntó Sergio―. Míralo por el lado bueno. Al menos puedes ayudarnos a detenerlo.
Ya, claro. Como si vosotros pudierais detener a alguien así. Julián es más fuerte que yo. Yo soy prácticamente inofensiva a su lado―dijo Natalia―. No podéis, Sergio. Ningún humano puede detener a un vampiro. Javi está cavando su propia tumba.
Permíteme que lo dude. Javi tiene planes realmente buenos. Y si tiene que enfrentarse con un vampiro, no te diré que lleve las de ganar, porque quizá no pueda ganar. Con ayuda de José Antonio, quizá puedan entre los dos hacer algo. Y si los dos van armados, sería muy recomendable que los vampiros les superasen en número ―dijo Sergio.
Natalia se puso en pie de repente.
¿Crees que puedes detener a Julián? ¿O que Javi puede? A Javi lo van a matar y él se piensa que va a salir victorioso con su plan de tres al cuarto. ¿Piensas realmente que tiene algo que hacer contra un vampiro?― preguntó, peligrosamente―. Ni siquiera podríais detenerme a mí. Si ahora mismo quisiera matarte, lo haría sin siquiera pestañear. No eres más que un débil humano…
Oye―dijo Sergio―, te voy a decir una cosa. A Javi no lo conoces, para empezar. Él puede matar a alguien con un solo golpe bien ejecutado, al igual que José Antonio. Además, añadiré algo. Yo soy gente de barrio, y los que somos de barrio somos gente chunga…
¿Tú crees? ¿Eh, Sergy? ―preguntó Natalia, sonriente. Pero en una décima de segundo se transformó. La sonrisa había desaparecido y se había convertido en un gesto de odio. Los dientes blancos, blanquísimos, de Natalia, daban más luz que la lámpara del despacho. Los ojos tornaron en color rojo sangre. Y a la siguiente décima de segundo Natalia estaba junto a la puerta del despacho, siete metros en el sentido opuesto al que se sentaba Sergio. Y tras un segundo Natalia estaba al lado de Sergio, tras la mesa, echándole el aliento en el cuello.
No podéis hacer nada―dijo Natalia―. ¡Nada! Somos unos asesinos por naturaleza. ¡Estamos diseñados para esto! ¡No podéis detener a un vampiro solos!
Con una sola mano cogió el gran archivador que había junto a Sergio y lo lanzó contra la puerta, quedando ambos destrozados.
¿Qué pretendéis hacer contra esto, eh? ¿Vuestras pistolas ridículas? No servirá, Sergio, y lo sabes. ¡Da gracias a que estoy de vuestra parte!
Pegó un salto tremendo y aterrizó junto a lo que quedaba del archivador haciendo que el suelo temblara. Sergio estaba en total silencio, estremecido, con la mirada fija en Natalia. En su fuero interno sabía que ella llevaba razón. ¿Cómo iban a detener a dos tipos con semejantes habilidades? Se habían enfrentado a uno en la residencia y no habían conseguido siquiera rozar un pelo de su cabeza. Javi estaba cavando su propia tumba, por muy bueno que fuera su plan. Aunque, pensaba Sergio, Javi y José siempre hacían algo antes de entrar en una pelea: estudiar la estrategia del adversario. Y la estrategia de un vampiro era demasiado simple: matar y destruir.
¿Por qué te piensas que insisto en ayudaros con esto, eh? ―preguntó Natalia entonces―. Sigo los pasos de Julián desde hace años. Y cuando empezó a tratar con aquellos tipos que le pasaban sangre os vi meteros por en medio. No sé cómo pudisteis enteraros de que eran lo que eran, pero lo que sí está claro es que cualquier otra persona habría pensado en un asesino loco y un traficante de órganos que suministraba sangre para operaciones ilegales. Pero no, tuvisteis que ir más allá. Lo descubristeis todo. No tuve más remedio que venir a ayudaros si no quería que os mataran esos dos.
Sergio se quedó callado, mirándola.
¿Sabes cómo descubrimos el asunto? ―preguntó―. Porque Lucas tiene un don especial para decir chorradas. Lo último que esperábamos es que lo que Lucas nos contó fuese cierto.
Natalia recobró una forma más humana. Sus ojos se volvieron de color marrón oscuro y sus facciones algo más suaves.
¿Y por qué lo haces? ¿Por qué nos ayudas? ―preguntó Sergio.
Tras unos instantes de silencio, Natalia respondió:
No quiero ser como ellos. No me gusta matar por matar. Es deplorable.
En ese momento oyeron que la puerta principal se abría. Rafa, Galindo, Juanma y Guillermo acababan de llegar.
La gente está llegando―dijo Sergio―. Será mejor que salgamos ya.
Se dirigió a la puerta del despacho, pero el archivador, totalmente destrozado, obstruía el paso.
Oye, ¿te importa quitar esto de aquí? ―preguntó Sergio.
Natalia avanzó hacia el archivador y lo cogió fuertemente, apartándolo.
Ya está. Siento el destrozo―sonrió.
No pasa nada… creo que lo cubrirá el seguro―dijo Sergio.
Natalia le miró y le dirigió una sonrisa. Salió del despacho antes que Sergio, que se quedó mirándola, embobado.
Oye, Natalia…
¿Sí? ―ella se volvió.
Oye… esto… ¿haces algo esta noche?
No… ―respondió ella―. A no ser que me lleves a algún sitio.
Vale… ¿después de la reunión?
Claro― dijo Natalia. Hizo ademán de salir del despacho, pero volvió a entrar.
Una cosa, Sergy.
Sergio apartó la vista del ordenador que estaba apagando.
No me lleves a cenar por ahí, ¿vale?
Sergio soltó una risita irónica.
Por supuesto…

*** *** *** *** *** ***

Bien, chicos, lo que pretendemos es infiltrar a un pequeño grupo, no más de tres personas, en la habitación contigua a la que se hospedan nuestros dos amigos―decía Laura, en el comienzo de la reunión―. Así que está todo dispuesto para que Rafa, Juanma y Lucas vayan allí. Tenemos el dinero suficiente para pasar dos días en el hotel, ni uno más…
Laura se calló y miró hacia sus compañeros.
Qué os voy a contar que no sepáis ya. Máxima discreción, por favor.
La puerta de la sala de reuniones se abrió y dos figuras entraron.
Buenas tardes. Siento el retraso―dijo Javi, avanzando hasta donde estaba Laura. Cuando pasó por al lado de José Antonio, éste no pudo evitar decir:
¿Dónde estabas tú? ¿Y por qué te acompaña Irene allá donde vas, eh? ¿Qué habréis estado haciendo…?
Llamar a un sicario para que te ate, te amordace y te meta en un submarino descapotable bajo el Océano Glacial Antártico― respondió Javi, secamente―. Siempre estás igual. ¿Me meto yo en tu vida, eh? ¡Déjame en paz! ¡Te he dicho mil veces que no quiero volver a oír nada de eso! A ver si te queda claro de una puñetera vez. ¡Indio!
Ya, claro―dijo José Antonio―. Ay, Javier…
Sin hacerle ni caso, Javi ocupó su sitio.
Se fijó en las caras de sus compañeros. Honda preocupación en la mayoría de todas ellas. José Antonio esbozaba una risita irónica. Sergio miraba a Natalia embobado… y Natalia miraba por la ventana, pensando en sus cosas.
¡Sergy! ―exclamó Javi.
Sergio reaccionó y giró la cabeza al momento.
¿Qué? ¿Qué pasa?
Nada, que estás atontado, tío―rezongó Javi―. ¿Has explicado ya todo, Laura?
Todo―afirmó ella―. Si te parece hospedaremos en el hotel a dos de los nuestros. Desde allí vigilaremos estrechamente los movimientos de esos dos tíos.
Muy bien―dijo Javi―. Pues comenzad cuanto antes. Y tened cuidado. Esos dos tipos son muy peligrosos. Si no los detenemos pronto esto puede convertirse en una verdadera carnicería.
Por cierto― le interrumpió José Antonio―.¿Para qué has ido a la farmacia? No habrás ido a comprar utensilios para hacer “guarreridas españolas”…
Javi se acercó a José Antonio lentamente, medio riéndose. Lucas cogió su móvil.
¿Qué haces? ―preguntó Rafa, que estaba sentado a su lado.
Grabar lo que le va a decir Javi a José―respondió Lucas.
¿Sabes lo que he comprado, José? ¿Te digo lo que he comprado? ―preguntó Javi, peligrosamente.
A ver qué has comprado…―dijo José, riéndose.
Te he comprado un cerebro nuevo―respondió Javi―. Un cerebro tan grande que te ocupará todo el cabezón ese que tienes. Anormal de libro. ¡Anormal de libro, no! ¡Lo siguiente! ¡Vamos a lo que vamos! Vigilar el hotel es mi prioridad, y las “guarreridas” esas las haces tú con tu santa madre si te da la gana. Y como recompensa vigilarás la infiltración las seis primeras horas. ¡Hale! ¡Mamarracho! ¡Métete en tu puñetera vida! ¡Indio, que eres un indio de tribu extinta, melón de año! ¡Tener amigos para que te estén dando el coñazo!
Lucas continuó manipulando el móvil para guardar el archivo grabado. Javi tenía la mosca detrás de la oreja. Observó a Lucas con el móvil.
¿Qué estás haciendo con el móvil? ¿Mandando mensajitos a la novia? ―preguntó Javi, con recochineo, mirando a Irene, que se puso roja de inmediato.
Joder… No, Javi… mirando una cosa…―Lucas apretó sin querer un botón que no quería apretar y entonces en la sala sonó una voz. Una voz que ninguno conocía. Una voz femenina que les avisaba que algo que no quería que sucediera ninguno de los allí presentes era inminente.
Siento coger tu móvil sin permiso, pero no sé tu número y no se me ocurre otra forma de avisar y en persona seguramente daríamos el cante demasiado… sé que estáis investigando el caso de las extrañas muertes y he oído a alguien decir que ya vale de actuar en la residencia y que se van a buscar otro lugar para no levantar más sospechas de las que ya hay… sólo espero que escuches este mensaje y avises a tus compañeros. Va a ser el día 28 por la noche, estoy seguro…
Se hizo un silencio tenso. Lucas miraba su móvil como si fuera un extraterrestre. ¿Cuándo le habían cogido a él el móvil? Rápidamente miró la fecha del mensaje, que databa de unos días atrás, cuando todavía estaban infiltrados en la residencia.
¡Van a atacar! ―exclamó Lucas―. Hay que detenerles. ¡Sabemos el día! Es esta noche, van a hacerlo esta noche…
Tenemos que hacer algo―dijo Irene entonces―. Hay que hacer algo y deprisa. Hay que vigilar el hotel para ver cuándo salen y tenerles vigilados…
Todos empezaron a hablar al mismo tiempo. Solamente Javi y Laura permanecían callados, asistiendo a la discusión más grande que había habido en una reunión que habían visto nunca. Javi miró de reojo a Laura y vio que ella también le miraba… Javi abrió la boca para decir algo.
Y luego dicen ―señaló a sus compañeros― que nosotros discutimos.
Piensas lo mismo que yo, ¿verdad? ―preguntó Laura.
Javi asintió levemente con la cabeza y, acto seguido, con la misma cabeza, señaló hacia sus compañeros, que seguían enzarzados en una discusión en la que uno exponía un plan, otro decía que era muy malo y otro decía que a él no se le ocurría nada mejor.
Chicos…―empezó Laura―. ¡Hey! ¡Callaos de una vez!
No hubo éxito porque la algarabía iba en son creciente y allí ya nadie entendía a nadie. Laura habló por segunda vez.
¡Callaos! ¡Os estoy intentando decir que…!― a la pobre Laura nadie le hacía caso, la discusión continuaba. Javi miraba aquello, paseando de lado a lado, lentamente, a grandes pasos, con los brazos cruzados, mirando primero a Laura y luego al resto.
No podemos hacer eso―decía Rafa―, ¡es un disparate!
¡Eh! ¡Estoy intentando decir…!―exclamaba Laura, sin éxito. La algarabía, el griterío, el escándalo, continuaba en aumento, cada vez más.
¿Ah, no? ¿Propones algo mejor? ―preguntaba Irene―. Mi idea es la mejor.
¿Tu idea? ―saltó Lucas―. ¡Es un plan suicida!
Lo que pasa es que no tenéis ni idea de planificación―dijo Marco―. ¡No podemos saltar ahí felizmente!
¡No es saltar felizmente! ¡Es rodearles y a continuación actuar! ―exclamó Irene. Javi no daba crédito a lo que oía. La discusión continuaba y él seguía andando en silencio, describiendo círculos. Hasta que se detuvo frente a Laura y le dijo:
Si no fueras tan pacifista harías esto que voy a hacer yo― carraspeó y entonces pegó tal bramido que los cristales de las ventanas temblaron―. Ejem… ¡¡OS ESTÁN INTENTANDO HABLAR, PANDA DE CERNÍCALOS DE ESTEPA!! ¡¡CALLAOS DE UNA PUÑETERA VEZ!! ¡Lucas, cierra la boca! ¡Irene, deja hablar! ¡Marco, por favor, cállate! ¡¡Sergio!! ¡YA BASTA!
Esta vez sí que surtió efecto. Sergio protestó de inmediato.
¡Javi, van a atacar de un momento a otro, hay que trazar un plan urgentemente!
Yo creía que tú tenías ya planes trazados para hoy―dijo Javi fríamente, dejando de mirar a Sergio y posando sus ojos sobre Natalia. Sergio se puso colorado y, Natalia, de haber podido, también se habría puesto roja; mas estaba pálida como la nieve, igual que siempre, inmutable―. ¿Pero tú qué te crees? ¿Que no me entero de todo lo que ocurre en este lugar? Primero Lucas se lía con Irene y ahora tú con la vampiresa. ¡Sois unos profesionales en tocar los cojones al personal! ¡Laura quiere deciros algo importante sobre el mensaje! Así que callaos de una vez. Por favor…
Javi dejó paso a Laura. Ésta habló.
Gracias, Javi―dijo, sonriente; acto seguido se dirigió al ahora atento auditorio, que estaba en total silencio―. Me parece chocante que, estando quien grabó el mensaje en la residencia y Rafa allí con Galindo, Lucas e Irene, no fuera directamente a hablar con ellos en lugar de grabar el mensaje. Javi y yo creemos que es una trampa.
El caso es que la voz me suena―dijo Natalia―. Pero no logro...
Bueno, pero si suponemos que es una trampa―dijo Marco―, razón de más para que tengamos el hotel vigilado. Iré de inmediato con José Antonio a la habitación.
Vigiladles, poned esta cámara en el pasillo―Laura le tendió a Marco una microcámara de vigilancia―, justo enfrente de su puerta. Cuando salgan, avisáis. Rafa y Lucas estarán en la puerta de entrada del hotel y les seguirán adonde quiera que vayan.
Y entonces saltamos sobre ellos por sorpresa y les detenemos―dijo Irene.
¡Que no, animal!― exclamó Sergio―. ¡Que no vamos a hacer eso! ¡Que esos tíos nos matan! ¡Vosotros no habéis visto de lo que es capaz un vampiro!
¿Y qué vamos a hacer entonces? ―preguntó Rafa―. Porque no podemos dejarlos que campen a sus anchas por ahí.
Mira, Rafa―dijo Sergio―, vamos a estar Natalia y yo con vosotros dos en la puerta del hotel. Si intentan hacer algo, ya se nos ocurrirá algo…
Se da por zanjada la reunión―dijo Javi.
La gente comenzó a abandonar sus asientos y la misma sala de reuniones. Sergio se acercó a Natalia.
Vamos a tener que dejar el plan para otro día…
Pues sí―respondió ella―. La verdad es que el nuevo plan para hoy me gusta menos que el anterior.
Se levantó de su silla y se fue. Antes de salir por la puerta, volvió la mirada y se despidió de Sergio con un gesto de la mano. Javi y Laura se acercaron a Sergio.
Bueno, ¿qué? ―dijo Javi―. ¿Ligando con el personal?
Dame un respiro, hombre―repuso Sergio―. A ver si no voy a poder ahora echarme novia…
Mira, haz lo que te dé la gana―dijo Javi, riéndose―. Yo no me meto en la vida de la gente, como otros…
Daba la casualidad de que José Antonio estaba allí cerca y lo oyó.
Javier, el ansia te puede...―dijo José―. Eres un caso perdido.
Lo sé―dijo Javi―. Vamos a lo que vamos. A la infiltración. Laura, ¿vienes un momento a mi despacho? Te voy a contar el plan que tengo por si algo se tuerce…
El plan por si algo se tuerce me lo conozco ya de memoria―dijo José Antonio.
¿Te he dicho ya que eres un cataclismo andante? ―preguntó Laura, despreocupadamente, mientras salía de la sala de reuniones.
Sí, creo que sí…
Pues entonces te lo digo otra vez más. Hasta luego.
La puerta se cerró.
Y volvió a abrirse. Era Marco.
José, ¿nos vamos o qué?

X. Sed de sangre.

Marco y José Antonio llegaron al hotel en diez minutos, andando a un buen ritmo. Cogieron una habitación que estaba justo al lado de la que ocupaban sus dos sospechosos, que ahora, más que sospechosos, estaba confirmado que eran asesinos.
Deshicieron la única maleta que llevaban y Marco salió al pasillo para poner la cámara en aquel momento en el que no había nadie.
Bueno―dijo Marco, entrando―. Ya tenemos cámara puesta. Ahora saco el portátil, lo enciendo…
Y a los dos minutos ya se veía el pasillo y, a la izquierda de la imagen, la puerta de la habitación contigua. Marco habló por su móvil.
Ya tenemos la cámara―dijo―. Cuando salgan os avisamos.
Muy bien―dijo Sergio―. Espero la señal. Yo voy para allá, Marco. Cuando llegue te avisaré.
Sergio colgó y, seguido de Rafa, Lucas y Natalia se dirigieron hacia la puerta del hotel. Cada uno llevaba un auricular para estar comunicado con el resto de miembros de la asociación.
Pero para Marco y José no habían terminado de empezar las sorpresas. En menos de cinco minutos llamaron a la puerta. Y entraron Juanma, Sandra y Guille.
Vaya habitación maja, ¿eh? ―decía Guille―. Se ve que hay calidad…
¿Qué hacéis aquí? ―dijo Marco―. ¡Se supone que tenéis que estar vigilando la otra punta de la calle!
Bueno, pero es mejor que cuando salgan les sigamos desde aquí―dijo Juanma―. Si suponemos que van hacia esa punta de la calle puede ser que vayan en sentido opuesto, Marco, y entonces…
Vale, vale―dijo Marco―. Pues nada… quedaos aquí.
Llamaron a la puerta otra vez. José Antonio abrió. Irene y Galindo.
¿Pero qué es esto?―Marco se enfadó―. ¿No os asignaron puestos de vigilancia o qué? Ahora ya entiendo los cabreos de Javi…
Hombre, hay que vigilar desde el sitio―dijo Irene―. Imagínate que salen y los perdemos por no estar bien situados…
¿Bien situados? ¡A ti sí que te voy a situar yo, pero en el próximo barco que salga para Australia! ―exclamó Marco. José Antonio miraba la pantalla del ordenador.
Aquí no sale nadie―dijo―. Bueno, ha salido uno, pero el otro se ha quedado dentro… mira, ahora vuelve el otro…
Haz algo útil―dijo Marco dándole una cámara a Galindo―. Sales y la pones en las escaleras, en el piso bajo, enfocando la puerta de entrada. Así sabremos que salen del hotel y podremos dar el aviso.
Galindo se fue de la habitación, cuidando que no le viera nadie. Regresó a los cinco minutos.
¿Ya? ―preguntó Marco. Galindo asintió.
Además de poner la cámara me he tomado la libertad de pedir un ligero piscolabis al servicio de habitaciones―añadió Galindo.
Y en unos pocos minutos el tipo del servicio de habitaciones se plantó en la puerta con el carrito y Galindo le abrió. El carrito estaba cargado con todo tipo de comida y una gran botella de champán. Aquello iba a costar una fortuna. Marco pensó en empezar a darse cabezazos contra la pared. Empezaba a entender por qué Sergio y Javi se enfadaban tanto.
Tú estás loco. Estos de aquí al lado ya saben que aquí hay gente―dijo.
Sí, pero no saben que somos nosotros. Cálmate―dijo Galindo.
El móvil de Marco sonó. Éste lo miró.
Joder. ¡Javi!
Se guardó el teléfono.
¿No lo coges? ―preguntó José.
No―dijo Marco―. Para explicarle que están todos aquí, no lo cojo…
Mientras tanto, Sergio, Natalia, Rafa y Lucas se habían colocado ya enfrente de la entrada del hotel, controlando quién entraba y quién salía. Eran casi las doce, así que no podían tardar mucho. A las doce y dos minutos la puerta de la habitación vigilada por los chicos se abrió y los dos tipos salieron.
Sergio, ya se han ido―dijo Marco por un micrófono―. Creo que se van ya… sí, se dirigen hacia la puerta principal. Se han parado en recepción…
Sergio, apostado en la entrada, se dirigió a Natalia.
Nosotros les seguiremos. Lucas, Rafa, quedaos aquí. Que no os vea nadie.
Marco, desde su posición en la habitación, se dirigió al resto:
Venga, Juanma, vas a entrar en su habitación y vas a ver si hay algo.
¿Yo? ―preguntó Juanma―. Pero si ya está entrando alguien…
¿Cómo? ―exclamó Marco. Juanma señalaba la pantalla de ordenador desde la que se veía lo que grababa la cámara que habían puesto en el pasillo. Y Javi y Laura entraban en la habitación aquella. Javi estaba actuando por su cuenta y riesgo, sin contar con nadie, y Laura le seguía. A los dos minutos salían, moviendo la cabeza. Evidentemente no habían encontrado nada relevante.
Se han ido―decía Laura―. Eso es indiscutible.
Javi asintió con la cabeza.
Bien, vamos a poner en marcha mi plan.
Espero que salga bien―dijo Laura.
En ese instante el móvil de Javi vibró. Tenía el sonido quitado para ser discreto, pero aun así tenía puesto el vibrador por si llamaba alguien. Cogió el teléfono y contestó mientras caminaba por el pasillo, seguido de Laura.
Vaya…
¿Quién es? ―preguntó Laura. Javi le hizo un gesto con la mano para que se esperara. Estando en el pasillo y dirigiéndose al ascensor no era nada raro contestar una llamada telefónica, y más si los dos tipos aquellos no estaban en su habitación.
¿Y dices que vuelves? ¿Pero por qué? Ah, que estás hasta las narices de Finlandia… ¿cuándo regresas? ¡Mañana! ¡Qué gracia! ¿Un sitio en ADICT? ¡Claro que sí! Aunque ahora mismo tenemos a Héctor Aparicio de portavoz, así que… bueno, siempre puedo sustituir a Lucas en la subjefatura de operaciones, es un verdadero desastre…
Por la cámara del pasillo todos podían ver y oír la conversación de Javi, así que Lucas miró a Rafa y le dijo:
Que me quiere sustituir. ¡Me quiere sustituir!
No me extraña, eres una calamidad―respondió Rafa.
Bueno, vale. Sí, claro, te esperamos en el aeropuerto el sábado. Hasta luego.
Estas fueron las últimas palabras de Javi antes de colgar. Lucas estaba realmente enfadado.
Me quiere sustituir por un amigo suyo finlandés. ¡Esto es de traca!
No tiene ningún amigo finlandés, idiota―le replicó Rafa―. Sólo sé de una persona que conozca el amigo Javi que esté en Finlandia y esa no es otra que Marta, así que cierra la boca y céntrate en vigilar…
Javi y Laura habían abandonado el hotel. Sergio y Natalia habían empezado a seguir a los dos tipos, fueran a donde fuesen. No podían andar lejos. Efectivamente, Laura señaló hacia la izquierda según se salía del hotel: allí iban Sergio y Natalia. Un poco más adelante, a una distancia prudente, estaban Julián y su compañero, aunque Javi y Laura no les veían.
No me gusta esto―dijo Laura―. Como Julián se entere de que Sergio le sigue y nosotros seguimos a Sergio…
Que se entere―dijo Javi―. No me da ningún miedo.
De la valentía a la insensatez hay un paso muy corto―dijo Laura―. No sé si eres un valiente o un insensato…
Yo creo que un insensato. ¿Quién iba a perseguir a un vampiro a media noche por una ciudad desierta? ―preguntaba Javi―. Yo creo que nadie.
Sergio y Natalia continuaban siguiendo a los dos vampiros. Tras unos diez minutos los dos sujetos entraron en un edificio.
Esto es un bloque de oficinas―dijo Sergio―. No lo entiendo. Esta empresa quebró por la crisis el año pasado y ahora mismo no vive nadie dentro. ¿Buscan algún sitio para ocultarse o qué?
Natalia observó el lugar. El edificio era alto, unos veinte pisos, y no era para nada antiguo.
Tendremos que vigilar hasta que salgan de aquí…―dijo Sergio, pero se calló de repente y miró a Natalia. Estaba emitiendo una especie de siseo que recordaba al de una serpiente―. ¿Te pasa algo?
No…―decía ella―. Sergio, lárgate. No quiero hacerte daño.
Los ojos de Natalia tornaron en un amarillo oro brillantísimo que iluminaron la noche. Y la chica se acercó amenazante hacia Sergio.
Tú no quieres morder a nadie, ¿recuerdas? ―preguntó Sergio, intentando conservar la calma, sin éxito.
Ya lo sé… pero como te dije, llevo poco tiempo siendo lo que soy. Y este es uno de esos momentos en los que me es imposible controlar la sed de sangre que tengo. Sé que voy a arrepentirme todos los días a partir de hoy de lo que voy a hacer…
No hagas nada―murmuró Sergio, lentamente. Y levantó la voz―. ¡No hagas nada! ¡No me obligues a…!
¿A qué? ― gritó Natalia, abalanzándose sobre Sergio con un gran salto y empujándole. Sergio cayó de espaldas seis o siete metros más allá de donde se encontraba. Unos cien metros más allá, Laura y Javi pensaron oír algo…
¿Qué demonios…?―se preguntaba Laura. Javi no se detuvo ni a pensar.
Llama inmediatamente a José Antonio. ¡Es Sergy!
Echó a correr. Llegó al punto donde se encontraba Sergio. Estaba tirado en la acera y Natalia se acercaba a él sin poder controlarse. Natalia no veía más que a su presa tirada en la acera. No podía controlar su instinto asesino de ninguna forma.
No lo hagas―dijo Sergio nuevamente, tirado en el suelo―. Me dijiste que no querías ser como ellos. ¿Mentiste, o qué pasa aquí entonces?
No quiero ser como ellos―respondió Natalia, acercándose a él, lenta y amenazadoramente―. Pero como te he dicho, esto no es nada fácil de controlar…
En ese momento un grito resonó en la oscuridad. Javi se acercaba corriendo y pegó un salto, levantando la pierna derecha lateralmente y alcanzando a Natalia entre el pecho y el cuello. Natalia cayó hacia atrás.
¡Levanta, Sergio! ―bramó Javi―. ¡Esto de seguirte ha sido la mejor idea que he tenido nunca! ¡Sólo a ti se te ocurre largarte por la noche con alguien que te puede matar!
¡Me dijo que no quería ser como ellos! ―exclamó Sergio, levantándose. Natalia también se levantó y con sus amarillos ojos miró hacia su atacante. La patada de Javi no había tenido mayores consecuencias para ella que un simple susto. La decisión de Natalia era ahora matar a aquel que la había atacado a traición.
Lo que no quiere decir que pueda controlar su sed de sangre. Estamos hablando de vampiros. ¡Déjame a mí!―le dijo Javi a Sergio. Laura llegó, colgando su móvil y avisando de que José Antonio estaba en camino. Se puso a la altura de Javi y de Sergio y sacó su pistola.
Eso no sirve de nada―dijo Sergio.
¿Ah, no? ―preguntó Laura―. Vamos a ver qué tal le sientan a esa bicha las balas de nueve milímetros.
¿UNA NUEVE MILÍMETROS? ―exclamó Javi―. ¿De dónde la has sacado?
Mi abuelo me la dio―respondió Laura.
Natalia se encaró con los tres jefes de ADICT. Los ojos, brillantes; el rostro, más pálido que de costumbre.
¿Y tu plan, Javi? ―preguntó Sergio.
Mi plan era para hacer la del cebo a los otros dos, pero no ejecutarlo con ella―dijo Javi―. Y así lo haré, o al menos lo intentaré. ¡Voy a hacer que se le pase el hambre a tortazos!
¡No hagas el loco! ¡Desustanciado! ¡Yo sé lo que puede hacer! ¡Levantó un archivador con una mano!―bramó Sergio, viendo que Javi se adelantaba.
Pues que me levante a mí con una mano si puede―dijo Javi, amenazante. Natalia saltó hacia Javi con instintos asesinos pero éste se apartó a un lado con suma facilidad y agilidad y le dio una patada lateral, desviándola de su trayectoria.
Nos van a matar infelizmente―decía Sergio.
¡No digas eso ni de broma! ―exclamó Laura.
Javi había esquivado el primer ataque, pero algo le decía que no iba a ser nada fácil hacer lo mismo con el segundo. Javi sostuvo la mirada a Natalia durante unos segundos. De improviso, Natalia se abalanzó sobre él, pero Javi había percibido que iba a atacar: saltó de nuevo y le pegó una patada en la cara, frenándola en seco. Acto seguido, abrió la mano y con el canto de la misma le dio dos golpes rapidísimos y con toda la fuerza de que era capaz, uno en el esternón y otro en la nuca. Natalia pegó un traspié pero no llegó a caer al suelo.
¿Qué estás haciendo, chalado? ―bramó Sergio, viendo que aquello era una locura. Su amigo no podría frenar eternamente los envites de Natalia.
Los vampiros son armas de matar―replicó Javi―. Pero un karateca también lo puede ser. Si le doy a cualquier persona estos golpes, la mato fácilmente. Pero cuando alguien es un no – muerto, es diferente.
Natalia saltó y desapareció en el aire. Laura apuntó con la pistola hacia el cielo, sin tener un blanco concreto. Sergio atisbó antre los edificios, entre los coches aparcados. No había nada. Javi se mantuvo quieto, impasible, aparentando tranquilidad.
¿Y ahora qué? ―preguntó Laura.
Aplica las enseñanzas de mi maestro―murmuró Javi―. Si no ves a tu oponente, utiliza tus otros sentidos. Escuchar. Sentir. Oler.
Como una bala de cañón Natalia salió de improviso de entre dos coches que estaban aparcados en la misma calle. Se abalanzó sobre Javi y se lo llevó por delante hasta golpearle contra la pared de un edificio. Javi pudo amortiguar el golpe a tiempo como le habían enseñado en las clases de karate pero aun así el impacto fue tremendo. Se hizo varios arañazos y recibió un golpe en la cara que le hizo comenzar a sangrar por el labio inferior y por una ceja. Aquello despertó aún más la sed de sangre de Natalia, que se preparó de inmediato para morder a Javi. Pero éste vio sus intenciones a tiempo y contraatacó con otros dos golpes que para un humano hubiesen resultado el KO. Primero lanzó el pie hacia atrás apartando unos centímetros a Natalia y teniendo más espacio para moverse. Se volvió hacia ella. Natalia se preparaba para mover ficha. Pero Javi no le dio tiempo. Con la mano abierta golpeó en la parte izquierda del pecho de Natalia, allí donde se encontraba su inmóvil corazón; y luego con el canto de la otra mano golpeó fuertemente a la sien. Cerró el puño rápidamente y le asestó un fuerte golpe en la boca. Y Natalia no esperaba de ninguna de las maneras este resultado para su demoledor empujón. Fue totalmente pillada por sopresa. Momento que aprovechó Javi para darle un par de golpes más. Con un golpe circular del codo atacó a la cara de la chica y luego con el puño de la otra mano, de abajo arriba, le dio un golpe en la barbilla que habría saltado los dientes de cualquier persona normal. Pero Natalia no era una persona normal. Retrocedió un par de pasos, únicamente. Javi ya no sabía qué más hacer. Lanzó una patada circular a la cara de natalia y sin bajar el pie al suelo le dio otros dos golpes en el mismo sitio. Bajó el pie, giró sobre sí mismo, estiró la otra pierna y alcanzó a Natalia en el pecho, haciéndola retroceder otro paso más. Pero Natalia seguía en pie. La desesperación de Javi se palpaba en el ambiente. La fuerza física nunca había sido su fuerte. La velocidad, en cambio, sí. Pero no podía competir en velocidad con un vampiro. José Antonio llegaba, corriendo, en ese momento.
¿Qué pasa? ―preguntó.
¡Cuidado ahí! ―exclamó Javi. Natalia vio que llegaba un refuerzo y fue directamente a por él. Se abalanzó sobre José Antonio, tirándole de espaldas contra el suelo. El resultado tampoco fue el esperado para ella, ya que José dio una voltereta sobre su hombro y se levantó, saliendo ileso.
¡Ya basta! ―exclamó Sergio―. ¡Natalia, ya vale, te digo!
No podemos vencerla a no ser que la matemos―dijo Javi, llevándose la mano a la boca y limpiándose el hilo de sangre que le caía por la misma.
¿Estás bien? ―preguntó Laura.
Casi me ha destrozado con ese golpe. Me ha abierto la ceja. Diría que me duele todo. Pero ahora no es el momento de quejarse. ¡No hay dolor! Para algo nos enseñan a soportar los golpes―respondió Javi, y se dirigió a José Antonio, que estaba a la defensiva, esperando a que Natalia se decidiera a atacar―. ¡Usa las técnicas más fuertes que se te ocurran! ¡No sirven de nada las luxaciones ni las proyecciones! ¡Utiliza golpes mortales! ¡Ataca al cuello, al pecho, al bajo vientre!
Natalia se lanzó sobre José Antonio. Éste intentaba detener los golpes como podía, pero Natalia golpeó entonces demasiado fuerte: a pesar de que a simple vista José era treinta centímetros más alto y muchísimo más corpulento que Natalia, ésta le embistió y le tiró al suelo. Javi llegó por detrás y le dio a Natalia un buen golpe con el codo en la espalda, derribándola. José Antonio se incorporó. Fue a dar una patada a Natalia aprovechando que ella estaba en el suelo, pero fue visto y no visto: ella ya se había levantado y puesto frente a frente con Javi y José.
La escena a la que estaban asistiendo Laura y Sergio era espectacular. Dos karatecas que no bajaban la guardia frente a una vampira que no podía controlar su sed de sangre. Natalia se lanzó contra Javi a toda velocidad. José Antonio vio lo que se venía encima y, buscando la distancia, se puso entre Javi y Natalia. Levantó un pie y atacó con una patada circular a las piernas de Natalia, que al tropezar con ellas salió rodando hacia delante, yendo a caer sobre el capó de un coche, que quedó destrozado.
¡Joder! ―exclamó José, llevándose las manos a la pierna―. ¡Mi pierna!
¡Laura! ¡Las muestras! ¡Rápido! ¡Es la única salida! ―exclamó Javi.
Laura miró en su bolso rápidamente y sacó una probeta con sangre. Rápidamente fue a dársela a Javi.
¿Qué es eso? ―preguntó José Antonio, agachado, masajeándose la pierna.
Para esto fui a la farmacia el otro día―dijo Javi―. Análisis de sangre. Con ese pretexto me saqué medio litro y saqué medio litro a cada uno de los que me acompañaron. Los saqué todos de la farmacia.
Natalia se incorporaba entonces. Se encaró con Javi, mirando la muestra de sangre que él tenía entre sus manos.
¡Natalia, no hace falta que muerdas a nadie! ¡Coge la maldita probeta! ― exclamó Sergio.
Javi miró fijamente a Natalia. Ésta le devolvió la mirada con ira.
Coge la probeta. Si sigues así no podrás con nosotros por muchos superpoderes que tengas. Puede que seas muy ágil, muy fuerte y todo lo que tú quieras. Pero créeme― dijo Javi, tendiendo el frasco de sangre a Natalia―, esto es lo único mío que vas a conseguir. Da gracias a que no tengo una estaca a mano, porque si no te habríamos borrado del mapa. Y ahora coge la sangre.
Natalia no dijo nada. Cogió la probeta llena de la sangre de Javi y se la llevó a la boca. En poco tiempo la probeta quedó vacía. Javi, Sergio, José y Laura miraron hacia Natalia. Javi tendió la mano y recogió la probeta, vacía ahora, y se la devolvió a Laura. Natalia se dejó caer al suelo de rodillas y se llevó las manos a la cara. Los chicos de ADICT la rodearon formando un semicírculo.
¿Qué he hecho? ―preguntó Natalia, afligida―. ¿Qué he hecho?
Nada―respondió Javi, apoyándose en una pared y respirando hondo―. Lo único que has conseguido es hacerme un par de cortes.
Te dije que a Javi y a José Antonio había que darles de comer aparte―dijo Sergio, acercándose a Natalia y agachándose justo enfrente de ella. Apoyó su mano en el hombro de ella―. Ya ves cómo han aguantado el ataque. Así que déjalo. No te has podido controlar, y ya está. Es normal.
¿Y tú me dices el otro día que quieres que salgamos? ―preguntó Natalia, mirando fijamente a Sergio―. ¿Y si me pasa esto otra vez?
Eso es un riesgo que hay que correr―repuso Sergio.
Natalia, no te preocupes―respondió José Antonio.
¿Que no me preocupe? He estado a punto de mataros―dijo Natalia.
Hombre… a punto, a punto…―terció José Antonio―. Yo no tengo un rasguño.
Sí, ya. Una lástima que yo esté hecho un cromo―dijo Javi. Le caía un hilo de sangre desde la ceja, tenía varios arañazos en la cara y en las manos, y estaba sucio de pies a cabeza. En verdad parecía que le había pasado un camión por encima.
Qué idea la tuya de los análisis de sangre―dijo Sergio―. ¡Qué idea! Vamos ahora mismo a la farmacia de guardia para sacarnos nosotros un poco también.
El problema es que ahora que sé cómo sabe la sangre de Javi, me va a resultar más complicado contenerme, sobre todo con él―dijo Natalia―. Es algo incontrolable. Necesitaría cien años para lograrlo…
Me temo que yo no tengo tanto tiempo―dijo Javi―. Así que acompañaré a Sergio a la farmacia y volveré a sacarme sangre… por si acaso. Además, tienes dos opciones. O te contienes o dejas de ser una no – muerta para convertirte en una muerta entera. Tú eliges. Pero a mí no me chupas la sangre porque no me sale de mis santos…
A ver, Javier, a ver… que ahora a la vampira le da por chuparte la sangre a ti… ¿por qué siempre acabas metido en estos líos?―empezó a decir José Antonio.
Deja de decir gansadas―le espetó Laura―. Como si a Natalia le gustase ir chupando sangre por ahí.
Os recuerdo que los tipos esos siguen ahí dentro―dijo Sergio, harto de tantas tonterías, intentando reconducir la conversación a unos cauces más calmados―. Hay que averiguar qué están haciendo.
Llevan tiempo ahí―dijo Laura―. Seguro que no pretenden nada bueno. Este bloque está vacío desde hace tiempo. No me extrañaría que se instalaran ahí.
Javi cogió su teléfono y llamó a Rafa de inmediato, citándole en el lugar donde estaban. Daban ya la una de la mañana y la noche tenía pinta de ser larga. Muy larga. Sumado al frío que hacía a mitad de febrero, una vigilancia intensiva, que era lo que Rafa se olía, podía hacerse eterna. Rafa llegó junto con Galindo, Guillermo, Lucas, Sandra, Mónica y Juanma.
Están ahí dentro―dijo Sergio, señalando el alto edificio―. Queremos averiguar qué se proponen. Hay que vigilar a ver cuándo salen.
¿Entonces, la grabación en el móvil de Lucas…?―preguntó José Antonio.
Pues parece que es cierto. No sé quién es―dijo Sergio―. Tendremos que identificar la voz sea como sea.
Natalia se incorporó y miró hacia los chicos de ADICT.
¿Qué pensáis hacer?
Aquí hay algo muy gordo―dijo Javi entonces―. Qué quieres que te diga. Llevo desde los dieciséis años investigando casos raros y peligrosos. Y voy a cumplir veinticuatro dentro de un mes. Lo cual quiere decir que ocho años de experiencia en esto de resolver casos raros es mucho tiempo.
¿Qué quieres decir? ―preguntó Natalia.
Quiero decir―respondió Javi― que no me trago que Julián Cabrera haya orquestado él solo este maldito baño de sangre que pretende llevar a cabo. El primer paso es el escondite. Le descubrimos en la residencia. Le descubrimos en el hotel. Está intentando despistarnos, ¿no os dais cuenta? Se está percatando de que somos una amenaza en potencia para él. Se dio cuenta cuando le pillasteis en la residencia y no consiguió tocaros ni un pelo.
Porque no quiso―habló Sergio.
O porque se dio cuenta de nuestro potencial―dijo Javi―. Esto es más de lo que parece y yo voy a llegar al fondo de este asunto. Por mis santos cojones llego yo al fondo de este asunto.
Rafa se dirigió a todos.
He puesto una cámara. Sabremos cuándo salen de ahí. Nos pondremos aquí a la salida dentro de la furgoneta y estableceremos turnos de vigilancia. Si salen, les seguiremos allá adonde vayan―dijo, resueltamente.
Bien―dijo Sergio―. No creo que haga falta deciros que como la volváis a cagar os mando a todos a la puta calle …
Conmigo aquí no hay fallo posible―dijo Rafa―. Podéis iros tranquilos.
Así que todo el grupo de Rafa estableció una vigilancia. Desde el interior de una furgoneta camuflada aparcada enfrente, establecieron turnos para poder dormir y vigilaron estrechamente la puerta. Tras una noche larga, llegaron las siete de la mañana y no había absolutamente nada. Los dos tipos aquellos no habían salido del edificio aún. Rafa iba a retirarse ya, viendo que la vigilancia era infrctuosa. Pero en ese momento los dos tipos abandonaban el sitio.
Lucas, sígueles―le dijo Rafa―. Ve con Juanma y Sandra y sígueles a ver si vuelven al hotel. Supongo que Marco está desesperado…
Ciertamente, volvieron al hotel. Pero no estuvieron mucho tiempo. Entraron, cogieron sus efectos personales, que habían dejado allí el día anterior, y volvieron a irse tras pagar lo que debían. Lucas fue a la habitación donde estaba Marco tras dar instrucciones a Juanma y Sandra.
Seguidle vosotros. Voy a avisar a Marco de que ya no hace falta vigilar el hotel.
Así, mientras Lucas le dijo a Marco que abortara la vigilancia de la habitación contigua a la suya, Juanma y Sandra volvieron a seguir a los dos sujetos… pero no iban de camino al edificio abandonado, sino a la residencia universitaria. Así que Juanma llamó a Rafa.
Mira a ver si puedes entrar en el edificio ese, a ver si han dejado algo.
Muy bien.
Rafa envió a Guillermo y a Galindo al edificio. Llamaron al ascensor, pero como era de esperar no funcionaba. Así que tuvieron que subir andando. No les hizo falta más de un piso para vislumbrar en el descansillo unos cuatro cuerpos tirados en el suelo. Galindo se acercó. Guillermo fue el que dijo lo que estaban pensando los dos.
Joder… ¡están muertos!
Llamó a Javi al móvil de inmediato. Éste contestó.
Lo que dije, Guille. Justo lo que dije.
¿Qué dijiste?
Un baño de sangre que se cierne sobre la ciudad. Y me parece, amigos míos, que somos los únicos que están al tanto. Y por consiguiente, los únicos capaces de detenerles. Tengo que ir al aeropuerto. Vosotros llamad a la policía.










XI. Cazadores.

Rafa fue el que avisó a la policía después de recibir la noticia de lo que había pasado. El comisario, don Alfredo Fuentes, así como Sergio, se presentaron de inmediato en el lugar.
Le dijimos que teníamos sospechosos, comisario―dijo Sergio―. Y han tenido que ser ellos. Hemos vigilado toda la noche el edificio y no ha entrado ni salido ni una persona.
Las víctimas parecen ser cuatro okupas―dijo Rafa―. Mismo modus operandi que en las anteriores muertes, lo que nos indica que es obra de esos dos malnacidos.
Don Alfredo suspiró. La policía acordonó la zona. Una sensación de impotencia se apoderó de Sergio. Eran sólo dos. Pero aquellos dos eran como un ejército. Tenían que anticiparse a sus movimientos. La única salida era matarles antes de que ellos mataran más gente. Y utilizando a su favor el factor sorpresa.
Quiero que les detengáis, chicos―dijo el comisario―. No puede morir nadie más de esta manera.
Hacemos lo que podemos―respondió Sergio―. Les estamos siguiendo desde hace unos días. No se nos escapa nada. De la residencia al hotel y del hotel a este bloque de pisos en ruinas. Es una persecución en toda regla.
Pues más vale que os dejéis de seguimientos y actuéis ya―respondió don Alfredo―. Y hacedlo cuanto antes.
La policía abandonó el lugar tras el levantamiento de los cuatro cadáveres. La zona fue acordonada.
No nos queda otra opción―dijo Sergio―. Cuando sepamos dónde se van a alojar la próxima vez, tendremos que atacar. Iremos provistos de un buen equipo anti vampiros, por supuesto.
ADICT siguió muy bien los movimientos de Julián y Juan Antonio, que volvieron al bloque acordordonado por la policía. Todos los indicios les hacían pensar que se iban a quedar allí. Rafa reunió a su grupo en la furgoneta desde la que habían estado vigilando toda la noche.
Hay que detenerles―dijo―. No podemos estar aquí mirando cómo matan a más gente.
¿Qué pretendes que hagamos? ―preguntó Lucas, que no las tenía todas consigo después de haber visto la escena matinal.
Escondernos y atacarles por sorpresa―dijo Rafa―. Una buena estaca y haremos desaparecer el problema. Crucifijos, ajos y todas esas cosas que espantan a los vampiros. Hay que ir bien provistos, desde luego.
¿Se lo decimos a Sergio? ―preguntó Galindo―. Nos tiene que dar el visto bueno…
Sí. Claro―afirmó Rafa―. Se lo diremos.
A Sergio le pareció una idea excelente lo de esconderse y atacarles por sorpresa. Era, tal vez, la única manera de acabar con ellos.
Cuando salgan del bloque―les dijo― os metéis vosotros, os escondéis en una habitación con las armas a mano y cuando regresen, les salís por la espalda y acabáis con ellos. No hay más que hacer. La amenaza desaparecerá totalmente.
¿Y quiénes son los elegidos para tan ardua misión? ―preguntó Laura―. ¿Rafa, Galindo, Lucas, Irene? ¿Ellos cuatro?
Yo creo que sí―dijo Sergio―. Galindo y Lucas tienen la oportunidad de su vida de redimirse por todas las tonterías que han hecho. Aquí un pequeño equipamiento que me ha dado Laura. Un par de estacas de madera bien afiladas. De roble― entregó una a Rafa y otra a Irene―. Aquí un poco de agua bendita. Ya sabéis que los vampiros no soportan el tacto de este agua… y claro, una cabeza de ajos. Con los vampiros de hace años funcionaba. No veo por qué no lo va a hacer con los de ahora.
Cuando entréis nos avisáis―dijo Sergio―. Si las cosas se tuercen o salen mal, estaremos por allí cerca.
Rafa le dirigió una mirada sarcástica y le respondió:
Si la cosa sale mal, Sergy, y estáis por allí cerca, cuando lleguéis estaremos muertos. Nos estamos jugando la vida, ¿sabes?
No vais a estar muertos―le aseguró Sergio.
Te veo muy seguro―dijo Galindo.
Estamos muy seguros―intervino Laura. Acto seguido sacó de una bolsa las muestras de sangre que tenía guardadas―. Todo esto se puede utilizar como cebo. Los vampiros captarán vuestro olor enseguida. Así que será mucho mejor que utilicéis esto para confundirles. Tengo una muestra de sangre de cada uno de vosotros, así que cada uno llevará la suya encima y cuando lleguéis allí, la ponéis en un sitio estratégico que ellos puedan ver. No creo que la pasen por alto. Cuando se dispongan a cogerla, os acercáis por detrás y… ya sabéis el resto.
Rafa miró la estaca que tenía en su mano. El plan parecía fácil. Irrisoriamente fácil. Cuando los dos sujetos llegaran les olerían. Cuando vieran la sangre bien empaquetada pensarían que el olor provendría de esa misma sangre y no de cuatro personas que les estarían esperando, ocultas en la misma habitación, dispuestas a acabar con ellos.
Daban las once de la noche. Galindo, Lucas, Irene y Rafa vigilaban estrechamente el edificio sospechoso. Aún continuaba la cinta que había puesto la policía por la mañana. Vieron que dos tipos salían del edificio. Eran ellos. Se alejaron por la calle y un par de minutos después, Rafa dio la orden de entrar.
Aquello era un enorme bloque de oficinas. No había más que largos pasillos, despachos y amplias salas. Pero todo estaba medio en ruinas, a pesar de que la estructura del edificio etaba en perfecto estado. Era una sensación de total abandono. Un lugar ideal para esconderse, pensó Rafa. El móvil le vibró entonces.
Dime, Sergio.
Es el momento ideal. Marco y José Antonio están siguiendo discretamente a los dos tipos y se alejan cada vez más de la Zona Cero. Si por lo que sea vemos que van a regresar, os avisaré con tiempo.
Bien―dijo Rafa, hablando en voz baja. Colgó. En ese momento a Irene le pareció oír algo.
¿Habéis oído?
Se hizo el silencio. Todos aguzaron el oído, pero no pudieron oír nada.
¿Qué has oído? ―preguntó Rafa.
Es como si hubiera alguien en el piso de arriba―dijo Irene.
Menuda tontería. Este edificio está abandonado… ¿o no? ―dijo Lucas.
Ahora sí que lo oyeron. Y efectivamente, era en el piso justo encima de donde se encontraban. Sus corazones empezaron a palpitar rápidamente. Rafa pensó que con el ruido que hacían los latidos podrían descubrirlos fácilmente.
Dejamos las muestras y nos escondemos― señaló una habitación al fondo de un pasillo―. El olor de la sangre les guiará directamente hacia las muestras. Espero que Sergio y Javi lleguen pronto con refuerzos.
Avanzaron en la oscuridad por el pasillo. La única iluminación que había allí era la que provenía de las farolas de la calle.
Y volvieron a oír el ruido. Ahora parecía que estaba en el mismo piso que ellos. Parecían pasos que alguien daba por allí cerca, sin miedo o temor a ser visto u oído.
Los cuatro continuaron andando en la oscuridad. Llegaron a la habitación. Rafa se adelantó y asió la agarradera de la puerta, rezando para que no hiciera ruido al abrirse. Entró a la habitación, que resultó ser un despacho tan polvoriento y abandonado como el resto. Lo que quedaba de una mesa y un armario eran los únicos muebles que había allí.
Las muestras―dijo Rafa―. Encima de la mesa.
Cada uno dejó el frasco con su sangre allí, encima de la sucia mesa. El móvil de Rafa vibró. Un mensaje de texto. Eran solamente cuatro palabras, pero el significado era suficiente.
Ya vuelven. 5 minutos”.
Rafa contestó. “Piso 5, habitación del fondo”.
La suerte ya estaba echada. Se escondieron los cuatro dentro del armario, bastante amplio para ocultarlos a todos, por suerte. Pero no habían hecho más que esconderse cuando alguien entró a la habitación y vio el regalito que había encima de la mesa. Rafa escudriñó atentamente a través del filo de la puerta del armario, que había dejado abierto. A ese tipo no lo conocían de nada y se dirigía a las muestras de sangre. ¿Quién había dejado eso allí?
Joder…―murmuró Rafa―. Que es uno. Que no sé quién es. Que no es el Julián ese ni su amigo el tal Juan Antonio… que la hemos vuelto a liar…
Vale, calma―dijo Irene―. No contábamos con que pudiera haber alguien más. Hay que actuar ya.
¿Qué…? ¿Estás loca? ―dijo Lucas. Irene había salido resueltamente antes de que aquel tipo pudiera beberse toda la sangre que habían dejado allí de cebo. El tipo se percató de la presencia de alguien más allí. Dejó el frasco que se había llevado a la boca en la mesa y se volvió.
Hola―dijo Irene.
Lanzó la estaca desde su posición. Acertó en el blanco. El tipo cayó al suelo pegando un alarido y se transformó en polvo al instante. Irene recogió la estaca y volvió a esconderse. Alguien había oído los gritos.
¿Qué pasa ahí? ¿Alfonso?
Una segunda persona entró en la habitación. Y una tercera. Y una cuarta.
Joder. Nos hemos ido a meter en el avispero―dijo Lucas.
En ese momento una voz conocida sonó entre todos los allí presentes.
¿Qué pasa aquí?
Julián―dijo Galindo.
Alfonso…―dijo una voz―. No está.
¿Cómo que no está? ―preguntó Julián.
Esto es lo que queda de él―dijo la voz.
¿Cómo que…?―decía Julián―. No puede ser. ¡No puede ser! Me creía que les había perdido… ¡están aquí!
¿Quién está aquí? ―preguntó otra voz.
¡Esos mequetrefes de la residencia! ―exclamó Julián―. Siento su olor. Lo noto. Sé que están aquí.
Lo que tú hueles son estos frasquitos, amigo mío―repuso otro vampiro―. No me explico cómo han podido llegar hasta aquí.
Ellos los han traído―dijo Julián―. Han sido ellos, ¡me juego lo que sea!
Sé razonable―le dijo su compañero Juan Antonio―. No pueden haber estado aquí porque les hemos despistado totalmente. Además, no veo arma ninguna. Ha debido ser un accidente…
Julián pareció calmarse un poco.
Claro, será eso ―dijo―. Nadie puede matar a ninguno de los nuestros de esa manera, y menos un humano de pacotilla. Pero no me quedo tranquilo del todo.
Venga, acompáñanos a dar una vuelta y deja de preocuparte―le dijo Juan Antonio―. No sé a qué viene tanta conspiración. Ni que les tuvieras miedo…
Los cuatro vampiros se fueron de allí tal y como habían venido, tras llevarse con ellos las muestras de sangre. A los cinco minutos Rafa, Lucas, Irene y Galindo salieron del armario, blancos como el papel.
Joder, de la que nos hemos librado―murmuró Lucas―. Ha faltado el canto de un céntimo para que nos pillen.
Calla un momento―dijo Rafa, levantando la mano y poniéndola delante de la cara de Lucas―. Oigo algo.
Un ruido de pasos se acercaba. Rafa dio orden de esconderse de nuevo. Alguien entró en la sala. Se hizo un minuto de silencio que pareció una eternidad. Los pasos se dirigieron al armario. Y la puerta se abrió. Los cuatro chicos vieron delante de ellos el rostro de Julián, dispuesto a hacer lo que tenía que haber hecho en la residencia unas noches atrás.
Sabía que había alguien aquí. Lo sabía. ¿Y sabéis vosotros lo que se siente al morir desangrado porque alguien se beba vuestra sangre?
Encantado de haberos conocido―dijo Rafa―. Ahora sí.
De esta no salimos―pronosticó Galindo―. Esta vez no nos salva ni la intervención divina.
Encantado de haberos conocido―dijo Lucas―. Irene, ya sabes que te quiero un montón y que nos veremos en el cielo después de muertos…
¡JULIÁN! ―se oyó una enfadada voz.
Julián Cabrera se volvió. Su rostro se fijó en la persona que acababa de llegar.
Vaya, vaya―dijo―. Pero si es el señor presidente de ADICT. Y va bien acompañado por sus amigos. ¿Os pensáis que incluso todos vosotros juntos podéis hacer algo contra mí?
Natalia apareció entonces, saliendo de detrás de Javi, y se encaró con Julián.
Ya sabes que cuentan con ayuda. Vas a pagar por todo lo que has hecho. Y me las vas a pagar a mí por no haberme dejado continuar con mi vida y haberme transformado en un monstruo.
¡Vaya! ―exclamó Julián, con gesto divertido, caminando en círculos por la destartalada habitación―. Una vampiresa con sentimientos. ¡Qué lástima que no tengas alma!
Julián, tú decides si seguir vivo o no―dijo Javi―. Ser inmortal puede ser una bendición o una maldición. En caso de que para ti sea lo primero, yo no me jugaría el pellejo― y mostró una afilada estaca de madera, acariciándole la punta―. Vaya… ¿es esto el utensilio que va a acabar con tu vida, Julián? Tal vez deberías pensarte detenidamente lo que vas a hacer.
Julián seguía riéndose con suficiencia.
¡Qué triste escena! Un vulgar humano desafiándome… ¿te piensas que por saber karate me das miedo? ¿Piensas que puedes detener a un vampiro, en serio? Me creía que eras más listo.
Eso solía decirlo siempre Esther en los tiempos del CDM―dijo Javi, jugueteando con la estaca entre sus manos. Acto seguido se la tendió a Laura y se quedó totalmente desarmado―. Además, te diré algo. No somos unos simples humanos que están solos contra ti. Tenemos a Natalia de nuestro lado.
Natalia emitió un ruido siseante y avanzó hacia Julián. Éste ni se inmutó.
Natalia no supone para mí ninguna amenaza. Es vampiresa desde hace relativamente poco tiempo. Dudo siquiera que pueda controlar sus instintos asesinos― cuando Julián dijo esto, Javi torció el gesto de su cara.
Vaya, Gómez. ¿Es que os ha atacado? ―se rió Julián.
¿Sabes que aguanté sus ataques una y otra vez? ―preguntó Javi―. ¿Sabes que la habríamos matado si hubiéramos querido? Da igual que no controle los instintos asesinos. Da lo mismo.
Y hablando de instintos asesinos, me está empezando a entrar mucha sed― dijo Julián, avanzando hacia Javi―. ¿Quién será el primero? ¿Tal vez tú, Gómez? O no, quizá Laura… o tu amigo De Haro. ¿Te vas a quedar ahí como un pasmarote mientras mato uno a uno a todos tus amigos?
Julián avanzó hacia el armario, amenazante. Sergio no pensaba quedarse parado y Natalia tampoco. Laura sacó su pistola nueve milímetros y disparó contra Julián. Éste recibió un balazo en mitad de la espalda. Se volvió hacia Laura.
Creo que el primer plato ha cambiado. Sí, te voy a tomar de aperitivo, niña…
Javi se interpuso de inmediato entre Julián y Laura.
Déjala en paz―le dijo.
Vaya, ¿te voy a tener que tomar a ti de aperitivo, Gómez? ―preguntó Julián, cuyos ojos brillaron en la oscuridad de la noche.
¿Te digo lo que te vas a tomar de aperitivo, eh? ― preguntó Javi.
No será capaz―murmuró Rafa.
A ver, chico listo―dijo Julián, con su sonrisa de suficiencia.
Esto te vas a tomar de aperitivo― dijo Javi, pegándole a Julián un fortísimo puñetazo en la mandíbula, de abajo arriba, un golpe que habría saltado la cara a cualquiera―. ¡Rodeadle! ―bramó Javi, viendo que Julián no pasaba de estar un poco aturdido.
Rafa, Irene, Lucas y Galindo salieron del armario armados con sus estacas y rodearon a Julián. José Antonio y Marco llegaron en ese momento, armados con sendas estacas de madera cuya afilada punta asustaría a cualquiera.
Juanjo y Héctor están montando guardia en la furgoneta―dijo Marco―. ¿Qué pasa aquí?
Muy triste. Realmente, muy triste―dijo Julián. Un círculo de personas armadas lo rodeaba.
Pero logró escabullirse. De improviso pegó un salto colosal en dirección a la puerta. Tanto que pasó por encima del círculo de personas que le rodeaban. Julián se llevó por delante a Marco, que acabó con los huesos en el suelo, y salió por la puerta a toda velocidad. Pero se encontró con Natalia delante en menos de dos segundos.
No vas a salir―dijo ella―. ¡Ni lo sueñes!
Apártate, preciosa, no quiero hacerte daño… otra vez―dijo Julián, con sarcasmo. Javi se cruzó todo el pasillo corriendo para llegar donde estaban los dos vampiros. Sirviéndose de la velocidad, pegó un salto y golpeó con la planta del pie la espalda de Julián. Éste se tambaleó, pillado por sorpresa. Natalia aprovechó la confusión para agarrarle y empotrarle de narices contra la pared, de tal forma que se hizo un boquete que comunicó el pasillo con uno de los abandonados despachos del bloque.
¿Ya está?―preguntó Laura, llegando. Como respuesta a su pregunta, Natalia pasó volando por enfrente de ella yendo a empotrarse contra la otra pared y haciendo otro enorme agujero. Julián salió al pasillo a través del primer agujero, con su característico gesto sarcástico.
Estáis empezando a cansarme, ¿sabéis? ―preguntó.
Arremetió contra Javi, lo empujó a toda velocidad a lo largo del pasillo para hacer lo mismo que le había hecho Natalia a él. Javi intentó amortiguar el golpe, pero aún así tras el impacto cayó al suelo, medio destrozado.
¿Sigues queriendo jugar a los cazadores, Gómez? No tienes la habilidad necesaria ni suficiente.
Toda la asociación en pleno, encabezada por Sergio y Lara, cruzó el pasillo y rodeó a Julián.
¿Otra vez? ―preguntó él―. ¿La misma encerrona? Sois muy pesados, ¿eh?
Se dispuso a saltar de nuevo por encima de los chicos de ADICT. Pegó un gran salto en sentido opuesto y se libró del círculo.
Bueno, acabemos con esto―dijo.
Eso digo yo―oyó una voz detrás de él. Julián se volvió. Lo último que vio fue a José Antonio clavándole una estaca en el pecho. Acto seguido, Julián se desvaneció en el aire, no quedando de él nada más que un poco de polvo. José Antonio, estaca en mano, se dirigió hacia Javi.
¿Cómo estás? ―preguntó.
He estado mejor―repuso Javi―. Menudo golpe.
Vamos al hospital a que te echen un ojo―dijo Laura―. No tienes buena pinta.
¿Estás preocupada? ―preguntó Javi.
No…―dijo Laura.
Ya…
Bueno, vale, sí. Te ha dado muy fuerte.
No es por interrumpir la agradable conversación que tenéis―intervino Marco―, pero deberíamos irnos ya de este sitio.
Sí―dijo Javi―. Tenemos que ir mañana al aeropuerto a recibir a Marta.
Ah, ¿al final vuelve? ―preguntó José Antonio―. Si ya decía yo que tanto tiempo allí lejos, con el frío y la nieve…
La asociación abandonó el edificio.
Julián estaba muerto. El principal artífice de las muertes en la residencia universitaria había acabado con una estaca de madera en el pecho. Por ello ADICT pensaba que el asunto ya estaba casi resuelto. Pero nada más lejos de la verdad. Cuando los otros vampiros regresaron, vieron que Julián no estaba.
¿No había vuelto? ―preguntó uno de ellos.
Sí, así es, pensaba que había alguien aquí―dijo otro―. Y no se ha ido. Es más, no percibo presencia alguna en este lugar. Aquí no hay nadie.
Entonces había alguien por aquí―dijo un tercero―. Y si había alguien, ese alguien ha matado a Julián.
Pues si había alguien aquí―dijo Juan Antonio Fernández Estrada―, yo sé quién era. Esos malditos tocanarices que estaban en la residencia. Natalia Guirao trabaja con ellos.
¿Natalia Guirao? ―preguntó el primero―. ¿Ella se lo dijo todo?
Sí―dijo Juan Antonio―. ADICT. Ellos son los artífices de todo esto. Así que deberíamos tener una pequeña charla con esos metomentodo.
Y Juan Antonio estaba decidido a vengar la muerte de su amigo por encima de todo. Cayera quien cayese, afectara a quien afectase, pasara lo que pasase. Pero aún no habían terminado las sorpresas. En el umbral de la puerta apareció una sombra.
Hola, chicos.
Juan Antonio se volvió.
¿Silvia? ―dijo, acercándose―. Llegas en mal momento.
¿Y eso?
Acaban de matar a Julián.
La recién llegada se puso frente a Juan Antonio sin dar crédito a lo que le decía éste. Evidentemente no se lo creía. O quería creer que era una broma de mal gusto.
¿Quién ha sido? ―preguntó, peligrosamente, en un susurro que podría helar el alma a cualquiera.
El artífice ha sido el presidente de ADICT. Javier Gómez―dijo Juan Antonio―. Él y su organización han estado siguiéndonos. ¿Y a qué no adivinas quién les ha ayudado en su noble tarea?
No puedo esperar a saberlo―dijo Silvia, mostrando un gesto aburrido en su rostro, como si no le importase en absoluto.
Tu querida hermana Natalia. Sí, esa misma que te cuenta absurdas historias sobre nosotros para ponerte en nuestra contra, la misma―respondió Juan Antonio.
El gesto de Silvia pasó de gesto de aburrimiento a cara de asco.
Eso es repugnante―dijo, indignada―. ¡Es patético! ¡Asqueroso! ¡Repugnante! ¡Y dices que ha sido… ADICT! ¡Ese Gómez… y sus amigos! ¡PATÉTICO!
¿Patético? ―preguntó Juan Antonio―. No me parece patético. En realidad es conmovedor. Me dan ganas de llorar. O tal vez de vomitar. ¡Solamente a Natalia se le ocurrió hacerse novia de un vampiro! Es una verdadera lástima que Julián perdiera el control y mordiera a Natalia…
Oye, sabes que aquello fue…―interrumpió Silvia, pero Juan Antonio la hizo callar.
¡Eso fue lo que fue! Pura suerte para Natalia. Pura suerte de que Julián se detuviera a tiempo. Evidentemente― continuó Juan Antonio―, la cosa se puso aún peor, porque apareciste en escena, y Julián engañó a Natalia con su hermana, ¡o sea tú! ¿No te duele aún el mordisco que te pegó Natalia en el antebrazo? Si no llego a intervenir estarías muerta ahora mismo.
Silvia bajó la mirada hacia el montón de polvo en que estaba convertido Julián.
Sí. Eso es lo que queda de tu novio. Polvo. Y Natalia ahora se escuda en ese cuento chino de “proteger al mundo de seres como nosotros”. ¡Como si ella no fuera lo que es! ― bramó Juan Antonio.
Los otros dos vampiros habían estado mirando, expectantes. Uno de ellos habló con su extraño acento centroeuropeo.
Estrada, me parece que te olvidas de un factor importante―dijo.
Juan Antonio le miró.
Natalia Guirao no sabía que estaba saliendo con un vampiro. No tenía ni idea. Así que cuando lo pilló in fraganti mordiendo a alguien Julián no perdió el control. En realidad fue algo premeditado. Lo hizo a propósito.
Mira, Karel―dijo Juan Antonio―, no sé qué tontería es esa…
¡Soy un vampiro desde hace cuatrocientos años, no te atrevas a llevarme la contraria!― exclamó el tal Karel―. Sé lo que pasó. Natalia busca venganza. Y ha encontrado aliados. Son humanos, pero son los aliados perfectos. Esta noche han matado a dos de los nuestros.
¿Qué hacemos? ―preguntó Juan Antonio.
Desencadenar la masacre, como estaba previsto. Cincuenta personas y nos largamos. Conocéis lo que queremos. Y ya sabes que no quiero que se levanten sospechas―dijo Karel.
¿Es esto necesario? ―preguntó Juan Antonio―. Hay otras ciudades mejores que esta. Aquí no hace más que pegar el jodido sol todos los días…
¡Pero por las noches las calles están vacías! ¡No encontrarás en toda Europa un sitio mejor! ―exclamó Karel―. Cincuenta personas, Juan Antonio. Y entre ellas, por supuesto, nuestros amigos humanos de ADICT. Esos serán, sin duda, los mejores.
Sigo pensando que Santander habría sido un sitio muchísimo mejor para esto― rezongó Juan Antonio―. Hemos ido por toda Europa y ya tenemos bastante, creo yo. Pero, en fin. Tú mandas. Cincuenta personas… ¿y para qué?
¿No conocías el plan?― dijo Karel―. Pues entonces aplícate el cuento, Estrada. Lograremos nuestros objetivos y luego ya se verá. Cincuenta y nos largamos a otro sitio, como llevamos haciendo en todo el mundo desde hace años.
Muy bien, pues cinuenta entonces― dijo Juan Antonio.
Por cierto― habló Silvia entonces. Juan Antonio la miró―. Me parece realmente sorprendente que Serafín te permita hacer esto. ¿Has hablado acaso con él?
¿Con Serafín? ¿El líder de los Vicuña, dices? ―rezongó Karel, que se mostró asqueado al oír ese nombre―. Ese metomentodo podría aguarnos la fiesta, así que llegué a un trato con él. Cuando logremos nuestro objetivo, le daremos algo a cambio.
Me haces gracia― dijo Silvia―. ¿Y no piensas decirme el objetivo?
No pienso decir nada a nadie. Vosotros sois simples peones. Os mando y obedecéis. El que no esté conforme muere. Es así de simple― dijo Karel, amenazante―. Así que si nadie tiene nada más que decir...
Sí―volvió a hablar Silvia―. Te gustará esto que voy a contarte. Ese tipo de ADICT espera que llegue alguien en un avión a las doce y media de la mañana. Nos vamos a asegurar de que su espera sea en balde.
Juan Antonio estaba algo desconcertado.
¿A qué viene eso?
Fácil. Él me roba a mi novio. Le robaré yo algo también. Lo he visto.
Juan Antonio movió la cabeza.
Chica, jamás conseguiré entender ese poder raro que tienes…
También hay muchas cosas que yo no entiendo, pero sin embargo os sigo apoyando, ¿no?―preguntó Silvia.
Karel se dirigió a ellos.
Bien, basta ya. Ahora nos vamos a dar un paseíto por las calles de la ciudad. Vamos a comenzar a evaluar el territorio. Ya sabéis que hay algunos que valen más que otros.
Karel, tu plan sigue teniendo lagunas. ¿No has hablado con Yekaterina acerca de esto?―preguntó Juan Antonio―. Es que claro, no sé cómo pretendes que Serafín se trague que le vas a dar algo a cambio. Seguro que está al tanto de...
Cuando quiera tu opinión, Estrada―siseó Karel en voz baja y amenazante, pero perfectamente audible―, te la pediré. Ese asunto está ya resuelto y Serafín nos ha dicho que hagamos lo que queramos pero sin pasarnos de la raya. Meras precauciones. Y ahora, señores, nos vamos.
Los vampiros abandonaron la sala, que quedó desierta, sumida en la oscuridad.
Las horas más tardías de la noche, aparentemente tranquila, cayeron como una losa sobre Cartagena.
Epílogo

JAVI.
¿Que por qué sigo aquí?
Pues porque soy masoca.
O muy responsable...

Me preguntan por qué en ocasiones tengo tanta mala sombra. Y contesto: pues porque me sacan de mis casillas. Me cabrean sobremanera. Y Sergio también está hasta las mismísimas narices de que estos hagan lo que les da la gana.
Pero bueno, Julián está muerto. Y mucho me temo que sus amiguetes van a buscar venganza tarde o temprano. Es una suerte que en breve vayamos a recibir refuerzos. Ya sé que solamente es una persona. Pero qué persona. Podría echar ahora mismo a Lucas, Galindo, Guille y toda esa panda de descerebrados y con la llegada de Marta podríamos suplirles sin ningún problema. No voy a hacerlo porque sería una estupidez por mi parte. No soy la clase de persona que va echando a la gente a la calle porque sí...
Así que en esas cosas estaba yo cuando José Antonio, siempre José Antonio, irrumpió en el despacho con su parsimonia absoluta y sus ganas de tocar las narices al personal... y yo cerré en ese momento el portátil.
Bueno, Javier... ―comenzó, dando lentos pasos desde la puerta hacia la mesa detrás de la cual estaba sentado―, ¿a qué hora nos vamos al aeropuerto?
¿Nos?―repliqué, con la mosca detrás de la oreja. Ya empezamos. Hasta un tonto podría adivinar lo que viene ahora...
No pensarás que con el ansia puta que tienes te voy a dejar que vayas a recibir tú solo a alguien que viene desde algún sitio...―dijo.
Lo supuse. ¿Por qué siempre está igual? Me pone enfermo.
Mira, yo voy donde quiero, cuando quiero y con quien quiero...
Sí, si eso es muy bonito y todo lo que tú quieras... Por cierto, una pregunta, así, a modo de comentario...
¡¡NO!! ¡La respuesta es NO, sea cual sea la pregunta!
Mientras yo me ponía rojo del enfado y, por consiguiente, gracias a las tonterías de mi amigo, no podía quitarme a Marta de la cabeza, José Antonio estallaba en estruendosas carcajadas que casi hacían temblar los cristales.
¡Vale, vale! ¿Pero por qué no me dejas que te acompañe? Pueden atacar los vampiros, ya sabes...
Sí, a las doce del mediodía―bufé, malhumorado, apartando la vista de José Antonio―. ¿Te digo a quién van a atacar los vampiros a las doce del mediodía o ya lo sabes?
José Antonio movió la cabeza y comenzó a tambalearse de un lado a otro, cuan alto era, como si fuera un péndulo.
Hay que ver, Javi. Tantos años que te conozco y sigues igual. No has cambiado nada. Excepto por el ansia que tienes...
¿Ansia de qué?― exclamé. Estaba empezando a tocarme la moral...
A ver, ¿cuántas veces te has conectado a la red social para hablar con ella por el chat en esta última semana?―preguntó José, esbozando una sonrisa que contrastaba con la cara que puse yo en cuanto acabó de formular la pregunta. Si pretendía sacarme de mis casillas o enfadarme, la verdad es que lo estaba consiguiendo. Si hubiera concurso de cabreos en las olimpiadas yo ganaría el oro para España en ese mismo momento.
¡Sólo una! ¡Cabestro!―grité―. ¡Sólo una! ¿Vale? ¡Ayer por la tarde!
Oh, sí, claro... y por eso acabas de cerrar la tapa del portátil como si fueras a ganar un torneo de algo―dijo José Antonio.
¡Vale! Me has pillado. Pero no te enterarás de tal cosa, compañero... ¡antes muerto que contarte nada!
Mira― siguió José Antonio―, sé realista, lo que hay aquí es una tensión existente entre ambos que cuando explote no sé lo que va a pasar.
Va a pasar que te voy a mandar a tomar por saco de este despacho.
¿Por qué José tenía que ponerse siempre tan pesado? Sabía de sobra que no me gustaba que sacase el tema tantas veces. Yo creo que lo hacía para torturarme. Claro que la ocasión lo merecía: te gusta una chica que está en Finlandia de beca Erasmus, te das cuenta de que otras cosas tienen menos futuro que un caramelo a las puertas de un colegio a la hora de salida y entonces, sólo entonces, un amigo tuyo (supuestamente amigo, vamos) aprovecha para torturarte una y otra vez recordándote que está a cinco mil kilómetros o los que quiera que haya hasta Helsinki. ¿Cuánto tiempo llevamos así ya? ¿Dos o tres años? ¿Es posible tener algo delante de tus mismas narices y no darte cuenta hasta pasado mucho tiempo? La respuesta es afirmativa, claramente.
Javi, yo sólo te digo una cosa―siguió José Antonio, cansinamente. Acompañé a sus palabras con un bufido de impaciencia―. Te voy a acompañar al aeropuerto, y ya está. Con tanta gentuza suelta no deberías ir solo.
¡Muy bien! ―estallé―. ¡Pues me acompañas al aeropuerto! ¡Pero luego te quedas allí y te vas andando hasta Siberia, a buscar osos polares! ¡Y practicas el karate con ellos! ¡Pelmazo!
Ese don que tenía José para mantenerse más tranquilo cuanto más me enfadaba yo me sacaba aún más de mis casillas. Y cuanto más me enfadaba, más parsimonia mostraba él. Y cuanta más parsimonia mostraba él, más me cabreaba yo. Era un maldito círculo vicioso sin principio ni final.
¿A qué hora nos vamos?―preguntó.
A las once y media. Si no estás aquí a las once y media, y no me valen las once treinta y uno, me largo sin ti.
¿Dices las once y media en tu reloj o en el mío?
¡En el reloj de tu padre!―exclamé, fuera de mis casillas―. ¡Once y media! ¡Ni un minuto después! ¿Está claro?
Vale, vale, yo le pregunto a mi padre... Bueno, te dejo que sigas hablando con tu querido amor...―dijo José Antonio, dándose media vuelta y yéndose del despacho. Murmuré algo acerca de la gente a la que le gusta tocar las narices al personal y abrí la tapa del ordenador. Me conecté a internet y abrí la página de la red social que utilizaba constantemente. Vi que el contador de visitas a mi perfil se había incrementado en una unidad.
¿Y es posible que...?―empecé a preguntarme. Busqué a Marta en mi lista de contactos e hice click en su nombre para acceder a su página principal. Allí pude leer: “Última conexión, hace 10 minutos”. Justo cuando José Antonio había irrumpido en mi despacho. Cerré la tapa de mi ordenador, suspirando.
¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?―me pregunté. Me levanté del sillón, agarré mi chaqueta, que estaba en la percha, y me largué de allí.
Tenía que ir al aeropuerto al día siguiente.
Y posiblemente también tenía que hacer a Natalia un interrogatorio en tercer grado. No me gustaba nada aquel asunto de los vampiros y presentía que había algo muy gordo allí. Lo que pasaba por aquel entonces era que ni ninguno de nosotros teníamos idea alguna de hasta dónde podía llegar aquello.
Dudaba seriamente de que hubiera acabado ya. Es más. Presentía que acababa de empezar. Y sólo tenía una denominación para aquello. Un tsunami. Un tsunami de muerte y destrucción que podría arrasar la ciudad en poco tiempo. Y éramos los únicos capaces de detenerlo.

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